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Pekín en Buenos Aires

Fuentes: Viento sur

El martes 16, Donald Trump intensificó aún más las medidas de Estados Unidos contra Venezuela al declarar un bloqueo a los petroleros que salen y entran al país. El gobierno de Nicolás Maduro -y el sustento de los venezolanos de a pie– se encuentran bajo una presión real.

Solían decir que Latinoamérica era el patio trasero de Washington. Ahora, miren y verán al jardinero ebrio, peleando consigo mismo, lanzándose contra las lobelias con una motosierra. Mientras tanto, un jardinero más constante del otro lado del Pacífico se siente como en casa [en América Latina].

Consideren algunos de los actos más recientes de la administración, erráticos y a menudo violentos y grandilocuentes. El baile a dos entre Trump y Javier Milei, en el que Estados Unidos rescató al Gobierno argentino con 20.000 millones de dólares en forma de línea de swap de divisas, salvándolo así del desastre electoral y el caos financiero; los despiadados bombardeos terroristas contra pequeñas embarcaciones en aguas internacionales, justificados por acusaciones sin pruebas de tráfico de drogas y celebrados con imágenes editadas del Pentágono, y más tarde, justo cuando esta nueva guerra contra las drogas alcanzaba su sangriento clímax, el indulto al expresidente de Honduras y narcotraficante condenado Juan Orlando Hernández, programado para ayudar al candidato de su partido, Nasry Asfura, a ganar unas elecciones presidenciales ya salpicadas de fraude (transferencias de votos inexplicables, sistemas biométricos inutilizados, hojas de recuento retenidas). Ese pequeño regalo vino acompañado de amenazas de retención de fondos y bravuconadas sobre el candidato liberal del establishment, al que tildaron de casi comunista.

Puede que veas algunas contradicciones aquí, pero te aseguro que, con un poco de paciencia para desenredar, razonar y refinar, las contradicciones se multiplican y proliferan hasta el punto de que solo un maníaco podría haberlas concebido. De verdad. No debemos subestimar nunca a nuestros enemigos, ni el ingenio de la reacción, pero por muy burda que sea la astucia instrumental que podamos encontrar en esta administración, por mucha racionalidad que pueda subyacer a la fuerza bruta, lo que emerge es totalmente incoherente.

Empecemos por Argentina. Parece haber tres líneas de política convergentes en el rescate de Milei. En primer lugar, calmar la crisis económica, ayudar a un aliado político y encerrar a Argentina en un bloque regional de extrema derecha. En segundo lugar, acelerar la austeridad y el ajuste estructural. Como dijo Trump: “Todo el mundo sabe que está haciendo lo correcto. Pero hay una cultura enfermiza de la izquierda radical que es un grupo de personas muy peligroso, y están tratando de hacerle quedar mal”. En tercer lugar, garantizar el acceso de las empresas tecnológicas estadounidenses a la energía, la tierra, el agua y los recursos minerales, todos ellos esenciales para el desarrollo de la inteligencia artificial en Estados Unidos. Sin embargo, como sostiene Delfina Rossi, esto, combinado con los rescates existentes del FMI (una deuda total de la asombrosa cifra de 57.000 millones de dólares), cataliza la “enfermedad del dólar” del país, el colapso de las reservas netas del banco central y la probabilidad de que no pueda cubrir los pagos del principal y los intereses, lo que aumenta la posibilidad de otro costoso impago.

Aquí tenemos una fusión de lo oportunista y lo ideológico, típica de la política de Trump. La aparente alineación de intereses (consolidación de la extrema derecha, austeridad, extractivismo) resulta ser extremadamente cortoplacista y contradictoria. El reembolso de las deudas, el acceso duradero a los recursos para que las empresas tecnológicas puedan explotar las zonas de sacrificio y envenenar a las comunidades limítrofes, e incluso la aplicación de algún tipo de política de austeridad brutal, requieren al menos una estabilidad política a medio plazo, pero rescatar a Milei en estas condiciones supone el riesgo de una conflagración que podría arruinarlo políticamente, aunque no sin antes causar mucho daño. Si realmente quisiera rescatar a Milei, renegociaría la deuda y frenaría al FMI en su imposición de condiciones que (según su propio reconocimiento) han fracasado sistemáticamente en su supuesto objetivo de detener la fuga de capitales y apoyar el crecimiento.

En Honduras, a primera vista puede parecer que Trump simplemente está defendiendo la política tradicional de Washington sin los adornos habituales. El indulto a Hernández es coherente con la política que se remonta al apoyo de la administración Obama al golpe militar de 2009 (aprobado por un comité del que Hernández era miembro), el golpe técnico de 2012 (en el que cuatro de los cinco miembros del Tribunal Supremo fueron sustituidos por leales), las dudosas elecciones de 2013 ganadas por Hernández y la candidatura constitucionalmente ilegal de Hernández en 2016 (bendecida por John Kerry y la embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa), así como la financiación y la ayuda a su unidad de operaciones especiales que aterrorizó a los partidarios de la oposición. Pero hay una razón por la que Washington abandonó a Hernández en 2021 y (hipócritamente) permitió su enjuiciamiento por dirigir un narcoestado: ya no era viable como cliente que defendiera los intereses militares de Estados Unidos, se opusiera a Venezuela y mantuviera las alianzas tradicionales con la agroindustria. El indulto de Trump a Hernández y su apoyo a Asfura, al igual que su alianza con Nayib Bukele y su presión a favor de Bolsonaro, son explícitamente ideológicos.

Se objetará que Washington tiene una larga historia de apoyo a asesinos derechistas y anticomunistas mucho peores que estos en su patio trasero. Es cierto. Sin embargo, eso formaba parte de una estrategia global genuinamente hegemónica vinculada a una teleología imperial (teoría de la modernización) en la que el mundo entero estaba destinado a convertirse en Estados Unidos. Trump no piensa así. Se acerca a la región principalmente a través de una oportuna mezcla de coacción, incentivos y acuerdos bilaterales, pero también como una extensión de las guerras culturales estadounidenses. Según Raymond Craib, también puede haber un interés específico de Silicon Valley en asegurar la llegada al poder de la derecha en Honduras, ya que quieren el regreso de las Zonas Especiales de Empleo y Económicas creadas bajo el Partido Nacional de Hernández, consideradas ilegales por la Corte Suprema, para poder construir ciudades privadas en algunas partes del país. Una vez más, una confluencia cortoplacista de oportunismo e ideología que se inspira en los archivos del imperialismo tradicional de Washington para fines más limitados. Y, una vez más, descaradamente contradictoria en la medida en que choca con la llamada guerra contra las drogas: aunque hay que admitir que el vacío de las justificaciones formales de la administración, al igual que su oportunismo doctrinal, es una característica y no un error.

Ahora conviene echar un vistazo a esos siniestros derramamientos de sangre en el Caribe. Sería monstruoso, incluso si se hubiera presentado la más mínima prueba a su favor, aceptar la versión de la administración de que solo está matando a narcotraficantes, por lo que no tiene que responder ante nadie. Greg Grandin nos ofrece la única interpretación plausible de los bombardeos: son una demostración de fuerza contra Venezuela, acusada absurdamente de ser un narcoestado. Esto refleja la agitación de la facción que él llama en otra parte el “partido de la guerra”, que quiere derrocar a Maduro: “Rubio en Estado, Pete Hegseth en Defensa, Terrance Cole en la DEA y JD Vance en la vicepresidencia”. Hay una escisión en la administración entre el partido de la guerra y el entorno de America First, profit-first (América primero, los beneficios primero) que rodea a Trump y que tiene intereses comerciales en Venezuela (Richard Grenell, Harry Sargeant III). Estos últimos han podido, con la bendición de Trump, negociar el alivio de las sanciones y las exportaciones de petróleo con la administración de Maduro. Trump media entre las facciones, hablando con dureza mientras ofrece incentivos. Esta división parece reflejar las contradicciones entre las facciones rivales del capital fósil que luchan por el acceso al petróleo de la costa de Guyana: Chevron negociará con Maduro, Exxon se niega.

