I . Hace unos días recibimos la conferencia de Alvaro García Linera ESTADO, DEMOCRACIA Y SOCIALISMO http://rebelion.org/noticia.php?id=195607 pronunciada en la Sorbona de Paris en enero de 2015 en un coloquio de homenaje a Nicos Poulantzas. Comienza diciendo que se va a detener en dos conceptos claves del marxismo poulantziano: el Estado como relación social y […]
I . Hace unos días recibimos la conferencia de Alvaro García Linera ESTADO, DEMOCRACIA Y SOCIALISMO http://rebelion.org/noticia.php?id=195607 pronunciada en la Sorbona de Paris en enero de 2015 en un coloquio de homenaje a Nicos Poulantzas.
Comienza diciendo que se va a detener en dos conceptos claves del marxismo poulantziano: el Estado como relación social y la vía democrática al socialismo.
AGL, para situarse en el tema, comienza refiriéndose al teorema de Godel («Estado y principio de incompletitud gödeliana»).
Quizás AGL no leyó «Imposturas intelectuales» (edición Odile Jacob en francés 1997 y en castellano Paidos 1998) en el que sus autores Alan Sokal (matemático) y Jean Bricmont (físico) se dedicaron a poner al desnudo la tendencia de no pocos pensadores «posmodernos» a apoyarse arbitrariamente en fórmulas y principios matemáticos para dar una impresión de rigor a sus teorías filosóficas y sociales. En el Capítulo 10 del libro (Algunos abusos del teorema de Gódel y de la teoría de conjuntos) los autores comienzan citando a Regis Debray (ese francés que habla demasiado, como lo definía Ernesto Guevara):
«Desde el día en que Gódel demostró que no existe una prueba de la consistencia de la aritmética de Peano formalizable en el marco de esta teoría (1931), los politólogos pudieron, por fin, comprender por qué había que momificar a Lenin y exhibirlo a los camaradas «accidentales» en un mausoleo, en el Centro de la Comunidad Nacional»
A renglón seguido Sokal y Bricmont escriben:
El teorema de Gódel es una fuente casi inagotable de abusos intelectuales. Ya hemos encontrado ejemplos de ello en Kristeva y Virilio, y se podría escribir todo un libro sobre el tema. En este capítulo daremos algunos ejemplos realmente extraordinarios, en los que el teorema de Gódel y otros conceptos tomados de los fundamentos de las matemáticas se extrapolan con absoluta arbitrariedad para aplicarlos al ámbito político y social. El crítico social Régis Debray dedica un capítulo de su obra teórica Critique de la raison politique (1981) a explicar que «la demencia colectiva encuentra su razón última de ser en un axioma lógico que carece en sí mismo de fundamento: la «incompletitud»}
Agregan Bricmont y Sokal: Este «axioma», llamado también «tesis» o «teorema», se presenta de forma más bien grandilocuente…
Y afirman: «Simplemente, no hay relación alguna entre ese teorema y la organización social». (pág. 175 ed. en castellano y 159 ed. en francés).
AGL escribe: «Cierto marxismo de cátedra sostenía que los sectores populares vivían perpetuamente engañados por el efecto de la «ilusión ideológica» organizada por las clases dominantes, o que el peso de la tradición de la dominación era tan fuerte en los cuerpos de las clases populares, que ellas solo podían reproducir voluntaria e inconscientemente su dominación. Definitivamente esto no es cierto. Pensar lo primero deriva inevitablemente en la suposición de que las clases populares son tontas a lo largo de toda su vida e historia; entonces, casi por definición, lo que constituye al menos una forma de biologizar la dominación, clausura cualquier posibilidad de emancipación. Por otra parte, la tradición tampoco es omnipresente, pues de serlo, las nuevas generaciones solamente deberían replicar lo hecho por las anteriores, y por consiguiente la historia sería una perpetua repetición del inicio de la historia«.
No sabemos si el «marxismo de cátedra» a que se refiere AGL es el que expuso Marx mismo.
En todo caso Marx no pensó que de la persistencia y reproducción de la hegemonía ideológica de las clases dominantes había que deducir que las clases populares son «tontas», que la dominación termina por «biologizarse» y, en consecuencia, «quedaría clausurada cualquier posibilidad de emancipación».
No será el teorema de Gödel que nos ayudará a encontrar una respuesta al problema de saber en que consiste y qué significa la hegemonía ideológica de las clases dominantes y cuales son los caminos de su superación emancipatoria por parte de las clases subalternas.
Más bien nos ayudará el empleo del método materialista histórico y dialéctico, inicialmente formulado por Marx , basándose siempre en el análisis riguroso de los hechos.
Marx, escribió en la Ideología alemana: Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante, o sea, las ideas de su dominación. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión, y, por tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas, que regulan la producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean; por ello mismo, las ideas dominantes de la época. Por ejemplo, en una época y en un país en que se disputan el poder la corona, la aristocracia y la burguesía, en que, por tanto, se halla dividida la dominación, se impone como idea dominante la doctrina de la división de poderes, proclamada ahora como «ley eterna».
Y en la primera página del Prólogo a la Introducción a la Crítica de la economía política, (1859) escribió Marx:
…»El resultado general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia» .
Explicación ésta que no se puede interpretar con el esquema simplista de que la conciencia de un individuo refleja automáticamente su condición de trabajador o de burgués. Porque el «ser social» a que se refiere Marx incluye, entre otras cosas, el papel dominante que desempeña la ideología y la cultura del sistema capitalista en la conciencia de los seres humanos.
Los hechos no se perciben con la mente en blanco, sin ideas previas. La percepción de la realidad está condicionada en todos los seres humanos por conceptos anteriores, por categorías inscritas en la mente por la educación que se ha recibido, por el medio ideológico y sociocultural dominante en que se vive, etc.
U n trabajador manual o intelectual, por el sólo hecho de serlo, no siempre tiene conciencia de que es un explotado y que debe luchar por abolir la explotación.
E inversamente ese automatismo tampoco funciona cuando un individuo o grupo, cualquiera sea su clase social, alcanza a superar la conciencia espontánea que le impone la ideología y la cultura capitalista hegemónicas y logra tomar conciencia de las contradicciones inherentes al sistema capitalista y de su nefasta esencia explotadora, no sólo de los seres humanos sino del hábitat natural de éstos.
La ideología y la cultura del sistema capitalista forjan y mantienen su hegemonía mediante lo que Gramsci, siguiendo a Hegel y a Marx, denominó la «sociedad civil»: el gran capital, los medios de comunicación controlados por aquél, la parte de la intelectualidad y de las diferentes organizaciones sociales al servicio del sistema dominante, funcionando junto al Estado pero fuera de él como aparatos de dominación económica, hegemonía ideológica y control social. Hegel a veces la denominaba sociedad civil y otras, más claramente, sociedad burguesa (bürgerliche Gessellschaft).
II. La ideología y la cultura dominantes
Los medios de comunicación de masa o medios masivos de intoxicación mental, a los que nos referiremos más abajo, son el instrumento visible destinado a mantener y consolidar la hegemonía de la ideología y la cultura del sistema capitalista y formidables vectores para la neutralización del espíritu crítico, la domesticación y la degradación intelectual, ética y estética del ser humano.
Son la plataforma privilegiada de periodistas obsecuentes, politólogos, sociólogos, economistas, filósofos mediáticos y otros «formadores de opinión» justificadores del sistema y del TINA («There Is No Alternative»). En resumen, ilustres representantes de la «estupidez prestigiosa», como decía John Kenneth Galbraith.
Como hay que guardar las apariencias, muy de tanto en tanto y muy brevemente se da acceso a dichos medios a personas intelectualmente respetables. Una gota de racionalidad en un océano de mediocridad.
