La industrialización del siglo XIX y parte del siglo XX, despertó movimientos sociales de obreros en diferentes partes del mundo, dando lugar a procesos de liberación ante el sistema de dominación imperante. Hoy están en marcha una diversidad de movimientos sociales en los cinco continentes del planeta. Todos ellos en franca lucha por las reivindicaciones […]
La industrialización del siglo XIX y parte del siglo XX, despertó movimientos sociales de obreros en diferentes partes del mundo, dando lugar a procesos de liberación ante el sistema de dominación imperante.
Hoy están en marcha una diversidad de movimientos sociales en los cinco continentes del planeta. Todos ellos en franca lucha por las reivindicaciones de la gente, demandando otro sistema sostenible. El común denominador de las y los integrantes de estos movimientos sociales son la vulnerabilidad ante la exclusión y la consiguiente indignación ante un sistema capitalista que ha devenido en una civilización dedicada al saqueo y la muerte en todo el planeta.
El fracaso de la civilización occidental a partir de la segunda mitad del siglo XX, dio origen a movimientos sociales de ecologistas, de mujeres, de pueblos indígenas, de los sin tierras, de los excluidos y neo esclavizados, que hoy exigen con vehemencia desde todos los rincones del planeta, la reivindicación de sus derechos fundamentales y el respeto al medio ambiente y a la Tierra madre.
Una de las interrogantes en medio de estos movimientos, es cómo lograr otro sistema que sea sostenible. La respuesta no puede seguir siendo: «mediante la toma del poder a partir de estos movimientos» porque ello significaría seguir convirtiendo los movimientos sociales en organizaciones o partidos políticos, o simplemente aceptar ser absorbidos por partidos ya establecidos, para ganar elecciones, llegar al poder y una vez allí, asumir características reformistas. No vemos a los árabes hoy movilizados, a los indignados de España y Estados Unidos, a los estudiantes en el Chile de Piñera o a la resistencia hondureña convirtiéndose en partidos políticos reformistas.
El poder y la soberanía hoy, no consiste solo en los sillones presidenciales y curules instalados en el Congreso o Asamblea Nacional, que siempre han aportado cuotas y concesiones a las apátridas corporaciones nacionales y transnacionales, desde donde se impone el saqueo y la muerte aquí y en todos los rincones del mundo capitalista.
Los partidos políticos nacieron, en el siglo XVI, con el surgimiento del Estado nación y de la democracia representativa. El objetivo de un partido político es llegar a ser gobierno para implementar sus aspiraciones ideológicas. Pero, la historia muestra que todos los partidos políticos, una vez en el poder, por su estructura vertical e intereses grupales, se corrompen y en el mejor de los casos, se convierten en negocios de empleo fácil para sus seguidores. Esta amarga experiencia de siglos, es conocida por muchas de las y los integrantes de los movimientos sociales actuales que se resisten a convertirse en partidos políticos.
¿Pero, qué camino le queda a los movimientos sociales para actuar políticamente? Los movimientos sociales deben bregar por la globalización de la civilización de la vida sobre la cultura de la muerte y del saqueo y para ello, la apuesta debe ser ante todo, la transformación integral personal y colectiva para lograr el buen vivir, el «Vivir Viviendo», proclamado por Hugo Chávez en medio de las reivindicaciones que se han venido alcanzando en Venezuela, desde hace poco más de una década de revolución bolivariana.
Un movimiento social, entonces, no debería desesperarse por la toma del poder. En nuestro caso venezolano actual, ni siquiera planteárselo en lo inmediato. El ejemplo de liderazgo bien delineado y harto demostrado por el mismísimo Presidente de la República, deviene en la necesidad de apoyar con fuerza suficiente su gestión liberadora y el proceso de construcción socialista. Luego de lograda su reelección en 2012 debemos incentivar, todos junto a Chávez, el empoderamiento de las y los excluidos como actores auténticos de su propio destino, para estabilizar definitivamente el proceso revolucionario bolivariano camino de una emancipación plena, integral y colectiva.
