Si uno quiere comprender lo problemático de un discurso sobre clase social que se basa sólo en la posición de la clase en el aparato productivo, no hay que hacer más que escuchar al Presidente Maduro durante el ultimo año. De una manera aparentemente más marxista que su antecesor Chávez, éste viene hablando desde hace […]
Si uno quiere comprender lo problemático de un discurso sobre clase social que se basa sólo en la posición de la clase en el aparato productivo, no hay que hacer más que escuchar al Presidente Maduro durante el ultimo año. De una manera aparentemente más marxista que su antecesor Chávez, éste viene hablando desde hace rato del «pueblo trabajador». La tendencia de referirse al pueblo de esta manera se expresa también, si bien de forma matizada, en su reciente Memoria y Cuenta .
Ciertamente es un discurso más obrerista que el de Chávez -quizás algo de esperar de quien se identifica como «Presidente Obrero»- pero el problema del nuevo léxico es que los términos tienden a solapar el carácter luchador del pueblo venezolano. Maduro describe a la clase popular como «trabajadora», y desde allí se desliza hacia la suposición de que su papel es trabajar (en lugar de emanciparse, de dirigir y organizarse). Así, en sus elocuciones se va deslizando -creo yo- hacia la idea desafortunada de que el pueblo debe trabajar para la burguesía nacional e internacional.
Hay un error tanto científico como político cuando se opera con este escueto esquema de la clase popular o del «sujeto histórico» venezolano. Del lado de la ciencia, es un hecho que una clase no es sólo la posición de un grupo en el aparato productivo, ni es un producto espontáneo de las relaciones de producción. Esto lo explicó hace mucho el marxista inglés E.P. Thompson en su obra clásica La formación de la clase obrera en Inglaterra . La verdad científica es que una clase se auto-construye. Hablamos pues de un proceso histórico en el que las relaciones sociales de producción moldean una materia humana que tiene forma -que nunca es bruta o indiferenciada. En el caso nuestro, el capitalismo dependiente criollo moldeó un pueblo que tiene su propia historia, sus ideales, su cultura y aspiraciones: un pueblo que se asume y se proyecta como «hijos de Bolívar», «hijos de las luchas de independencia» y «hombres y mujeres libres» Zamoranos.
La cara política del mismo asunto es que, entre describir a la clase por un lado como «clase trabajadora» (si se refiere sólo a la posición en el aparato productivo) o por otro lado como «hijos de Bolívar y Zamora, hombres y mujeres libres» (el auto-proyecto de la clase), hay mucho por decir a favor de la segunda opción. Chávez lo entendió bien y fue una de las características más evidentes de su discurso. Por eso intentó rescatar las historias de lucha de Bolívar, Zamora y Maisanta.
El esfuerzo por robar a los oprimidos venezolanos de su identidad y su proyecto viene de hace rato. Detrás de una cortina de términos como «malandro», «lumpen» y «marginal» subyace una clase con un proyecto e historia de lucha. El analista comprometido se enfrenta con el dilema de intentar resignificar un término (que se puede hacer con algunos como «malandro») o reemplazar con otro (como usar «pionero» en lugar de «invasor»), pero independiente del trato que se de a un término u otro, perdemos el juego por completo si abandonamos la identidad de la clase a favor de algo meramente genérico, ya que esto puede conducir a una visión asimilacionista («todos somos clase media») o mansa (el «pueblo trabajador» de Maduro, mientras el gobierno habla con inversionistas extranjeros y piensa en zonas económicas especiales ).
Es necesario mantener en la mirada que la clase es un producto histórico y su experiencia y cultura son elementos clave en su construcción. Frente a la historia, el analista que busca un sujeto revolucionario a menudo debe mirar con lentes más de continuidad que de ruptura. En los primeros capítulos de El Fenómeno Chávez , Steve Ellner acierta cuando expresa que es un error caer en la trampa de la Generación del 28 y borrar las luchas del siglo XIX (con sus banderas de justicia social y democracia) y los movimientos antigomecistas, tildándolos meramente de futiles por ser cosa de «élites». En las últimas décadas, la clase popular venezolana se definió luchando sobre todo en dos momentos clave: el Caracazo de 1989 y el contragolpe de abril de 2002.
Retomando el discurso de Maduro y especialmente su reciente Memoria y Cuenta, el núcleo político del asunto es: ¿cuál es la forma de hablarle a un pueblo de hombres y mujeres libres, un pueblo de hijos de Bolívar? Creo que se le puede decir a este pueblo que tendrá que trabajar y que tendrá que hacer sacrificios, pero también hay que explicar por qué y para quién se va a trabajar, para qué hay que hacer sacrificios. Y si va a tener que trabajar («en busca de la prosperidad») para los inversionistas nacionales y extranjeros, entonces habrá que explicar durante qué tiempo; y si es para «desarrollar las fuerzas productivas», entonces habrá que explicar también cuándo y cómo estas fuerzas productivas van a volver a las manos del pueblo. En breve, a un pueblo trabajador que es hijo de Bolívar y de Zamora se le debe explicar la visión estratégica de la pelea.
Chris Gilbert es profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela.
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