Dicha hegemonía ideológico-cultural también se mantiene y consolida de una manera más sutil y menos visible a través de todas las actividades humanas, sociales, culturales, ideológicas e incluso científicas, «formateando» la conciencia de la gran mayoría de los seres humanos.
En los medios culturales, ideológicos, políticos y científicos, se produce una especie de selección o jerarquización -entre espontánea y provocada- del prestigio o renombre de determinadas personas, donde ocupan casi siempre los primeros puestos los que (dicho de manera muy esquemática) tienen en común algunas de las siguientes ideas: no cuestionar la propiedad privada de los medios de producción y de cambio; atribuir a l mercado capitalista la cualidad de inherente a la sociedad humana ; no cuestionar el sistema político-social elitista existente (la llamada «democracia occidental» o «democracia representativa») y el rechazo (expreso o no) del materialismo histórico y dialéctico como método de investigación en las ciencias sociales y en las ciencias llamadas «duras».
La razón del rechazo del materialismo dialéctico en el estudio de la economía y otras ciencias sociales es evidente: no querer admitir que el capitalismo y el mercado no son eternos y son sólo una etapa en la historia de la humanidad.
Pero ahí no se terminan los círculos de «pensadores» que son funcionales a la ideología de las clases dominantes, el que se completa con figuras mediáticas que critican los actuales efectos devastadores de la economía de mercado, o se declaran altermundialistas, o en lucha contra la pobreza, contra el «Imperio», o proponen- bizarramente- cambiar el mundo sin tomar el poder.
Su papel – asumido o no deliberadamente – consiste en distraer con teorías socio-políticas más a menos fantasistas a quienes están sinceramente indignados, protestan, se organizan y luchan contra las profundas injusticias sociales existentes e impedirles así tomar de conciencia sobre la verdadera naturaleza del capitalismo, que los lleve a comprender que para terminar con esas injusticias no hay otro camino que quitarle el poder a las elites dominantes y establecer un poder realmente democrático y popular que tenga por objetivo la abolición del capitalismo.
El resultado es la falta de un análisis riguroso de las bases materiales y de las dinámicas y tendencias de los procesos político-sociales, incluida la relación de fuerzas de las clases en presencia.
Todo ello también contribuye a que casi no exista una respuesta argumentada y coherente al discurso neocolonialista, racista y xenófobo de la extrema derecha, que pretende «explicar» los graves problemas socioeconómicos (desocupación, etc.) y a que dicho discurso encuentre una audiencia cada vez mayor en las clases populares como se puede verificar en los resultados electorales de varios países. Aunque las mayorías electorales (las mayorías de los que votan, porque la abstención electoral no cesa de crecer) generalmente optan entre la sartén y el fuego (la derecha tradicional o la socialdemocracia).
Esa ideología y cultura dominantes funcionan como una pantalla que opaca y deforma la percepción de la realidad de la gran mayoría de la gente y dan contenido a su conciencia espontánea.
III. Las bases materiales de la expansión de la ideología capitalista hegemónica
1. En el ámbito de la producción
El taylorismo u «organización científica del trabajo» y su aplicación en la práctica, el fordismo, (que ilustró tan bien Charles Chaplin en Tiempos Modernos) se basó en la idea de hacer del trabajador un mecanismo más en la cadena de montaje: el obrero, en lugar de desplazarse para realizar su tarea se queda en su sitio y la tarea llega a él en la cadena de montaje. La velocidad de ésta última le impone inexorablemente al trabajador el ritmo de trabajo.
El primero en aplicarlo en la práctica fue Henry Ford, a principios del siglo XX, para la fabricación del famoso Ford T. Este trabajo embrutecedor agotaba a los obreros, muchos de los cuales optaban por dejarlo. Ante una tasa de rotación del personal sumamente elevada Ford encontró la solución: aumentar verticalmente los salarios a 5 dólares por día, cosa que pudo hacer sin disminuir los beneficios dado el enorme aumento de la productividad y el pronunciado descenso del costo de producción que resultó de la introducción del trabajo en cadena. Los nuevos salarios en las fábricas de Ford permitieron a sus trabajadores convertirse en consumidores, inclusive de los autos fabricados por ellos.
Los trabajadores, que no se sentían para nada interesados por un trabajo repetitivo que no dejaba lugar a iniciativa alguna de su parte, recuperaban fuera del trabajo su condición humana (o creían recuperarla) como consumidores, gracias a los salarios relativamente altos que percibían.
Esta situación se generalizó en los países más industrializados sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial y de manera muy circunscripta y temporaria en algunos países periféricos. Es lo que se llamó «el Estado de bienestar».
Lars Svendsen escribe: [los trabajadores] «…terminaron por aceptar la relación salarial y la división del trabajo resultante. Contrariamente a lo que esperaba el marxismo revolucionario, dejaron de cuestionar el paradigma capitalista, contentándose con la ambición más modesta de mejorar su condición en el interior del sistema. Eso significaba también que su esperanza de libertad y de realización personal radicaba en su papel de consumidores. Su objetivo principal pasaba a ser el aumento de sus salarios para poder consumir más« [1].
El Estado de bienestar se terminó más o menos abruptamente con la caída de la tasa de ganancia capitalista y la consiguiente caída de los salarios reales.
Para dar un nuevo impulso a la economía capitalista y revertir la tendencia decreciente de la tasa de beneficios, comenzó a generalizarse la aplicación de la nueva tecnología (robótica, electrónica, informática) a la industria y a los servicios [2].
La introducción de las nuevas tecnologías requería otra forma de participación de los trabajadores en la producción, que ya no podía reducirse a la de meros autómatas. Había que modificar-perfeccionar el sistema de explotación, pues las nuevas técnicas, entre ellas la informática, requerían distintos niveles de formación y de conocimientos, lo que condujo a que comenzaran a difuminarse las fronteras entre el trabajo manual e intelectual.
Esas nuevas tecnologías extendieron el ámbito de la hegemonía ideológica y cultural de las clases dominantes sobre las clases laboriosas, pues hicieron necesaria otra forma de participación de los trabajadores en la producción, que ya no podía reducirse a la de meros autómatas, propia del fordismo. Había que modificar-perfeccionar el sistema de explotación, pues las nuevas técnicas, entre ellas la informática, exigían distintos niveles de formación y de conocimientos, lo que condujo a que comenzaran a difuminarse las fronteras entre el trabajo manual e intelectual.
Es así como nació el «management» en sus distintas variantes, todas tendentes esencialmente a que los asalariados se sientan partícipes -junto con los patrones- en un esfuerzo común para el bienestar de todos.
Esto no implica la desaparición del fordismo, que sigue vigente para las tareas que no requieren calificación y subsiste en lo esencial en la nueva concepción de la empresa: el control del personal – una de las piedras angulares de la explotación capitalista- que se realiza físicamente en la cadena fordista de producción, continúa -acentuado- en la era postfordista por otros medios. «Gracias a las tecnologías informáticas -escribe Lars Svendsen- la dirección puede vigilar lo que sus empleados hacen en el curso de la jornada y cual es su rendimiento» ( Lars Svendsen, pág. 140).
El nuevo «management» apunta a la psicología del personal. Los directores de personal (o Directores de Recursos Humanos) peroran acerca de la «creatividad» y del «espíritu de equipo», de la «realización personal por el trabajo», de que el trabajo puede -y debe – resultar entretenido, («work is fun») etc. y se publican manuales sobre los mismos temas. Hasta se contratan «funsultants» o «funcilitators» para que introduzcan en la mente de los trabajadores la idea de que el trabajo es entretenido, de que es como un juego («gamification» -del inglés «game»- del trabajo).
