Pronunciamiento de la Coordinadora Guevarista Internacionalista (CGI)
Se ha consumado el enroque
El día 31 de agosto se ha dado por completado el proceso de destitución presidencial de Dilma Rousseff.
Luego de varios meses de tramitación y discusión parlamentaria el Senado brasileño ha reemplazado -por 61 votos a favor y 20 en contra- definitivamente a la persona y, de alguna manera, al sector político que encabeza el gobierno que administra los intereses de la burguesía, los grandes capitalistas locales y foráneos. Retirando a Rousseff y posicionando en el comando a su ex Vicepresidente, Michel Temer, bajo la acusación de haber «maquillado» recursos fiscales.
Demostrando a las claras que la democracia burguesa no es más que una farsa, un sistema político tácticamente conveniente para la clase burguesa según lo requiera el momento histórico de lucha de clases, la burguesía y sus grupos políticos asociados retiran un presidente y ubican otro «cuando se les da la gana» -es decir, cada vez que lo necesitan-, manteniéndose incluso perfectamente dentro del marco constitucional. De hecho Dilma es destituida como presidenta pero no se le impone prohibición alguna para ostentar otros cargos públicos o incluso para postularse nuevamente a elecciones presidenciales.
Pero, ¿por qué razón la mayoría del Senado y la clase en el poder realizan la maniobra de quitar a Rousseff y ascender a la presidencia a Temer?
A nuestro entender, este proceso presenta dos momentos esenciales dialécticamente imbricados.
Por un lado a nivel «interno», a nivel nacional, venía ocurriendo los últimos años que tanto la maquinaria productiva como el aparato político brasileños no estaban ofreciendo los rendimientos esperados por la burguesía. Por mencionar algunos datos, el crecimiento del PIB anual el 2015 fue de un -3,85%, decayendo estrepitosamente desde el 2013 donde fue de +3,02%. Dicho índice de crecimiento productivo solamente fue inferior en 1980, con un -4,39, en los últimos 55 años[1]. En un país con la extensión, la masa trabajadora y el desarrollo económico de Brasil, tal decaimiento productivo genera un impacto significativo para el capital monopólico. Mientras que la aprobación popular a su mandato antes de ser provisoriamente sustituida se encontraba alrededor de un 10%[2]. Si bien esto no inquietaría a la gran burguesía en caso de estar acumulando de acuerdo a sus expectativas, sí fue aprovechado por la misma para suplantarla y demostró, de pasada, que ni Dilma ni el PT -Partido de los Trabajadores- gozan de las bases populares y el apoyo de masas que decían tener.
Y por otro lado a nivel «externo», en el plano internacional, viene sucediendo los últimos cinco años aproximadamente que los EE.UU, a la cabeza del bloque imperialista «occidental»[3], con Alemania, Gran Bretaña, Francia y otros como Canadá y Japón a su alero, se encuentra en el esfuerzo por reorientar en algunos de sus aspectos las políticas económicas que desarrollaron los 10 o 15 años pasados gobiernos de inclinación relativamente socialdemócrata, reformista o populista en América Latina. En el caso específico de Brasil, se trata para la pretensión de EE.UU. de reorientar su política diplomática -encabezada por Lula da Silva y Dilma Rousseff- desde una actitud de apoyo, o bien de neutralidad o al menos de no beligerancia para con los gobiernos integrantes del ALBA[4], hacia una actitud abiertamente ofensiva en sintonía y en concomitancia con el eje de la Alianza del Pacífico[5]. Y en el mismo sentido, de sustraer definitivamente a Brasil del bloque «BRICS»[6] -liderado por China y Rusia- y subsumirlo de manera completa a la órbita geoeconómica y geopolítica de EE.UU. y la Unión Europea.
En una escala muy inferior, por la magnitud de su economía y su influencia geopolítica, ya lo mismo había ocurrido el año 2009 en Honduras perpetrando un golpe de Estado contra el entonces presidente Manuel Zelaya. Y es que por iniciativa del propio Zelaya, el 2008 el congreso hondureño había aprobado la adhesión del país al ALBA.
Valga dejar muy claro sobre los puntos citados, primero, que la política-económica impulsada por Lula, Dilma y el PT de ninguna manera y bajo ninguna arista se asemeja a una política de naturaleza socialista, de confrontación con la burguesía, de expropiación de capitales importantes, de socialización tanto económica como cultural-educativa, de desarrollo incipiente de una hegemonía proletaria y popular, de organización, control y dirección obrera y por la base de los procesos productivos y políticos, etc. Nada de eso. La coyuntura no tiene que ver con una contradicción entre socialismo y capitalismo, ni está en juego el más mínimo cambio al paradigma dominante del capitalismo, el libre mercado y la superexplotación que las sucesivas dirigencias del PT mantuvieron incólumes. El verdadero problema con la burguesía y el imperialismo -de hecho ni siquiera corresponde hablar de contradicción pues nunca la hubo- se suscita frente a la necesidad de éstos de profundizar el régimen de explotación capitalista hasta el grado de retroceder los programas de beneficios sociales que ciertamente se habían desarrollado en Brasil durante la última década, sin que esto significara en absoluto un obstáculo para la acumulación burguesa y la superexplotación sobre la clase trabajadora; como también, frente a la necesidad de EE.UU. de obligar al gobierno brasileño, por ejemplo, a votar al interior de la OEA a favor de imponer la Carta Democrática contra Venezuela, cosa que ni Dilma ni Lula hicieron.
Y segundo, que esta es una coyuntura que se desenvuelve en el seno de la burocracia del Estado y poco y nada afecta, desde el punto de vista de la lucha de clases, a la clase trabajadora y el pueblo brasileño. Los trabajadores y el pueblo fueron el gran ausente en el debate, las opiniones y las manifestaciones, por una parte. Y además, el modo de vida de explotación, opresión y alienación extrema de las masas trabajadoras no va a cambiar ni empeorar sustancialmente ahora con Temer. Sí va a ocurrir que se impondrá un «ajuste económico» en el sentido de una liberalización del patrón de acumulación mediante el cual elevar la tasa de plusvalía extraída del trabajo, y a su vez retirar o disminuir beneficios sociales provenientes del aparato público -no es lo mismo que derechos conquistados- trátese de educación, salud, transporte, vivienda, etc.
Tendencia general, Latinoamérica y el imperialismo
La coyuntura brasileña se da en el marco de un proceso económico y político más amplio a escala regional y mundial. Lo que estamos asistiendo es una fase de ofensiva generalizada del capital sobre el trabajo a escala global. En relación al imperialismo, eso significa concretamente que las potencias mundiales junto con sus capitales, sobre todo EE.UU[7], necesita fervorosamente consolidar sus fuentes de sustentación en el «Tercer Mundo», llevarlas a un punto superior de dependencia económica, maximizar la intervención militar y política, saquear abiertamente sus riquezas y recursos naturales, cooptar completamente a los sectores gobernantes, obstruir o revertir cualquier tipo de planes de «protección social» -perfectamente dentro del capitalismo-, reducir o eliminar las tasas arancelarias a sus capitales invertidos y aumentar los niveles de superexplotación sobre las masas obreras. En este contexto, la región latinoamericana viene a ser su baluarte porque es el trozo del mundo que por excelencia corresponde, para la lógica yanqui, recuperar y hacer de su absoluto dominio, control y propiedad.
En este sentido es que se está empujando en América Latina, tanto por la actividad del imperialismo y la burguesía internacional como de la burguesía lacaya, local, asociada y sometida al capital transnacional, hacia un desplazamiento de los gobiernos autoproclamados y mal llamados «progresistas», de características socialdemócratas, reformistas o populistas -más o menos toda la órbita del ALBA-, tendiendo a reemplazarlos por sectores políticos que hace dos décadas atrás cayeron en completa bancarrota: la «derecha tradicional», «neoliberal», sumisa por completo a las directrices de EE.UU, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Es importante anotar que en prácticamente todos los países de América Latina hubo, las últimas dos décadas, procesos de lucha de clases, movilización popular e inestabilidad de los regímenes políticos que posibilitaron un recambio de los sectores políticos «pro-yanquis» tradicionales. Con todas sus diferencias internas, sus matices y sus grados de profundidad, en Nicaragua, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Argentina y también Brasil, hubo procesos populares que permitieron el arribo de una alternativa al poder en relación a los sectores políticos tradicionales.
