Tras los asesinatos del general iraní Qassem Soleimani, comandante de la fuerza de elite al-Quds de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, junto al líder de al-Hashd Al-Sha’abi (Unidades de Movilización Popular) Abu Mahdi al-Muhandis, en un ataque con aviones no tripulados el pasado tres de enero en el aeropuerto de Bagdad, (Ver: Qassem Suleimani ¿quién detendrá a la muerte?) las fuerzas norteamericanas instaladas en Irak desde 2003 han elevado sus niveles de alerta al máximo.
Nunca sabremos cuál ha sido la evaluación final, por parte del Pentágono, de haber tomado la decisión de asesinar a dos de los líderes más carismáticos del mundo chií, profundizando así el odio, tan bien ganado, de esos pueblos por los Estados Unidos y sus aliados, mientras que las consecuencias de esa operación todavía están en pleno desarrollo.
Los ataques a distintas bases norteamericanas en territorio iraquí, cuyos efectos, que son prácticamente un secreto de estado para Washington, junto a la ejecución de quien al parecer fue el líder de la operación del tres de enero, el agente de la CIA Mike D’Andrea, cabeza del departamento anti iraní de la Agencia, (Ver: Soleimani, un oscuro día de justicia.) más las acciones constantes contra las tropas de ocupación, hace que esos efectivos deban mantener su alerta al máximo nivel.
El asesinato de Soleimani también provocó que el gobierno iraquí ordenara el cierre temporalmente de su espacio aéreo a los vuelos militares estadounidenses y exigiera el retiro del país de las tropas extranjeras que están presentes desde 2003. A pesar del reclamo de Bagdad, votado unánimemente por el parlamento, la Coalición liderada por Estados Unidos reinició a finales de enero sus operaciones e incluso acompañadas por las fuerzas de seguridad locales, al tiempo que nada se ha hecho acerca del pedido del retiro de los 5200 militares norteamericanos que quedan en territorio iraquí. Washington solamente ha dicho que cerrará alguna de las bases más pequeñas. Aunque el gesto intenta ser maquillado como una retirada táctica, ya que según declaró el portavoz de la coalición, este hecho se produce “…A raíz de los éxitos que consiguieron las fuerzas iraquíes de seguridad en su lucha contra Daesh, la coalición está reposicionando las tropas de algunas bases pequeñas” (al-Qaim, Qayyarah y la K-1 cerca de la ciudad de Kirkuk). Aclarando que dichas bases volverán al control de las fuerzas de seguridad locales, mientras que Washington seguirá asesorando en la guerra contrainsurgente. Finalmente la última capa de maquillaje fue dada con un incomprobable: “El plan de reasignación de tropa americana se había decidido meses atrás y no tiene sus raíces en los ataques recientes”. Mientras, las actividades consulares de los Estados Unidos se han reducido al mínimo.
El miércoles once, un ataque de cohetería contra Camp al-Tayi al norte de Bagdad, provocó la muerte de varios soldados estadounidenses y británicos, mientras otros catorce hombres de la coalición dirigida por los Estados Unidos resultaron heridos, cinco de ellos en estado grave, entre los que se encuentra un militar polaco y un “contratista” (mercenario) de nacionalidad iraquí. Este último ataque fue el vigésimo tercero que se registra contra unidades de la coalición desde octubre pasado. Apenas unos días después, el sábado catorce, treinta y tres misiles fueron lanzados contra la misma base y en pleno día, el ataque que fue reivindicado por un grupo iraquí llamado Osbat al-Saerin (Grupo de los Vengadores). Camp al-Tayi aloja personal de la coalición, perteneciente a la Fuerza de Tarea Conjunta Combinada, a cargo de la Operation Resolution, diseñada para la persecución de elementos del Daesh. En el lugar donde estivó el camión donde estaba instalada la lanzadera fueron encontrados otros veinticuatro misiles en condiciones de ser utilizados y el dueño del terreno y los miembros de las fuerzas de seguridad de un puesto de control cercano fueron detenidos para ser interrogados. Al tiempo, el comando norteamericano ha justificado no haber detectado las bases de lanzaderas debido a la niebla que afectó la zona en esos días.
El ataque del día catorce selló una semana crítica para los militares norteamericanos destacados en Irak. Dos marines murieron en uno de los choques más intensos que la coalición ha tenido en los últimos meses. La acción se libró en la región montañosa de Makhmour en el Kurdistán iraquí, con un comando perteneciente al Daesh, que según Washington, habría perdido unos veinte hombres.
Tras los ataques a Camp al-Tayi, la fuerza aérea norteamericana realizó varias incursiones contra bases de la milicia al-Hashd al-Sha’abi, (Unidades de Movilización Popular), presumiblemente vinculada a la Kata’ib Hezbollah (Brigadas de Hezbollah).
El comandante general del Comando Central de Estados Unidos, Kenneth F. McKenzie, explicó que los ataques “fueron diseñados para destruir armas convencionales avanzadas como los cohetes de 107 mm que se usaron en el ataque del miércoles, presumiblemente suministradas por Irán, y que Estados Unidos actuó en defensa propia en respuesta a un ataque directo y deliberado contra una base iraquí que alberga a miembros de la coalición”. En un comunicado del día viernes, Bagdad condenó las incursiones aéreas, informando que al menos cinco miembros de las fuerzas de seguridad iraquí fueron asesinados o heridos en los ataques.
Un futuro en alerta
La participación de los Estados Unidos en el conflicto generado por ellos mismos está siendo fuertemente cuestionada por una realidad que tal como en Afganistán y Siria los ha doblegado, más allá de sus excusas para justificar su retirada.
Se estima que en Irak son cerca de cuarenta los grupos irregulares que operan fuera de todo control de las autoridades de Bagdad y de las Fuerzas de la coalición, lo que podría estar adelantando una descalabro similar a lo que ha sucedido en Libia, aunque sí existe un factor más ordenador que son de alguna manera los grupos chiitas vinculados a Hezbollah que tienen una conducción firme y un rumbo prefijado.
En el marco de la debacle a la que se puede estar aproximando Irak, son muy firmes las sospechas que incluso sectores de las fuerzas de seguridad estarían apoyando secretamente al Daesh para que Estados Unidos no pueda retirarse.
La aparición de nuevas organizaciones armadas que operan en el país ha comenzado a producirse de manera constante. Uno de los últimos de estos grupos ha sido el autodenominado Liga de los Revolucionarios, que el último día quince de marzo se atribuyó en un video los ataques contra Camp al-Tayi, además de anunciar futuras acciones contra objetivos estadounidenses dentro del país y revindicar la memoria del general Soleimani y el comandante al-Muhandis.
Inmediatamente se ha acusado a Irán de financiar y alentar la creación de estos grupos, vinculándolos al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica Iraní (IRGC), fuerza a la que se ha responsabilizado por parte de Occidente de una importante cantidad de acciones en todo Medio Oriente, pero particularmente en Irak, incluso los secuestros de un soldado estadounidense en 2006 por parte de la Kata’ib (Brigada) Ahl al- y de cinco británicos en 2007 por parte del grupo Asa’ib Ahl al-Haq (Resistencia chiíta islámica), también conocido como Red Khazali.
Estados Unidos está próximo a iniciar una segunda retirada humillante de su mapa de la guerra contra el terrorismo, dejan a los Talibanes a un paso del poder absoluto en Afganistán y, en el caso de Irak, comienzan a escapar corridos por la sombra de un fantasma que ha comenzado a recorrer Medio Oriente.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: