El tema del déficit público y la deuda se ha convertido en el eje central de la preocupación económica en España. Disminuir el déficit es ahora el objetivo principal de la política del Gobierno, subordinando al mismo todas las inquietudes acerca de los demás problemas económicos, como el estancamiento de la actividad económica, el escándalo […]
El tema del déficit público y la deuda se ha convertido en el eje central de la preocupación económica en España. Disminuir el déficit es ahora el objetivo principal de la política del Gobierno, subordinando al mismo todas las inquietudes acerca de los demás problemas económicos, como el estancamiento de la actividad económica, el escándalo del paro y otros muchos.
El déficit y la deuda son demonizados y presentados como la causa de todos los problemas. Pero ambos elementos no son más que el saldo de los ingresos y gastos públicos y hay que analizar su evolución para plantearse el problema de la deuda, además del aparente pánico que parecen experimentar nuestros gobernantes. Los ingresos públicos han disminuido fuertemente por la crisis -algunos autores señalan que fuera de proporción con la caída de la actividad, apuntando a un aumento del fraude fiscal-, y no olvidemos que los gastos son más necesarios que nunca en la situación actual. La deuda no es más que una consecuencia adicional de una crisis generada por un sistema económico ineficiente, además de injusto. La deuda es un instrumento de equilibrio en la fase baja del ciclo, y mucho más en una crisis. Déficit y deuda son los instrumentos que están permitiendo que no haya caído el sistema financiero, que el declive de la gran industria no sea mayor (ayudas a las finanzas, al automóvil y otros sectores) y que una parte de la población disponga por lo menos de unos ingresos mínimos (subsidio de paro). No se puede disminuir el gasto público en una situación de estancamiento económico y alto desempleo sin graves consecuencias para la economía y para la población.
La deuda pública española no es tan alta como para constituir un problema dramático. Bastantes países relevantes de la UE tienen deudas considerablemente más altas. La alarma parece surgir por la rápida progresión de la misma. Pero sabemos que no es la deuda pública, sino la deuda privada, avalada por el Estado, la que causa el problema principal. ¿Se prevé seguir aumentando este tipo de ayudas y avales al sistema financiero? No sería justificado ahora.
Para resolver el problema se nos presenta un durísimo programa de ajuste. Pero, si la causa de la deuda es el estancamiento económico, el ajuste no hará más que dificultar la recuperación de la demanda e intensificará la crisis, lo que causará graves perjuicios a la economía y a la población, perjudicando más a los más débiles. Los graves e innegables problemas de la economía española no residen en la deuda, sino en la falta de eficiencia y de confianza en nuestra economía. ¿Cómo se generarán los ingresos adicionales para financiar el presupuesto y pagar la deuda? ¿Se han olvidado las consecuencias de los programas de ajuste en América Latina en los años ochenta? ¿Están latinoamericanizando el sur de Europa? ¿Han olvidado los nefastos efectos de la disminución del gasto público en la crisis de 1929?
La mayoría de la población va a sufrir las consecuencias de estas políticas. ¿No hay otras medidas para paliar el déficit y la deuda? Los mercados, las empresas de evaluación y las instituciones internacionales, como siempre, sólo insisten en rebajar el déficit, aprovechan para lucrarse aumentando los tipos de interés de la deuda y, además, y no es lo menos importante, exigen la implantación de medidas neoliberales en el país. Tampoco hay ninguna esperanza en ayudas de la Unión Europea; al contrario, sus exigencias empeoran la situación. Pero ¿no se puede hacer nada en el interior? Aquí las opciones ideológicas del Gobierno aparecen claras. Ni siquiera se mencionan otras posibilidades de resolver el problema de los ingresos públicos, posibilidades que habrían de consistir en exigir la cooperación de quienes más tienen y de aquellos que, merced a las ayudas públicas, han salido ya de la crisis, especialmente el sistema financiero. Si a las capas modestas del país, por no hablar de los más pobres, se les exige que acepten un significativo deterioro en sus condiciones de vida debido a la situación financiera del país, ¿qué se les está pidiendo a las demás capas sociales? Los bancos están reportando la vuelta a jugosos beneficios, la Bolsa ha recuperado, aunque con vaivenes, parte de su riqueza, los empresarios aprovechan la situación para lograr un mercado laboral y un sistema fiscal muy favorable a sus intereses y hay todavía muchos millonarios en España… ¡Qué bien les vienen la presión de los mercados mundiales y los informes de las empresas de evaluación! Pero ¿por qué no avanzar con medidas innovadoras e imaginativas que tanto ponderan en otros ámbitos?
Por ejemplo, para contribuir a paliar la deuda, instaurar una «deuda interna de emergencia» con suscripciones obligatorias de las entidades financieras que tanto se han beneficiado con la deuda pública, plantear una reforma fiscal de verdad, que gravando a los más poderosos, permita aumentar sustancialmente los ingresos de las arcas públicas, establecer un impuesto excepcional a los beneficios financieros… Existen alternativas.
Ni el Gobierno español, ni las autoridades internacionales, y muchos menos los míticos «mercados» hacen referencia a estas soluciones, revelando claramente su adscripción al status quo sus planteamientos y sus opciones. No es muy real la voluntad de resolver el problema de la deuda, ni de unos ni de otros, si sólo se plantean medidas que no afecten a los poderosos.
Miren Etxezarreta es catedrática emérita de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona
Fuente: http://blogs.publico.es/