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A 15 años de la agonía soviética la economía cubana tiene nueva estructura

Fuentes: La Jornada

Hace 15 años entró en agonía la Unión Soviética. La onda expansiva de esos estertores llegó hasta el otro extremo del mundo, donde los cubanos entraron en el periodo especial, una experiencia única que los llevó a los sótanos de la escasez, los obligó a reconstruir la economía y el tejido social y ahora los […]

Hace 15 años entró en agonía la Unión Soviética. La onda expansiva de esos estertores llegó hasta el otro extremo del mundo, donde los cubanos entraron en el periodo especial, una experiencia única que los llevó a los sótanos de la escasez, los obligó a reconstruir la economía y el tejido social y ahora los pone ante nuevas interrogantes.

«Me miraban como si yo estuviera diciendo que a partir de mañana el Sol iba a dejar de salir por el oriente», decía Fidel Castro una madrugada invernal del año pasado, al relatar cómo había empezado aquella travesía.

El líder cubano recordaba su discurso del 26 de julio de 1989, en el que anunció: «Si mañana o cualquier día nos despertáramos con la noticia de que se ha creado una gran contienda civil en la URSS o, incluso, que nos despertáramos con la noticia de que la URSS se desintegró, cosa que esperamos que no ocurra jamás, ¡aun en esas circunstancias Cuba y la revolución cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo!»

Apenas dos años y medio después de aquella advertencia, para los cubanos se hizo de noche en pleno día. El Sol dejó de salir por el oriente con la desaparición de la potencia socialista.

El gobierno perdió a su principal aliado estratégico. Para el cubano común desaparecieron las latas de carne a buen precio, las caricaturas del Tío Stiopa, la enseñanza del ruso y los manuales de marxismo, entre otros muchos trazos del paisaje cotidiano.

Peor aún: dejó de fluir el petróleo que hacía funcionar termoeléctricas, cementeras y cuanta maquinaria rodante serpenteaba por el país. Se acabó de golpe un comercio y un financiamiento que ajustaba cuentas, de tal forma que la isla terminaba recibiendo un subsidio.

En 1990 Castro empleó por primera vez en público la expresión «periodo especial en tiempo de paz», un concepto tomado de la doctrina militar para designar al sacrificio masivo que se avecinaba, desconocido para generaciones enteras.

El derrumbe

El producto interno bruto (PIB) se derrumbó en la isla entre 1989 y 1993 en 32 por ciento. En lenguaje llano esta violenta conclusión se tradujo en que las fábricas se paralizaron; en los ingenios azucareros, entonces la columna vertebral de la economía, faltó electricidad para las salas de máquinas y diesel para los tractores; en las oficinas dejaron de funcionar los ascensores y el aire acondicionado. Hubo que dedicar tiempo y paciencia a conseguir una llamada telefónica.

La gente tuvo que agolparse en las esquinas a pedir a los choferes el favor de una botella (aventón); en las noches las calles se volvieron túneles negros, arañados por los faros de unos cuantos automóviles.

En las casas se extendió el uso de kerosene o leña para cocinar, a medida que se fue adelgazando la flama de gas. Las familias vivieron noches desesperantes sin luz, sin ventilación, sin refrigeración para los alimentos. Llegó a cocinarse una cáscara de plátano con azúcar. Hubo que usar como desodorante un revoltillo de leche de magnesia e improvisar toallas femeninas con sábanas.

El IV Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) sesionó en 1991 bajo los reflectores del mundo. ¿Sería esta isla del Caribe la siguiente ficha del dominó socialista, después de que los jóvenes alemanes zapatearon sobre el Muro de Berlín, Havel llegó al poder y los Ceausescu terminaron en el paredón?

El PCC decidió que Cuba buscaría conservar lo que pudiera de su sistema social y político. En los siguientes años el país vivió un intenso periodo de reformas, que legalizó la tenencia de moneda extranjera, abrió las puertas al turismo internacional, aceleró la incipiente explotación de petróleo, legalizó la recepción de remesas familiares y buscó mercados y capitales en occidente. Las granjas estatales se fraccionaron para crear cooperativas, se abrió un mercado de alimentos de libre oferta y demanda y surgieron microempresas familiares en decenas de giros.

