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Acerca de la constituyente (II)

Fuentes: Rebelión

Continuación de Acerca de la constituyente en venezuela (I) Estamos avocados a un nuevo proceso constituyente, que debería abrirnos la vía para profundizar las transformaciones socio/económicas guiadas por el cambio cultural que Venezuela, nuestra América y el mundo, reclama y necesita. Venezuela ha sido muchas veces ejemplo y guía de trasformaciones que el mundo demanda, […]


Continuación de Acerca de la constituyente en venezuela (I)

Estamos avocados a un nuevo proceso constituyente, que debería abrirnos la vía para profundizar las transformaciones socio/económicas guiadas por el cambio cultural que Venezuela, nuestra América y el mundo, reclama y necesita. Venezuela ha sido muchas veces ejemplo y guía de trasformaciones que el mundo demanda, caso de nuestra gesta independentista donde Bolívar no buscó arreglos con los Imperios y las oligarquías sino la construcción de un grande y poderoso estado; del período medinista donde reivindicamos nuestra soberanía e iluminamos a las provincias petroleras, tanto con la imposición del 60-40% a las transnacionales como con la creación de la CVP, y ahora con el proceso bolivariano donde luchamos por la soberanía, la pluripolaridad y el volcamiento de la reproducción social hacia el humano y su dignidad.

A los procesos socio/temporales los guía la cultura mediante su red de conversaciones, la cual, a su vez, está sustentada en la memoria histórica. Por eso, en el momento crucial que vivimos es necesario hablar de historia y de categorías cognitivas, pues se trata de evaluar y sopesar con mucho cuidado las acciones que debemos tomar ante el inmenso reto que tenemos por delante. Hablemos entones de las revoluciones en presente, pasado y futuro.

Brevísimo acercamiento al pasado

Los revolucionarios con raíces marxistas discutieron, durante muchos años, acerca de cuándo la porción de la especie humana que ocupa un determinado territorio, un Espacio/tiempo cultural, se encuentra en una situación revolucionaria. Este tema se planteó con más fuerza entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se afianzó la era del imperialismo y los países centrales del Sistema Capitalista Mundial -que siempre tienen vocación imperialista- entraron en un profundo choque de intereses geopolíticos, que nos llevó a dos guerra mundiales interimperialistas (guerra de los 15 años).

Lenin planteó con mucha fuerza que la red conformada por países centrales y periféricos se rompería en la periferia, pues era allí donde se exacerbaban las contradicciones inherentes al sistema: desigualdad, pobreza profunda en las capas bajas y medias, daño ecológico sensible, desfasamiento tecnológico, etc., con lo cual, la desestabilización política, fruto de la presión de los dominados y enfrentamientos con y entre los dominantes, se haría insostenible para el estado territorial (que no necesariamente nacional) y el país en cuestión estaría maduro para la revolución. Había que prever, entonces, el advenimiento de una situación revolucionaria para diseñar y practicar la estrategia y las tácticas pertinentes. 

También jugaban otras ideas atribuidas al marxismo, como aquella de que todos y cada uno de los países debían vivir etapas de «desarrollo» inexorables semejantes a la vía histórica europea: comunidad primitiva, modo de producción esclavista, estadio feudal, sistema capitalista y por ultimo modo comunista. Era necesario entonces impulsar al capitalismo hasta que éste se convirtiera en un freno para el desarrollo de las fuerzas productivas, entonces, y solo entonces, se podría pasar del capitalismo al comunismo mediante una transformación que dirigiría el proletariado como clase revolucionaria y ya mayoritaria en el cuerpo social

Muchos revolucionarios de raigambre marxista compartieron esa idea y para sostenerla se apoyaban en algunos escritos de Marx, como el Tomo I del Capital, mientras olvidaban o desconocían otros escritos de Marx, como los manuscritos económico-filosóficos que fueron escritos en 1844 y publicados por primera vez en 1932 en Alemania y también, por ejemplo, la carta de noviembre de 1877 dirigida a la revista donde el populista ruso N.K. Mijailovskii hizo una crítica a sus ideas sobre la perspectiva revolucionaria en Rusia, y donde puntualizaba:

