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Acompañar a Chávez: el día después

Fuentes: Rebelión

La noche del 5 de marzo transcurrió en calma. No una calma tensa, como la que antecede a las grandes conflagraciones, sino «simplemente calma», como supo precisar mi hermano. Una calma lenta, insomne, dolorosa. La misma que percibimos cuando salimos, en familia, a la calle este miércoles de despedida. La calma posterior al desenlace. Eran […]

La noche del 5 de marzo transcurrió en calma. No una calma tensa, como la que antecede a las grandes conflagraciones, sino «simplemente calma», como supo precisar mi hermano. Una calma lenta, insomne, dolorosa. La misma que percibimos cuando salimos, en familia, a la calle este miércoles de despedida. La calma posterior al desenlace. Eran las 12:05 de la tarde y el sol golpeaba fuerte. Caminando en dirección al Metro nos fuimos haciendo parte de algo más grande. Abordamos el tren rumbo a Teatros. Ya en nuestro destino, nos resultó imposible acceder a la Avenida Lecuna: la multitud agolpada en la salida (y en todas partes) nos lo impedía. Dimos marcha atrás, hasta Nuevo Circo. En cuestión de minutos ya caminábamos por la Lecuna, en dirección oeste, de donde provenía un rumor como de río crecido. Decidimos apostarnos frente a la esquina El Rosario, diagonal a la estación de bomberos, exactamente en el punto donde el cortejo se desviaría para tomar la Avenida Fuerzas Armadas. Y esperar. A la 1:05 de la tarde nos reencontramos con el comandante. Cuántas veces, en tantas manifestaciones, lo vimos pasar igual de cerca, saludando, siempre sonriente, y ese remolino inevitable a su alrededor. Hoy volvimos a verlo, convertido en bandera bañada de flores. Cuánto dolor. Llanto, gritos ahogados. Alguien entonó el himno nacional y lo seguimos, pero rápidamente quedó a medio camino. Hay cosas más urgentes. Déjame verlo. Déjame grabar este momento en mi memoria. Déjame decirle que aquí estuve, acompañándolo una vez más, porque era lo mínimo que podía hacer. Después de todo. Después de tanto. Después del aluvión, y cuando ya lo habíamos perdido de vista, bajamos poco a poco hasta la Fuerzas Armadas. Era difícil caminar, colarse entre la gente. El sol apretaba y Ainhoa Michel dormía. El comandante avanzaba lentamente, en medio de una lluvia de flores. Nos detuvimos a mirar aquello. Seguimos. Poco a poco. Sin apuro. Me crucé con un amigo colombiano, que me abrazó y lloró. Algunas personas gritaban que los restos del comandante debían reposar junto a Bolívar en el Panteón. Me parece que Chávez se sentiría más cómodo en el Cajón de Arauca. ¿Cuál habrá sido su última voluntad? Lo cierto es que el comandante ya entró en el panteón de nuestros héroes populares. Chávez, el invicto. Chávez, el que murió Presidente. Chávez, el que jamás le dio el gusto a la rancia oligarquía. Donde quiera que esté, nos está guiñando el ojo. Mientras tanto, la oligarquía, que tiene noción muy clara de que Chávez reposa desde ya entre nuestros inmortales, deseando no ver. Casi en la Avenida Nueva Granada conversé telefónicamente con un periodista brasileño. No alcancé a escuchar su nombre. Las preguntas de rigor. Le expliqué que la continuidad de la revolución bolivariana estaba plenamente garantizada. Que Chávez no podía entenderse sin el chavismo, y que el chavismo estaba en la calle. Hablamos cerca de diez minutos. Decidí interrumpir la entrevista cuando me habló del «personalismo» y de la «adoración» al comandante. Antes me había preguntado si sería posible ver emerger una figura del mismo calibre de Chávez. «No en esta generación», le respondí. De la manera más amable que pude le expliqué que si continuábamos pensando la política latinoamericana en términos de «caudillos» y «masas enardecidas» que les siguen ciegamente, no entenderíamos nunca nada. Le pedí que me disculpara, que prefería seguir acompañando a la «persona» Chávez. Avanzamos a lo largo de una Nueva Granada repleta de gente y el aliento nos alcanzó hasta La Bandera. Poco después de las 3 ya estábamos en casa.

Provoca cierta desazón, pero sobre todo alivio, leer al antichavismo «ilustrado». En el justo momento en que acompañábamos a Chávez en la calle, protagonizando uno de esos episodios indelebles de la historia patria, ellos denunciaban la «inconstitucionalidad» de Maduro como Presidente. Vaya puntería.

Lo que viene es simple y no hacen falta ni los «expertos» ni los obviólogos para saberlo: habrá elecciones y las ganaremos. Nicolás Maduro tendrá el honor de ser el primer Presidente chavista después de Chávez. Eso en cuanto corresponde al cortísimo plazo. Ahora bien, qué será de la revolución bolivariana, eso es otra cosa. La cuestión no es si seguirá habiendo, sino cómo. Ese es el asunto que debe pasar a ocuparnos. ¿Qué rumbo seguiremos? El comandante Chávez ha aportado unas cuantas «pistas» al respecto.

Ellos seguirán hablando de «inconstitucionalidad«, de «militarismo«, de tercermundismo, de lo realmaravilloso, desgajarán el legado del caudillo Chávez, la revista Time le dedicará su portada. Allá ellos. No perdamos el tiempo nosotros. Como repetía con mucha frecuencia Chávez durante los primeros años de revolución, siguiendo a Jesús de Nazareth: «Dejad que los muertos entierren a sus muertos».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.