Al amparo de una ley de excepción, que premia la entrada ilegal de los cubanos a Estados Unidos, estalló en 1994 la cuarta gran oleada migratoria desde el triunfo de la revolución de 1959. La crisis de los balseros y los disturbios que la precedieron condensaron el ánimo de un sector de la población que no veía horizontes en un país donde se estaban iniciando entonces las reformas. ¿Había demasiada impaciencia social o los cambios llegaban tarde?

Lo cierto es que la apertura moderada inyectó combustible a la economía cubana. La caída tocó fondo y se recuperó el crecimiento. El país no se desbarató ni perdió su independencia.

El resultado es más notable si se contrasta con la hostilidad de Estados Unidos, que primero reforzó la coerción económica que ha mantenido desde los 60 (ley Torricelli, 1992) y luego agregó represalias a terceros países que negociaran con la isla (1996, ley Helms-Burton).

Los costos sociales de todos los cambios combinados salieron a la superficie rápidamente. Cuba dio un vuelco que disparó la desigualdad, reflejada en dos mundos de mercancías, uno en pesos cubanos y otro en moneda fuerte. Tener dólares o estar sin ellos se convirtió en la nueva línea divisoria que tuvo un efecto corrosivo en el pacto social.

En el extremo más débil, bolsones de juventud fueron arrojados a la prostitución, la delincuencia, la violencia callejera, el vandalismo o la lumpenización. Las casas se cubrieron de rejas. La policía recibió más ingresos, recursos y entrenamiento. El valor social del trabajo se desvaneció al equipararse cualquiera de los más altos salarios en pesos cubanos con modestas cantidades en dólares, que bien se podían obtener de remesas, de propinas en el turismo o de negocios ilícitos. Se expandió el mercado negro de bienes y servicios.

Quince años después de la agonía soviética, el gobierno de Cuba empieza a revisar los saldos de este capítulo estrujante de su historia reciente. «Vamos dejando atrás» el periodo especial, dijo Castro en marzo de 2005.

Ahora los pequeños espacios cedidos al mercado y la microempresa están reducidos a su mínima expresión. El Estado se expande nuevamente y reconcentra funciones. La economía tiene una nueva estructura, impulsada por los servicios (turismo, salud, biotecnología, informática) y la exportación de níquel.

La industria azucarera languidece y ha crecido la importación de alimentos, pero la producción local de petróleo y la inyección de crudo venezolano con créditos blandos garantizan el abasto nacional. El gobierno ganó una liquidez que le permite anunciar un plan de inversiones en política social y en la infraestructura devastada por la crisis y ha emprendido un programa de reducción del consumo energético.

Al mismo tiempo, hay una fuerte campaña contra algunos efectos sociales del periodo especial y que busca, por ejemplo, reparar el daño material causado a la planta escolar y sanitaria; auxiliar directamente a los grupos más empobrecidos; ofrecer opciones educativas para jóvenes marginales; expandir la enseñanza de la informática y habilitar a egresados del nivel medio para suplir la falta de profesores en primaria y secundaria, entre otros planes.

Hay una red protectora de servicios gratuitos y bienes subsidiados y los salarios y pensiones en moneda local aumentaron significativamente el año pasado, pero persiste la brecha entre ese circuito y el que se basa en precios de mercado, donde hay satisfactores de consumo indispensable.

Esa diferencia puede estar en la base del expandido mercado negro, la desembocadura de los recursos sustraídos masivamente al Estado, y que es el blanco de una ofensiva gubernamental en curso.

Evocando el colapso soviético, el presidente del Banco Central, Francisco Soberón, dijo al Parlamento en diciembre pasado que en la desaparecida potencia socialista «los errores cometidos llevaron al descontento popular causado, entre otras razones, por el mal funcionamiento de la economía y su efecto en el deterioro del nivel de vida de gran parte de la población».

Para ubicarse en el presente cubano, Soberón aludió a una reciente advertencia de Castro, de que los errores propios pueden derrumbar en Cuba el sistema político a la muerte del líder.

«Es cierto que en nuestro caso concreto», dijo Soberón, «tenemos como colosal factor de salvaguarda del socialismo la fe de nuestro pueblo en Fidel y en Raúl (Castro, el hermano menor y sucesor del mandatario). Pero en la medida que no logremos elevar de forma creciente el nivel de vida de la población y garantizar un programa de desarrollo sostenible, estaremos corriendo el riesgo de que estas formidables personalidades se conviertan en el único pilar en que descanse nuestro sistema».