Discurso pronunciado por Lula en el acto de presentación del movimiento Vamos Juntos por Brasil el 7 de mayo de 2022 en Sao Paulo.
Compañeros y compañeras.
Quería, en nombre de la Janja y de la presidenta Dilma, felicitar a las mujeres brasileñas por las conquistas que ya obtuvieron y por las conquistas que aún van a obtener a partir de las elecciones de 2022.
Vosotras no solo sois mayoría numéricamente. Vosotras sois mayoría en capacidad de elaboración de propuestas y en capacidad de lucha.
Vosotras solo tenéis que hacer una cosa: creer en vosotras. Si vosotras creéis en vosotras mismas, si transformaseis vuestra capacidad de elaboración de propuestas y de lucha en vuestra causa principal, las mujeres serían mayoría en todos los lugares en los que hasta ayer hubiese parecido imposible que estuviesen ocupados por mujeres. Un beso para vosotras y mi solidaridad para con todas las mujeres.
Me gustaría decir que estoy sorprendido, estoy sorprendido y además sabéis que no podéis provocar en un joven de 76 años tantas emociones, porque, quién sabe si aguantará mi corazón. Pero no os preocupéis, el hecho de ser corintiano [del Sport Club Corinthians Paulista, de São Paulo], el corazón está más batido, más bregado, y no hay emoción que consiga hacer que mi corazón se detenga.
Hoy es un día especial. Incluso salgo de aquí, Haddad, con el propósito de irnos a comer ‘chuchu com lula‘ [un ‘risoto de chayotas con calamares’ para acabar con el hambre en Brasil]. Cuando salga de aquí, creo que nuestra compañera Bela Gil no más servirá lula (calamares) y chuchu (chayota), que creo que va a ser el plato predilecto de todo el año de 2022.
Ese plato se convertirá en el plato de moda en el Palacio de Planalto después de las elecciones.
Pero mis amigos y mis amigas.
Este es un momento muy especial en mi vida.
Especial por contar con vosotros. Por haber conseguido, por primera vez, juntar todas las fuerzas progresistas de la política en torno a una campaña. Especial, porque todos nosotros tenemos interés político en resolver el drama que Brasil está viviendo.
Quiero, desde el fondo de mi corazón, agradecer a todo los partidos que nos están apoyando, porque, con vosotros, la victoria será mucho más evidente. Y con vosotros, la recuperación de Brasil será una certeza absoluta, porque creo que conseguiremos probar que Brasil puede volver a ser un país que crece, que se industrializa, que genera empleo.
Así pues, muchas gracias a todos aquellos que decidieron involucrarse de lleno en esta alianza, que fue establecida con mucho amor, mucho sacrificio y mucha discusión, aunque finalmente conseguimos entendernos.
Quiero empezar, hablando de la lección más importante que aprendí en 50 años de vida pública, ocho de los cuales presidiendo este país: gobernar debe ser un acto de amor.
La principal virtud que un buen gobernante necesita tener es la capacidad de vivir en sintonía con las aspiraciones y los sentimientos de las personas, especialmente de las más necesitadas.
Es alegrarse con cada conquista, con cada mejor´ia en la calidad de vida del pueblo que gobierna.
Es compartir la felicidad de la familia que, gracias al programa Minha Casa, Minha Vida, tiene por primera vez en sus manos la llave de la tan soñada casa propia, después de toda una vida viviendo de alquiler en condiciones precarias.
Es emocionarse con aquella madre que vivió años y años a la luz de una vela, que con la llegada del programa Luz para Todos finalmente pudo contemplar la tranquilidad con que su hijo duerme por la noche.
Es alegrarse con la abuela que cuando era joven estaba obligada a romper el único lápiz que tenía en dos pedazos para dárselos a sus hijos. Y que después, con el programa Bolsa Familia, pudo comprar todo el material escolar necesario para su nieta, incluso un estuche de lápices de colores.
Es celebrar que los hijos de los trabajadores hayan llegado a ser doctores gracias a los programas ProUni y FIES y a la política de cuotas en la universidad pública.
Pero el buen gobernante no se contenta con sentir cómo si fuesen suyas las conquistas del sufrido pueblo.
