La deuda pública estadounidense el 8 de julio de 2010 era de 13.192 billones de dólares, frente a una proyección del PIB de 14.743 billones de dólares. En abril de 2010, China era tenedora de bonos del Tesoro estadounidense por valor de 900.200 millones de dólares, rebasando el valor de los bonos estadounidenses en manos […]
La deuda pública estadounidense el 8 de julio de 2010 era de 13.192 billones de dólares, frente a una proyección del PIB de 14.743 billones de dólares. En abril de 2010, China era tenedora de bonos del Tesoro estadounidense por valor de 900.200 millones de dólares, rebasando el valor de los bonos estadounidenses en manos del Japón, por un montante de 795.500 millones de dólares. En 2007, las obligaciones de deuda -tanto no hipotecaria como hipotecariamente respaldada por- de las mayores empresas públicamente patrocinadas de los EEUU (GSE, por sus siglas en inglés), como Fanny Mae y Freddy Mac, sumaba un total de 7,37 billones de dólares.
¿Significa eso el desastre para los EEUU? La opinión establecida anda errada, como lo prueba el caso de China.
La inquietud de Paulson
El anterior Secretario de Estado, Hank Paulson, reveló en una memoria recientemente publicada que en agosto de 2008, de visita en Pekín por los Juegos Olímpicos, fue informado por funcionarios chinos de que «altos funcionarios rusos habrían sugerido [tiempo atrás] al más alto nivel a los chinos coordinarse para poner en venta conjuntamente enormes cantidades de títulos de las GSE, a fin de forzar a una intervención de emergencia de las autoridades de los EEUU para salvar a esas empresas». Paulson dijo que, aunque «los chinos declinaron cooperar», la información resultaba de todas formas «profundamente perturbadora», puesto que «una venta masiva podría crear un repentina pérdida de confianza en las GSE y sacudir los mercados de capitales».
En un artículo de opinión aparecido el 14 de junio de 2010 en Foreign Affairs y cofirmado por Benn Steil, socio veterano y director de International Economics, y Paul Swartz, analista del Centro de Estudios Geoeconómicos, los autores sugieren que «necesitando los EEUU vender 1,3 billones adicionales de deuda pública en 2009, el riesgo descrito por Paulson es, ciertamente, real».
Señalan que durante la década pasada, la propiedad extranjera de la deuda de los EEUU se incrementó espectacularmente. La tenencia en manos extranjeras de bonos del Tesoro creció de un 29% hasta un 48% del stock pendiente, mientras que la tenencia extranjera de deuda respaldada por las agencias públicas estadounidenses y por las GSE se había incrementado del 6% al 16%. Prácticamente todo el incremento habido en ambos casos respondía a la intervención de gobiernos extranjeros, y no compras de inversores privados. Y uno de los gobiernos era dominante: China. Según las estimaciones de los autores, China ha acumulado unos asombrosos 850.000 millones de dólares en títulos del tesoro y otros 430.000 millones de dólares en deuda de las agencias públicas durante la pasada década: casi la mitad del total de la acumulación en manos de gobiernos extranjeros. (En abril de 2010, China era tenedora de títulos del Tesoro norteamericano por valor de 900.200 millones de dólares, rebasando el valor de los títulos estadounidenses en manos del Japón, por un montante de 795.500 millones de dólares.)
Los autores informan de que para algunos el miedo a que los chinos pudieran deshacerse de la deuda estadounidense anda equivocado. «Hacer eso sería proceder radicalmente en contra de sus propios intereses», dijo el presidente de la Reserva Federal, Bern Bernanke, en 2006; una venta masiva precipitaría la caída del poder de compra local y global del dólar, tan temida por los chinos; así que los chinos no se cortarán la nariz para tener una cara más feroz. Pero un argumento análogamente defectuoso, alertan los autores, puede hacerse en relación con cualquier cautivo de un esquema piramidal de tipo Ponzi. Nadie que se halla prisionero de un esquema Ponzi quiere verlo colapsar, y sin embargo venderá, porque sabe que le irá todavía peor si son otros lo que empiezan a vender antes que él.
Así pues, se preguntan los autores, ¿cuál es el riesgo real de una venta masiva extranjera coordinada que pudiera desestabilizar completamente los mercados financieros? Su respuesta: «Es aquí donde Paulson deja caer el balón. Sólo nos dice que China rechazó el esquema ruso de coordinar la venta masiva de deuda de las GSE. Sin embargo, una venta a gran escala y casi simultánea de esa deuda es lo que realmente terminó por ocurrir. Según nuestros cálculos Rusia vendió por valor de 160.000 millones de dólares, prácticamente todos los títulos de que era tenedora, durante 2008, mientras que China vendió cerca de 70.000 millones de dólares entre junio de 2008, cuando más títulos atesoraba, y el final de ese año».