Ahora bien, sin desconocer que algunos procesos de masas como el de Venezuela, Bolivia, Ecuador e incluso Argentina consiguieron -en unos más y en otros menos- algún nivel de avance reivindicativo, material, de subsistencia y organizativo para la clase, lo cierto es que los diversos gobiernos y coaliciones políticas resultantes no impulsaron un programa de rebasamiento de las lógicas capitalistas, de las relaciones esenciales entre el capital y el trabajo. No se trata de que lo consiguieran inmediatamente, sino que los programas políticos apuntaran hacia allá.
Puntualmente aquellos comparten el común denominador, tomados de forma particular y asociados en conjunto, de no atreverse a enfrentar, atarle las manos o hacer retroceder decididamente a la burguesía y los sectores políticos reaccionarios dentro de su propio país. Muy por el contrario, las burguesías criollas en cada caso continuaron explotando y acumulando -con especial acento y descaro en los procesos de Brasil y Argentina- con menor competencia y con grados más profundos de monopolización que hace una o dos décadas atrás. Quienes son las mismas que ahora se reorganizan, se levantan y están, una a una, recuperando el poder.
Lo que podemos afirmar con seguridad es que, en esta fase, se está produciendo una bancarrota de la táctica-estrategia de la «integración bolivariana latinoamericana». Aquel proyecto ideado por Chávez consistente en levantar un eje de articulación de las economías latinoamericanas en orientación al capitalismo «BRICS», está ahora en entredicho sencillamente porque así son las reglas del capitalismo: los capitales mayores -circunscritos al imperialismo yanqui- arrasan con todo lo que encuentran a su paso y avanzan, cuando hallan las condiciones para hacerlo, en ofensiva contra cualquiera barrera que suponga una limitación a su desarrollo. Un objetivo estratégico del imperialismo yanqui en este momento histórico es, precisamente, desintegrar las «alianzas bolivarianas» en América Latina, desplazar o aislar a los BRICS y hacerse de la dominación unilateral de la región latinoamericana.
A Temer lo puso Dilma
Volviendo a Brasil.
No nos equivocamos en decir que los sucesivos gobiernos del PT, tanto en la presidencia de Lula como en la de Dilma, se han caracterizado por llevar adelante políticas que generaron espectaculares ganancias para los monopolios, las multinacionales y la burguesía brasileña. Profundizaron la primarización de la economía, impulsaron el saqueo de los recursos del país por parte del imperialismo, generaron enormes procesos de corrupción en el seno de la burocracia estatal y se enriquecieron a costillas de los recursos públicos, en particular mediante la organización de megaeventos como el Mundial de fútbol o los Juegos Olímpicos, los cuales generaron multimillonarias pérdidas al Estado que están pagando los trabajadores brasileños, y millonarias ganancias para las multinacionales, el gran capital local y los representantes políticos de turno.
Y por la otra cara de la moneda, mantuvieron sometidas a las masas populares en la extrema miseria, reprimieron ferozmente las luchas populares por sus condiciones básicas de vida y asesinaron a mansalva a los pobladores de las favelas y las zonas más pobres mediante los aparatos represivos del Estado y también mediante la acción de fuerzas paramilitares. En definitiva, los sucesivos gobiernos del PT fueron feroces defensores de los intereses de la misma «oligarquía» que hoy destituye a Dilma.
Y no solo eso. La principal cara visible del proceso, el nuevo presidente Temer, llega a ese puesto por ser el Vicepresidente electo junto a Dilma Rousseff en las dos últimas elecciones. Es que en el verdadero afán por demostrar su total compromiso con la defensa de los intereses de la burguesía monopólica, el PT hizo alianzas hasta con los sectores más recalcitrantes de la derecha, como el PMDB -Partido Movimiento Democrático Brasileño- de Temer -dicho sea de paso, el mayor partido de Brasil desde los 80′-, partido que había formado parte del gobierno corrupto y criminal de Fernando Collor de Mello entre 1990 y 1992, por ejemplo.
