Recomiendo:
2

El academicismo eurocéntrico como camisa de fuerza

Fuentes: Rebelión

Cuando pretendemos ser “universales” y asumimos discursos y narrativas que se ajustan a normas impuestas por la academia eurocéntrica, lo que realmente hacemos es matar la inspiración y forzar nuestras realidades locales a un molde que nunca les perteneció. Se nos exige traducir experiencias, memorias y saberes a un formato que no dialoga con nuestras historias ni con nuestras cosmovisiones. El resultado, lecturas falsas o, al menos, erróneas de nuestras realidades, ya que se interpreta la vida desde categorías que fueron diseñadas para otros contextos, bajo otras lógicas y con intereses distintos.
El academicismo eurocéntrico funciona como una camisa de fuerza, decide qué es ciencia y qué no lo es, qué conocimiento tiene valor y cuál debe ser silenciado. No solo jerarquiza, sino que deslegitima aquello que no se ajusta a sus parámetros de validez. Así, el conocimiento producido en los territorios del sur, en comunidades afrodescendientes, indígenas o campesinas, son constantemente reducido a “anécdota”, “creencia” o “saber popular”, pero rara vez se lo reconoce como una forma de estudiar e investigar la naturaleza desde nuestros fundamentos filosóficos y desde nuestra realidad en sí misma.
Aníbal Quijano, al hablar de la colonialidad del poder, nos recuerda que no basta con la independencia política para liberarnos, seguimos atados a patrones coloniales que clasifican y subordinan los saberes. De allí surge también la colonialidad del saber, donde la ciencia moderna se coloca como la única forma legítima de producir verdad. En esa misma línea, Walter Mignolo advierte sobre la necesidad de un “giro decolonial”: no basta con incluir algunos elementos locales en el discurso académico, sino que se requiere desplazar el centro de enunciación, romper la idea de universalidad y abrir espacio a la pluriversalidad de saberes.
Pensadores como Catherine Walsh han señalado que el reto está en construir epistemologías otras, que nazcan de los territorios, de las memorias de resistencia y de los pueblos históricamente negados. Se trata de hacer de la diferencia no un déficit, sino una potencia. No es la periferia la que debe adaptarse al centro, sino el centro el que debe reconocer que nunca existió una sola manera de producir conocimiento.
El academicismo eurocéntrico, en su pretensión de objetividad, niega lo vivencial, lo espiritual y lo comunitario. Niega la oralidad como forma legítima de memoria. Niega la sanación, la espiritualidad, los tejidos comunitarios y los saberes que se transmiten de generación en generación. Sin embargo, estos son los que han permitido a nuestros pueblos resistir a siglos de opresión.
Cuestionar el academicismo no significa rechazar el pensamiento crítico, sino más bien radicalizarlo, reconocer que existen muchas formas de conocer y de interpretar el mundo, y que todas merecen espacio y respeto. La verdadera ciencia debería ser un acto de diálogo, no de imposición. Como sostiene Boaventura de Sousa Santos, lo que necesitamos es una “ecología de saberes”, un bosque de conocimientos, un encuentro horizontal entre conocimientos diversos, sin jerarquías ni exclusiones.
El desafío está en desatar los nudos de esa camisa de fuerza y abrir camino a nuevas narrativas. Narrativas que nazcan desde la comunidad, desde los pueblos y desde sus propias formas de pensar y sentir. Solo así dejaremos de producir falsas lecturas de nuestras realidades y podremos escribir desde la autenticidad de nuestras memorias dejadas en las huellas de los abuelos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.