En breve hará diez años que la compañía de servicios financieros Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, se declaró en quiebra. Si bien este hecho supuso un síntoma y no una causa de la crisis financiera que ya se venía gestando como consecuencia de las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos, la […]
En breve hará diez años que la compañía de servicios financieros Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, se declaró en quiebra. Si bien este hecho supuso un síntoma y no una causa de la crisis financiera que ya se venía gestando como consecuencia de las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos, la bancarrota de Lehman Brothers resulta igualmente significativa en tanto que ilustró los desmanes surgidos por la falta de regulación de las operaciones financieras. Pese a que buena parte de las entidades financieras que se vieron arrastradas al colapso fueron rescatadas mediante una inyección de fondos públicos sin parangón, los efectos de la crisis económica desatada parecen vigentes a nivel sistémico. Ante lo cual sigue siendo pertinente cuestionarnos aquellos aspectos relativos a las manifestaciones, interpretaciones y perspectivas de una crisis de alcance internacional que, aunque pudiera parecer más o menos amortiguada, sigue estando presente.
1. Manifestaciones de la crisis
Las crisis económicas son entendidas como un periodo de recesión en el que se produce una disminución de la actividad económica a una escala determinada, sea regional, estatal o global. La crisis de 2008, si bien tuvo un alcance planetario, fue especialmente notoria en aquellos países posindustriales altamente interdependientes de las redes financieras que operan a nivel internacional donde sitúan los principales centros bursátiles del mundo.
Dicho lo cual, debemos considerar que existen diversas manifestaciones de la crisis, por bien que, desde un punto de vista analítico, podríamos clasificar sus expresiones en dos tipologías distintas: una de índole económica y otra de cariz social. Amparados en la objetividad de los números, los datos macroeconómicos nos permiten afirmar que el crecimiento económico mundial no ha logrado alcanzar los registros previos a 2008 [1] . No obstante, debido a la también neutra y aséptica condición de los números, los datos económicos serán insuficientes para abordar de manera más profunda las manifestaciones vitales de la crisis, cuyas implicaciones se expresan en un plano ineluctablemente humano y social. Así pues, y a partir de nuestra experiencia reciente, ¿de qué hablamos cuando hablamos de crisis?
De todas aquellas manifestaciones relativas a su expresión económica, uno de los síntomas más notorios de las crisis es el estancamiento o descenso del producto interior bruto de los países afectados como consecuencia de la disminución de la actividad económica. A nivel macroeconómico también es posible destacar un declive de la relación de la balanza comercial con respecto al producto interno bruto debido a las dificultades del comercio exterior, al tiempo que se produce una contracción de los mercados internos ante una generalizada contención salarial. Asimismo, resulta propio de las crisis un descenso, cuando no desplome, de la cotización bursátil de las principales corporaciones transnacionales y la quiebra de ciertas entidades financieras. Pero especialmente son las pequeñas y medianas empresas las que padecen la caída de beneficios. Se desacelera la producción y, en ocasiones, el descenso de la demanda comporta el cierre de los centros productivos. Ello conlleva que el capital previamente destinado a la inversión productiva tienda a desplazarse a la especulación financiera. A su vez, la caída del consumo y la producción, relacionados entre sí ambos factores, genera un desplome de los ingresos tributarios de la administración pública a razón de una menor recaudación por tasas impositivas. Los organismos estatales tienden a entrar en déficit y, para seguir haciendo frente a los gastos públicos, se produce un ascenso de la deuda soberana. Por otra parte, encontramos una bajada de los tipos de interés a fin de incentivar los flujos económicos y reactivar la economía, por bien que la desconfianza que la coyuntura genera que la población priorice el ahorro por encima del gasto o la inversión. No obstante, la puesta en funcionamiento de políticas económicas de carácter expansivo puede ocasionar un aumento de la inflación de modo tal que el ascenso de los precios ligado al incremento de la masa monetaria puesta en circulación generase, de manera colateral y no premeditada, un aumento de la tasa de interés. Pero estos efectos son más contingentes que definitivos, pues dependen de otros factores y, principalmente, del tipo de la salida que se busque darle a la crisis.