Si se les pregunta a los asalariados si están satisfechos en su trabajo muchos responderán que sí, que si no trabajaran su vida carecería de sentido. Y esto vale incluso para quienes realizan las tareas más simples.
Pero lo cierto es que sólo una ínfima minoría, que se puede considerar privilegiada- realiza su vocación en el trabajo. Porque lo que dice el artículo 1º del Convenio 122 de la OIT de 1964 sobre el empleo libremente elegido es algo que está fuera del alcance de la inmensa mayoría de los trabajadores.
En la cadena fordista la empresa se apodera del cuerpo del trabajador, con el nuevo «management» se apodera de su espíritu. Escribe Svendsen: «Las motivaciones y los objetivos del empleado y de la organización se presume que están en perfecta armonía: El nuevo «management» penetra el alma de cada empleado. En lugar de imponerle una disciplina desde el exterior, lo motiva desde el interior«.
Hans Magnus Enzensberger, poeta y ensayista alemán, escribió en el decenio de 1960: «La explotación material debe esconderse tras la explotación no material y obtener por nuevos medios el consenso de los individuos. La acumulación del poder político sirve como pantalla de la acumulación de las riquezas. Ya no sólo se apodera de la capacidad de trabajo, sino de la capacidad de juzgar y de pronunciarse. No se suprime la explotación, sino la conciencia de la misma » (Hans Magnus Enzensberger, Culture ou mise en condition ? Collection 10/18, Paris 1973, págs. 18-19).
Algunos -entre ellos el ya citado Svendsen- objetan a Marx el haber pronosticado que con el progreso tecnológico y el aumento de la productividad el capitalismo cavaría su propia tumba, pues al reemplazar a los trabajadores con máquinas, los primeros dejarían de ser asalariados y, carentes de dinero, cesarían de ser consumidores. Pero la cuestión no es tan simple.
En primer lugar es un hecho indiscutible que con el progreso tecnológico aplicado a la producción y el consiguiente aumento de la productividad, disminuye la necesidad de trabajo humano -en particular de trabajo manual- en la producción, Con menos asalariados, habría menos consumidores y el capitalismo estaría cavando su propia tumba.
La contradicción entre el aumento de la productividad y el estrechamiento del mercado consumidor en el largo plazo es inherente al sistema capitalista porque entre la producción y el consumo se interpone la apropiación de la plusvalía por parte de los propietarios de los instrumentos y medios de producción y de cambio. No obstante el aumento de la productividad, la jornada de trabajo no disminuye, los salarios reales están congelados o aumentan muy ligeramente, pues una tasa importante de desocupación permite hacer presión para rebajar los salarios de los trabajadores ocupados, etc.
La mayor parte del beneficio resultante del aumento de la productividad engrosa la renta capitalista y una mínima parte se incorpora al salario, aunque no siempre. Es así como una constante del sistema capitalista es la profundización de la desigualdad en la distribución del producto.
Y del mismo modo -y aquí volvemos al tema de las bases materiales de la hegemonía ideológica y cultural de las clases dominantes- el tiempo social liberado por el aumento de la productividad se distribuye desigualmente: el tiempo que dedican al trabajo los asalariados no disminuye, ni aproximadamente, en la misma proporción en que aumenta la productividad.
Con el «management» se procura que el trabajador de «cuello blanco», que es -o tiende a ser- mayoritario en las países más industrializados, centre su vida como persona en el seno de la empresa y llene su tiempo «libre» fuera de ella -orientado por la moda y la publicidad- como consumidor de productos necesarios o superfluos, creados estos últimos para responder a la necesidad de la reproducción ampliada del capital y también como consumidor de distinto tipo de entretenimientos alienantes, como espectador de deportes mercantilizados, de series televisivas, como adicto a juegos electrónicos (verdadero flagelo contemporáneo), etc., en la medida que se lo permiten sus ingresos reales y los créditos que pueda obtener (y que, en tiempos de crisis no puede rembolsar).
Dicho de otra manera, el sistema capitalista en su estado actual trata de superar sus contradicciones insolubles inherentes a la apropiación por los propietarios de los medios de producción de buena parte del trabajo humano social (plusvalía) apoderándose de la mayor parte del creciente tiempo libre social (distribución desigual del tiempo libre social ganado con el aumento de la productividad) para «poner plustrabajo», como escribe Marx en los » Elementos fundamentales para la crítica de la economía política» (Grundrisse) y apoderándose también del escaso tiempo libre particular que les queda a quienes trabajan, mercantilizándolo como objeto de consumo y de ejercicio de su dominio ideológico y cultural.
De modo que puede decirse que la esclavitud asalariada propia del capitalismo, que estuvo limitada sólo a la jornada laboral y a una parte del «tiempo libre», ahora se extiende a TODO EL TIEMPO de la vida de los asalariados. Y así se ha ampliado también el ámbito, el tiempo y las formas en que las clases dominantes ejercen su hegemonía ideológica y cultural.
2. Este sistema de dominación tiene también una base material en el control oligopólico de la información.
En la transmisión de la información a través de los medios de comunicación existen por lo menos dos niveles de subjetividad. El primero consiste en la selección y jerarquización de la información: el comunicador decide primero qué hechos son noticias y deben comunicarse y luego cuáles son importantes y cuáles no, es decir, el lugar o el tiempo que se le atribuye a cada noticia en el medio de comunicación. El segundo nivel de subjetividad es la intepretación de cada noticia: el comunicador impregna al hecho con su versión del mismo. De modo que el derecho a estar informado está mediatizado por la subjetividad (o más concretamente por la ideología) del comunicador. Pero además, por regla general, el comunicador está subordinado a los intereses de quienes tienen el control económico y/o político directo o indirecto del medio de comunicación.
La propiedad de los medios de comunicación está sometida desde hace tiempo a un proceso de concentración que se ha acentuado en los últimos decenios.
Con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación se han formado grandes conglomerados transnacionales que abarcan la producción y utilización de los soportes materiales: editoriales, periódicos, radiodifusoras, filmes, emisoras de televisión, vídeos, satélites, medios electrónicos, etc., que dominan también las redes de comercialización y difusión.
Es cierto que en la mayoría de los países todo ciudadano o grupo de ciudadanos tiene teóricamente derecho a crear un medio de información. Pero si tal medio llega a existir su alcance es limitado y finalmente desaparece o es absorbido por los grandes oligopolios. De todos modos no pueden competir con los consorcios transnacionales, que llegan con sus productos (informativos y otros) a centenares de millones de personas y que son los verdaderos formadores (más bien deformadores) de la opinión pública.
Actualmente la concentración oligopólica de los medios de comunicación de masas (incluida la comunicación electrónica) y de los productos de entretenimiento de masas (series televisivas, música popular, parques de diversiones, juegos de vídeo, filmes, etc.) está en su apogeo. Grandes empresas, tienen el control mundial casi total de esos productos, quienes dictan a los seres humanos cómo deben pensar, qué deben consumir, cómo deben utilizar su tiempo libre, cuáles deben ser sus aspiraciones, etc. Uniformizan a escala planetaria los reflejos y comportamientos del ser humano, anestesiando en las personas el espíritu crítico y destruyendo la originalidad y riqueza de la cultura de cada pueblo. Son los vectores de la ideología del sistema dominante, que filtran la información y que tiñen la información ya filtrada de esa misma ideología y en función de sus intereses particulares.
Esas sociedades transnacionales se ocupan al mismo tiempo de las actividades más diversas, desde la fabricación de equipos electrónicos para uso militar hasta el tratamiento y distribución del agua potable y la recolección de residuos.
