No es nuestra intención discutir a fondo en este artículo el papel de los intelectuales en la situación concreta de Venezuela, sino más bien poner en su sitio a quienes se benefician del tejido mercantil que domina el mundo editorial como parte de la intención de perpetuar el capitalismo y oponerse a los cambios profundos […]
No es nuestra intención discutir a fondo en este artículo el papel de los intelectuales en la situación concreta de Venezuela, sino más bien poner en su sitio a quienes se benefician del tejido mercantil que domina el mundo editorial como parte de la intención de perpetuar el capitalismo y oponerse a los cambios profundos que reclaman las sociedades por doquier.
La importancia de los intelectuales, en cualquier época, no puede ser puesta en duda. El pensamiento, el ámbito de las ideas, siempre ha sido uno de los factores decisivos en los cambios históricos. De hecho, la Revolución Francesa, madre de la burguesía y el capitalismo, tuvo entre sus primeros combustibles la participación de los intelectuales, que dieron forma a la ideología que hoy reina en el mundo, la ideología individualista y paradójicamente uniformadora en el sentido del diseño de un pensamiento único impuesto desde los centros del poder imperial.
Sin el trabajo de los intelectuales a través de todas las épocas, no tuviésemos memoria histórica, ni identidades culturales, ni avances tecnológicos y civilizatorios. Por esa y otras razones son tan importantes los intelectuales, por eso los factores políticos tratan de ponerlos contantemente de su lado. Los intelectuales son relatores, testigos, preservadores y constructores de las ideas, de la cultura y de la historia de los Humanidad.
No tiene entonces nada de raro una especie de moda que parece imponerse de otorgar importantes premios literarios internacionales a libros y escritores contrarrevolucionarios, más allá de los méritos relativos que estos exhiban. Es otra manera de conspirar contra la Revolución Bolivariana y latinoamericana en general, son menos reconocimientos literarios que expresiones políticas de agentes culturales de la derecha internacional.
Es en ese contexto que se ha otorgado, en el último trimestre, dos importantes premios internacionales a escritores contrarrevolucionarios venezolanos.
Hace menos de un mes el escritor derechista venezolano Alberto Barrera Tyzka ganó el XI Premio Tusquets Editores de Novela (con base en España, uno de los centros de la conspiración internacional contra Venezuela) por su libro «Patria o muerte», una obra en la que el jurado reaccionario valoró «la valentía» de contar la realidad venezolana, como si este intelectual orgánico de la derecha estuviera en peligro al escribir sus textos dirigidos a los sectores más esnobistas de la clase media nacional. El jurado decidió premiar a «Patria o muerte» por la «valentía de contar, desde las vivencias cotidianas de un grupo de personajes, la realidad venezolana de un modo poco complaciente» y destacó la «habilidad» del autor para hacerlo con un «absorbente ritmo narrativo», que refleja las «angustias y complicaciones» de unas vidas condicionadas por la histeria y las tensiones de «un país pendiente de un líder carismático». Por supuesto, podemos estar seguros que desde su concepción pequeño burguesa, Barrera pinta la Revolución Bolivariana con la visión negativa que ha construido la canalla mediática. Esta fidelidad a los enemigos históricos del pueblo venezolano le ha valido una recompensa de 18.000 euros.
Y en días recientes, otro venezolano, Rafael Cadenas ha sido galardonado con el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca-Ciudad de Granada en su duodécima edición, que incluye 30.000 euros. Según el jurado, la de Cadenas es una obra «muy arriesgada e incómoda con cualquier manifestación totalitaria del poder». Ya sabemos por donde vienen. En realidad, Cadenas no corre ningún riesgo cuando escribe sus poemas cerebrales e inocuos, dirigidos a una élite y propios de un escritor muy alejado de los sentimientos, vivencias e intereses del pueblo venezolano. Y aunque no somos críticos literarios -¡Dios nos libre!- como lectores preferimos la obra polvorienta, terrosa, de escritores como Ramón Palomares u Orlando Araujo, o el desparpajo mundano de Caupolicán Ovalles y el Chino Valera Mora, antes que los devaneos existenciales inútiles de Rafael Cadenas, quien ya había sido galardonado antes por los organizadores reaccionarios de la FIL de Guadalajara, harto conocida por ser una especie de aquelarre de intelectuales de la derecha.
