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La Fábrica de Sueños. "Ordinary People" (1980), de Robert Redford

El intento por seguir luego de perder un hijo

Fuentes: Rebelión

Y comencé a comprender también que el dolor, los desengaños y la melancolía no existen para molestarnos, para sumirnos en un abismo de desasosiego e inutilidad, sino para poner a prueba nuestro temple y madurar nuestro ser. HERMANN HESSE

La soledad no te enseña a estar solo, sino a ser único. EMIL M. CIORAN 

Y así el corazón se romperá y, sin embargo, roto, vivirá. LORD BYRON  (Frase/coda en Frankenstein, de Guillermo del Toro) 

Desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, vía Cine-Club Al Filo del Tiempo, el Ciclo sobre vida y obra de Robert Redford, continúa con su ópera prima Ordinary People (1980) o Gente corriente o Gente como uno, filme desigual que, no obstante, le reportó el Oscar a la Mejor Dirección y otros tres galardones más: Mejor Película, Mejor Actriz, Mary Tyler Moore, y Mejor Actor Secundario, Timothy Hutton. Drama psicológico en torno a la pérdida del hijo mayor, J. Buck, y el intento de suicidio y la estadía por cuatro meses de su hermano menor, Conrad, en un hospital, y luego las citas con el psiquiatra. Por otro lado, el drama de la madre, Beth, incapaz de amar antes que de ser amada, y la historia del padre, Calvin, un incondicional con sus hijos y quien ahora lucha por menguar la distancia entre la madre que extraña al hijo mayor y no parece querer al menor para nada. En honor a la verdad, todo hay que decirlo, en buena parte del metraje las situaciones se sienten forzadas.

Igual, las actuaciones y, no pocas veces, la sobreactuación de quien es protagonista la mayor parte del filme: el más afectado por la pérdida de su hermano, a bordo de un bote en el que él no pudo asirse como debía a la driza del aparato. Lo que le lleva a la crisis hasta que su padre le presenta a un psiquiatra, el Dr. Tyrone Berger, judío o alemán, dice su madre: a quien le interesa más un plato por arreglar no tanto que su hijo se recupere. Por contraste con ello, uno de los méritos mayores de la obra es la transformación paulatina de un retrato sobre las dificultades en una familia, que debe lidiar con la pérdida repentina de uno de sus hijos, a la concreción de un estudio íntimo y a la vez amplio de las relaciones humanas, con más preguntas que respuestas. Pese a ciertos y reiterados clichés en la conducta de los personajes, poco a poco se consolida un estudio amplio sobre dolor, suicidio, psiquiatría, en medio de incomunicación, distancia, apatía, frialdad e ira de la no poco convencional familia Jarrett…

Aun con los méritos propios del filme, hay que decir que los cuatro premios Oscar que recibió son demasiados si se consideran sus rivales: Raging Bull (1980) o El toro salvaje, de M. Scorsese, Elephant Man o El hombre elefante, de D. Lynch, Tess, de R. Polanski (1). Con esto, lo único que se quiere decir es que se trata de un filme sobrevalorado pero no, por ello, que carece de virtudes sobre las que ya se volvió y se volverá. Aun siendo un filme que no carece de fuerza visual, su mérito mayor habría que ubicarlo en los diálogos, las discusiones e incluso las peleas verbales en ciertos momentos cruciales del filme: cuando Conrad discute con Berger, se desdobla, forcejea, imita voces, insulta al psiquiatra y, en fin, se reconoce a sí mismo en el espejo de su historia: ese mismo espejo en el que Borges advierte un fin: Para que el hombre sienta que es reflejo / Y vanidad. Por eso nos alarman [los espejos] (2). Y que en otro poema dice: El arte debe ser como ese espejo / que nos revela nuestra propia cara…

Otra secuencia de clímax: la discusión de Calvin con Beth, en la que ésta no sale bien librada y, sin embargo, no pierde en tanto a su vez el amor no se pierde sino se transforma: entonces, aquél le señala que quizás todo habría ido mejor sin problemas, pero tú no resistes los problemas ya que disturban tu orden y le recuerda que cuando murió Buck parece que enterraste tu amor con él. O quizás tus mejores virtudes. Ante esto, el desconcierto de Beth se evidencia pero, en vez de contratacar, se refugia en sí misma y parte por un tiempo, para abrirle el camino de la reconciliación a padre e hijo. Una secuencia más habla de la fe en que la familia es un reducto de amor, bienestar, seguridad, pero no siempre es así y alguno de sus miembros puede ser rechazado, maltratado e incluso escindido, caso de Conrad: lo que se muestra vía secuencia de los espejos en que su figura se divide, y lleva a la era de los griegos, Homero y Platón en especial, y a la idea de que el reflejo en un espejo no es realidad tangible.