Desde una óptica social las manifestaciones de la crisis pasan por el aumento del desempleo debido al cierre de negocios y a la relocalización del tejido industrial en zonas de menores costes laborales. A causa del aumento de la fuerza de trabajo excedentaria se explica en buena medida la congelación o disminución de los salarios reales de aquellos trabajadores empleados. Se comprende así que en las áreas afectadas por la crisis se produce un crecimiento de la economía informal o sumergida. De igual manera, la precariedad o el desempleo acarrean un incipiente proceso de emigración hacia economías emergentes. Debido a la incapacidad por hacer frente a las hipotecas contraídas durante los años de crédito fácil, en tiempos de crisis se produce un considerable aumento de los embargos inmobiliarios y de los desalojos hipotecarios. A su vez, el déficit fiscal resulta en muchas ocasiones un pretexto de los gobiernos neoliberales para llevar a cabo una contención del gasto público que comporta recortes en los servicios sociales: el retroceso de los recursos en sanidad, el aumento del coste de la educación, la introducción de tasas judiciales, el abaratamiento del despido o el anquilosamiento de las pensiones suponen el estrechamiento de la soberanía popular a partir del avance de aquellos poderes que no se someten a ningún control democrático. Se produce, por consiguiente, un descrédito de la clase política y, concomitante a ello, una desafección hacia las instituciones. Pero ante todo deberíamos destacar el aumento de la pobreza, el agrandamiento de las brechas sociales y, como corolario de ello, el aumento de la tensión y la conflictividad social.
2. Interpretaciones de la crisis
Si de ofrecer interpretaciones acerca de la naturaleza y las causas de la crisis se trata, podemos clasificarlas en tres tipologías distintas: 1) la crisis: fundamento psicológico, 2) la crisis: fenómeno cíclico, 3) la crisis: estructural y sistémica.
1) El primer diagnóstico que podría hacerse de la crisis nos llevaría a pensar que su naturaleza se debe a factores de carácter ético, a la mala gestión que han hecho del sistema financiero los corredores de bolsa, los banqueros, los políticos, y los empleados de las agencias de calificación de riesgos y organismos supervisores. Según este parecer, previamente al crash de 2008 se dieron las condiciones favorables para que la codicia por el lucro comportase una gestión equivocada en la dirección de aquellas organizaciones implicadas en la crisis financiera. Pero si queremos comprender sus verdaderas causas debiéramos retrotraernos al origen de la misma a partir de la concesión de hipotecas de alto riesgo por doquier.
En Estados Unidos los préstamos hipotecarios [2] avivaron, a partir del inicio del nuevo mileno, una burbuja hipotecaria que, a su vez, generó una burbuja inmobiliaria: la bajada de los tipos de interés alentó la demanda y, ante ello, los precios de las viviendas aumentaron considerablemente, lo cual suscitó que el mercado inmobiliario también fuese presa de la especulación. En cualquier caso, el principal riesgo radicaba en la concesión de unas hipotecas subprime a clientes con alta dificultad para hacer frente a las deudas contraídas por la adquisición de sus viviendas. Se evidenciaría la dimensión psicológica de la crisis al advertir la imprudencia que cometieron aquellos banqueros que concedieron hipotecas difícilmente cancelables. Una inmoralidad agravada si consideramos que estas hipotecas de alto riesgo fueron calificadas como activos financieros buenos o excelentes por parte de las agencias calificadoras de riesgo. Lo que ocurrió bajo el beneplácito de unas autoridades que habían desregulado el sistema, favoreciendo prácticas especulativas que ponían en riesgo la seguridad habitacional de centenares de miles de personas. La difusión del crédito subprime a inversores, principalmente, del continente europeo no hizo más que propagar la crisis al tiempo que los responsables de la misma cobraban multimillonarios despidos por su incompetente y/o fraudulento cometido al mando de organismos que actuaron de manera nociva al vender activos tóxicos de manera encubierta, o permitir que ello se hiciera. Asimismo, el exceso de egoísmo que contempla esta interpretación psicológica incluiría a unas autoridades públicas que han facultado la impunidad de los responsables de la crisis.