«El necesita convertir mi ensayo histórico sobre la aparición del capitalismo en Europa occidental en la teoría histórico-filosófica con un único camino, por el que de manera fatídica están condenados a pasar todos los pueblos independientemente de cuáles fuesen las condiciones históricas en que se encontrasen, para llegar, al final de cuentas, a la formación económica que les permita, junto con un gran florecimiento de las fuerzas productivas y del trabajo social, un mayor y profundo desarrollo de la persona. Pero yo le pido a él disculpas. Esto sería al mismo tiempo demasiado halagüeño y demasiado vergonzoso para mí«

Esa carta tuvo una interesante historia, fue escrita en noviembre de 1877, pero no fue enviada a la revista y permaneció sin publicar hasta que años después, tras la muerte de su autor, fue encontrada por Engels entre sus papeles y enviada por éste, en marzo de 1884, una copia a Vera Zasulinch, quien por aquel entonces se encontraba exiliada en Ginebra. Fue finalmente publicada en la revista Vestnik Narodnoi Voli número 5, en 1886 en Ginebra: aquí se cita según texto integro en: http://www.ismat. Php?menu=1&action=1&ítem=167 Citado por Antonio Fernández Ortiz «Octubre contra el Capital» Ediciones Viejo Topo 2010. Págs. 81-82.

Entre la muerte de Marx y la Revolución Rusa en 1917 mediaron 34 años y corrió mucha agua debajo de los puentes, los diversos acontecimientos fueron diferenciando las corrientes marxistas y separando más y más sus posiciones políticas, hasta llegar en 1903 a la división entre mencheviques (minoría socialdemócrata de derecha) y los bolcheviques (mayoría socialdemócrata de izquierda) cuya diferencia fundamental fue que los bolcheviques planteaban que el camino ruso no era el capitalista y que el proletariado en el poder debía marcar un rumbo distinto, mientras que los mencheviques decían que el proletariado debía respaldar y presionar por mejoras a la burguesía nacional.

Estas diferencias marcaban dos vías a seguir: la pacífica/electoral/parlamentaria de los mencheviques y otros partidos, contra la parlamentaria/insurreccional de los bolcheviques, apoyándose ambas en el trabajo socio/político en los sindicatos y otras organizaciones obreras y populares. Eran dos vías que estaban determinadas por el sujeto revolucionario, que en ambos casos era el proletariado, los obreros fabriles, como la clase que llevaba en su seno el germen de la nueva sociedad: la formación económico/social comunista. Es bueno traer al debate, que de acuerdo al materialismo histórico, el ser determina la consciencia y que el movimiento de la lucha de clases dentro del capitalismo transforma a la clase obrera de agrupaciones dispersas sin consciencia de su destino, en clase en sí primero y luego en clase para sí, es decir, en una clase claramente diferenciada que genera una ideología que la guía en su accionar: dicha ideología es el marxismo que la reconoce como elemento mesiánico y redentor. Pero el marxismo no brota espontáneamente de la clase obrera, pues la anomia a que la condena sus condiciones de vida no lo permite, es necesario, entonces, que la intelectualidad, en perfecta simbiosis con el proletariado, cree y difunda la ideología proletaria, de tal manera que ella encarne en el proletariado y sus aliados y los guíen en su caminar hacia la toma del poder político y la puesta en marcha de la Revolución

Claro, estos planteamientos lo hacían intelectuales comprometidos con la revolución, como lo fueron el propio Marx, Lenin, Trosky, Plejánov, Mao, Ho Chi Ming y muchos más, pero como ellos no emergían ni vivían en el seno de los proletarios y éstos no demostraban querer y entender la revolución, siempre estuvo presente la necesidad de crear una organización que insuflara la ideología revolucionaria entre los proletarios y sus aliados y los dirigiera entre las complejidades del proceso. Esta idea derivaría hacia la conformación de partidos políticos de tipo socialdemócratas y «leninista», los primeros con organizaciones abiertas donde un militante debía pertenecer a una organización ligada al partido, mientras que en los segundos un militante era el que trabajaba en un organismo del partido: los primeros eran partidos abiertos y los segundos partidos cerrados (tipo militar).