Es decir que de la comunidad de intereses existente entre los grandes medios de comunicación de masa y el gran capital a través del capital financiero y de los presupuestos publicitarios, se ha pasado a una comunidad concreta de intereses a través de la fusión de conglomerados industriales de diversa naturaleza que incluyen medios de comunicación de masas.
Es bastante común que tales conglomerados mediático-industriales incluyan la industria militar.
La contracara del oligopolio privado de los medios de comunicación, igualmente nefasta para el derecho a la información y la libertad de comunicación, es el monopolio o cuasi monopolio estatal y burocrático de dichos medios.
El ejercicio pleno de los derechos a estar informado verazmente, a opinar y a participar en la toma de decisiones requiere una pluralidad de fuentes, una pluralidad de medios de información y su gestión democrática y transparente, requisitos básicos que no se cumplen con la concentración monopólica u oligopólica de los medios de comunicación que acabamos de describir.
Cómo las masas populares llegan a romper con la ideología dominante es otro tema.
IV . Y esto nos lleva a la concepción del Estado de AGL, quien escribe (pág. 3):
«El Estado como proceso paradojal: materia e idea, monopolización y universalización.
Por lo tanto, el Estado es un conglomerado de instituciones paradojales. En primer lugar, representa relaciones materiales e ideales; en segundo lugar, es un proceso de monopolización y de universalización. Y en esta relación paradojal es donde anida el secreto y el misterio efectivo de la relación de dominación.
Decimos que el Estado es materia, porque cotidianamente se presenta ante el conjunto de las y los ciudadanos como instituciones en las que se realizan trámites o certificados, como leyes que deben ser cumplidas a riesgo de sufrir sanciones, y como procedimientos a seguir para alcanzar reconocimientos o certificaciones, por ejemplo, educativas, laborales, territoriales, etc. Además, el Estado materialmente se presenta también como tribunales, cárceles que recuerdan el destino del incumplimiento de la legalidad, ministerios donde se hacen llegar los reclamos y se exigen derechos, etc. Pero por otra parte, el Estado asimismo es idea y símbolo. De hecho, es más idea y símbolo que materia, y es el único lugar del mundo donde la idea antecede a la materia [nuestro el subrayado] porque la idea-fuerza, la propuesta social, el proyecto de gobierno, la enunciación discursiva triunfante en la trama de discursos que define el campo social, devienen en materia estatal, en ley, decreto, presupuesto, gestión, ejecución, etc«.
Al afirmarlo él mismo, AGL nos exime de señalar que tiene un enfoque idealista, hegeliano y antimaterialista del Estado.
Escribió Marx:
«Lo importante es que Hegel convierte constantemente a la Idea en el sujeto, y al sujeto auténtico y real -por ejemplo la «convicción política»- en el predicado, cuando el desarrollo corresponde siempre al predicado».
» Una explicación que no contiene la diferencia específica no es explicación. El interés de Hegel se limita a reconocer en todo elemento «la Idea» a secas, la «Idea lógica», trátese del Estado o de la naturaleza. Los sujetos reales -como aquí 78 la «Constitución»- se convierten en meros nombres de la Idea y el conocimiento real es sustituido por su mera apariencia; en vez de ser comprendidos en su ser específico, como realidades concretas que son, permanecen impenetrables «. (Karl Marx, Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2002. págs. 76 y 77).
Dice AGL: «En relación al primer punto (el Estado como relación social), no cabe duda que uno de los principales aportes del sociólogo marxista francés [Poulantzas], es su propuesta de estudiar al Estado como una «condensación material de relaciones de fuerzas entre clases y fracciones de clases» [ii] . Pues claro, ¿acaso no se elige al poder ejecutivo y legislativo con los votos de la mayoría de la población, de las clases dominantes y dominadas? Y aunque, por lo general, los sectores populares eligen por sufragio a representantes de las élites dominantes, ¿acaso los elegidos no adquieren compromisos respecto a sus electores? ¿Acaso no existen tolerancias morales aceptadas por los votantes, que marcan los límites de acción de los gobernantes y cuyas transgresiones generan migraciones hacia otros candidatos o hacia movilizaciones sociales?» (pág. 1).
Y más adelante (pág.2):
…»Entonces, queda claro que ni las clases populares son tontas ni la realidad es únicamente una ilusión, y tampoco la tradición es omnipresente. En medio de engaños, imposturas y herencias de dominación asumidas, la gente del pueblo también opta, escoge, aprende, conoce, decide y, por ello, elige a unos gobernantes y a otros no [3] ; reafirma su confianza o revoca sus esperanzas. Y así, en esta mezcla de dominación heredada y de acción decidida, los sectores populares constituyen los poderes públicos, forman parte de la trama histórica de las relaciones de fuerzas de esos poderes públicos, y cuando sienten que son burlados, se indignan, se asocian con otros indignados, y si ven oportunidad de eficacia, se movilizan; además, si su acción logra condensarse en la esperanza colectiva de un porvenir distinto, transforman sus condiciones de existencia.
Estas movilizaciones muchas veces se disuelven ante la primera adversidad o el primer logro; otras veces se expanden, generan adhesiones, se irradian a los medios de comunicación y generan opinión pública; mientras que en ciertas ocasiones, dan lugar a un nuevo sentido común. Y cuando esas demandas logran materializarse en acuerdos, leyes, presupuestos, inversiones, reglamentos, se vuelven materia de Estado.
Justamente esto es el Estado: una cotidiana trama social entre gobernantes y gobernados, en la que todos, con distintos niveles de influencia, eficacia y decisión, intervienen en torno a la definición de lo público, lo común, lo colectivo y lo universal.
Ya sea como un continuo proceso de monopolización de la coerción, de monopolización del uso de los tributos, de monopolización de los bienes comunes, de monopolización de los universales dominantes, de monopolización de la redacción y gestión de la ley que abarcará a
todos; o como institución de derechos (a la educación, a la salud, a la seguridad, al trabajo y a la identidad), el Estado −que es precisamente todo lo anterior en proceso− es un flujo, una trama fluida de relaciones, luchas, conquistas, asedios, seducciones, símbolos, discursos que disputan bienes, símbolos, recursos y su gestión monopólica. El Estado definitivamente es un proceso, un conglomerado de relaciones sociales que se institucionalizan, se regularizan y se estabilizan (por eso «Estado», que tiene que ver con estabilidad), pero con la siguiente particularidad: se trata de relaciones y procesos sociales que institucionalizan relaciones de dominación político-económica-cultural-simbólica para la dominación político-económica-cultural-simbólica. El Estado es en casos una institución, una máquina de procedimientos, pero esa máquina de procedimientos, esa materialidad son relaciones, flujos de luchas cosificados que objetivizan la cualidad de las relaciones de fuerza de esos flujos y luchas sociales.
La sociedad, el Estado y sus instituciones son como la geografía apacible de una campiña. Parecen estáticas, fijas, inamovibles. Pero eso solo es la superficie; por debajo de esa geografía hay intensos y candentes flujos de lava que circulan de un lugar a otro, que se sobreponen unos frente a otros y que van modificando desde abajo la propia topografía. Y cuando vemos la historia geológica, con fases de duración de millones de años, vemos que esa superficie fue trabajada, fue fruto de corrientes de lava ígnea que brotaron sobre la superficie arrasando a su paso toda la anterior fisonomía, creando en su flujo, montañas, valles, precipicios; que con el tiempo, se solidificaron dando lugar a la actual geografía. Las instituciones son igual que la geografía: solidificaciones temporales de luchas, de correlaciones de fuerza entre distintos sectores sociales, y de un estado de esa correlación de fuerza que, con el tiempo, se enfrían y petrifican como norma, institución, procedimiento. En el fondo, las instituciones nacen de luchas pasadas y con el tiempo olvidadas y petrificadas; en sí mismas son luchas objetivadas, pero además, sirven a esas luchas, expresan la correlación de fuerzas dominante de esas luchas pasadas y que ahora, con el olvido funcionan como estructuras de dominación sin aparecer como tales estructuras de dominación. Se trata de una doble eficacia de dominación: son fruto de la dominación para la dominación; pero dominan, con el tiempo, sin aparecer como tales estructuras de dominación.»
