Pocas veces decido escribir proselitistamente. Nunca me llegaron al precio (nótese la ironía). Pero en esta oportunidad juzgué necesario, por la peligrosidad del momento histórico, recomendar a un candidato de unos comicios en los que, por cierto, no tengo ninguna facultad para votar o intervenir, salvo por el impersonal recurso de las teclas. Y quiero […]
Pocas veces decido escribir proselitistamente. Nunca me llegaron al precio (nótese la ironía). Pero en esta oportunidad juzgué necesario, por la peligrosidad del momento histórico, recomendar a un candidato de unos comicios en los que, por cierto, no tengo ninguna facultad para votar o intervenir, salvo por el impersonal recurso de las teclas. Y quiero llamar la atención del caso brasileño porque en este país se juega, el próximo octubre, el destino de la región. Estoy seguro de que esta inferencia trillada la habrán escuchado o leído en más de un espacio de prensa. Pero no repito irreflexivamente tal frase usada por pura presunción periodística. Me remito a los «cold facts». Brasil es la primera economía de América Latina, la segunda en todo el continente, y la sexta a nivel mundial. Hasta hace poco formaba parte de los BRICS -el bloque de las cinco economías nacionales emergentes más potentes del mundo (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica)-. Brasil y su líder histórico, Luiz Inácio Lula da Silva, subvirtieron las reglas de la geopolítica regional. Alteraron, por primera vez en la historia de la América independiente, la correlación de fuerza entre los Estados latinoamericanos y Estados Unidos. No obstante, en el último par de años Brasil descendió del BRICS al FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura que lucha contra el hambre). Su más destacado dirigente político, Lula, está recluido e incomunicado en una cárcel. Y en materia de política exterior, Brasil retrocedió por lo menos un siglo, al transitar del protagonismo diplomático global al vasallaje proestadunidense. De consumarse un triunfo del puntero en las encuestas electorales, Brasil desandaría el trecho civilizatorio conquistado en los últimos cinco lustros, y con ello arrastraría a franjas enteras de la región a un período de oscurantismo, cuyo precedente más inmediato es el capítulo de las juntas militares sudamericanas en los 60’s-80’s. Y sí, en efecto, el objeto de este artículo -decididamente proselitista- es pedir al elector brasileño, y a la prensa solidaria internacional, que evitemos, sin confrontaciones ideológicas estériles, tal catástrofe.
En la antesala de la elección presidencial en Brasil, las encuestas sitúan al candidato Jair Messias Bolsonaro a la cabeza de la intención de voto (28%). Para quien no conoce a Bolsonaro, se trata de un militar en reserva oriundo de Río de Janeiro, militante del Partido Progresista (que de progresista sólo tiene el nombre), y quien hasta hace poco ejercía su séptimo mandato en la Cámara de Diputados de Brasil. Actualmente es candidato a la presidencia por el Partido Social Liberal. Es conocido por sus posiciones ultraconservadoras en todos los renglones: social, político, económico, civil, y por su resuelto apoyo a la dictadura militar de 1964. Algunos observadores de la política regional acostumbran caracterizarlo como el «Donald Trump de Brasil», si bien la equiparación es inexacta por una razón central: Bolsonaro no es nacionalista y, de hecho, promete privatizar-extranjerizar toda la economía de Brasil (y allí radica su más notoria debilidad, y que ninguno de sus rivales parece advertir).
Por otro lado, apenas la semana anterior se oficializó la candidatura del exalcalde de São Paulo Fernando Haddad por el Partido de los Trabajadores (PT), en relevo del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, inhabilitado políticamente por el Supremo Tribunal Federal con la excusa de las dos condenas que, por cierto, mantienen al histórico líder del PT recluido en una prisión de Curitiba, por presuntos actos de corrupción. A la fecha, ni el crimen de responsabilidad que interrumpió -vía impeachment– el mandato de Dilma Rousseff ni las acusaciones que precipitaron el encarcelamiento de Lula han sido probados con base en asideros jurídicos sostenibles. En la última encuesta divulgada, Haddad registra 19% de las preferencias electorales, gracias al efecto de transferencia de votos que desde la cárcel Lula traspasó.