Como dice el Sócrates de Platón: ‘Toma un espejo y llévalo a todas partes: en menos de nada harás el Sol y todos los astros del cielo, la Tierra, a ti mismo, los demás animales, las plantas y todos los artefactos…’ Su interlocutor responde: ‘Sí, haré todas esas cosas en apariencia; pero en ello no habrá nada real [ni] existente’. Por eso, el mismo Borges decía: ‘Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres’, metáfora que lleva, justo, a una honda exégesis sobre la realidad, la identidad y la naturaleza misma del ser y existir. No hay que olvidar que los espejos transportan a otras realidades, y simbolizan la infinitud, la repetición, la disolución del yo. Conrad no vive en una familia que sea refugio contra la crueldad externa: él prefiere salir, estar donde no se sienta solo, reír con alguien, pues en su casa la situación es de distancia, tensión y un frío nexo con la madre, mientras con el padre se comunica, recibe apoyo, y, cómo no, consejo para que acuda al psiquiatra Berger.

Así de a poco comprende que la depresión, la ansiedad, el insomnio tampoco existen para hundir a alguien, sino para que saque fuerzas de la flaqueza y remonte los abismos del desasosiego y la inutilidad, para crecer, transformarse e integrarse a la sociedad, sin riesgo de perder la individualidad ni la condición de ser integral, único e indivisible. Como dice el Estanislao Balder, de Roberto Arlt, en El amor brujo: ‘Mi propósito es evidenciar de qué manera busqué el conocimiento a través de una avalancha de tinieblas y mi propia potencia en la infinita debilidad que me acompañó hora tras hora’. (3) Y eso hace Conrad tras cargar por varios meses con el fardo de la muerte de su hermano Buck: vuelve a comer, duerme mejor, se libera de las pesadillas del ultramar mental, sale con Karen Aldrich y Jeannine Pratt y, por último, supera la alteración de sus ciclos circadianos o biológicos, con su cruel secuela de insomnio asiduo, inapetencia sin razones claras, sudoración, temblores, repentino ahogo…

Por el ahogo, entonces, pienso en Ma. del Rosario, Santiago y Carito, Marthica y en mí por nuestra bella Valentina, en nuestro corazón vivo pese a estar roto y en nuestro intento común por seguir (4). Y vuelvo a Conrad, como si se tratara de una víctima de la guerra: se avizora un trastorno por estrés postraumático. Él es, a su modo, una suerte de Frankenstein, versión G. del Toro, en tanto hijo, o creación, de alguien que no lo quiere, como es Beth con él, y así, igual que el padre de la criatura y a la vez monstruo deviene monstruo para la criatura y esta se humaniza, Beth deriva en monstruo y madre de la criatura que ahora es un ser humano sensible y poético y de una belleza ética/estética inefable, como Frankenstein: ambos, éste y Conrad, han superado el dolor por vía del arte, es decir, el sentido que para el cineasta mexicano tiene su criatura fílmica (5). Idea que igual tiene que ver con Wilde, para quien la única forma de superar el dolor es a través de la forma estética, la que de por sí debe ser ética. 

Para que se transforme en algo válido, relevante, trascendente. Conrad, con la ayuda del padre y del psiquiatra, grita la impotencia por el accidente en el lago y expresa, por fin, sin reservas  lo que siente por la muerte de su hermano, se deshace del nudo gordiano afectivo, disuelve su culpa en aguas de la autocrítica hasta que sale a flote, y ya no hay vuelta atrás: el punto al que hay que llegar si se quiere seguir en la ruta de la vida, o se prefiere sucumbir en la de la muerte. Conrad entra a decidir sobre pequeños actos vitales, desarrolla su inteligencia emocional, deja de lapidarse por Buck estar muerto y él vivo, y de ese modo se libera, perdona y renace de nuevo, así la fiesta con la madre no sea completa y el baile final sólo se dé con el padre. En el proceso capta que el amor no es cosa de obligaciones, sino de compromiso o vocación, aunque antes de sentimientos que fluyen, no de propósitos o intenciones por nobles que sean: el amor seguirá siendo la unión de dos soledades que se respetan, al decir de Rilke.