En la pág. 5 AGL escribe: «Para existir, el Estado debe representar a todos, pero solo puede constituirse como tal, si lo hace como un monopolio de pocos; y a la vez, si quiere afianzar ese monopolio, no puede menos que ampliar la preservación de las cosas comunes, materiales, ideales o simbólicas, de todos«.
Los subrayados son nuestros.
Esta descripción idílica, idealista, con giros poéticos y en todo caso anacrónica del Estado, no tiene nada que ver con el Estado real actual tal como es.
Por eso AGL prefiere citar a Poulantzas, quien escribió que hay que estudiar al Estado como una «condensación material de relaciones de fuerzas entre clases y fracciones de clases» y no a Lenin que definió al Estado como aparato especial de represión de las clases dominantes. Aclaremos que represión no es sólo violencia física, es también dominación y manipulación ideológica y cultural.
En 2007, en el 90 aniversario de la publicación de «El Estado y la Revolución» de Lenin, (Lenin hoy, http://ciberpatriotas.net/politica-mainmenu-57/1992-lenin-hoy.html) escribíamos:
«… en estos 90 años el sistema capitalista hizo lo suyo para preservar su dominación: la intervención armada de 22 Estados contra las jóvenes Repúblicas soviéticas entre 1918 y 1922, los innumerables golpes de Estado, la promoción y apoyo de dictaduras terroristas, las guerras de agresión, los asesinatos de líderes populares, siempre en nombre de la libertad y la democracia, de la defensa de la «civilización occidental», de la «lucha contra el terrorismo» y hasta de la defensa de los derechos humanos.
«Este recurso del sistema capitalista a la violencia es relativamente esporádico: cuando cuenta con el consenso de las mayorías populares, es decir mientras éstas aceptan la delegación de la dirección del Estado en las clases explotadoras y en sus agentes políticos, el sistema puede permitirse los regímenes llamados democráticos y hasta «progresistas», que son mejores garantes de la continuidad y estabilidad del sistema que los regímenes abiertamente dictatoriales.
«La lectura de Lenin a la luz de las experiencias de estos 90 años pone de manifiesto la actualidad de su reflexión teórica, de su análisis del funcionamiento del sistema capitalista y de las bases y condiciones necesarias para que un proyecto de transformación socialista de la sociedad se realice y no concluya en el fracaso, en el derrumbe o en una progresiva degeneración.
«Lenin, al contrario de los teóricos burgueses del Estado que consideran que éste está por encima de las clases y actúa como árbitro entre ellas, dice que el Estado es un producto de la sociedad de clases y funciona como aparato de dominación y represión de las clases dominantes sobre las clases subordinadas. Todos sus estamentos desempeñan esa función : las élites y la burocracia gobernante, el ejército, la policía, la magistratura, el sistema educativo, etc.
«A través del Estado, una minoría explotadora ejerce su dictadura sobre las mayorías explotadas. Aunque revista la forma de una democracia representativa.
«Escribe Lenin: «Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del «orden» que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases».
«Y más adelante cita a Engels, quien escribía en 1891: » En la república democrática la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero de un modo tanto más seguro», y lo ejerce, en primer lugar, mediante la «corrupción directa de los funcionarios» (Norteamérica), y, en segundo lugar, mediante la «alianza del gobierno con la Bolsa» (Francia y Norteamérica)»
«Y continúa Lenin: «En la actualidad, el imperialismo y la dominación de los Bancos han «desarrollado», hasta convertirlos en un arte extraordinario, estos dos métodos adecuados para defender y llevar a la práctica la omnipotencia de la riqueza en las repúblicas democráticas, sean cuales fueren… En la página siguiente Lenin cita nuevamente a Engels:
«Por tanto, el Estado no ha existido eternamente. Ha habido sociedades que se las arreglaron sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni del Poder estatal. Al llegar a una determinada fase del desarrollo económico, que estaba ligada necesariamente a la división de la sociedad en clases, esta división hizo que el Estado se convirtiese en una necesidad. Ahora nos acercamos con paso veloz a una fase de desarrollo de la producción en que la existencia de estas clases no sólo deja de ser una necesidad, sino que se convierte en un obstáculo directo para la producción. Las clases desaparecerán de un modo tan inevitable como surgieron en su día. Con la desaparición de las clases, desaparecerá inevitablemente el Estado. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre e igual de productores, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce».
«De esta caracterización del Estado burgués concluye Lenin que la primera tarea de una revolución socialista es DESTRUIR el aparato del Estado de la burguesía y erigir lo que el llama un «semiestado proletario» con características absolutamente distintas a las del Estado capitalista.
«Dicho semiestado es también una dictadura, pues por su naturaleza, el Estado es la forma en que una clase ejerce su dictadura sobre otra u otras.
«Pero a diferencia del Estado burgués, el «semiestado proletario» es la dictadura de las mayorías explotadas sobre las minorías explotadoras y debe ejercer la violencia contra estas en la medida que estas intenten por la violencia restablecer el sistema capitalista.
«Desde el momento mismo de su instauración, el semiestado proletario comienza un largo proceso hacia su extinción que avanza en la medida en que al establecerse las bases económicas (la propiedad colectiva de los medios de producción) se van extinguiendo las clases y, por lo tanto, el antagonismo entre ellas.
«Cesa entonces, dice Lenin, la administración sobre las personas y sólo resta la administración sobre las cosas.
«Este proceso de progresiva extinción del Estado no puede producirse si no se profundizan los cambios económicos tendentes a suprimir totalmente la explotación capitalista. La experiencia indica que cuando no se sigue este camino es inevitable la regresión y la restauración del capitalismo y de la explotación que le es inherente.
«También, como lo muestra la experiencia histórica, el estancamiento y la regresión puede producirse si no se profundiza permanentemente la democracia socialista. La profundización de la socialización de la economía y la profundización de la democracia socialista son interdependientes, son dos caras de la misma moneda: no puede haber democracia socialista sin economía socialista y tampoco puede haber y perdurar una economía socialista sin democracia socialista.
«La democracia es, según la definición corriente, el sistema político de gobierno cuya autoridad emana del pueblo o como con cierto lirismo la definiera Lincoln : el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
«Pero, ¿qué es la democracia en concreto en el contexto del sistema capitalista y qué debe ser la democracia socialista?
«Lenin escribe: «Nosotros somos partidarios de la república democrática, como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo, pero no tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud asalariada es el destino reservado al pueblo, incluso bajo la república burguesa más democrática. Más aún. Todo Estado es una «fuerza especial para la represión» de la clase oprimida. Por eso, todo Estado ni es libre ni es popular».
«Los principios básicos de una democracia socialista los explica Lenin en el párrafo 2 (¿Con qué substituir la máquina del Estado una vez destruída? del Capítulo III (La experiencia de la Comuna de Paris de 1871. El análisis de Marx).