Para gobernar bien, además, necesita tener la empatía necesaria para sufrir con cada injusticia, con cada tragedia individual y colectiva, con cada muerte que podría ser evitada.
Desgraciadamente, no todos los gobernantes son capaces de entender, sentir y respetar el dolor ajeno.
No es digno de ese título el gobernante incapaz de verter una sola lágrima ante seres humanos rebuscando entre los contenedores de basura buscando comida, o ante los más de 660 mil brasileños y brasileñas que murieron a causa de la covid-19.
Podrá llamarse a si mismo cristiano, pero no tiene amor por el prójimo.
En 2003, cuando tomé posesión como presidente de la República, dije, que si al final de mi mandato todos los brasileños pudiesen al menos la desayunar, almorzar y cenar, habría cumplido la misión de mi vida.
Entablamos la mayor de todas las batallas contra el hambre…, y vencimos. Pero hoy sé que tengo que volver a cumplir nuevamente esa misma misión.
Todo lo que hicimos y el pueblo brasileño conquistó, está siendo destruido por el actual gobierno. Brasil volvió al Mapa del Hambre de la ONU, de donde habíamos salido en 2014 por primera vez en la historia.
Es terrible, pero no vamos a desistir, ni yo ni nuestro pueblo. Quién tiene una causa jamás puede desistir de la lucha.
La causa por la que luchamos es lo que nos mantiene vivos, es lo que renueva nuestras fuerzas y nos rejuvenece.
Sin una causa, la vida no tiene sentido.
Yo y todos quienes estamos juntos en este momento, tenemos una causa: restaurar la soberanía de Brasil y del pueblo brasileño.
Mis amigos y mis amigas.
El artículo primero de nuestra Constitución enumera los fundamentos del Estado Democrático de Derecho. Y el primer fundamento es justamente la soberanía.
Sin embargo, nuestra soberanía y nuestra democracia están siendo constantemente atacadas por la política irresponsable y criminal del actual gobierno.
Amenazan, desmontan, destruyen, ponen en venta nuestras empresas más estratégicas, nuestro petróleo, nuestros bancos públicos, nuestro medio ambiente.
Entregan en bandeja de plata todo ese extraordinario patrimonio, a pesar de que no les pertenece a ellos, sino al pueblo brasileño.
Destruyen políticas públicas que cambiaron la vida de millones de brasileños y que eran admiradas y adoptadas por el mundo afuera.
Es más que urgente restaurar la soberanía de Brasil. Ahora bien, defender la soberanía no se reduce a la muy importante misión de resguardar nuestras fronteras terrestres y marítimas, así como nuestro espacio aéreo.
Es, además, defender nuestras riquezas minerales, nuestros bosques y nuestras selvas, nuestros ríos, nuestros mares, nuestra biodiversidad.
Y es, ante todo, garantizar la soberanía del pueblo brasileño y los derechos de una democracia plena.
Es defender el derecho a una alimentación de calidad, un buen empleo, un salario justo, los derechos laborales, el acceso a la salud y a la educación.
Defender nuestra soberanía es también recuperar la política altiva y activa que hizo de Brasil un país protagonista en el escenario internacional.
Brasil era un país soberano, respetado en el mundo entero, que hablaba de tú a tú con los países más ricos y poderosos.
Aunque al mismo tiempo contribuía al desarrollo de los países pobres, por medio de la cooperación, la inversión y la transferencia de tecnología. Eso fue lo que hicimos en América Latina y también en África.
Defender nuestra soberanía es defender la integración de América del Sur, de América Latina y del Caribe. Es fortalecer nuevamente el Mercosur, la UNASUR, la CELAC y los BRICS.
Es establecer libremente las alianzas que sean mejores para el país, sin ningún tipo de sometimiento, a quienquiera que sea. Es luchar por un nuevo gobierno global.
Brasil es grande de más para ser relegado al triste papel de paria del mundo en que lo han puesto, debido al sometimiento, el negacionismo, la saña y las agresiones provocadas a nuestros más importantes socios comerciales, causando enormes perjuicios económicos al país.
Mis amigos y mis amigas.
Defender nuestra soberanía es defender Petrobras, que está siendo desmantelada un día sí y otro también.
