En estas líneas quiero exponer sucintamente algunas reflexiones críticas en relación al artículo de V. Navarro «Las semejanzas y diferencias entre Marx y Keynes» (Público, 9/07/2014). Aunque el profesor Navarro proporciona incisivas y rigurosas argumentaciones desde la izquierda, lamentablemente su exposición del pensamiento marxista no se corresponde con la realidad. Porque, si bien existen […]
En estas líneas quiero exponer sucintamente algunas reflexiones críticas en relación al artículo de V. Navarro «Las semejanzas y diferencias entre Marx y Keynes» (Público, 9/07/2014). Aunque el profesor Navarro proporciona incisivas y rigurosas argumentaciones desde la izquierda, lamentablemente su exposición del pensamiento marxista no se corresponde con la realidad. Porque, si bien existen diversas interpretaciones posibles de Marx, ciertas lecturas resultan absolutamente imposibles por ser contradictorias con sus fundamentos básicos. Las explicaciones de Marx respecto de la relación entre la oferta y la demanda, el fundamento del proceso de acumulación, la crisis económica y la salida de la misma tienen poco que ver con lo que le atribuye V. Navarro en su artículo.
El elemento específico de la visión marxiana de la crisis es que constituye un fenómeno absolutamente necesario del proceso de acumulación capitalista. En otras palabras, las crisis son inevitables e imprescindibles, y no meramente momentos posibles, y por tanto producto de la conjunción de ciertos factores distributivos, financieros, o de política económica. Esta concepción de la crisis es específica de Marx, porque el resto de enfoques económicos no vincula la crisis a leyes objetivas (esto es, independientes de la voluntad humana o de grupos sociales) del proceso capitalista de producción, sino a ciertos desequilibrios subsanables. Esta cuestión la explica de manera muy acertada Anwar Shaikh (Valor, acumulación y crisis, 1990), y remito a J.P. Mateo y A. Garzón para un análisis comparado de las concepciones de diversas corrientes heterodoxas respecto de la crisis actual («¿Posibilidad o necesidad de la crisis? La economía heterodoxa y la Gran Recesión», Revista de Economía Mundial, Vol. 34, pp. 117-144, 2013).
Como la producción bajo el capitalismo es esencialmente generación y apropiación por parte del capital de un excedente (plusvalor), materializado en el beneficio empresarial, la ruptura de la acumulación productiva de dicho excedente se deriva de una insuficiente capacidad de producirlo. ¿De dónde sale tal excedente? Para Marx, de la jornada laboral del trabajador, porque considera que el trabajo es la sustancia del valor. Más sencillamente: el PIB de España sería la representación monetaria del conjunto de jornadas laborales realizadas por los trabajadores de esta economía. Esta idea constituye la clave para entender su razonamiento. Así, resulta absolutamente falso que para Marx la crisis se origine en una insuficiente demanda, y que ésta se explique por una caída de los salarios, como señala V. Navarro («fue Karl Marx el que habló de la crisis del capitalismo como resultado de la descendente demanda, consecuencia de la bajada de los salarios de la mayoría de la población, perteneciente a la clase trabajadora»).
Existe una importante incomprensión de estos conceptos, pero no en el sentido apuntado por este autor. En Marx, la oferta y la demanda no son independientes, como bien han explicado marxistas como el mencionado A. Shaikh o Rolando Astarita («Ley de Say, Marx y las crisis capitalistas», 2011), pues a una oferta determinada le corresponde un poder de compra análogo, precisamente porque el valor se genera en la producción. La inversión empresarial aumenta la productividad, reduce costes, se contratan trabajadores que con sus salarios comprarán bienes y servicios… Precisemos: en Marx el salario es en primer lugar la forma que toma una parte de la inversión empresarial, lo que es coherente con la primacía explicativa que otorga a la esfera de la producción de valor (véanse los Grundrisse), frente a la idea de Navarro, en la cual el salario condiciona la inversión. En otros términos, digamos que el capital como relación social es la fuerza motriz de la dinámica capitalista, y por tanto tiene una prioridad conceptual o explicativa que nos obliga a acudir al ámbito de la producción de excedente si queremos aprehender los fundamentos del sistema.