«Lenin escribe:
«En 1847, en el «Manifiesto Comunista«, Marx daba a esta pregunta una respuesta todavía completamente abstracta, o, más exactamente, una respuesta que señalaba las tareas, pero no los medios para resolverlas. Sustituir la máquina del Estado, una vez destruida, por la «organización del proletariado como clase dominante», «por la conquista de la democracia»: tal era la respuesta del «Manifiesto Comunista». Sin perderse en utopías, Marx esperaba de la experiencia del movimiento de masas la respuesta a la cuestión de qué formas concretas habría de revestir esta organización del proletariado como clase dominante y de qué modo esta organización habría de coordinarse con la «conquista de la democracia» más completa y más consecuente. En su «Guerra civil en Francia«, Marx somete al análisis más atento la experiencia de la Comuna, por breve que esta experiencia haya sido. Citemos los pasajes más importantes de esta obra: En el siglo XIX, se desarrolló, procedente de la Edad Media, «el poder centralizado del Estado, con sus órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura». Con el desarrollo del antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, «el Poder del Estado fue adquiriendo cada vez más el carácter de un poder público para la opresión del trabajo, el carácter de una máquina de dominación de clase. Después de cada revolución, que marcaba un paso adelante en la lucha de clases, se acusaba con rasgos cada vez más salientes el carácter puramente opresor del Poder del Estado». Después de la revolución de 1848-1849, el Poder del Estado se convierte en un «arma nacional de guerra del capital contra el trabajo». El Segundo Imperio lo consolida. «La antítesis directa del Imperio era la Comuna». «Era la forma definida de aquella república que no había de abolir tan sólo la forma monárquica de la dominación de clase, sino la dominación misma de clase. . .» ¿En qué había consistido, concretamente, esta forma «definida» de la república proletaria, socialista? ¿Cuál era el Estado que había comenzado a crear?… La Comuna sustituye la máquina estatal destruida, aparentemente «sólo» por una democracia más completa: supresión del ejército permanente y completa elegibilidad y amovilidad de todos los funcionarios. Pero, en realidad, este «sólo» representa un cambio gigantesco de unas instituciones por otras de un tipo distinto por principio. Aquí estamos precisamente ante uno de esos casos de «transformación de la cantidad en calidad»: la democracia, llevada a la práctica del modo más completo y consecuente que puede concebirse, se convierte de democracia burguesa en democracia proletaria, de un Estado (fuerza especial para la represión de una determinada clase) en algo que ya no es un Estado propiamente dicho. Todavía es necesario reprimir a la burguesía y vencer su resistencia. Esto era especialmente necesario para la Comuna, y una de las causas de su derrota está en no haber hecho esto con suficiente decisión. Pero aquí el órgano represor es ya la mayoría de la población y no una minoría, como había sido siempre, lo mismo bajo la esclavitud y la servidumbre que bajo la esclavitud asalariada. ¡Y, desde el momento en que es la mayoría del pueblo la que reprime por sí misma a sus opresores, no es ya necesaria una «fuerza especial» de represión! En este sentido, el Estado comienza a extinguirse. En vez de instituciones especiales de una minoría privilegiada (la burocracia privilegiada, los jefes del ejército permanente), puede llevar a efecto esto directamente la mayoría, y cuanto más intervenga todo el pueblo en la ejecución de las funciones propias del Poder del Estado tanto menor es la necesidad de dicho Poder. En este sentido, es singularmente notable una de las medidas decretadas por la Comuna, que Marx subraya: la abolición de todos los gastos de representación, de todos los privilegios pecuniarios de los funcionarios, la reducción de los sueldos de todos los funcionarios del Estado al nivel del » salario de un obrero «. Aquí es precisamente donde se expresa de un modo más evidente el viraje de la democracia burguesa a la democracia proletaria, de la democracia de la clase opresora a la democracia de las clases oprimidas, del Estado como » fuerza especial » para la represión de una determinada clase a la represión de los opresores por la fuerza conjunta de la mayoría del pueblo, de los obreros y los campesinos. ¡Y es precisamente en este punto tan evidente — tal vez el más importante, en lo que se refiere a la cuestión del Estado — en el que las enseñanzas de Marx han sido más relegadas al olvido! En los comentarios de popularización — cuya cantidad es innumerable — no se habla de esto. «Es uso» guardar silencio acerca de esto, como si se tratase de una «ingenuidad» pasada de moda, algo así como cuando los cristianos, después de convertirse el cristianismo en religión del Estado, se «olvidaron» de las «ingenuidades» del cristianismo primitivo y de su espíritu democrático-revolucionario. La reducción de los sueldos de los altos funcionarios del Estado parece «simplemente» la reivindicación de un democratismo ingenuo, primitivo. Uno de los «fundadores» del oportunismo moderno, el ex-socialdemócrata E. Bernstein, se ha dedicado más de una vez a repetir esas burlas burguesas triviales sobre el democratismo «primitivo». Como todos los oportunistas, como los actuales kautskianos, no comprendía en absoluto, en primer lugar, que el paso del capitalismo al socialismo es imposible sin un cierto «retorno» al democratismo «primitivo» (pues ¿cómo, si no, pasar a la ejecución de las funciones del Estado por la mayoría de la población, por toda la población en bloque?); y, en segundo lugar, que este «democratismo primitivo», basado en el capitalismo y en la cultura capitalista, no es el democratismo primitivo de los tiempos prehistóricos o de la época precapitalista. La cultura capitalista ha creado la gran producción, fábricas, ferrocarriles, el correo y el teléfono, etc., y sobre esta base , una enorme mayoría de las funciones del antiguo «Poder del Estado» se han simplificado tanto y pueden reducirse a operaciones tan sencillísimas de registro, contabilidad y control, que estas funciones son totalmente asequibles a todos los que saben leer y escribir, que pueden ejecutarse en absoluto por el «salario corriente de un obrero», que se las puede (y se las debe) despojar de toda sombra de algo privilegiado y «jerárquico». La completa elegibilidad y la amovibilidad en cualquier momento de todos los funcionarios sin excepción; la reducción de su sueldo a los límites del «salario corriente de un obrero»: estas medidas democráticas, sencillas y «evidentes por sí mismas», al mismo tiempo que unifican en absoluto los intereses de los obreros y de la mayoría de los campesinos, sirven de puente que conduce del capitalismo al socialismo. Estas medidas atañen a la reorganización del Estado, a la reorganización puramente política de la sociedad, pero es evidente que sólo adquieren su pleno sentido e importancia en conexión con la «expropiación de los expropiadores» ya en realización o en preparación, es decir, con la transformación de la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción en propiedad social».
«Hasta aquí la cita de Lenin (el subrayado de la última frase nos pertenece).
«Algunas páginas más adelante Lenin precisa:
«Organizaremos la gran producción nosotros mismos , los obreros, partiendo de lo que ha sido creado ya por el capitalismo, basándonos en nuestra propia experiencia obrera, estableciendo una disciplina rigurosísima, férrea, mantenida por el Poder estatal de los obreros armados; reduciremos a los funcionarios del Estado a ser simples ejecutores de nuestras directivas, «inspectores y contables» responsables, amovibles y modestamente retribuidos (en unión, naturalmente, de técnicos de todas clases, de todos los tipos y grados): he ahí nuestra tarea proletaria, he ahí por dónde se puede y se debe empezar al llevar a cabo la revolución proletaria. Este comienzo, sobre la base de la gran producción, conduce por sí mismo a la «extinción» gradual de toda burocracia, a la creación gradual de un orden — orden sin comillas, orden que no se parecerá en nada a la esclavitud asalariada –, de un orden en que las funciones de inspección y de contabilidad, cada vez más simplificadas, se ejecutarán por todos siguiendo un turno, acabarán por convertirse en costumbre, y, por fin, desaparecerán como funciones especiales de una capa especial de la sociedad.»
