Por «la industria» se ha hecho común entender «las transnacionales farmacéuticas», y para éstas, la empresa que no reciba la chorrera de millones que ellos exprimen al sufrimiento de la humanidad, es «pirata», sobre todo si se trata de los países del Sur. En Venezuela, una política soberana sobre patentes originará una recuperación económica de […]
Por «la industria» se ha hecho común entender «las transnacionales farmacéuticas», y para éstas, la empresa que no reciba la chorrera de millones que ellos exprimen al sufrimiento de la humanidad, es «pirata», sobre todo si se trata de los países del Sur.
En Venezuela, una política soberana sobre patentes originará una recuperación económica de las empresas que, con una capacidad instalada muy superior a su actual producción, ven restringidas las posibilidades de fabricar porque la mayoría de los medicamentos están patentados por las transnacionales, las cuales han extendido el límite del monopolio legal por medio de triquiñuelas, que hacen pasar por innovación o por invención, el añadido de cualquier aditivo inocuo o innecesario, con el fin de mantener el monopolio.
Sin embargo, la matriz de opinión que se ha venido difundiendo es que Venezuela trama una ley comunista que acabará con «la industria».
No faltan analistas sesudísimos e informes económicos -de esos que analizan al detalle quién ganó más dinero y evalúan por qué ganó o perdió- ya andan diciendo que los genéricos se van a tragar a «la industria», porque ésta no va a competir con aquellos que producen lo mismo y lo venden a menor costo.
A su favor, los magnates farmacéuticos tienen la mentira aceptada de que la marca sería garantía de calidad, pero cualquier persona con una mediana cultura sabe que la marca no es más que el sello de una empresa, y puede ser posicionada en «el mercado» simplemente con publicidad, independientemente de la calidad de los productos que vendan. Y cada día la gente es menos inocente en el mundo, cada día se tragan menos el cuento de las marcas.
Dicen los analistas que las empresas no cuentan con tiempo suficiente para hacer investigaciones, y que ya las patentes están expirando. Tiene que ser muy caradura quien diga que quince años no es suficiente para crear medicamentos que resuelvan ingentes problemas que tiene la humanidad, teniendo los recursos y las instalaciones con tecnología de punta de que disponen esas corporaciones. Lo que pasa es que no están interesados en investigar, sino en acumular riquezas.
Todos esos comentarios se anotan en una ofensiva publicitaria para lograr, en un futuro próximo, el alargamiento del tiempo de vigencia de las patentes y la llamada patente mundial, por medio de la cual las transnacionales farmacéuticas pretenden adueñarse de todo el mercado mundial y reventar de una vez por todas a los productores más pequeños de los diferentes países, sobre todo a los que producen genéricos, que la gente compra porque, al no estar bajo el régimen de patentes, son más baratos y tienen la misma efectividad.
Los magnates estarían muy preocupados buscando sustitutos para las grandes «ganancias» que obtienen aún por el monopolio de las medicinas, entre ellos las vacunas, y esto nos recuerda el boom reciente de la famosa gripe porcina, mexicana o H1N1, que sirvió para recuperar económicamente a una empresa fabricante, utilizando como estrategia de marketing el terrorismo publicitario, además de arreglárselas para lograr que la gente se infectara, mover sus influencias con los gobiernos y vender millones de dosis.
Sabido es que la H1N1 no es más peligrosa que el dengue y, de acuerdo a un alto funcionario de la Organización Mundial de la Salud, en esa institución el proceso para declarar una pandemia es muy sencillo, tanto que ya la famosa gripe porcina recibió ese triste rótulo, creando así un amplio mercado global para la inocua vacuna y el Tamiflú, acerca del cual se ha dicho que no sirve para nada.
Así están las cosas en la industria farmacéutica, algo que debería reservarse el Estado para sí, porque de ella depende un derecho fundamental como es el derecho a la salud y a la vida, pero que es utilizado por estos magnates como una manera fácil de exprimir a los pueblos sus ahorros y el producto de su trabajo. Por supuesto que quienes no tienen dinero, en el capitalismo, están destinados a morir de enfermedades curables.
Por eso, y ahora más que nunca, el socialismo es la solución para los problemas de salud de la humanidad. Que la gente valga más que el dinero, y que los Estados sean responsables de sus ciudadanas y ciudadanos, en vez de servir de mayordomo a las corporaciones.