A razón de este diagnóstico, la prescripción que debiera realizarse apunta a la necesidad de reglamentar en mayor medida el mercado de derivados con el fin de minimizar la codicia de los operadores financieros. Otra operación ineludible para poner coto a tales desmanes sería acabar con las «puertas giratorias» que favorecen que la labor de los cargos públicos, ante la posibilidad de desempeñarse laboralmente en el sector privado al concluir su mandato, se encuentre supeditada a los intereses empresariales. A esta línea de pensamiento se adscriben las declaraciones de Nicolás Sarkozy, cuando, a inicios de la crisis, llamaba a «refundar el capitalismo sobre bases éticas, las del esfuerzo y el trabajo». No obstante, esta interpretación podría considerarse sumamente superficial por cuanto que las acciones vituperables de los individuos, que por otro lado parecen constituir más la norma que la excepción, desvían la atención de los fundamentos estructurales sobre los cuales se desarrolla la crisis.
2) La segunda de las interpretaciones se apoyaría en una concepción cíclica de la economía mundial: las crisis constituirían un fenómeno consustancial al capitalismo en tanto que serían inherentes al mismo. Según este enfoque, el comportamiento dinámico de la economía conlleva que las fases de recesión suceden las fases de ascenso económico. Tal sería el parecer de organismos de crédito multilateral como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Estas instituciones estiman que, pese a que las crisis son en cierta medida inevitables, es posible capearlas o minimizarlas mediante reformas estructurales en la economía, como la apertura de los mercados o la privatización de los servicios que hasta el momento proveía la administración pública.
No obstante, desde un compromiso político radicalmente distinto también se puede entender el fenómeno cíclico de la económica como resultado de periodos oscilantes de auge y crisis. En este sentido es que, a la manera en que lo afirma Manuel Monereo, las crisis siempre deben entenderse en clave de «movimiento, reestructuración, cambio y excepción que se convierte en regla». Autores como Immanuel Wallerstein y Giovanni Arrighi sostienen, desde una perspectiva crítica, que los ciclos económicos se relacionan con los ciclos hegemónicos, de manera que la crisis iniciada en 2008 daría muestras del agotamiento de la supremacía que Estados Unidos ha venido ejerciendo desde la última fase de ascenso económico iniciada con el orden mundial surgido tras la Conferencia de Yalta.
Aunque comporte un considerable deterioro de la vida humana y una importante degradación ambiental, David Harvey piensa que el capitalismo puede «sobrevivir» a la presente crisis económica. De igual manera, Claudio Katz considera que «una crisis final resulta imprevisible» por cuanto que el advenimiento de un nuevo sistema económico dependerá antes de la acción político-social que de las limitaciones que le son propias al actual sistema de acumulación de capital. De manera que, para estos autores, actualmente nos encontraríamos en una transición larga que anunciaría una reconfiguración del capitalismo pero no necesariamente su colapso. Por el contrario, Wallerstein asegura que el sistema económico capitalista, en su huida hacia adelante, acaba por no encontrar forma de resolver sus contradicciones internas. De modo que, para este autor, nos encontraríamos ante un dilatado periodo de crisis terminal en que se abren las posibilidades para el surgimiento de un nuevo orden mundial. Este pronóstico considera que la actual fase declinante de la economía mundial es más profunda que una crisis convencional en la medida que no se trata únicamente de una crisis económica, más concretamente financiera, ni de hegemonía mundial, pues igualmente posee una repercusión alimentaria y energética que afecta al ámbito humano y ecológico del planeta.