Conrad, por último, quizás haga suya la sentencia de Thoreau: Nunca encontré compañía tan agradable como la soledad pues ella le permite descubrirse y reconocerse a sí mismo, no sin dificultades, pero tampoco con sobresaltos sin remedio. Quizás haya aprendido también que la soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes, tal como creía Schopenhauer o una oportunidad para encontrarse a sí mismo, como piensa Jodorowsky. La cámara de J. Bailey registra el lado oscuro de la intimidad familiar, así como las luces y sombras de cada miembro y los temores y angustias, ansiedad y depresión, sin rodeos: a veces con una brutalidad tal como cuando Calvin se sincera con Beth y deshace en minutos la duración de ambas vidas en común, cuando la presiona ante terceros para sugerir una imagen ideal, no concreta, de felicidad, que incluye además a Conrad. Pero, las emociones del trío familiar muestran a su vez las grietas en el muro del afecto, hechas con las pinceladas del reproche y el aburrimiento.

Vuelta al espejo y a la imagen renovada de Conrad: cabe recordar que los griegos en épocas de Homero, creían que la representación del rostro, para A. Manguel la identidad visible de la cabeza, la casa del alma, tenía un poder mágico intrínseco. A fin de mitigarlo, el temprano arte griego mostraba los rostros de perfil para que sus miradas no llegaran al espectador. Si se mostraba una toma frontal del rostro, como en la máscara trágica gorgoneion, se hacía con el expreso objetivo de atemorizar para recordar, de paso, a la mítica medusa, por cuya mirada los mortales que la vieran quedaban petrificados (6). Como Petro petrifica hoy a la oportunista que lo critica por visitar un Night-Club de Lisboa, y gastarse €40 y él le lanza su mirada erótica: Hay dos cosas que he aprendido en la vida: a no acostarme con mujer de la que no nazca nada en mi corazón y a no comprar el sexo cuando aún soy capaz de la seducción y la poesía. Siempre hay que combinar la sexualidad con la cultura, eso se llama erotismo. (7)

Le recuerda a su crítica crítica María A. Nieto. Y concluye: Ahora bien, si logras que la energía tuya y del universo recorra todas las células de tu compañera, logras creo, la máxima posibilidad vital del ser humano. Eso no se puede comprar. Como Calvin no puede olvidar la tragedia de su hijo Buck y pide a su esposa guardar la calma y la unidad filial, mientras ella exhala rencor hacia el hijo menor al sugerir que Jordan era su preferido, y Conrad la recrimina por no apreciar su propia sobrevivencia, la del hijo chico: tendrá que llegar el renacer afectivo de éste para que ambos se den un abrazo sincero y pleno de emoción. Luego vendrá la mala nueva sobre Karen, de quien Conrad se hizo amigo en el hospital tras su intento de suicidio: el que ella sí realiza a causa de la depresión, lo que de inmediato prende las alarmas en la conciencia de Calvin, quien rápido advierte la amenaza de un desenlace similar para su hijo Conrad: así, se hace el loco y no polemiza con él sólo a causa del miedo.    

El Dr. T. Berger interviene en la crisis familiar, y a renglón seguido el desencanto recíproco entre Beth y Conrad causa la crisis marital tan reiterada a lo largo del metraje al insistir Calvin en que la idea de la familia en paz y felicidad, prime sobre el desencuentro afectivo entre madre e hijo. El conflicto comienza a disolverse luego de un viaje grupal cuando Beth le expresa a Conrad que la tristeza por la tragedia en que se ahogó Jordan no ha pasado y que para ella es imposible dejar de ver a Connie culpable así sea de forma inconsciente, lo que hace que su marido monte en cólera y lleve, se reitera, a Beth a dejar la casa común por un tiempo. Ya solos en ella, Calvin y Conrad se dedican a rehacer sus vínculos filiales, en un intento por continuar tras la pérdida de un hijo y a la vez hermano. Tal como por su lado lo narra la novela original Ordinary People, de Judith Guest, obra que igual que Second Heaven (1982) y Errands (1997), van sobre un adolescente forzado a enfrentar una crisis familiar. (8) 