Surgieron dos tesis para definir qué es una revolución y cuándo puede producirse: la socialdemócrata y la comunista. Ambas planteaban como primer paso la toma del poder ejecutivo o político, para luego, y desde allí, impulsar la transformación revolucionaria. Ambas coincidían, aparentemente, en que la Revolución tenía como objeto cambiar las estructuras capitalistas que engendraban desigualdad creciente, por otras que terminaran con la explotación del hombre por el hombre e inauguraran una nueva época donde el problema del día fuera abrirle paso al hombre nuevo, que a las personas se las viera y respetara en y por su dignidad. Diferían abiertamente en la vía, en el proceso vital necesario para alcanzar esos objetivos, para los socialdemócratas y liberales era trabajar pacíficamente dentro de las instituciones vigentes, pulseando políticamente con las autoridades desde el parlamento y otras instancias para concientizar y organizar al proletariado en sindicatos y otras organizaciones, a fin de acceder pacífica y electoralmente al poder y desde allí, mediante el juego de actores en las instituciones iniciar un proceso de cambio; los comunistas decían que la vía electoral si bien no imposible era muy difícil de transitar y que la actividad política debía utilizarse para concientizar y organizar al proletariado preparándolo para tomar el poder pacifica o violentamente, al momento de presentarse una crisis socio/política total. Los comunistas y otras agrupaciones de izquierda creían que ese tiempo podría medirse en meses o quizás en años, pero que realmente se prolongaría hasta que la correlación de fuerzas incline la balanza de poder hacia uno u otro bando y pueda resolverse la crisis pacifica o violentamente.

La primera gran controversia se desarrolló entre los social demócratas dirigidos por el checoslovaco Karl Kautsky y el ruso Gueorgui Plejánov, quienes sostenían que no podía plantearse una revolución socialista sin que la burguesía previamente desarrollara el capitalismo, y los revolucionarios con Lenin a la cabeza, quienes afirmaban que en una situación revolucionaria los revolucionarios podían y debían tomar el poder y dirigir la transformación que la burguesía no podía llevar adelante. La segunda controversia se desarrolló en dos planos, por una parte entre los mencheviques aliados con la dirección de los bolcheviques en Rusia y por la otra Lenin y Trosky quienes unificaron sus posiciones en las llamadas tesis de abril, llave que abrió el camino a la toma del poder ejecutivo y al inicio de un proceso revolucionario en Rusia que fue lo que fue. Lo demás es historia real que debemos estudiar y comprender bajo la visión sistémica de la vida y no con la linealidad del pensamiento tradicional.

Esta pequeña narrativa trata de poner sobre el tapete la vieja controversia entre Reforma y Revolución, que en el fondo no es otra cosa que un enfrentamiento entre dos visiones de los procesos históricos: la economicista y la cultural, la primera es la percepción de los de arriba y la segunda la de los de abajo. Célebres son las tesis de Rosa Luxemburgo para diferenciar reforma de revolución, así como la controversia entre Trotsky y Lenin, plasmada entre la «revolución permanente» apoyada en la teoría del «desarrollo desigual y combinado» del primero y la revolución por etapas del segundo, donde el proletariado tomaría el poder político para cumplir las tareas que las burguesías de los territorios periféricos no podían adelantar. Las diferencias entre Lenin y Trotsky se conciliaron en las «tesis de abril» donde Lenin se identificó con la revolución permanente, se enfrentó al Comité Central del Partido y dirigió el golpe de Estado, que montado sobre una situación revolucionaria, llevó a los bolcheviques al Poder en 1917. Esta fue una magnifica demostración de genio revolucionario y de comprensión de las limitaciones de los humanos para percibir la compleja realidad socio/cultural que cubre los procesos políticos/sociales, así como de humildad y firmeza revolucionaria.