Pusieron en venta las reservas del presal [yacimiento de petróleo en aguas profundas], entregaron la BR Distribuidora y los gaseoductos, interrumpieron la construcción de algunas refinerías y privatizaron otras.
El resultado de ese desmantelamiento es que a pesar de ser autosuficientes en petróleo, pagamos una de las gasolinas más caras del mundo, cotizada en dólares, mientras que los brasileños cobran sus salarios en reales.
Tampoco para de subir el diésel, lo que supone un sacrificio para los camioneros y, además, dispara los precios de los alimentos.
La bombona de gas llega a costar 150 reales, lo que pone en peligro el presupuesto doméstico de la mayoría de las familias brasileñas.
Necesitamos que Petrobras vuelva a ser una gran empresa nacional, una de las mayores del mundo.
Ponerla de nuevo a nuestro servicio, al servicio del pueblo brasileño, y no de los grandes accionistas extranjeros. Hacer otra vez del presal nuestro pasaporte para el futuro, financiando la salud, la educación y la ciencia.
Defender nuestra soberanía es defender también Eletrobrás de aquellos que quieren a un Brasil eternamente sometido.
La Eletrobrás es la mayor empresa de generación de energía de América Latina, responsable de casi el 40% de la energía consumida en Brasil.
Se desarrolló a lo largo de las décadas, con el sudor y la inteligencia de generaciones de brasileños. Pero el gobierno actual está haciendo todo lo posible para regalarla a toda prisa y a precio de saldo.
El resultado de ese crimen de lesa-patria sería la pérdida de nuestra soberanía energética.
Perder Eletrobrás es perder Chesf, Furnas, Eletronorte y Eletrosul, entre otras empresas esenciales para el desarrollo del país.
Es, también, perder parte de nuestra soberanía sobre algunos de nuestros principales ríos, como el Paraná y el São Francisco
Es decir adiós a programas como Luz para Todos, responsable de incorporar al siglo XXI a cerca de 16 millones de brasileños que antes vivían en la oscuridad.
Es incrementar todavía más el recibo de la luz, que ahora mismo no solo es una carga para los bolsillos del pueblo trabajador, sino también en el presupuesto de la clase media.
Defender nuestra soberanía es defender los bancos públicos. El Banco do Brasil, la Caixa Econômica, el BNDES, el BNB y el Basa, creados para fomentar el desarrollo del país.
Para garantizar el crédito barato a quien fuera que quisiese producir y generar empleos.
Para financiar las obras de saneamiento y la construcción de apartamentos y casas para la población de rentas bajas y de la clase media.
Para apoyar la agricultura familiar y a los pequeños y medianos productores rurales. Porque ningún país será soberano si no cuida a quien produce el 70% de los alimentos que llegan a nuestra mesa.
Defender nuestra soberanía es defender las universidades y las instituciones de apoyo a la ciencia y a la tecnología de los ataques del actual gobierno.
Porque un país que no produce conocimiento, que persigue a sus profesores e investigadores, que elimina ayudas y becas a la investigación y reduce las inversiones en ciencia y tecnología, está condenado al retraso.
En nuestros gobiernos, más que triplicamos los recursos destinados al CNPq, la Capes y el Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico.
Durante ese tiempo se pasó de R$ 4 mil 500 millones en 2002, a R$ 13 mil 970 millones en 2015.
Sin embargo, con el gobierno actual, esas inversiones cayeron hasta los R$ 4 mil 400 millones, cantidad incluso menor que aquella de hace 20 años.
Defender la soberanía de Brasil es invertir en la infraestructura capaz de transformar el país y la vida de su pueblo, aumentar la productividad de la economía y crear las bases para el progreso y el futuro.
Pero el gobierno actual no cuida de la infraestructura que este país necesita.
Paralizaron obras importantes, que estaban en marcha. Además, intentan apropiarse de otras, que recibieron prácticamente concluidas.
Es el caso del trasvase del São Francisco, una obra soñada ya en tiempos del imperio y que nosotros hicimos realidad, logrando de ese modo que 12 millones de brasileños consiguiesen por fin que el agua corriese por sus grifos.
Nuestros gobiernos no sólo idearon y proyectaron el trasvase, ejecutaron el 88% de las obras. Pero ellos intentan engañar al pueblo diciendo que lo construyeron todo.