«Más adelante, en el Párrafo 2 del Capítulo VI, Lenin insiste:
«Los obreros, después de conquistar el Poder político, destruirán el viejo aparato burocrático, lo desmontarán hasta en sus cimientos, no dejarán de él piedra sobre piedra, lo sustituirán por otro nuevo, formado por los mismos obreros y empleados, c o n t r a cuya transformación en burócratas serán tomadas inmediatamente las medidas analizadas con todo detalle por Marx y Engels: 1) No sólo elegibilidad, sino amovilidad en todo momento; 2) sueldo no superior al salario de un obrero; 3) se pasará inmediatamente a que todos desempeñen funciones de control y de inspección, a que todos sean «burócratas» durante algún tiempo, para que, de este modo, nadie pueda convertirse en «burócrata».
«Y Lenin agrega en una de las últimas páginas «Bajo el socialismo todos intervendrán por turno en la dirección y se habituarán rápidamente a que ninguno dirija».
V . Las ideas de Marx y de Lenin sobre el Estado conservan plena actualidad pues no consisten en una representación idealista, ahistórica, estática y esquemática del mismo sino que, partiendo de sus múltiples aspectos, en un proceso de síntesis rescatan sus rasgos esenciales que persisten, pues no es un Estado abstracto, sino un Estado capitalista, que se va adaptando a las cambiantes condiciones del sistema dominante, como veremos más adelante. Es el método de análisis expuesto por Marx, entre otros lugares de su obra en la » Introducción a la crítica de la economía política, 1857, Cap. III, El método».
De modo que corresponde analizar al Estado contemporáneo en relación con la estado actual del sistema capitalista, caracterizado -muy esquemáticamente- como un sistema totalmente transnacionalizado y en crisis prácticamente permanente.
El Estado moderno responde a la necesidad de gestionar las relaciones sociales en un determinado sistema productivo cuyos rasgos esenciales son la propiedad privada de los medios de producción y la economía de mercado, es decir el intercambio de mercancías entre propietarios y productores por intermedio de su equivalente general, el dinero. Entre dichas mercancías intercambiadas está la fuerza de trabajo, donde no hay intercambio de equivalentes.
Esto ya lo vio – a su manera- Jacques Necker hace casi dos siglos y medio quien en su libro Sur la législation et le commerce des grains (1775) escribía:
«El Propietario sólo ve en el trigo el fruto de sus cuidados y el producto de la tierra que le pertenece y quiere disponer del mismo como de sus otros ingresos. (…) El Comerciante sólo ve en ese alimento una mercancía que se vende y se compra y quiere poder comprarla y revenderla de conformidad con sus intereses. El Pueblo (…) ve el trigo como un elemento necesario para su conservación, quiere vivir de la tierra que está bajo sus pies y asegurarse la subsistencia con su trabajo. (…) El Propietario invoca los derechos de la propiedad; el Comerciante los derechos de la libertad; el Pueblo los derechos de la humanidad.(…) Es en medio de ese choque continuo de intereses, de principios y de opiniones que el Legislador tiene que buscar la verdad«.
El Estado aparece como un aparato administrativo mediador entre grupos y clases con intereses contradictorios (el propietario se queda con el excedente- plusvalía- producida por el productor) para preservar el «interés general» que no es otra cosa que la reproducción – preferiblemente pacífica- del sistema vigente.
Esta función mediadora del Estado es relativamente real en las primeras etapas de la evolución y consolidación del sistema capitalista. Decimos «relativamente real» porque el Estado ha funcionado siempre como garante -por medios pacíficos o violentos- de la reproducción del sistema.
Pero esta función de mediador, escribe Hirsch «se modifica con la penetración progresiva de las relaciones capitalistas, en que el «sólo poder de las condiciones económicas» (Marx, El Capital) instala la organización de dominación en tanto que instrumento para la instauración de relaciones capitalistas, donde el capital se reproduce por si mismo y donde finalmente la «sumisión completa del organismo del Estado» (Marx, Grundrisse) al capital determina la forma y la función del Estado» [4].
Esta relativa autonomía del Estado y su papel de mediador (tanto de los Estados nacionales como de las organizaciones internacionales interestatales) ha cesado y su sumisión completa al capital ha culminado con la transnacionalización de la economía de los últimos decenios. Sumisión acentuada por la crisis casi permanente del sistema.
Un grupo de economistas franceses describieron esto en 1983 con notable exactitud:
«La culminación de la regulación monopolista privada a escala mundial conducirá a una reestructuración drástica y, sin duda, irreversible, de los Estados- naciones. Estos se convertirán en territorios amorfos cuyas funciones económicas estarán determinadas desde el exterior por oligopolios internacionales. Esos territorios serán a la vez grandes espacios abiertos y fragmentados. Se impondrá una estructura dualista, hecha de un sector «moderno» y otro «tradicional». En el primero, ampliamente internacionalizado, estarán concentradas las sedes de los grandes grupos, las industrias de alta tecnología, las grandes instituciones de enseñanza, los dirigentes y los ingenieros mejor formados, ellos mismos muy movibles y hablando el mismo idioma, los laboratorios y todo el complejo de medios de comunicación internacionales. El sector «tradicional» agrupará la masa de la población, con baja remuneración y calificación, dedicada a las tareas subcontratadas por el sector moderno en las que, quizás, un tiempo de trabajo más corto será compensado por la reducción de la cubertura de las necesidades sociales, la que será preferida al desempleo, cuya tasa será elevada» [5].
Mientras prevaleció un sistema de economías nacionales, en las que la producción y el consumo se realizaba fundamentalmente dentro del territorio fue posible el «pacto social» de hecho entre los capitalistas y los asalariados en tanto consumidores en el marco del Estado-nación. Pero en el actual sistema «mundializado» la producción se destina a un mercado mundial de «clientes solventes» y ya no interesa el poder adquisitivo de la población del lugar de producción. Y el Estado-nación tiende a convertirse en una entidad amorfa dentro de un Estado mundial de hecho y formado por diversas instituciones y tratados mundiales, regionales y bilaterales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio, OCDE, «Grupo de los 8», Comisión Europea, Banco Central Europeo, Tratados de Promoción y Protección de Inversiones, etc.) dominado -política, económica, militar y culturalmente- por el gran capital transnacional y sus gerentes, los líderes políticos.
En este sentido, cabe señalar un caso actual realmente grotesco (cuya veracidad hemos confirmado con un miembro del Parlamento Europeo) de clausura de lo que restaba de espacios formalmente democráticos para debatir decisiones que afectan a toda la población.
Escribe un periodista español:
Se ha conocido una arbitrariedad fascistoide de la Comisión Europea con los diputados del Europarlamento y el tratado libre comercio e inversión (TTIP) que negocian muy en secreto la Unión Europea y Estados Unidos. ¡La UE sólo permite a los eurodiputados leer dos horas el texto negociado del tratado! Para mayor desgracia, prohíbe a los europarlamentarios hablar con nadie del mismo. El corto tiempo de lectura del oscuro tratado ha de ser en una sala segura, sin grabadoras, magnetófonos ni otros dispositivos electrónicos. Ni siquiera papel y bolígrafo y bajo vigilancia. No sabemos si los vigilantes van armados, pero sí que los legítimos representantes de ciudadanos y ciudadanas europeos reciben el trato de sospechosos de un delito. (Xavier Caño Tamayo, Impedir el tratado entre Estados Unidos y Europa, CCS – Centro de Colaboraciones Solidarias, 20/03/15).