Lo que lleva una vez más a Conrad y la secuencia del espejo en relación con el psicoanálisis lacaniano. Según Lacan, el niño se identifica con una imagen exterior, una en un espejo, que por una parte le permite adquirir dominio sobre su propio cuerpo y, por otra, le genera un sentimiento intrínseco de enajenación. Hecho que ocurre muy a menudo con Conrad, hasta el extremo del desdoblamiento nocivo, que por fortuna otras tantas veces le deja encarnar/ser su personaje sin fisuras. Para el psiquiatra Daniel Stern, el identificarse con la imagen ocurre hacia el decimoctavo mes pues antes de esa edad los niños no parecen saber que lo que ven en el espejo es su propio reflejo. Lo que puede demostrarse si se pinta con colorete la cara del niño sin que este note que fue marcado. Cuando los bebés más pequeños ven su imagen, señalan al espejo en lugar de a ellos mismos. A los 18 meses, más o menos, se tocan el colorete de la cara en vez de señalarlo en el espejo. Ahora saben que pueden ser objetivados.

Es decir, representados en una forma que existe por fuera del yo que perciben de modo subjetivo. (9) Pero no hay que olvidar que hoy el mundo está rodeado por cientos de falsas imágenes y por ello el símbolo de la sabiduría (un espejo en las representaciones alegóricas del bajo Medioevo y el Renacimiento) lo es igual de la vanidad. El rostro que vemos en el espejo, dice Manguel, puede ser el de nuestro yo substancial, el rostro con el que habremos de comparecer ante Dios, dice él, puesto que el rostro humano es el autorretrato de Dios, y puede ser también un retrato del yo anhelante, del doble, del yo prohibido, deseado o imaginado, que busca conocer su propia identidad. (10) Como el que reflectan los Hnos. Marx en Sopa de ganso (1933) y al final se ignora si es Groucho Marx o Conrad Jarrett el tipo que, igual que lo hacen perros o gatos, se busca en el espejo, cuando, de repente, surge un doble y ambos entran y salen del mismo (un tercero es empujado), como en La rosa púrpura… (11)

Esto es, en el filme de Woody Allen en el que Tom Baxter atraviesa la pantalla, mientras la camarera Cecilia observa el filme citado, La rosa púrpura… Relata Manguel, en Leyendo imágenes, que en la tradición judeo/cristiana hasta Dios debe descubrir quién es Él. Cuando dice a Moisés Yo soy el que soy ha de hallar su espejo en el Nuevo Testamento, en un instante de autorreconocimiento mientras agoniza: si Él ha encarnado, su identidad omnipresente igual debe encarnar y hacerse conocida para Él. Segundo reconocimiento divino que no aparece en las Escrituras, pero en algún momento del Medioevo los escolásticos imaginaron una referencia al instante en tres de los evangelios: Mateo, Marcos y Lucas cuentan que una mujer, que padecía flujo de sangre, quedó sanada doce años antes después de tocar la orla del manto de Jesús. Según el relato medieval, esta desconocida reaparece en Jerusalén cuando Cristo va hacia el Calvario y le ofrece al Señor un lienzo para que seque la fatigada frente…

Entonces, Él presiona el paño contra su rostro y, al devolverlo, una imagen perfecta y verdadera (en latín vera icon o ícono veraz) de sus facciones, puede verse en él. Gracias a un ligero juego de palabras o por el recurso al anagrama la mujer fue llamada Verónica. Para los iconoclastas que discutían en el XVIII, la vera icon derivó en motivo de duras polémicas. Para los ortodoxos de Constantinopla la imagen sagrada de Cristo en el lienzo era única en su género, así que su reproducción sería una blasfemia. Para sus oponentes, la imagen era un paradigma sacro e importante reproducirla, difundirla, tanto como fuera posible. Para ambos grupos, la imagen del rostro de Jesús representaba la Economía del Padre y argumentaban que, así como la economía rige la distribución de los bienes materiales, a la imagen del rostro del hijo de Dios –la esencia de Dios– también le concernía una distribución de bienes semejante: la distribución de su esencia en el mundo visible, concluye Manguel en Filóxeno.   