El impulso actual favorece al bando belicista, que quiere una cruzada ideológica para derrocar a los regímenes de izquierda en América Latina, lo que sería una útil actividad de desplazamiento en el contexto de la inminente estanflación e imbuiría a la administración de vigor y dirección. Sin embargo, los aliados hemisféricos de la administración no están particularmente entusiasmados con esto. Por último, está la lógica de la guerra contra las drogas, que siempre ha sido una guerra contrarrevolucionaria racializada, tanto en el país como en el extranjero. Aunque ha disminuido en los últimos años, la administración la ha retomado y le ha infundido la “lógica de Gaza”, en la que se normaliza el uso de una fuerza abrumadora con pretextos endebles pero intensamente moralizados, y los autores se muestran extremadamente arrogantes con respecto a las normas jurídicas: recordemos que a Vance “le importa un comino” si los atentados terroristas son ilegales. En este caso, no hay una alineación entre el oportunismo y la ideología, sino una contradicción absoluta. El oportunismo significa llegar a acuerdos, pero la ideología de la derecha de Miami (por así decirlo) exige cruzadas ideológicas.

Solo hay otra cosa que considerar, y las contradicciones mencionadas se vuelven aún más evidentes: China. Quien esté tan fascinado como yo por el arte performativo de Pete Hegseth, recordará sus comentarios en Singapur en mayo. Esto fue en el contexto de la reorientación de los compromisos de Estados Unidos en el Indo-Pacífico para disuadir a China. Advirtió contra “cualquier intento unilateral de cambiar el statu quo en el mar de la China Meridional” y dijo que una invasión de Taiwán provocaría una respuesta militar de Estados Unidos. Estados Unidos estaba dispuesto a “luchar y ganar”. Sin embargo, eso fue antes de que Trump se viera abrumado por la respuesta de China a la guerra arancelaria y se viera obligado a negociar una tregua comercial de un año. Ahora que Trump busca un gran y hermoso acuerdo comercial con Xi, ha vuelto a la ambigüedad estratégica sobre Taiwán, negándose a respaldar la amenaza de Japón de que una toma de Taiwán por parte de China sería una “amenaza existencial” que justificaría el uso del Ejército japonés. De hecho, Washington instó suavemente a la primera ministra de Japón a que se callara. Sin embargo, Hegseth también mencionó la “influencia maligna de China” en el “hemisferio occidental” como un foco de atención de la política.

China está cobrando una importancia en América Latina que antes habría sido inconcebible. De hecho, cuando Alfred W. McCoy documentaba el declive imperial de Estados Unidos y el auge de China hace una década, no recuerdo que mencionara siquiera la penetración de China en América Central y del Sur, quizá porque entonces era mucho menos extensa. China se había expandido en muchos otros espacios: la “isla mundial” transcontinental identificada por Halford Mackinder estaba atravesada por ferrocarriles y oleoductos chinos de alta velocidad y gran volumen, el Banco Asiático de Desarrollo de Infraestructuras financiaba planes de desarrollo en el sur y el centro de Asia, China había creado una vasta fuerza aérea y naval que superaba los compromisos de Estados Unidos en el sur y el este de Asia y se estaba volviendo más asertiva en el mar de la China Meridional (una fuente vital de proteínas para una población en expansión), y utilizaba gigantescas reservas de efectivo (3,3 billones de dólares en 2025) para remodelar los fundamentos del poder mundial. Se estaba expandiendo al espacio con el sistema global de satélites BeiDou, ya en funcionamiento, y al ciberespacio con la Ruta de la Seda Digital, fomentando los gigantes tecnológicos, el Gran Cortafuegos y ejerciendo un control político sobre mil millones de usuarios de Internet (todo lo cual es mucho más importante que TikTok).

En la actualidad, China es el principal socio comercial de América Latina, una importante fuente de inversión extranjera directa y de préstamos para energía e infraestructura a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) y tiene acuerdos de libre comercio con Chile, Costa Rica, Ecuador, Nicaragua y Perú; es miembro u observador de nueve organizaciones regionales, entre ellas el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco de Desarrollo del Caribe, la Comunidad Andina, la Alianza del Pacífico y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura y busca expandir las ventas de vehículos eléctricos y productos de inteligencia artificial a través de estas alianzas. Se ha convertido en un proveedor de equipo militar para Argentina, Bolivia y Ecuador. Y si esos hermanos tecnológicos quieren monopolizar los recursos minerales de América Latina, mala suerte: China ya se ha hecho con el litio y las materias primas.

