Recomiendo:
0

¿A quién pertenece la cultura de la violencia?

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

El domingo 31 de octubre, un grupo de militantes se apoderó de una iglesia en Bagdad asesinando e hiriendo a decenas de cristianos iraquíes, marcando un hito más de inconcebible horror desde que Estados Unidos invadió el país en marzo de 2003. Cada uno de los grupos iraquíes ha tenido que hacer frente a una terrible devastación como consecuencia de esta guerra, cuya magnitud sólo ahora estamos empezando a descubrir.

Sí, es verdad, la situación en Iraq era ya difícil antes de la guerra. Puedo dar testimonio de ello porque visité el país en 1999. Pero la dureza sufrida por muchos iraquíes, especialmente los disidentes políticos, era de alguna forma característica de los regímenes autoritarios y dictatoriales. En aquel momento podía compararse Iraq con otros países que vivían con condiciones parecidas. Pero lo que ha venido sucediendo desde la guerra no tiene parangón con ningún otro país ni con ninguna otra guerra desde la II Guerra Mundial. Incluso dejando a un lado la desoladora cifra de víctimas, la magnitud del desplazamiento interno y de la emigración forzosa es aterradora. Esta es una nación que había logrado mantener un nivel consistente de cohesión demográfica durante muchas generaciones. Fue esa cohesión lo que hizo de Iraq lo que era.

Las comunidades cristianas iraquíes vivieron coexistiendo con sus vecinos musulmanes durante cientos de años. Las iglesias de los dos grupos cristianos principales, los asirios y los caldeos datan del año 33 después de Cristo. Un reciente editorial de un periódico árabe llevaba el título «Los cristianos árabes deberían sentirse como en casa». Con todo lo emocionante que el artículo era, la verdad es que los cristianos árabes no deberían sentirse como en casa, porque están ya en su casa. Sus raíces datan de los días de Jesucristo y desde entonces han mantenido una identidad única y una orgullosa historia bajo las circunstancias más difíciles.

Recuerdo un grupo de niños y niñas iraquíes de un colegio caldeo vestidos con bellos uniformes azul oscuro cantando las nashid (canciones) matinales antes de ir a clase. Eran tan inocentes y estaban tan llenos de vida. Sus ojos hablaban de promesas y entusiasmo ante el futuro. No quiero ni imaginar siquiera cuántos de esos niños habrán sido asesinados o heridos o se habrán visto forzosamente desplazados con sus familias, como millones de otros iraquíes de todos los orígenes étnicos y religiosos.

En la actualidad, si acudimos al censo de 1987 en el que figuraban 1,4 millones de cristianos iraquíes apenas siguen aún viviendo en el país la mitad de los cristianos que había en Iraq. Tras los recientes asesinatos, que se produjeron cuando las fuerzas iraquíes asaltaron la iglesia y se inició un intercambio de disparos con los secuestradores, su cifra se reduce velozmente. La grave situación de los cristianos iraquíes parece muy similar a la de los cristianos palestinos, cuyo número ha caído en picado y continúa menguando tras la ocupación israelí en 1967 de Jerusalén, Cisjordania y Gaza. La Diáspora cristiana palestina fue el resultado directo de la ocupación israelí y la toma del poder en 1948 de la Palestina histórica. El gobierno israelí no ve diferencia alguna entre un cristiano y un musulmán palestinos.

Pero nada de todo eso ha merecido ser recogido ni ser objeto de discusión en la mayoría de los medios occidentales, quizá porque se arriesgaban a herir la sensibilidad del ocupante israelí. Y para colmo, nos encontramos ahora con que también pueden manipularse las alarmantes noticias que vienen de Iraq presentando el sufrimiento de los cristianos como una variable más de un conflicto más amplio entre los militantes islámicos y las comunidades cristianas en Iraq.

La sociedad iraquí fue siempre bien conocida y apreciada por su tolerancia y aceptación de las minorías. Hubo un tiempo en que nadie se refería a los otros como chiíes, sunníes o cristianos; había un Iraq y había un pueblo iraquí. Esto ha cambiado completamente, porque parte de la estrategia seguida tras la invasión de Iraq perseguía poner de relieve y manipular las demarcaciones étnicas y religiosas del país, creando insuperables escisiones. Sin un poder centralizado que guiara y canalizara las respuestas colectivas del pueblo iraquí, fue muy fácil desatar todo un infierno. Hombres enmascarados con oportunos nombres militantes pero sin identidad desaparecían tan rápidamente como aparecían para causar estragos en el país. La confianza comunal que había mantenido unido el tejido de la sociedad iraquí durante los tiempos más duros se disolvió. El caos y la desconfianza más absolutos se apoderaron de todo, lo demás es historia.

No cabe duda alguna de la brutalidad y la pura maldad de quienes causaron el reciente asesinato de 52 cristianos iraquíes, incluido un sacerdote, en la principal iglesia católica romana de Bagdad. Pero no hay que confundir esa tragedia con un enfrentamiento entre musulmanes y cristianos, o como un informe de UPI engañosamente exhibía bajo el siguiente título: «Los cristianos de Iraq atrapados entre la mayoría chií y la minoría sunní». Decir eso es una gran injusticia. Es también peligroso, porque si esas nociones llegan a aceptarse, se estará facultando a las potencias extranjeras para que justifiquen su continuada presencia en Iraq a partir de la premisa de que están allí para proteger a las personas atrapadas en medio. En realidad, durante cientos de años, cada una de las potencias coloniales en Oriente Medio ha utilizado precisamente esa lógica para racionalizar su violencia y explotación.

Hay muchos que están preparados para utilizar esas tragedias y ponerlas al servicio de sus intereses políticos o para validar a posteriori sus bárbaras actuaciones en Iraq. Esta arrogante mentalidad sirvió también para que el estratega republicano Jack Burkman, en un programa en inglés en Al Yasira del pasado mes de mayo, describiera a los pueblos del Oriente Medio como «una panda de bárbaros en el desierto».

Toda esa arrogancia se ve reforzada por asesinatos como el padecido últimamente por los cristianos iraquíes. Un soldado estadounidense en Iraq, citado en un reciente programa de Democray Now, se refirió a la cultura iraquí como una «cultura de la violencia», jactándose de que su país estaba intentando hacer algo al respecto.

¿Dónde está la introspección y reflexión que pudieran llevar a preguntar qué es lo que sacado esa «cultura de la violencia» a la superficie? ¿Qué es lo que se necesita para ver que la «panda de bárbaros» son sencillamente seres humanos que, como cualquier otro ser humano, están tratando de sobrevivir, de atender a sus familias y de mantener un elemento de normalidad y dignidad en sus vidas?

En cuanto a los «cristianos de Iraq», debo decir que no estoy en absoluto de acuerdo con esa descripción tan utilizada por los medios. Ellos no son los cristianos de Iraq, sino los cristianos iraquíes. Sus raíces son tan profundas como la historia de Mesopotamia, su historia tan rica como el fértil suelo del Tigris y el Eúfrates. No importa hasta dónde pueda llegar a disminuir su número, como el resto de iraquíes de cualquier procedencia, seguirán siendo siempre iraquíes. Y su regreso a su país es sólo cuestión de tiempo.

Fuente:

http://weekly.ahram.org.eg/2010/1023/re9.htm