Es este mismo compañero de fórmula de Dilma, colocado por el PT como Vicepresidente, quien encabezó el proceso que termina con su destitución. No puede quedar más claro entonces que es el propio PT con su política abiertamente burguesa y capitalista, quien pavimentó el camino que llevó a la destitución de su presidenta.
Ni Golpe ni Dilma
La clase trabajadora y el pueblo brasileño, que llevan toda su historia resistiendo en las urbes, los campos y las favelas, lucharon igualmente los últimos años contra los gobiernos del PT y continuarán su lucha contra el nuevo gobierno. Al igual que en toda Latinoamérica, donde los pueblos continuaremos luchando contra las condiciones de vida que nos impone el capitalismo, ya sea que se halle conducido temporalmente por gobiernos reformistas, socialdemócratas o contra gobiernos conservadores, abiertamente burgueses y de la derecha tradicional. El real problema para los sectores revolucionarios, para la vanguardia de la clase trabajadora y los sectores más avanzados del movimiento de masas es qué perspectiva política planteamos darle a esas luchas.
Nuestra tarea no consiste en luchar contra el gobierno de Temer impuesto por la burguesía y el ala derecha del bloque en el poder, para exigir la restitución de Dilma Rousseff. No consiste en luchar contra Macri para alentar que vuelva Cristina Kirchner. Ni consiste siquiera en luchar contra la derecha gorila venezolana y el imperialismo con el objetivo de defender a Maduro, a su gobierno y a los sectores burocráticos del PSUV, puesto que sabemos que es el propio pueblo trabajador venezolano el que sabrá resistir la sedición reaccionaria y asesina al tiempo que ejerce la defensa de sus intereses y sus conquistas. Consideramos que no se trata, en definitiva, de proteger la integridad, la consolidación y la ampliación de la democracia burguesa ni de concentrar las luchas de masas al interior de sus márgenes y sus instituciones.
De lo que se trata es de impulsar la lucha independiente de los trabajadores, por un programa propio, en defensa de sus propios intereses y los intereses de todos los explotados y oprimidos. Se trata de comenzar a desarrollar en el fragor de esa lucha, contra todos los gobiernos del imperialismo y la clase dominante, una fuerza revolucionaria de la clase trabajadora, el verdadero poder popular: la fuerza material del pueblo organizado y consciente. Se trata de luchar por la revolución y el socialismo a cualquier precio.
¡Ni Dilma ni Temer!
¡Contra todos los gobiernos de los monopolios!
¡A construir, en la lucha, el poder popular!
¡Por un gobierno de los trabajadores!
¡Tenemos que hacer la Revolución!
COORDINADORA GUEVARISTA
INTERNACIONALISTA
[1] http://datos.bancomundial.org/
[3] Para diferenciarlo del imperialismo que despliega al bloque ruso-chino.
[4] «Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América», integrada por Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y otras naciones menores de Centroamérica y el Caribe.
[5] Integrada por México, Colombia, Perú y Chile, dirigida políticamente de modo plenipotenciario por EE.UU.
[6] Alianza principalmente geoeconómica integrada por los gobiernos de China, Rusia, India, Sudáfrica y, habrá que verlo ahora, Brasil.
[7] La lógica imperialista de China funciona de una forma distinta. Se monta sobre la base, primero, de la superexplotación de la propia clase trabajadora china que todavía tiene mucho por desarrollar sus fuerzas productivas; y segundo, de la constitución de acuerdos comerciales convenientes a sí misma con países de todos los continentes, sin una intervención política y militar tan abierta como EE.UU.
Mientras que Rusia está empeñada fundamentalmente en extender influencias económicas, políticas y militares en toda la zona Este de Europa, los Balcanes, Oriente Medio y Asia.
Fuente: http://coordinadoraguevarista.