Defender nuestra soberanía es defender la Amazonia de la política de devastación puesta en práctica por el actual gobierno.
En nuestros gobiernos, reducimos en un 80% la deforestación de la Amazonia, contribuyendo así a disminuir la emisión de gases de efecto invernadero, que provocan el calentamiento global.
Pero el cuidado del medio ambiente va más allá de la defensa de la Amazonia y de otras biomasas.
Es necesario volver a invertir en saneamiento básico, como hicimos en nuestros gobiernos.
Acabar con las canalizaciones a cielo abierto y cuidar el destino de la basura y de las personas que viven de la recolección de materiales reciclables.
Cuidar del medio ambiente es, ante todo, cuidar de las personas. Es buscar la convivencia pacífica entre el desarrollo económico y el respeto a la flora, a la fauna y a los seres humanos.
La transición para un nuevo modelo de desarrollo sostenible es un desafío a nivel planetario.
En este sentido, por otra parte, tenemos mucho que aprender de los pueblos indígenas, guardianes ancestrales del medio ambiente.
Defender nuestra soberanía es garantizarles, a los pueblos indígenas, la posesión de sus tierras, en las que estaban miles de años antes de la llegada de los portugueses y de las que cuidaron mejor que nadie.
Y que ahora están viendo sus territorios invadidos ilegalmente por garimpeiros [buscadores de oro y otros metales], grileiros [usurpadores de tierras indígenas que usan documentos falsos para tal fin] y madereros.
El resultado de ese crimen continuado, que se comete con la connivencia del gobierno actual, va más allá de la destrucción de bosques, selvas y ríos.
Compromete, además, la supervivencia física de los pueblos indígenas, ni siquiera se detienen ante los niños, como acabamos de ver hace poco en una aldea yanomami.
Es deber del Estado garantizar la seguridad y el bienestar de todos sus ciudadanos y ciudadanas, que merecen –y deben– ser tratados con respeto.
Nunca antes un gobierno como este que tenemos aquí, estimuló tanto el prejuicio, la discriminación y la violencia.
Ningún país será soberano mientras sus mujeres continúen a ser asesinadas por el hecho de ser mujeres.
Mientras haya personas que continúan a ser apaleadas y asesinadas por razón de su orientación sexual.
Mientras no sean combatidos con rigor el exterminio de la juventud negra y el racismo estructural, que hiere, mata y les niega derechos y oportunidades.
Mis amigas y mis amigos.
Somos el tercero mayor productor mundial de alimentos. Somos el mayor productor de proteína animal del mundo.
Producimos comida en cantidad más que suficiente para garantizar alimentos de calidad para todos. Sin embargo, el hambre volvió a nuestro país.
No habrá soberanía mientras 116 millones de brasileños sufran algún tipo de inseguridad alimentaria.
Mientras 19 millones de hombres, mujeres y niños, vayan a dormir todas las noches con hambre, sin saber si tendrán un pedazo de pan para comer al día siguiente.
No habrá soberanía mientras decenas de millones de trabajadores continúen sometidos al desempleo, a la precarización y al desaliento.
Nosotros fuimos capaces de generar más de 20 millones de empleos con contratos legales y todos los derechos garantizados.
Mientras, ellos destruyeron derechos laborales y generaron más desempleo y más sufrimiento en la vida del pueblo trabajador.
Es preciso avanzar en una legislación que garantice todos los derechos de los trabajadores.
Que estimule la negociación sobre cimientos civilizados y justos entre patrones, empleador y empleados, gobierno y, porque no, comprometiendo incluso a las universidades.
Que contribuya a crear mejores empleos y que ponga a girar la rueda de la economía.
No es posible que la revisión salarial de la mayoría de las categorías profesionales quede por debajo de la inflación, al contrario de lo que sucedía en nuestros gobiernos.
No es posible que el salario mínimo continúe perdiendo poder adquisitivo año tras año. En nuestros gobiernos, subió un 74% por encima de la inflación, aumentando el consumo y calentando la economía.
Si los trabajadores no tienen dinero para comprar, los empresarios no tendrán a quién vender. Eso lleva a la situación actual: cierre de fábricas en São Paulo, en Bahia, en la Zona Franca de Manaus y en otras regiones, incluso muchas multinacionales están marcahando de Brasil.