3) La tercera de las interpretaciones de la crisis consideraría que su naturaleza se encuentra en un sistema monetario que, sustentándose en la creación de dinero sin previo proceso productivo, origina burbujas especulativas. Según Wim Dierckxsens, a partir de los años setenta el capitalismo inició una fase caracterizada por una masiva entrada de capitales al sector financiero especulativo como consecuencia de la caída de la tasa de ganancia derivada del agotamiento de los mercados. El pinchazo de la burbuja de 2008 tuvo que ser resuelto mediante la inyección de dinero por parte de los bancos centrales, que rescataron el sistema financiero al hacerse cargo de las pérdidas de la banca privada. De este modo, a través de una ingente transferencia de las rentas del trabajo a las rentas del capital, la operación se saldaría con la privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas [3] . Semejante escenario hizo elevar la deuda externa de los países (principalmente del gobierno estadounidense, epicentro de la crisis mundial) hasta niveles sin precedentes.
Jorge Orbe nos recuerda que este sobreendeudamiento propiciado por el rescate de «las entidades financieras más grandes del mundo y a los negocios transnacionales asociados a ellas» únicamente fue aligerado por la masiva emisión de dólares estadounidenses por parte de la Reserva Federal. Se trató de una acción que generaría una fuerte inflación interna de no ser porque sigue existiendo una demanda extrajera del dólar como divisa mayormente usada en las transacciones internacionales. De esta manera, Estados Unidos exporta el efecto inflacionario de la moneda y logra que ésta no deprecie su valor, por bien que ello suscita, así como lo expresa Dierckxsens, una «creciente desconfianza mundial respecto al dólar como moneda internacional». Al no tener más respaldo que la confianza que transmite, el patrón dólar pone de manifiesto la inestabilidad financiera, no ya sólo de Estados Unidos, sino del sistema internacional: «una brusca reducción en la demanda de la divisa estadounidense significaría una fuerte caída de su precio en el mercado de divisas» (Dierckxsens). Consiguientemente, podría pensarse que las operaciones militares de Estados Unidos en Oriente Medio tienen como principal objetivo garantizar que el pago del crudo siga realizándose a través del dólar.
A fin de devaluar la moneda y hacer más competitivas sus economías, la emisión inorgánica de dinero (esto es, sin un respaldo adecuado) por parte de varios países genera una guerra de divisas llamada a configurar un nuevo paradigma en el orden mundial. Por lo que, tal y como afirma Manuel Monereo, «primero fue la crisis de la hipotecas basura y, posteriormente, del sistema hipotecario norteamericano en su totalidad, después el virus mutó y puso en crisis al sistema financiero mundial. (…) Más tarde, una nueva mutación lo convirtió en la crisis de las deudas soberanas y, actualmente, estamos en lo que el ministro de hacienda brasileño llamó guerras monetarias».
3. Perspectivas de la crisis
Si pensamos de manera estructural, la crisis surgida hace una década está llamada a reconfigurar de manera integral las relaciones de poder sobre las que se asienta el sistema internacional. No sería descabellado, por consiguiente, sugerir un horizonte bélico a medio plazo en el que Estados Unidos trate de mantener la supremacía del dólar estadounidense haciendo valer la superioridad militar que el país sigue manteniendo con respecto a sus perseguidores. Por el momento, una de las consecuencias inapelables de la crisis fue el aumento de la demanda de oro ante la creciente desconfianza del dólar (que el oro regrese a ser un valor seguro de refugio presupone que el dólar se encuentra en retirada como moneda de reserva internacional y medio internacional de pago). Ello se debe a que las potencias emergentes que en su haber tienen la posibilidad de edificar un nuevo sistema internacional tratan de prescindir del dólar debido a su posible desvalorización a causa de la creciente emisión inorgánica de dinero estadounidense con que se pretende sostener el elevado endeudamiento del país.