El Estado debe evolucionar hasta hacer que su gobierno sea un instrumento político subordinado a las asambleas directas a partir de un movimiento social amplio y fuerte, una suerte del Polo Patriótico hoy naciente, en tanto movimiento social de masas para ir creando los espacios necesarios ante las propuestas de refundación hechas de manera participativa y desde las bases.
Insistimos que en nuestro caso, por tratarse de una convocatoria salida del propio líder revolucionario quien es a la vez presidente constitucional y también presidente del principal partido político que lo acompaña -por esta tan sui géneris situación- el impulso inicial del Polo Patriótico debe responder a dos objetivos fundamentales: asegurar la reelección presidencial del 2012 en primer lugar, y luego, ya lograda la necesaria acumulación de fuerzas, abrir el camino hacia el objetivo revolucionario de liberación, soberanía y desarrollo productivo, bien lejos de las burocracias partidistas.
Si el respeto aludido por el Presidente Chávez en su alocución del 1º de mayo pasado, en la que lanzó la convocatoria para construir el Polo Patriótico; si ese respeto es contemplado y cumplido, entonces nuestra Venezuela Bolivariana seguirá marcando el rumbo revolucionario nacional y mundial. Afirmamos esto por entender que se está acercando el tiempo de la finalización de los partidos políticos. El quehacer de la política, más temprano que tarde, será asumido por los movimientos sociales de bases que, unificando sus fuerzas de forma organizada, podrán activar el poder popular revolucionario desde abajo.
Es preciso anotar aquí la firmeza con que hay que asumir esta propuesta, porque si un movimiento social se convierte en un partido político, en ese momento deja de ser movimiento social. Sin embargo, los casos de Bolivia, Ecuador, nuestra Venezuela y otros, indican que un movimiento social, por más que tenga representantes en el poder, no deja de actuar como organización social, incluso desafiando al gobierno desde sus propias entrañas cuando éste titubea ante el denominado primer mundo o ante las elites nacionales y sus herramientas de la muerte.
En el campo laboral, ya no se trata de encargar a las direcciones sindicales la obtención de tantos por ciento de aumento salarial que inmediatamente será absorbido por la inflación generada por él mismo. Ni se trata de agrupar a los trabajadores en partidos formados en torno a plataformas doctrinarias de ciertos iluminados que autoritariamente se presentan como los únicos que poseen la llave de la claridad ideológica. Los movimientos sociales surgieron para unir a los trabajadores en torno a reivindicaciones prácticas, a conquistas efectivas y duraderas, no simplemente salariales o corporativas.
Sindicatos -tradicionales o revolucionarios- y partidos políticos que nacieron torcidos, porque su forma de organización permitió -aún permite- a las direcciones, limitar la iniciativa de las bases. Llevan el virus de la burocracia en su seno. Los sucesivos fracasos de los sindicatos y de los partidos de izquierda en cuanto instrumentos de la lucha anticapitalista llevaron a la constitución de diversos movimientos sociales y otras formas de organización popular. Ejemplo de ello, lo que pasó en Brasil donde la relación entre partidos y movimientos sociales pasó por etapas muy complejas. Los movimientos sociales urbanos de la década de 1980, que luchaban por salud, transporte y vivienda, contribuyeron activamente para la formación del PT, negando el modelo clásico de partido autoritario. Pero aún así, no se consiguió evitar la burocratización en los planteamientos partidarios, y los movimientos sociales tuvieron que reestructurarse para poder superar los límites del partido.
América Latina ha venido desempeñando un papel fundamental en esta innovación, aunque en Europa y en los Estados Unidos hayan surgido formas de organización comparables a los movimientos sociales. Actualmente, la constitución de los movimientos sociales tiene que ver con el hecho de que demandas cruciales del proletariado rural y urbano por tierra, trabajo, techo y demás derechos sociales, no encuentran espacio o prioridad en las reivindicaciones corporativas o politiqueras de sindicatos y partidos de izquierda, aunque se insista mucho en lo útil de separar los llamados movimientos sociales y sindicatos subordinados del instrumento político que es el partido de turno.