En las condiciones del capitalismo monopolista e imperialista y de las crisis a repetición, se producen nuevas formas de intervención estatal e interestatal para asegurar la reproducción del sistema y la tasa de beneficio: además de las institucionales que acabamos de mencionar, el Estado participa en ciertas industrias y servicios (especialmente en los no rentables), en sectores de la investigación científica y tecnológica, en la constitución de coaliciones militares para agredir países en nombre de los «derechos humanos» pero en realidad para someterlos a su esfera geoeconómica y geoestratégica. Hasta, en algunos casos, desintegrarlos como Estados, como ha ocurrido con Libia y, en buena medida, con Irak. Con el resultado colateral de situaciones caóticas de las que han surgido organizaciones terroristas muy poderosas y de un salvajismo extremo.
Desde los orígenes del capitalismo hasta la actualidad, el Estado ha sido y es «una máquina esencialmente capitalista, el Estado de los capitalistas» (Engels, Anti-Dühring, citado por Hans Joachim Hirsch, op. cit.).
Un caso paradigmático que muestra cómo funciona el Estado capitalista contemporáneo es el litigio que opone el actual Gobierno griego a la Troika y a los líderes europeos.
En Grecia se acumuló una enorme deuda por mala gestión de Gobiernos corruptos, por pago de intereses muy elevados sobre las deudas y por compras desproporcionadas de armamentos. Grecia ocupó el quinto lugar en el mundo entre los compradores de armas convencionales en el periodo 2005-2009. El 31% de esas armas las compró a Alemania, el 24% a Estados Unidos y otro 24% a Francia, ahora sus principales acreedores. La «troika» le impone a Grecia «condicionalidades» consistentes en privatizar el patrimonio nacional, le exige congelar y en muchos casos bajar los salarios y las jubilaciones y en general reducir considerablemente los gastos sociales.
El nuevo Gobierno griego quiere renegociar la deuda con la Unión Europea, deuda mayoritariamente ilegítima, cumpliendo mínimamente con sus promesas electorales y con el mandato recibido del pueblo griego.
La «Troika» (la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) -que no tiene legitimidad institucional alguna- y los líderes europeos se muestran intratables: chantajean y extorsionan al Gobierno griego exigiéndole la rendición incondicional, que renuncien al mandato recibido y sometan a su pueblo a una cura extrema de austeridad. Todo ello para pagar una deuda fruto de la corrupción pasiva de los anteriores gobernantes griegos, la corrupción activa de las grandes potencias y de la banca internacional y de la usura practicada en gran escala por estos últimos.
El 29 de abril de 2010 Eric Woerth, entonces Ministro del Gobierno francés explicaba con todo cinismo por la radio France Inter: » Ayudando a Grecia nos ayudamos a nosotros mismos. Los 6 mil millones [de euros prestados por Francia a Grecia] no provienen de la caja del Estado. Se toman prestados [en los mercados financieros] a un interés del 1,4 o 1,5% y se prestan a los griegos al 5% aproximadamente. De manera que nosotros ganamos en la operación. Es bueno para el país, es bueno para Grecia y sobre todo es bueno para la zona euro. Hay que tranquilizar a los mercados. Siempre es así, hay que tranquilizar a los mercados […] hay que tender una red pública de seguridad «.
Mario Draghi, uno de los actuales verdugos del pueblo griego como Presidente del Banco Central Europeo, fue vicepresidente para Europa de Goldman Sachs Internacional y como tal trabajó con los gobiernos griegos anteriores para disimular una parte de la deuda griega.
La «Troika», que más bien debería llamarse «Triada» pues actúa como una organización mafiosa, lo mismo que las elites dirigentes europeas, practican la extorsión y el chantaje para robarle al pueblo griego lo que le pertenece.
Esta es la realidad del Estado capitalista, totalmente ajena a la visión un tanto idílica que nos ofrece Álvaro García Linera.
En las condiciones del capitalismo contemporáneo, monopolista e imperialista y en estado de crisis permanente, no ha quedado espacio alguno para la participación popular en las decisiones, pues las instituciones estatales e interestatales son totalmente funcionales a la reproducción del sistema y a la preservación de la tasa de ganancia del gran capital.
Hoy, más que nunca, sigue siendo válida la frase le Lenin: Todo Estado es una «fuerza especial para la represión» de la clase oprimida. Por eso, todo Estado ni es libre ni es popular» (Lenin, El Estado y la Revolución, 1917).
No se trata entonces de «mejorar» Estado, sino de desmontarlo (destruirlo, decía Lenin) y cambiarlo por otras formas institucionales totalmente distintas, que confieran el poder de decisión a los que trabajan (que no es lo mismo que la «participación» formal en las decisiones que toman los «líderes») y constituyan una barrera infranqueable a la formación de burocracias (mandatos breves, revocables y no renovables en todos los niveles). Al mismo tiempo que se suprimen las relaciones de producción capitalistas, socializando los instrumentos y medios de producción y de cambio.
Dicho de otra manera, un socialismo democrático y participativo consistente en un sistema fundado en la propiedad social o colectiva de los instrumentos y medios de producción y de cambio y en la intervención activa y conciente de los individuos y las colectividades en la adopción de decisiones en todos los niveles y en todas las etapas, desde la determinación de los objetivos y los medios para alcanzarlos hasta la puesta en práctica de los mismos y la evaluación de los resultados.
Este debería ser el proyecto de los que realmente quieren un cambio radical en la sociedad que conduzca a la liberación y a la realización del ser humano como tal.
Quienes deberían prefigurarlo en sus propias organizaciones.
Notas
[1] Lars Svendsen, Le travail. Gagner sa vie, à quel prix ? Editions Autrement, Paris, setiembre 2013, pág. 140.
[2] «… En toda la historia del capitalismo, desde la gran revolución industrial de fin del siglo XVIII hasta nuestros días, el sistema económico se ha desarrollado por movimientos sucesivos de inversiones y de innovaciones tecnológicas. Esos movimientos parecen principalmente vinculados a las dificultades inherentes al proceso de acumulación del capital: este, en un momento dado, se traba y todo se cuestiona: la regulación, los salarios, la productividad. La innovación tecnológica es una manera de salir de la crisis, pero no viene sola: ella afecta directamente, a veces el nivel del empleo, siempre la organización del trabajo y el control ejercido por los trabajadores sobre su oficio y sobre sus instrumentos de trabajo y por sus organizaciones sobre el nivel de los salarios, sobre la disciplina en el trabajo y la seguridad laboral…». Alfred Dubuc, Quelle nouvelle révolution industrielle? en: Le plein emploi à l’aube de la nouvelle révolution industrielle. Publicación de la Escuela de Relaciones Industriales de la Universidad de Montreal , 1982. https://papyrus.bib.umontreal.ca/jspui/handle/1866/1772
[3] Es lo que se llama el «voto pendular», siempre por los candidatos del sistema. Como decíamos más arriba las mayorías electorales (las mayorías de los que votan, porque la abstención electoral no cesa de crecer) aparte de una tendencia creciente al voto por la extrema derecha, generalmente optan entre la sartén y el fuego, es decir por la derecha tradicional o la socialdemocracia.
[4] Hans Joachim Hirsch, «Elementos para una teoría materialista del Estado», publicado en castellano en Críticas de la Economía Política, edición latinoamericana, núm. 12/13, México, El Caballito, 1979, pp. 3-75 y en francés en L’Etat contemporain et le marxisme, Critiques de l’economie politique, Ed. François Maspero, Paris, 1975.
[5] Michalet, Delapierre, Madeuf y Ominami, Nationalisations et Internationalisation….Ed. La Découverte/Maspero, París, 1983, p. 147. Cita extraída de nuestro libro » La armadura del capitalimso. El poder de las sociedades transnacionales en el mundo contemporáneo». Editorial Icaria, España, 2010.
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