Necesitamos, por tanto, crear un ambiente favorable al emprendimiento, para que puedan florecer el talento y la creatividad del pueblo brasileño.
Este país necesita volver a crear oportunidades, para que las personas puedan vivir bien, mejorar de vida y hacer sus sueños realidad.
Hoy, vivimos una situación desoladora. Un país cuyo mayor deseo de su juventud es marchar al extranjero en busca de oportunidades, ese nunca será un país soberano.
Necesitamos volver a invertir en educación de calidad, desde las guarderías hasta el post-doctorado.
No habrá soberanía mientras la educación continúe a ser tratada como un gasto innecesario, no como una inversión esencial para hacer de Brasil un país desarrollado e independiente.
En nuestros gobiernos, triplicamos las inversiones en educación, que pasaron de R$ 49 mil millones de reales en 2002 a R$ 151 mil millones en 2015.
Pero el actual gobierno lleva reduciendo las inversiones todos los años. El resultado es que el presupuesto del MEC para 2022 es el menor de los últimos diez años.
Igual que la educación, la salud también es la gran abandonada del actual gobierno.
Hoy, faltan inversiones, profesionales de salud y medicamentos. Sobran enfermedades y muertes que podrían ser evitadas.
Sino fuese gracias al SUS [Sistema Único de Salud] y los aguérridos trabajadores y trabajadoras de la salud, la irresponsabilidad del actual gobierno en esta pandemia habría costado más vidas, aún.
Uno de los mayores orgullos de nuestros gobiernos fue mimar la salud del pueblo brasileño.
Creamos el Samu, la Farmacia Popular, las UPAs 24 horas. Pusimos en marcha el programa Más Médicos,y llevamos profesionales de la salud a las periferias de las grandes ciudades y a las regiones más remotas de Brasil.
Nosotros prácticamente doblamos el presupuesto de salud, que pasó de R$ 64 mil 800 millones en 2003 a R$ 120 mil 400 millones en 2015.
Ningún país será soberano si su pueblo no tiene acceso a la salud, educación, empleo, seguridad y alimentación de calidad. Pero la cultura también necesita ser tratada como un bien de primera necesidad.
No habrá soberanía mientras el actual gobierno continúe tratando la cultura y a los artistas como enemigos a ser abatidos, no como generadora de riqueza para el país y como uno de los mayores patrimonios del pueblo brasileño.
Necesitamos música, cine, teatro, danza y artes plásticas. Necesitamos libros, no armas.
El arte llena nuestra existencia. Es capaz de captar y, al mismo tiempo, reinventar la realidad. La vida como el arte es, y como el arte podría ser.
Sin arte, la vida se nos hace más dura, pierde uno de sus mayores encantos. Por eso, vamos a apostar mucho por la cultura y transformaremos la cultura en una industria que haga dinero y genere empleo en este país, para que el pueblo viva dignamente.
Mis amigos y mis amigas.
Durante nuestros gobiernos, promovimos una revolución democrática y pacífica en este país. Brasil creció, y creció para todos.
Combinamos crecimiento económico con inclusión social. Brasil se convirtió en la sexta mayor economía del planeta, y, a la vez, fue referente mundial en el combate contra la extrema pobreza y el hambre.
Dejamos de ser el eterno país del futuro, para construir nuestro futuro en el día a día, en tiempo real.
Pero el actual gobierno hizo que Brasil se despeñase hasta la 12ª posición del ránking de las mayores economías del mundo. Y la calidad de vida también cayó de forma dramática, y no solo para los más necesitados.
Los trabajadores y la clase media también fueron alcanzados de lleno por el aumento descontrolado de la gasolina, de los alimentos, de los planes de salud y de las mensualidades escolares, entre tantos otros costes que no paran de subir.
Vivir se hizo mucho más caro.
En este primer trimestre de 2022, la renta familiar de los brasileños retrocedió al nivel más bajo de los últimos diez años. El resultado es que el 77,7% de las familias están endeudadas.
Lo más triste, no obstante, es que gran parte de esas familias no se están endeudando para pagar el viaje de vacaciones con sus hijos, o la reforma de la casa, o la compra de una televisión o de un congelador.