La acumulación de capital viene guiada por el beneficio, modifica las condiciones de producción y conforma la estructura de la demanda. Ahora bien, ello no implica estar de acuerdo con la famosa «Ley de Say», una de las claves de la economía ortodoxa, por la cual la oferta crea su propia demanda y, en consecuencia, las crisis serían imposibles bajo el capitalismo puro que defienden (sin interferencias como los convenios colectivos, los salarios mínimos y demás elementos extraños). Sin embargo, en la interpretación de V. Navarro, oferta y demanda parecen ser independientes o, si acaso, la oferta depende de la demanda, es decir, la esfera de la distribución tendría prioridad explicativa sobre el ámbito de la producción, lo que no es coherente con la teoría de Marx. Al menos, si tomamos como su fundamento su concepción de que el valor se genera en la producción por el trabajador.
La crisis económica, pues, surge cuando el excedente generado es insuficiente para las necesidades de la acumulación, lo que, efectivamente, lleva a (no se origina por) una caída de la demanda. Pero demanda esencialmente no de consumo de los hogares, como afirman los keynesianos (y Navarro), sino de la variable de demanda fundamental de este sistema económico, la inversión empresarial. Cuando ésta, en tanto que acumulación productiva de beneficio, se estanca y retrocede, aumenta el desempleo, caen los salarios, y como consecuencia, las empresas no pueden vender. Claro, la esencia no coincide con la apariencia. Una crisis de rentabilidad, que hunde su raíz en la «oscura» esfera de la producción de valor, se percibe como un problema distributivo o de mercado, esto es, como la imposibilidad de vender, sea por demanda insuficiente o sobreproducción. De ahí que Marx diferenciara muy bien la forma de manifestación de los fenómenos de su esencia, lo que en su opinión justificaba la necesidad de la ciencia.
Por otra parte, y como corolario de lo expuesto, creo que la afirmación de V. Navarro de que «todos los casos de salidas de las crisis han requerido una redistribución del capital hacia el mundo del trabajo, revirtiendo la redistribución (…) del mundo del trabajo por parte del capital», no se corresponde con la experiencia histórica. La salida de la crisis siempre se ha llevado a cabo mediante la recuperación de la rentabilidad del capital, variable fundamental de la acumulación de capital (en lugar del consumo), apoyada en un doble proceso interconectado: i) la depreciación de diversos activos empresariales (los «cracks» bursátiles) y/o quiebras empresariales, y la consiguiente ii) modificación del patrón distributivo en contra del trabajo mediante el aumento del desempleo y la precariedad laboral. Un ejemplo histórico: la salida de la crisis de los años treinta no se explica esencialmente por los New Deal, Estados del bienestar o políticas expansivas dirigidas por los gobiernos de turno, sino porque la rentabilidad del capital alcanzó niveles extraordinarios tras la II Guerra Mundial, para lo cual el conflicto bélico lamentablemente resultó funcional.
Diferenciemos lo que «es» de lo que «debería ser» de acuerdo a un juicio de valor. Afirmo que la salida de la crisis en el marco del capitalismo exige eliminar empresas ineficientes y empobrecer a gran parte de la población, lo que redundará en un fortalecimiento de las empresas que sobreviven, que contarán con un tamaño superior. Es más, como el Estado ha evitado la desaparición de ciertas grandes corporaciones (ese «demasiado grande para quebrar» que parece no inquietar a los académicos del liberalismo), la presión para reducir los salarios en favor de los excedentes empresariales es mayor. Y tal es el fundamento objetivo de las políticas de la Troika, lo que desafortunadamente «es» bajo las condiciones actuales. A su vez, esta ley objetiva del sistema económico, a saber, la necesidad de reducir salarios para elevar la rentabilidad empresarial, ejemplo de la inquebrantable oposición entre los intereses del capital y del trabajo, no coincide con mi deseo personal, y precisamente por ello permite conformar la base material de la oposición a este sistema económico.
Sin embargo, el análisis de Navarro, y del Marx que interpreta, implica que empresarios y trabajadores tienen los mismos intereses, resultando posible un capitalismo con rostro humano basado en los aumentos salariales que, curiosamente, beneficiarían a unos empresarios que no serían conscientes de ello («la mejor y más eficaz forma de estímulo de la demanda es precisamente el enriquecimiento (en lugar del empobrecimiento) de las masas (como diría Karl Marx) a costa de los intereses del capital, excesivamente concentrado hoy en día»). A mí me parece que no, pero lo que es más importante, ni a Marx ni a la experiencia capitalista les ha parecido así. En cualquier caso, la teoría constituye un arma de acción política, por lo que estos debates resultan muy importantes en coyunturas como la actual.
Juan P. Mateo es Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid
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