A mediados de los años ochenta, el movimiento estudiantil venezolano se enfrentaba al aparato represivo del estado con piedras y molotov y recibía a cambio plomo, peinillazos, lacrimógenas, calabozos y muerte. Solía decirme entonces el Negro Villafaña en tono de reproche y con una clara visión de futuro que un día nuestra historia, la que […]
A mediados de los años ochenta, el movimiento estudiantil venezolano se enfrentaba al aparato represivo del estado con piedras y molotov y recibía a cambio plomo, peinillazos, lacrimógenas, calabozos y muerte. Solía decirme entonces el Negro Villafaña en tono de reproche y con una clara visión de futuro que un día nuestra historia, la que el claramente sabía que estábamos construyendo, la contarían aquellos que nunca habían participado de ella pero como se atreverían a contarla y nosotros no, ellos se pondrían de protagonistas. Hoy 4 de abril he estado esperando algo más que los numerosos mensajes de celular, suerte de recordatorio de la siembra de Gonzalo Jaurena y precisamente porque el algo más no llegó quiero reivindicar la memoria histórica de aquella época. Por desviación profesional y fundamentalmente porque me duele y forma parte de lo que soy, no puedo dejar de recordar hoy al Uruguayo, como lo conocíamos en la UCV. Un chico menudo que llegaba en compañía de otros jóvenes estudiantes de la Universidad Simón Bolívar y se incorporaba de manera valiente, a la vanguardia de las distintas manifestaciones y protestas que para entonces eran el pan nuestro de cada día. Era la época de la lucha por la consecución de las providencias estudiantiles, o por la defensa del medio pasaje estudiantil o en contra de las masacres de Yumare, o de Cantaura; era la época de la solidaridad con el Salvador, Chile o Nicaragua, pero sobre todo era la época de la defensa del derecho a la vida que se escapaba a borbotones a manos de la guardia o la policía por el pecado de protestar. Era también la época en que los medios de comunicación reseñaban las protestas estudiantiles como grupos de infiltrados o delincuentes que generaban caos.
Fue en ese contexto que conocí a Gonzalo Jaurena de la mano del flaco Oscar; tal vez por mi cara de niña seria o por la ubicación privilegiada que en ese entonces tenía en la UCV, siempre me pedían que le guardara cosas, un morral, fotos, libros o cualquier otro objeto que pudiera molestar a la hora de enfrentar a la PM en Puerta Tamanaco o en las Tres Gracias. A pesar de eso no puedo decir que Gonzalo era particularmente mi amigo, ligado como yo a la Desobediencia, formaba parte sin embargo de un grupo que por su particular arrojo fue bautizado por el Negro como los 12 del Patíbulo, al cual pertenecían también algunos chicos de educación media. Teníamos sin embargo el lazo invisible de quienes se reconocen en el picor de las lacrimógenas, en el calor de las molotov, en las carreras entre balas y peinillazos y en las risas o en las lágrimas de los posteriores balances en Tierra de Nadie, en el Clínico o en la morgue según fuera el caso. Juventud pura, rebeldía pura, sueños de un mundo mejor que en el caso de Gonzalo fueron ahogados un 4 de abril de 1989 dentro de una patrulla de la PM a la cual subió a empellones pero caminando con sus propios pies y de la cual bajó muerto. El asesino: un agente de la PM llamado Alexis Ramón Piña Demey, un nombre para no olvidar.
Gonzalo fue detenido cuando se devolvió a ayudar a unas adolescentes del Liceo de la Parroquia Sucre donde se escenificaban los disturbios y que habían quedado atrapadas en la línea de fuego de la policía, este gesto caballeresco que le costó la vida habla por si solo de su condición humana, pero habla también del profundo desprecio por la vida humana que sentían los amos del país y sus serviles lacayos. No puedo encontrar justificación alguna, desde ninguna perspectiva al hecho de que un policía, humilde asalariado, dispare a un joven universitario y mucho menos estando éste esposado.
Así pues quiero recordar hoy a Gonzalo como un alerta para aquellos que creen que el camino ha sido fácil y también por aquellos que hoy reniegan de aquella época y es fundamentalmente un intento de rescate de nuestra memoria colectiva, por aquellos que dieron su vida persiguiendo un sueño. Por que abril no sea el recuerdo de la canción favorita de Gonzalo sino la esperanza y la realidad de construcción de un mundo mejor. Mientras estemos vivos nuestros caídos serán semillas con las que sembraremos el camino de la construcción de una sociedad mas justa.
«No hay nada tan invencible como cuando alguien espera desde la muerte»
1. Roa Bastos.
«Risa desobediente, Gonzalo está presente»