Se están endeudando para comer.
O sea: Brasil volvió al pasado sombrío que habíamos superado.
Es para llevar de vuelta a este país al futuro, montado en los rieles de la soberanía, del desarrollo, de la justicia y de la inclusión social, de la democracia y del respeto por el medio ambiente, que necesitamos volver a gobernar este país.
El grave momento que atraviesa el país, uno de los más graves de nuestra historia, nos obliga a superar eventuales divergencias para construir juntos una vía alternativa a la incompetencia y al autoritarismo que nos gobiernan.
Nunca me olvido de las palabras del entrañable Paulo Freire, el mayor educador brasileño de todos los tiempos, una de las principales referencias de la pedagogía mundial, cuyo centenario de nacimiento conmemoramos justamente en 2022.
Decía nuestro querido Paulo Freire:
“Es necesario unir a los divergentes, para enfrentarse mejor a los antagónicos”.
Vosotros pensasteis que quizás Alckmin había leído la misma frase de Paulo Freire cuando pronunció su discurso, ni yo sabía del discurso de Alckmin, ni él sabía del mío.
Os dais cuenta de que estamos pensando muy parecido y percibiréis también que el plato chuchu y lula será un plato extraordinario, un plato que podréis probar aquí hoy, en São Paulo.
Y cuando regresen a sus casas, coman bastante, que Brasil va a necesitar mucha gente sana. Ese plato tiene mucha, mucha energía, podéis estar seguros de ello.
Sí, queremos unir a los demócratas de todos los orígenes y matices, de las más variadas trayectorias políticas, de todas las clases sociales y de todos los credos religiosos.
Para enfrentar y vencer la amenaza totalitaria, el odio, la violencia, la discriminación y la exclusión que pesan sobre nuestro país.
Queremos construir un movimiento cada vez más amplio, que aglutine a todos los partidos, organizaciones y personas de buena fe que desean la vuelta de la paz y de la concordia a nuestro país.
Este es el sentido de la unión de fuerzas progresistas y democráticas formada por el PT, PC do B, PV, PSB, PSOL, Red y Solidaridad.
Todos dispuestos a trabajar, no solo por la victoria el 2 de octubre, sino por la reconstrucción y la transformación de Brasil.
Tengo el orgullo, y es mucho el orgullo, de contar con el compañero Geraldo Alckmin en esta nueva jornada.
Alckmin fue gobernador mientras yo era presidente. Somos de partidos diferentes, fuimos adversarios, pero también trabajamos juntos y mantuvimos el diálogo institucional y el respeto por la democracia.
Tuve en Alckmin un adversario leal. Y estoy feliz de tenerlo como aliado, un compañero cuya lealtad sé que jamás faltará –ni a mí, ni mucho menos a vosotros y a Brasil-.
Mis amigas y mis amigos.
Cuando gobernamos el país, el diálogo fue nuestra marca registrada.
Creamos importantes mesas de negociación y consejos de participación de la sociedad civil con todos los ministerios.
Además de eso, realizamos 74 conferencias, en ámbito municipal, estadual y nacional, con participación de millones de personas, para discutir los más diferentes temas: salud, educación, juventud, igualdad racial, derechos de la mujer, comunicación y seguridad pública, entre tantos otros.
De esa extraordinaria participación popular nacieron varias políticas públicas que transformaron Brasil.
Y ahora necesitamos de nuevo volver a cambiar Brasil.
Vamos a necesitar volver a convocar todo de nuevo. Llamar otra vez a todas las personas.
Algunas ya no están con nosotros, pero nosotros renacemos en nuestros hijos, renacemos en nuestros nietos, renacemos en nuestros bisnietos y nosotros nos vamos a encontrar más ávidos, con más ganas de luchar, que aquellos que lucharon en nuestro gobierno.
Para eso, en vez de promesas, presento el inmenso legado de nuestros gobiernos. Hicimos mucho, pero soy consciente de que aún es necesario, y es posible, hacer mucho más.
Necesitamos que Brasil vuelva a estar entre las mayores economías del mundo.
Revertir el acelerado proceso de desindustrialización del país.