En una entrevista poco después de enterarse del premio García Lorca (poeta revolucionario y libertario español fusilado por el franquismo ¡qué paradoja!), Cadenas ha dejado al desnudo su real catadura de dinosaurio literario reaccionario. Véanse algunas de sus opiniones.
«Este movimiento de militares y civiles que no tienen idea de lo qué es la democracia», refiriéndose al chavismo.
«No me gusta el odio y en el país ha habido una división que es un fenómeno muy negativo, que no tiene nada que ver con Bolívar. Yo digo que Bolívar no es bolivariano porque él detestaba la desunión, la lucha de clases, la lucha racial»
«El comunismo no tiene sentido porque la experiencia nos indica que es incompatible con la libertad».
Cadenas dice lamentar que «un grupo de fanáticos» derribase hace unos años la estatua de Cristóbal Colón y que en su lugar hayan puesto la de Guaicaipuro: «Pero ocurre que la independencia fue obra de descendientes de españoles, empezando por el mismo Bolívar, que era de origen vasco. Hay algo de regresión en esa exaltación de los indios». Esto se llama supina ignorancia de la Historia, sin más ni más ¿La independencia la hicieron los descendientes de españoles? ¿Y el Negro Primero, y Juana Ramírez y José Leonardo Chirinos? ¿Y el Decreto de Guerra a Muerte: «Españoles y canarios, contad con la muerte…»? ¡So ignorante!
Cadenas considera positivo que la oposición gane las próximas elecciones parlamentarias para «propiciar una transición pacífica porque lo otro es algo que creo que nadie desea, un enfrentamiento que puede ser violento». Vaya tipo atrasado y conservador ¡Poeta un cuerno!
En realidad, tanto Barrera como Cadenas son dignos herederos de los intelectuales burgueses desde que estos existen. Por ejemplo, cuando surgió la célebre y apreciable Comuna de París, entre los escritores franceses de entonces los únicos que asumen una posición de simpatía hacia la Comuna o que al menos condenan la represión en su contra, son Vallés, Rimbaud, Verlaine, Villiers de L’isle-Adam y Victor Hugo. Todos los demás se le oponen, la mayoría de manera virulenta. Muchos de estos escritores habían tenido participación en la revolución de 1848, para luego caer en una larga época de desilusión y acomodo al régimen burgués (hágase el paralelismo con los dos premiados, ambos de «izquierda» durante los años del puntofijismo: cualquier parecido no es mera coincidencia). Muchos escritores se fueron acomodando poco a poco al orden existente, comenzaron a granjearse puestos burocráticos y a cobrar pensiones del segundo Imperio napoleónico. Unos tras otros, buscaron los honores, la gloria y la consideración de las élites gobernantes. El Imperio creó, inclusive, oportunidades para que los escritores se alinearan a él, mientras guardaban cierta apariencia de independencia y hasta de oposición. Uno de estos medios de absorción fue el Salón de la princesa Mathilde, sobrina de Napoleón III, en la rue de Courcelles o en Saint-Gratien. Allí los escritores se oponían tibiamente, con bromas e ironías de importancia secundaria, en nada comparables a la violenta oposición que hacían a cualquier intento de subversión verdadera del régimen. He aquí lo que asienta Edmond de Goncourt en su «Journal»: «¡Ah, princesa! No sabéis el servicio que habéis prestado a las Tullerías, cuántos odios y cólera ha desarmado vuestro salón, hasta qué punto habéis sido la almohadilla entre el gobierno y los que manejan una pluma. Flaubert y yo, si no nos hubieseis comprado, por decirlo así, con vuestra gracia, vuestras atenciones, vuestras muestras de amistad, hubiésemos sido, ambos, los críticos más sangrientos del Emperador y la Emperatriz» ¿Cuántos salones, cuántas princesas Mathilde no hemos conocido en Venezuela, en los tiempos en que campeó a su antojo el régimen puntofijista? ¡Ahora los salones principescos están donde deben estar: en los predios de la derecha española!
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