Es muy difícil establecer un parámetro sobre el momento en que el Presidente Jair Bolsonaro «cruzó la línea». Por la simple razón de que el parlamentario corrupto y su perfil ideológico obviamente nazi-fascista habían estado operando fuera de los límites tolerables durante décadas.
El hecho de que un sujeto de su estirpe se haya convertido en la mayor autoridad del Brasil «post-corrupción», después de cuatro años de dominio de la derecha en las calles y los parlamentos, es una demostración del alma, el carácter y las prácticas de toda la élite brasileña, que después de todo no ha logrado forjar un liderazgo mejor que éste. Por lo tanto, atribuir todo el mal a un solo sujeto es la cirugía plástica de clínica clandestina que se intenta, más o menos a diario, para legitimar un sistema que está podrido por todos lados. Los que perdonan a Salles, Tereza Cristina, Guedes, Milton Ribeiro (¿alguien recuerda todavía que hay un Ministerio de Educación?), Damares y toda la camarilla militar no merecen ser separados del horror que nos erosiona a cada segundo. Bolsonarismo si podemos llamarlo así, no es un movimiento unipersonal y debemos prestar atención a sus beneficiarios.
Pero debemos atenernos al momento inmediato y detener el escarnio. El episodio de la falta de respiradores en Manaos y las muertes por asfixia en una ciudad que ignoró como pocas las restricciones sanitarias y, al parecer, incluso desarrolla una nueva cepa del coronavirus, debe ser considerado como la gota de agua.
El espectáculo de la transmisión del voto de aprobación de la Coronavac por una Anvisa (Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria) que libera agrotóxicos como quien toma un vaso de agua justo el día en que se aplicó la primera inyección en São Paulo, seguido de una transmisión en la que el presidente dedicó su lenguaje desbocado a su antiguo amigo João Doria, fue una agresión más a la inteligencia colectiva.
Como se ha dicho, los límites se traspasaron hace mucho tiempo. Detener la máquina de la muerte es, más que una cuestión de honor, una cuestión de supervivencia para toda la sociedad, cualquiera que sea el espectro ideológico.
El 20 de marzo del año pasado, el economista y demógrafo José Eustáquio Diniz Alves dijo a Correio da Cidadania: «La marca de 10.000 casos debe alcanzarse el 31 de marzo, y el importante umbral de 1 millón de casos puede superarse antes del 30 de junio, con unos 40.000 muertos». Terminamos el primer semestre con 59.000 muertes y el año con casi 200.000 muertes, un número mucho más alto de lo esperado en el peor de los casos.
¿Y el Sistema Único de Salud? Incluso evitando una tragedia aún mayor por el empeño de sus trabajadores, no ha recibido ninguna señalización oficial que difiera del desguace que ya se está llevando a cabo.
Porque como escribió nuestro columnista y sociólogo Marcelo Castañeda, «es difícil mantener cierta serenidad en la situación en la que nos damos cuenta de formar parte de un experimento en la política de la muerte».
Por más que parezca una distopía cinematográfica, en realidad vivimos un experimento político-administrativo de descarte masivo de seres humanos. Los cuerpos no rentables e «inempleables» -sí, Bolsonaro recuperó la afirmación fatídica de FHC (Fernando Henrique Cardoso) en estos días- pueden y deben ser eliminados. «Es bueno para la economía» de sociópatas como Paulo Guedes y su negación total de la vida en sociedad, a favor de transformar todo y a todos en meros activos financieros.
La tragedia es estructural y no es posible calcular cuánto tiempo nos llevará rehabilitarnos como cuerpo social. Pero reiteramos: no podemos seguir viviendo con la figura de Jair Bolsonaro, sus mentiras, distorsiones, dobles posiciones en casi todos los temas, desinformación deliberada. Cuanto más rápido se deshaga de él la sociedad, más chances tiene de rehabilitarse con cierta agilidad. Su plan de vacunación, además de ser malicioso, es un verdadero plan electoral. Además del deseo de muerte que mueve su mente inmunda, calibra el calendario de vacunación de acuerdo con las próximas elecciones generales de 2022.
Para él, cae como una agua de lluvia, una política de calles y masas, suspendida durante el mayor tiempo posible, de modo que la revuelta de las redes sociales se ve siempre neutralizada por las mentiras sistemáticas que su organización criminal difunde (por cierto, la parálisis de la investigación de los disparos ilegales de mensajes en su fraudulenta campaña electoral es una demostración del carácter generalizado de la podredumbre institucional).
Que ahora intente crear hechos sobre la importación de la vacuna de tal o cual país y coquetee con la confiscación de las vacunas compradas por el gobierno de São Paulo, es la señal definitiva de que su gestión deliberadamente asesina se ha salido de su propio control y debe ser detenida inmediatamente.
Nunca abogamos por la protesta masiva en tiempos de pandemia. Somos conscientes de que, por muy justa y correcta que sea la causa, una fuerte aglomeración humana puede contribuir al aumento de los casos y a la asfixia del sistema sanitario.
Sin embargo, hemos llegado al punto de lo absolutamente insoportable: la pérdida de aire. Por la misma razón, porque «ya no podemos respirar», el movimiento negro en los Estados Unidos tomó las calles de manera insurreccional contra el racismo de Estado, incluso ante el riesgo de contagio y enfermedad.
«Al igual que en el Brasil, muchas veces la impresión es que la violencia y las injusticias de la policía estatal, tan concretas en la vida de la población negra, asustan más que la enfermedad misma. Tal vez por eso la gente ha tenido el valor de enfrentarse al virus para reaccionar a la violencia que nos mata cada día», explicó el activista negro Douglas Belchior, en relación con la revuelta liderada por Black Lives Matter.
Por aquí la situación es aún más dramática, considerando que el Estado brasileño es una máquina de triturar gente aún más brutal. Lo que sucede en el Amazonas puede expandirse por todo el país si no se detiene a Bolsonaro y su horda de ineptos y sinvergüenzas.
Aun así, según el demógrafo Diniz Alves, a este ritmo terminaremos el primer semestre de 2021 con 300 mil muertos. Y ni se sabe cuántas tragedias se acoplarán.
No da para más. Ha llegado el momento de tomar las calles, paralizar el país y eliminar a Bolsonaro para siempre de nuestras vidas.
Traducción: Ernesto Herrera, para Correspondencia de Prensa.
Fuente (de la traducción): https://correspondenciadeprensa.com/?p=16191
Fuente (del original): https://www.correiocidadania.com.br/34-artigos/manchete/14499-apesar-da-pandemia-e-hora-de-tomar-as-ruas-e-acabar-com-bolsonaro