Subtítulo del Cap. La imagen como reflejo (12). En tal sentido, La doble vida de Véronique (1991), de K. Kieslowski, es alegoría: hay dos mujeres idénticas, huérfanas de madre, el mismo mal cardiaco y dedicadas a la música: Weronica vive en Varsovia y canta en un coro, Véronique en París y enseña música: pese a sus vidas paralelas, tienen destinos distintos, no son producto del espejo en tanto íconos de la verdad (13). Cuando Conrad despierta, descubre el amor, abraza al psiquiatra, no recurre más al espejo como fuente de vanidad y se preocupa menos por lo perdido que por todo lo posible de ganar a futuro: se abre al mundo y se cierra al reflejo en el espejo. Al filo del tiempo, entenderá que la soledad no es maestra de sí misma, sino que la persona deja de ser del montón y él, con ello, alguien singular que abandona el miedo, por su propio trabajo, y no tanto por el cliché del psiquiatra que le confía su amistad, aun con la nobleza que el gesto encierra y la emoción que pueda producir en el espectador…    

En conclusión, Gente como uno es un drama psicológico, bien planteado pero que se resiente del lugar común en muchos casos, lo que genera resistencia en quien lo ve hasta que llega el momento de ciertos clímax y rescata la emoción perdida del observador. En suma, un filme desigual, hasta cierto punto inflado, al menos con respecto a los otros tres filmes de la época ya citados. Se agradece, sí, la forma como Redford presenta el drama de ese hijo cuyo hermano mayor se ahoga y Conrad deviene un bulto de culpa, culpa de la que al cabo se libera gracias al cariño de su padre, al cuidado de Berger, a su voluntad de poder. Incluso, por contraste, al descuido de su madre porque es lo que lo lleva de la crisis a crecer, a no quedarse quieto desde el cuerpo ni desde la mente, a darle un vuelco a su triste vida, a hallar un soporte en los demás, en fin, a sacar fuerzas de su inmensa debilidad. A encarnar la exacta generosidad, es decir, la de dar todo con un perenne sentipensar: el de que no le cuesta nada.

A estas alturas, los personajes ya no se miran al espejo convencional, en especial Conrad, sino en el del arte, el que devuelve el rostro real y modificado por el dolor, la autocrítica, la reflexión, para que se reinstalen en el mundo con un derrotero nuevo/distinto, si no mejor: al final, artista, reflejado y espectador son una y la misma cara que sólo ese espejo del arte nos revela. Por el camino, es probable que Calvin y Beth se re-unan ya liberados de furia, rutina, aburrimiento, o, en libertad y sin la picazón de pretender c/u ser inocente puesto que ya no necesitan acusar al resto del género humano: ahora c/u se enfrenta al espejo de su historia, ese que no duplica ni distorsiona las imágenes, sino las conserva mejor, tal vez un poco más añejas, en todo caso de más grato sabor: sin rencores, malentendidos ni ofensas, dispuestos a transitar el resto de ruta que queda y sin la urgencia de invocar a la muerte: los caminos de la vida siempre serán tan inciertos como probables y eso sólo puede significar una ganancia.     

Por sobre las fallas, debe agradecerse a RR el hacer un cine útil a la Humanidad al ocuparse de temas álgidos de la época: depresión, insomnio, suicidio, soledad, psiquiatría, en fin, crisis familiar, y de fondo el Canon en Re Mayor, de Pachelbel. Pese a lo forzado de ciertos eventos, casi todo tratado con rigor, sin conceder a lo baladí o al afán de impresionar sino, más bien, con ánimo de servir por vía de asuntos relativos al bienestar de la gente, aunque no haya podido evitar ciertos clichés que menguan una obra, por contraste, sobrevalorada. Gente como uno o el intento por seguir luego de perder un hijo, folletín televisivo y no fílmico del ámbito filial, con sus cuatro Oscar le hizo más daño que bien al cineasta: sólo hasta El río de la vida y Quiz Show realizó un par de obras más comprometidas/consecuentes, para tocar la cumbre con All is Lost o Cuando todo está perdido, filme con el que demostró lo que había ganado en cuanto a trascendencia, con una historia sobre la lucha del hombre y los elementos. 

A Marthica, luz que con su música alumbra mis días y, más allá, calienta mis noches. 

A Santiago & Carito, quienes supieron transformar su amor, y con su gesto, o gesta, me evitaron, además, una hernia, por la fuerza que hice para que no lo perdieran.

A M. del Rosario y a todos los Cinéfilos, quienes no usan el espejo para reflejarse ni como sucedáneo de vanidad, sino como paradigma o emblema de sabiduría.         

Notas, enlaces y bibliografía: 

(1) https://rebelion.org/el-asesinato-de-la-inocencia/ 

(2) https://www.poemas-del-alma.com/los-espejos.htm 

(3) https://rebelion.org/la-palabra-como-noble-recurso-ante-la-impotencia/ 

(4) https://www.youtube.com/watch?v=AJJ7nqvvzkQ 

(5) https://www.youtube.com/watch?v=oHIbiHZnhD4 

(6) MANGUEL, A. Leyendo imágenes – Una historia privada del arte. Norma, 2002, 352 pp.: 178-179. 

(7) https://www.facebook.com/reel/1544148856905427 

(8) GUEST, Judith. Ordinary People. Ballantine Books, New York, 1976, 87 pp.

https://en.wikipedia.org/wiki/Ordinary_People_(Guest_novel)

(9) Íbidem, Nota 5, 2002, 352 pp.: 183. 

(10) Íbidem, 2002, 352 pp.: 184-185.

(11) https://www.youtube.com/watch?v=8t5XOWCL0Ls 

(12) MANGUEL, 2002, 352 pp.: 185.: en BAUDINET, Marie-José. The Face of Christ, the Form of the Church, en: Fragments for a History of a Human Body, Part 1, ed. Michel Feher, NY, Zone Books, 1989.

(13) https://co.video.search.yahoo.com/yhs/search?fr=yhs-sz-002&ei=UTF-8&hsimp=yhs-002&hspart=sz&param1=208189656&p=la+doble+vida+de+ver%C3%B3nica+pel%C3%ADcula+completa&type=type80260-2133086105#id=1&vid=9a4a424cefeb957606643d5dcc54500c&action=click 

FICHA TÉCNICA: Título original: Ordinary People. Castellano: Gente corriente o Gente como uno. País: EE.UU. Año: 1980. Gén.: Drama psicológico. For.: 35 mm; color; 124 min. Dir.: Robert Redford. Guion: Alvin Sargent, basado en Ordinary People (1976), novela de Judith Guest. Fot.: John Bailey. Mon.: Jeff Kanew. Mús.: Marvin Hamslisch. Prod.: Ronald L. Schwary. Vest.: Bernie Pollack. Int.: Calvin Jarrett (Donald Sutherland, 1935-2024)); Beth Jarrett (Mary Tyler Moore); Conrad Jarrett (Timothy Hutton); Dr. Tyrone C. Berger (Judd Hirsch); Jeannine Pratt (Elizabeth McGovern); Karen Aldrich (Dinah Manoff); Entrenador Salan (M. Emmet Walsh); Lazenby (Fredric Lehne); Ray Hanley (James B. Sikking); Jordan Buck Jarrett (Scott Doebler); Stillman (Adam Baldwin); Sloan (Basil Hoffman). Prod.: Wildwood Enterprises. Dist.: Paramount Pictures. Premios: 4 Oscar; 5 Globos de Oro; Sindicato de Directores de EE.UU, para Robert Redford, el Más Destacado Director; Círculo de Críticos de Cine de NY al Mejor Filme; WGA, al Mejor Guion Adaptado, Alvin Sargent. Fecha de estreno: 19.sept.1980.

Enlace del filme: https://co.video.search.yahoo.com/yhs/search?fr=yhs-sz-002&ei=UTF-8&hsimp=yhs-002&hspart=sz&param1=3928096318&p=gente+como+uno+pel%C3%ADcula+completa+subtitulada&type=type80260-2133086105#id=2&vid=f52dfa7650489d96006966f998d0d2cd&action=click 

Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y jazz, catedrático, corrector de estilo, traductor y, sobre todo, lector. Fundador y director del Cine-Club Andrés Caicedo, desde 1984. Colaborador de El Magazín EE, 2012; columnista, 2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, se lanzó en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por MLK: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, coautoría con Luís E. Soares, publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, lo lanzó UFES, 20.feb.21. Invitado por Pijao Eds. al Encuentro Nal. de Narrativa vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, 25.nov.23). El 10.abr.2025 salió en Brasil La Fábrica de Sueños – Ensayos sobre Cine, primero de ocho libros por publicarse. Autor en ARC, Rebelión, Magazín de EE, Las2Orillas y traductor/coautor, con Luis E. Soares, en dichos medios. Director del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños. E-mail: [email protected]

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