Por otra parte, si observamos la crisis desde una vertiente humana y ecológica, convendría decir que sus perspectivas no son nada alentadoras. Ciertamente, una de las previsibles consecuencias de la crisis es el incremento de las desigualdades socioeconómicas que se producen, no tanto a escala planetaria, como sí, especialmente, en el interior de los países. La crisis interfiere en los patrones humanos de reproducción vital, atravesando las comunidades mediante «dinámicas profundamente asimétricas en la distribución de la riqueza y las opciones de desarrollo entre países y personas» (Millán). Nos dice Dierckxsens que a día de hoy «el 20 por ciento de la población mundial, concentrada en el Norte, consume el 80 por ciento de los recursos naturales», lo cual compromete, no ya sólo un principio básico de equidad entre los miembros de la humanidad, sino también la sostenibilidad del medio natural en el cual habita la humanidad.
Por ende, una salida benigna de las crisis pasa por modificar los patrones de producción, distribución y consumo. De no ser el caso, se abre paso a una pugna por las reservas de combustibles fósiles y otros recursos naturales sumamente imprescindibles para la vida, como es el caso del agua o de las tierras cultivables, al mismo tiempo que se prevé una fuerte subida de los precios de los alimentos debido al uso de los biocombustibles. No será sino desde nuevas formas de gestionar los recursos del planeta a través de la socialización de los mismos, en la que prime el valor de uso por encima del valor de cambio, que será posible controlar y reparar el deterioro medioambiental al que hoy se ve abocado el planeta. De este modo, «la profundización de la crisis actual es una oportunidad de desconectarse de las políticas neoliberales para así poder (re)conectarse con las necesidades y demandas populares» (Dierckxsens).
En resumidas cuentas, la crisis representada por la caída de Lehman Brothers parece trascender el modelo neoliberal para señalar las mismas inconsistencias del sistema capitalista. Ello se debe a que la reproducción ampliada de capital ha generado una crisis tanto ecológica como económica que plantea como plausible una crisis civilizatoria que se revela, no ya coyuntural, sino más bien estructural. Asimismo, el modelo improductivo y especulativo al que ha evolucionado la actual fase neoliberal del capitalismo dificulta notablemente la continuidad de las instituciones internacionales surgidas del orden mundial de posguerra: los acuerdos de Bretton Woods parecen desvanecerse en una época en la que el sistema de gobernanza internacional también se encuentra en una delicuescencia sin parangón.
Bibliografía:
Dierckxsens, Wim (2008). La crisis mundial del siglo XI: oportunidad de transición al postcapitalismo. Ed. Desde abajo, Bogotá, Colombia.
Harvey, David. (2010). El enigma del capital y la crisis del capitalismo. Ed. Akal.
Millán, Natalia (2013). Cambios en las estructuras de poder: interdependencia y asimetrías en la era global. En: Papel Político, Vol. 18, n.2, pág.677-699 (julio-diciem.2013).
Monereo, Manuel (2011). La gran transición geopolítica, crisis capitalista, ciclos hegemónicos y distribución de poder. En: El Viejo Topo, 278 (marzo 2011).
Orbe, Jorge (2013). El Sistema Mundo y sus principales tendencias. En: Lineasur n.5 (mayo-ago. 2013).
Wallerstein, Immanuel (2002). ¿Globalización o era de transición? Una perspectiva de larga duración de la trayectoria del sistema-mundo. Eseconomía, Nueva época, Nº1, otoño 2002: 1-12.
Wallerstein, Immanuel (2011) Crisis estructural en el sistema-mundo. Dónde estamos y a dónde nos dirigimos. Capítulo 2, págs. 1-9, en: El Despliegue de la Segunda Gran Recesión (editado por Paul Sweezy, et al.), Monthly Review 12. 15
Notas:
[1] https://datos.bancomundial.org/indicador/NY.GDP.MKTP.KD.ZG (Consultado el 3.09.2018)
[2] Hay recordar que los préstamos como productos bancarios no sólo incrementan la demanda efectiva de bienes y servicios, sino que constituyen el mecanismo por el cual crear dinero ficticiamente a través de la deuda generada.
[3] Que ya venía produciendo mediante la caída del precio del trabajo, así como por sucesivas reducciones fiscales para los tramos más elevados de los ingresos.
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