Porque, en el fondo, el asunto está en visualizar, en cada etapa del tiempo histórico, qué es y cuándo estamos en una situación revolucionaria. A nuestro juicio, y dentro del marco del sistema capitalista mundial, es un intervalo de tiempo donde en un determinado territorio se exacerban las contradicciones del sistema en una crisis que no tiene solución dentro del mismo. Es un momento concreto y pasajero. Es una crisis cultural donde la percepción de la realidad tiene que saltar sobre los viejos valores y, dentro de una nueva visión de la complejidad, definir un nuevo proyecto político/territorial y las acciones pertinentes para alcanzarlo. Si esto se hace, el pensamiento político/sistémico vence la entropía cultural enquistada en el pasado, y eleva la acción a un plano mayor de complejidad con nuevos y revolucionarios planteamientos.

Nuestro momento histórico

Es, en este sentido, que nos atrevemos a afirmar que Venezuela se encuentra en una situación revolucionaria, pues las viejas concepciones del devenir histórico se enfrentan y, en su conflicto, o derivan hacia el estancamiento que nos llevaría al encuadramiento sistémico, o, tal vez y ojalá, mediante un gigantesco esfuerzo de humildad revolucionaria, emulemos al Lenin de abril de 1917 y adoptemos, en nuestro tiempo histórico, la percepción del mundo compleja y ecológica para comprender y debatir, que una revolución es una transformación de las estructuras sistémicas y socio/culturales, una mutación de la institucionalidad y de los patrones políticos, es pasar de una cultura patriarcal a otra matríztica y plantearnos un nuevo Proyecto Nacional territorial, antisistema y ecosocialista.

Para ubicarnos adecuadamente ante nuestra realidad debemos dejar de hablar de «reconciliarnos″ y trabajar por un compromiso real (no solo mediático) entre las capas revolucionarias y la capas medias objetivamente progresistas que siendo muy difusa podría acercarse a la revolución si vence el racismo y su mente colonizada, en lugar de establecer puentes estratégicos con las clases imperiales: la oligarquía y la clase media alta; de «reindustrializarnos″ y enfocar nuestros esfuerzos en construir un tejido industrioso de carácter endógeno sobre el territorio con la gente que en él vive y labora; de eliminar el esquema que niega la participación activa y protagónica de los sectores medios industriosos y preparados permitiéndoles que cumplan su rol histórico junto a los pobres; internalizar que el enemigo principal es la financiarización, el mundo del Capital, con su banca transnacional y que sólo endogenizándonos sobre una base territorial podremos construir la red industriosa que ligue producción, transportes, distribución, mercadeo y consumo. Lo anterior requiere de nuevos sujetos o remozados sujetos culturales, socio/económicos y políticos, toda vez que la oligarquía dominante desde Páez, con sus capas medias rentistas que la acompañan, llegaron a rechazar hasta el proyecto nacional/desarrollista de Pérez Jiménez que solo pretendía crear una burguesía nacionalista y productiva. Allí, precisamente, la oligarquía demostró su carácter de clase imperial y su imposibilidad de dirigir hegemónicamente cualquier proyecto nacional En fin, debemos revisar, rápido y a fondo, nuestros esquemas mentales y librarnos de los ecos del pasado que impidieron que tantas revoluciones deseadas y posibles se realizaran, y derivaran más bien hacia una inserción más profunda en el sistema capitalista mundial, fortaleciéndolo y prolongándolo en el tiempo.

El reto es abandonar la vieja forma de hacer política y apartar a los viejos políticos, que no lo son por edad, sino por sus esquemas mentales y su visión de que las luchas socio/culturales son campañas mediáticas y que la subjetividad puede sustituir a la realidad. Es un tema de contemporaneidad y de práctica política.

Finalmente, debemos insistir en que diferenciemos la contradicción antagónica con el Imperio, la clase imperial y los partidos y agrupaciones neofascistas, de la contradicción no antagónica sectores populares y capas medias progresistas. No es lo mismo. Es difícil comprender cómo dirigentes de izquierda prefieren retratarse con los neofascistas y desdeñan a los bolivarianos, y también, cómo es que el gobierno y el PSUV negocian con los neofascistas y no pueden conversar con las izquierdas. Entiendo que puede haber un tema de juego institucional y de imagen, pero la Revolución debe estar por encima de esas minucias históricas. También hay vías secretas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.