El riesgo de caer en burocracia…
Pero las instituciones cambian más de prisa que las palabras y la designación «movimientos sociales» pasó a veces a ocultar una realidad bien diferente. Hay movimientos sociales que no son otra cosa sino partidos políticos, cuya orientación ya no obedece a decisiones tomadas por la base y es enteramente determinada por la dirección de un partido, subordinada jerárquicamente a la burocracia de los sindicatos o a cualquier otra estructura externa que se eleve en instancia superior. Y hay movimientos sociales que, aunque no dependan de un partido en particular, están adoptando en su interior la estructura autoritaria de los partidos. Cuando comienzan a reservar los canales de negociación con el Estado para un cierto número de dirigentes, siempre los mismos, esos dirigentes tienen como capital el control de las acciones de los militantes, y los movimientos acaban por reproducir la lógica estatal, a través del autoritarismo centralizador representado por el dominio de unos pocos sobre la mayoría.
A lo largo del tiempo, esta consolidación de estructuras verticales y la constante negociación con el Estado, inclusive para la gestión de recursos, acaba por requerir un cuadro de funcionarios técnicos especializados que, unido a la falta de democracia interna y a la ausencia de decisión de las bases, pasan a constituir un aparato burocrático cada vez más poderoso. Las bases ya no se reúnen en asambleas para discutir y decidir; son convertidas en rebaño para oír las instrucciones de los dirigentes. Esos dirigentes, en vez de ser cuadros que favorecen el desarrollo de las luchas, se convierten en dueños de estas luchas. Pretenden evitar las relaciones de solidaridad directa entre las bases de los movimientos, haciendo que las relaciones sean establecidas tan sólo entre «cuadros dirigentes».
¿Qué lleva a esta transformación?
En un movimiento, tanto por la tierra como por el techo, transporte o por cualquier otro objetivo, la vida de las personas tiene que ser diferente desde el inicio, ellas tienen que organizarse de una manera que rompa con la sociedad dominante; en todas las dimensiones de su vida tiene que haber más autonomía y más colectividad. O sea, las formas de organización colectiva tienen que ser desde el inicio, distintas de las que están vigentes en el capitalismo. Si eso no ocurre o si esa distinción se va debilitando, entonces la base del movimiento se aparta de los procesos de decisión. Se va consolidando, así, un nuevo espíritu burocrático, que impregna a las nuevas generaciones de luchadores. Militantes valerosos y llenos de dinamismo se van sometiendo y subordinándose a este espíritu, pues acaban teniendo como horizonte ese tipo de liderazgo.
Uno de los criterios para evaluar si puede o no formarse una clase de nuevos jefes en el interior de un movimiento social consiste en saber en qué medida las direcciones son controladas por la base, en qué medida la base consigue influir y determinar a las direcciones sus necesidades y su dinamismo. El otro criterio consiste en averiguar si las direcciones se esfuerzan por promover la autonomía de la base y por incentivar la decisiones colectivas y las relaciones de solidaridad en la base; o si, al contrario, procuran a cualquier costo reforzar su autoridad y dejar a la base sin voz y sin un campo de actuación directo.
Se trata de saber, en cada caso, si un movimiento social es un instrumento a disposición de la lucha de los trabajadores o si ellos se basan en una lógica que instrumentaliza a los trabajadores y sus anhelos para los fines específicos de una élite dirigente. En este caso la iniciativa de las bases es reducida a una apariencia, destinada a la perpetuación de la fuerza interna, y a una imagen, destinada a la propaganda externa. El objetivo deja de ser la construcción de relaciones sociales nuevas, solidarias, diferentes de las relaciones capitalistas, y pasa a ser formulado en términos sólo cuantitativos: número de personas, número de camiones, número de apariciones en la prensa y listas de registro. En los movimientos sociales en que esto ocurre, los trabajadores quedan reducidos a cifras, como lo son en una hacienda, en una fábrica, en una cantera de obras o en una cartera de inversiones, y los burócratas usan esas cifras en la mesa de negociaciones.
Manuel Vadell por Areópagos
Isrrael Sotillo, Yuri Valecillo y Rodolfo Diverio por la Corriente Alternativa Radical Bolivariana
Julián Rivas, por la Escuela Móvil Simón Bolívar
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