No tan lejos del improvisado candidato del PT, se encuentra el exministro de Integración Nacional Ciro Ferreira Gomes del Partido Democrático Laborista (PDT en portugués: Partido Democrático Trabalhista) con 13% de intención de voto en las encuestas. Ciro -como lo llama el público- llegó a ser elegido gobernador del estado de Ceará con tan sólo 32 años de edad, y es acaso el político más ilustrado de Brasil. Que apenas coseche un porcentaje ligeramente superior a 10 puntos en las preferencias electorales se explica no por una falta de simpatías entre el electorado, sino por la estrategia del PT y Lula de aislar a Ciro y escamotear sus alianzas con otros actores, en un sistema de partidos como el brasileño que se rige por coaliciones. La prensa nacional e internacional también contribuyó a tal «ostracismo» del candidato del PDT, pues todas las corrientes de opinión e información concentraron la atención en el caso Lula, y nunca nadie se detuvo a reparar que, al menos en la elección en puerta, el mejor candidato es Ciro Gomes. En seguida expongo tres razones para sustentar tal argumento.
- La polarización política que atraviesa Brasil es, sin duda, una de las más álgidas del mundo. El riesgo de una guerra civil sin cuartel es sensiblemente alto. Ya están en curso algunos efectos de esta preguerra o guerra de baja intensidad (e.g. la militarización de Río de Janeiro; la marca histórica de 62.5 mil homicidios en el último año; el asesinato de la defensora de derechos humanos Marielle Franco y otros activistas, etc.). Una segunda vuelta electoral entre Jair Bolsonaro y Fernando Haddad favorecería una escalada de la guerra en Brasil. Ciro Gomes, que es un fiel representante de los valores del campo progresista, y acaso uno de los pocos políticos en Brasil que nunca enfrentó una acusación de corrupción, desactivaría el escenario de la preguerra, anularía el ascenso del fascismo, revitalizaría la confianza de la ciudadanía en la política -desmoralizada en niveles delirantes-, y refrendaría la vocación de izquierda de Brasil sin costo político que saldar al término de la elección.
- La estrategia urdida por el PT que consistió en sostener hasta el final de la campaña a Lula como candidato del partido para luego transferir los votos a su «superdelegado», Fernando Haddad, resultó a todas luces contraproducente: elevó la intención de voto de Bolsonaro de 21% a 28% (por cierto que ningún petista reconoce públicamente tal efecto). Esto significa dos cosas: uno, que es altamente probable que el PT en una segunda vuelta incite la radicalización del voto anti-petista-anti-político y que tal inercia se traduzca en un triunfo de Bolsonaro; y dos, que incluso en el caso de una victoria en segunda vuelta del PT, el gobierno electo enfrentaría un clima de oposición tan feroz que comprometería cualquier tentativa de gobernabilidad. La cúpula militar ya amenazó con un golpe de Estado. Y no preocupa tanto lo que digan los representantes de las fuerzas armadas como sí la simpatía que acopian en amplias franjas de la población ávidas de revanchismo ciego. El problema del golpismo es que despierta hambre de golpismo entre el público. En el PT no han entendido -o no quieren entender por sordera sectaria- que las disposiciones que han adoptado en esta elección continúan alimentando la tentación golpista. Si lo importante para la izquierda es, efectivamente, el interés popular, con Ciro Gomes está garantizada la continuidad de las conquistas populares del PT, y sin la animadversión que despierta el partido entre muchos brasileños. Por otro lado, un triunfo de Ciro significaría una lección lapidaria para las élites brasileñas: a saber, que Brasil elige progresismo no por ideología, sino por convicción. Ciro representa la posibilidad de ratificar la vocación democrática del pueblo brasileño al rejuvenecer inteligentemente, y por el recurso del voto, el rostro de tal vocación.
- Los militantes del PDT acuñaron la frase «Sem Lula é Ciro» (Sin Lula es Ciro). En cuestión de marketing, la consigna es brillante. En términos políticos reales no tanto. Sostengo que con Lula o sin Lula Ciro es la mejor opción. Nadie discute que Lula es una de las figuras políticas más emblemáticas e influyentes de América Latina. Es un imprescindible. Pero tampoco nadie puede objetar que la crisis del PT es fruto de errores estratégicos del propio partido que ponen en aprieto -al borde del abismo fascista- a los sectores más desfavorecidos de Brasil. El programa nacional de desarrollo que ha propuesto Ciro Gomes corrige tales errores estratégicos, y restaura, con potencial técnico sin precedentes, las bases económicas que habilitan una estadía sustentable de las fuerzas progresistas en el poder y sin interrupciones golpistas.
Continuará…
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