Y mientras duraron las ventas, el diferencial entre la deuda de las GSE y la deuda del Tesoro estadounidense se disparó. Entre 2003 y 2007, promediaba los 37 puntos básicos. Cuando Rusia comenzó a vender deuda de las GSE en enero de 2008, el diferencial llegó a los 57 puntos básicos. Cuando China comenzó a vender en julio, el incremento del diferencial obligó a las instituciones financieras de los EEUU emitir más y más títulos en apoyo de sus empréstitos. El gobierno puso a las GSE en el refrigerador en septiembre. Sin embargo, la venta china y rusa de deuda de las GSE se aceleró en el cuarto trimestre de 2008, como los diferenciales, que llegaron en noviembre a un máximo de 150 puntos básicos.
El episodio ilumina los claros riesgos para los EEUU, y en realidad para el mundo entero, de la creciente dependencia estadounidense del préstamo público exterior, concluyen los autores.
Conclusión equivocada. ¿Por qué? Porque los EEUU no tienen una deuda externa denominada en monedas extranjeras.
La hegemonía del dólar
Los autores no se preguntan por qué los EEUU, siendo vulnerables, no se hallan sepultados bajo la tenencia extranjera masiva de títulos de deuda soberana estadounidense. La razón es que las deudas soberanas estadounidenses están todas denominadas en dólares, una moneda fiduciaria que la Reserva Federal puede emitir a voluntad. Los EEUU no tienen deuda exterior en el sentido estricto del término. Tienen deuda interior denominada en su propia moneda fiduciaria, de la que son tenedores en grandes cantidades los gobiernos extranjeros. Los EEUU no están nunca en peligro de quiebra a causa de su deuda soberana porque siempre pueden imprimir todos los dólares que necesitan para pagar a los tenedores extranjeros de su deuda. Los tenedores extranjeros de la deuda soberana estadounidense carecen de incentivos para presionar por la devolución de esa deuda, porque lo único que eso generaría seria que los EEUU imprimieran más dólares, con la consiguiente caída del valor cambiario del dólar.
En esa situación, el prestatario goza de poder de mercado sobre el prestador. Esta ventaja de la que gozan los EEUU viene de la hegemonía del dólar, una muy peculiar condición de las finanzas globales en las que el dólar, moneda fiduciaria que los EEUU pueden imprimir a voluntad, es mundialmente reconocido como la moneda de reserva en el comercio internacional a causa del poder geopolítico de los EEUU, que le permite obligar a la denominación en dólares del comercio internacional de las materias primas esencialmente básicas. Todo el mundo acepta dólares, porque los dólares pueden comprar petróleo y todas las economías necesitan petróleo. Es verdad que se puede comprar petróleo también con euros y yenes, pero sólo porque estas monedas son libremente convertibles a dólares, y por lo mismo, son, en realidad, monedas derivadas del dólar.
Pero eso no significa tampoco barra libre. Aunque los EEUU consiguen importar a bajo precio pagando con billetes de dólar que nunca tendrán que recomprar con oro, el tipo de comercio que eso trae consigo tiene su castigo: la pérdida de puestos de trabajo de bajo costo en el sector industrial, que se van a ultramar, principalmente a China. En los últimos meses, percatándose el gobierno chino de que una economía de bajos salarios es una economía subdesarrollada, ha animado a los trabajadores chinos a exigir aumentos salariales a través de la negociación colectiva y de la huelga. Los puestos de trabajo con salarios bajos, así pues, serán transferidos por las empresas transnacionales a otras economías subdesarrolladas de bajos salarios, como Vietnam, Indonesia y a algunos países latinos de la América meridional y central. Pero este tipo de globalización del comercio a través de un arbitraje salarial transfronterizo empuja también a la baja a los salarios en los EEUU y en otras economías avanzadas, provocando una insuficiencia en los ingresos de los consumidores, incapaces de absorber la acrecida producción global. Ésa es la causa principal de las actuales crisis financieras, agravadas por la desregulación financiera. Pero la causa más honda es la sobrecapacidad global inducida por los bajos salarios de trabajadores que no pueden permitirse comprar lo que producen. Resultado: la economía mundial está plagada de sobrecapacidad. No basta con insistir en la creación de puestos de trabajo. Lo que se precisan son trabajos con salarios lo bastante elevados como para eliminar la sobrecapacidad. Lo que tendría que hacer el G20 no es coordinar la austeridad fiscal, sino comprometerse firmemente con una subida salarial a escala planetaria.
Henry C. K. Liu es un reconocido analista económico y político que escribe regularmente en Asia Times. Es consejero del Roosevelt Institute norteamericano, y forma parte del equipo rector de la revista New Deal 2.0.
Traducción para www.sinpermiso.info: Roc F. Nyerro
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3505
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