Crear un ambiente de estabilidad política, económica e institucional que incentive a los empresarios a invertir de nuevo en Brasil, con garantía de retorno seguro y justo, para ellos y para el país.
Fui víctima de una de las mayores persecuciones políticas y jurídicas de la historia de este país, hecho reconocido por la Suprema Corte Brasileña y por la Organización de las Naciones Unidas.
Pero no esperen de mí resentimientos, penas o deseos de venganza.
Primero, porque no nací para odiar, ni siquiera a quienes me odian.
Pero también porque la tarea de restaurar la democracia y reconstruir Brasil exigirá de cada uno de nosotros un compromiso a tiempo completo.
No tenemos tiempo que perder odiando a todo el mundo, sea quien sea.
No haremos jamás como nuestro adversario, que intenta disimular su incompetencia peleando continuamente con todo el mundo, y mintiendo siete veces al día [ese es el número de mentiras dichas por Bolsonaro en un día a lo largo de su mandato presidencial según un estudio de la agencia de noticias Aos Fatos]. La verdad libera, y Brasil necesita paz para progresar.
Mis amigos y mis amigas.
En el mes de septiembre que viene, Brasil cumple 200 años de Independencia. Pero pocas veces en la historia nuestra independencia estuvo tan amenazada.
Felizmente, vamos a celebrar el 7 de septiembre a menos de un mes de las elecciones del 2 de octubre, cuando Brasil tendrá la oportunidad de reconquistar su soberanía.
Cuando Brasil tendrá la oportunidad de decidir que país quiere ser en los próximos años, y en las próximas generaciones.
¿Brasil de la democracia o del autoritarismo? ¿De la verdad o de las siete mentiras contadas al día? ¿Del conocimiento y de la tolerancia o del obscurantismo y de la violencia? ¿De la educación y de la cultura o de los revólveres y de los fusiles?
¿Un país que fortalezca e incentive su industria o asista parado a su destrucción? ¿Un exportador de bienes de valor añadido o el eterno exportador de materias primas?
¿El país del estado de bienestar social o el del estado mínimo, que niega el mínimo a la mayoría de la población?
¿El país que defiende su medio ambiente, o el que abre el portalón mientras mira otro lado?
¿El Brasil que garantiza la salud, la educación y la seguridad para todos los brasileños y brasileñas, o solo para los más ricos, los que pueden pagar por todo eso?
Nunca fue tan fácil escoger. Nunca fue tan necesario para la gente hacer la elección correcta.
Pero es preciso decir con toda claridad que, para salir de la crisis, crecer y desarrollarse, Brasil necesita volver a ser un país normal, en el más estricto sentido de la palabra.
No somos la tierra del faroeste [far west], donde cada uno impone su propia ley. ¡No!
Tenemos la ley mayor –la Constitución–, que rige nuestra existencia colectiva, y nadie, absolutamente nadie, está por encima de ella, nadie tiene el derecho de ignorarla o de despreciarla.
La normalidad democrática está consagrada en la Constitución. Es en la Constitución en donde se recogen los derechos y las obligaciones de cada poder, de cada institución, de cada uno de nosotros.
Es imperioso que cada uno de nosotros vuelva a tratar de los asuntos en los que sea competente. Sin intromisiones, sin interferir en las atribuciones ajenas.
Ya llega de amenazas, de sospechas absurdas, de chantajes verbales, de tensiones artificiales.
El país necesita calma y tranquilidad para trabajar y vencer las dificultades actuales. Y decidirá libremente, en el momento que la ley determine, quien debe gobernarlo.
Queremos gobernar para traer de vuelta el modelo de crecimiento económico con inclusión social que hizo que Brasil progresase de modo acelerado y sacó a 36 millones de brasileños y brasileñas de la extrema pobreza.
Queremos volver para que nadie nunca más ose desafiar la democracia. Y para que el fascismo sea devuelto al basurero de la historia, de donde jamás debería haber salido.
Todos nosotros tenemos un sueño. Nos mueve la esperanza. Y no hay fuerza mayor que la esperanza de un pueblo que sabe que puede volver a ser feliz.
La esperanza de un pueblo que sabe que puede volver a comer bien, tener un buen empleo, un salario digno y derechos laborales. Que puede mejorar de vida y ver a sus hijos creciendo con salud hasta llegar a la universidad y hacerse doctores.
Es necesario algo más que gobernar, es necesario cuidar. Y nosotros vamos a volver a cuidar de nuevo, con mucho cariño, a Brasil y al pueblo brasileño.
Queridos compañeros y queridas compañeras.
Lo que estamos haciendo aquí hoy es más que un acto político, es un llamamiento. Un llamamiento a los hombres y mujeres de todas las generaciones, de todas las clases, de todas las religiones, de todas las razas, de todas las regiones del país. Un llamamiento para reconquistar la democracia y recuperar nuestra soberanía.
Y tengo la certeza de que vosotros y otros millones que están siguiendo el acto, y otros millones que aún tienen dudas, y otros millones que aún responden “no sé”, yo tengo la certeza de que, cuando comience de nuevo a viajar por Brasil, a conversar con el pueblo y con cada uno de vosotros, cuando comience a decir la verdad a este país, tengo la seguridad de que conseguir hacer la mayor revolución pacífica que la historia del mundo conoce.
Quiero daros las gracias de nuevo, a todos vosotros, a cada uno de vosotros. Ahora que veo a Requião [ex gobernador de Paraná] aquí y sé de toda la pelea que sostuvo en defensa de la soberanía nacional, quiero decirte, compañero Requião, que usted es un joven de 81 años de edad y, por lo que te conozco, sé que vas a tener la energía necesaria para celebrar en la plaza pública y en compañía de la gente la recuperación de la soberanía brasileña, la recuperación de la industrialización de este país, la recuperación de la libertad para que cada uno sea lo que quiera ser y viva como quiera, y de cada ser democrático.
Yo sueño con eso.
Por eso estoy dando esta batalla.
Por eso quiero terminar diciendo: compañera Dilma, que bueno que estés aquí. Porque hay mucha gente, con la intención de crear mal rollo entre nosotros, que se dirige a mi diciendo: “ah, ¿usted va a llevar a Dilma a un ministerio?, ¿usted va a llevar a Zé Dirceu a un ministerio?”. Ni yo voy a llevar ni Dilma cabría en un ministerio. Porque ella tiene la grandeza de haber sido la primera mujer que llegó a ser presidenta de la historia de este país.
Quiero decirte, Dilma, que no vas a ser mi ministra, serás mi compañera de todas las horas, como lo fuiste desde el día en que nos conocimos. Las personas de ese país necesitan saber lo que es tener una relación de compañerismo, lo que es una relación de amistad.
Yo quiero deciros a todos vosotros que quiero volver, aunque con el corazón más blando de lo que fue. La presencia de la Janja aquí y lo que ella dijo es la consagración: me casaré este mes y, por lo tanto, tenéis que saber que el menda, que tiene 76 años y que estando enamorado como está y queriendo casarse, solo puede hacer el bien a ese país que tiene tanta gente con la cabeza enferma, vamos a curar este país.
Compañeros y compañeras, yo quiero daros las gracias a todos vosotros, a quienes vinieron aquí, pero sobre todo quiero darle las gracias al personal que trabajó por la noche para organizar este acto. La gente llega aquí y está todo montado, pero hubo un grupo de personas que la gente no conoce, pero que trabajó hasta la hora en que empezamos a hablar para que la gente pudiese realizar este nuestro sueño.
A partir de ahora, prepárense, porque vamos a empezar a recorrer este país. Queremos ver a mucha gente en la calle, a muchos aliados.
¡Y nadie puede tener miedo a la provocación! Esta prohibido tener miedo a la provocación. Está prohibido tener miedo a las fake news. Está prohibido tener miedo a las provocaciones vía zap [una aplicación para móviles] o vía Instagram. Vamos a vencer esta batalla por la democracia repartiendo sonrisas, repartiendo cariño, repartiendo amor, repartiendo amor y creando armonía.
Un abrazo compañeros y hasta el día 2 de octubre, si Dios quiere.
Tengo la certeza de que necesitamos que Dios nos bendiga a todos, que Dios bendiga a todo el país, porque este país está necesitando de la gracia divina para librarse de este autoritarismo que nos está gobernando.
Desde el fondo del corazón, un beso para todos vosotros.