China demuestra ser muy pragmática en cuanto a sus alianzas. Como señala Eric Toussaint, China ha desempeñado un papel nada desdeñable en el rescate de Milei. Milei fue elegido diciendo que no tendría nada que ver con los “comunistas decadentes” de Pekín. Pero en 2025, es el segundo socio comercial del país y un importante proveedor de equipos industriales, vehículos y productos electrónicos. La inversión china en Argentina superó los 23.000 millones de libras este año. Y, en abril de 2025, en vísperas de un préstamo del FMI a Argentina de 20.000 millones de dólares (respaldado íntegramente por los BRICS+), China renovó una línea de crédito por el equivalente a 5.000 millones de dólares a la Argentina de Milei. Milei lo ha reconsiderado debidamente, considerando a China un “socio fabuloso” e insistiendo en que “debemos separar la cuestión geopolítica de nuestra cuestión comercial”. No es solo Milei: incluso Bukele, el simulacro de caudillo salvadoreño, lleva años intentando conseguir un acuerdo de libre comercio con China.

Lo que pensándolo bien, no es de extrañar. Estados Unidos no tiene nada que pueda igualar la rápida financiación a gran escala de infraestructuras de la BRI y, desde luego, no puede ofrecer el tipo de mercado de exportación que ofrece China. La supuesta alternativa a la BRI, la Asociación de las Américas para la Prosperidad Económica (APEP), puesta en marcha por Biden, ofrece incentivos para la inversión del sector privado que no satisfacen ni pueden satisfacer las necesidades de inversión del continente. China se ha mostrado flexible, pragmática y seductora, mientras que Estados Unidos ha sido reactivo, vacilante y, en ocasiones, belicoso. Los recursos creativos de la burguesía china no se han agotado, mientras que los de la clase dominante estadounidense sí lo han hecho de forma evidente. Añádase a esto el acoso ideológico, el oportunismo y las amenazas de recortar fondos (suplicando a China que llene el vacío) de la administración Trump, y ahora la sangrienta agitación del partido belicista, y se empieza a ver por qué el poder de Pekín no hace más que aumentar. La administración desea frenar la influencia china, pero todo lo que hace parece beneficiar a China, y nada de lo que hace es ni remotamente adecuado como alternativa sistemática a lo que ofrece China.

A la luz de una retrospectiva más lejana, puede que sea más obvio de lo que lo es ahora que la pseudoagresión torpe de Trump en la guerra de aranceles fue el momento crucial aquí. Un error, un fallo que solo demostró la importancia global de Pekín y le dio una ventaja diplomática que no tenía antes y aceleró, en lugar de retrasar, el declive imperial. Y si meten la pata en Venezuela, no tengo ninguna duda de que podrían derrocar a Maduro e imponer momentáneamente una nueva figura de proa de la derecha sin sudar ni una gota. Tienen el poder aéreo, al igual que los británicos tuvieron en su día el poder naval. Pero el resultado neto sería un declive aún mayor, que empujaría a América Latina aún más hacia el abrazo amistoso, comprensivo y empresarial de Pekín.

A veces se oye invocar la Doctrina Monroe en relación con las políticas hemisféricas de Trump, pero en realidad no se trata de la Doctrina Monroe de sus abuelos. No es la Doctrina Monroe en absoluto.

No es ninguna versión reconocible del imperialismo del pasado –el Destino Manifiesto, la Política de Puertas Abiertas, el Mundo Libre, el Consenso de Washington–, aunque contiene aspectos de todos ellos. Es un imperialismo poshegemónico y dividido en facciones, cuya proyección de poder tiene tanto que ver con la soberanía teatral y las batallas políticas internas como con intereses realistas coherentes. Es todo táctica y nada de estrategia, una mezcla incontinente de militancia ideológica y oportunismo, imprudencia (no solo con la vida de los demás) y negociación cómplice, capricho y automatismo, insurgencia (contra el Washington tradicional) y deferencia (hacia los métodos del Washington tradicional). Es un lío contradictorio, inadecuado para su propio concepto, incapaz de alcanzar la realidad y, por lo tanto, destinado a tambalearse, arremeter y empeorar las cosas antes de quedar eclipsado.

Texto original: Tempest

Traducción: viento sur

Fuente: https://vientosur.info/pekin-en-buenos-aires/