De forma sorpresiva el embajador de México en Japón, Claude Heller, firmó el jueves pasado el Acuerdo Comercial Multilateral contra la Falsificación, conocido por sus siglas en inglés como ACTA. De ser ratificado por el Senado de la República durante la próxima legislatura, nuestro país estaría obligado a adoptar medidas sui géneris para la protección […]
De forma sorpresiva el embajador de México en Japón, Claude Heller, firmó el jueves pasado el Acuerdo Comercial Multilateral contra la Falsificación, conocido por sus siglas en inglés como ACTA. De ser ratificado por el Senado de la República durante la próxima legislatura, nuestro país estaría obligado a adoptar medidas sui géneris para la protección de los derechos de autor y la propiedad intelectual. Es importante dejar en claro desde el inicio que la defensa de estos derechos no es algo en sí mismo criticable, y prueba de ello es que existen ya en todas las naciones, incluida la nuestra, disposiciones legales que los amparan. El problema consiste en que el documento incluye una sección en la que incursiona de forma ambigua en lo que sus autores denominan entorno digital
; que establece un muy poco disimulado sistema de vigilancia sobre los usuarios y constituye un serio atentado contra la libre circulación de información en la Internet.
Las razones por las que debe ser impedida la ratificación de este acuerdo son múltiples; algunas fueron planteadas el año pasado por los senadores, que lo rechazaron en el primer intento por imponerlo en nuestro país. Yo me voy a referir aquí a un aspecto que ha sido tratado muy poco en este debate: los efectos potencialmente adversos del ACTA sobre la educación y la ciencia. Por más que la sección 5 del documento insiste en que deben preservarse principios fundamentales como la libertad de expresión y la privacidad, la ambigüedad de este apartado es tal, que deja un amplio espacio en el que es posible que sean coartados estos y otros derechos, y pueden ser obstaculizados algunos de los avances más prometedores e importantes logrados en la historia humana gracias a Internet.
Si bien todas las áreas del conocimiento quedarían expuestas a este novedoso dispositivo de control, tomaré de ejemplo el campo de la medicina, que ha experimentado en los años recientes una transformación sin precedente gracias a la poderosa herramienta que representa el libre flujo de información por Internet. Los avances han sido prodigiosos en varios aspectos, entre ellos: a) la educación médica, b) la práctica clínica, c) los tratamientos médicos y quirúrgicos, d) la información y relación con los enfermos, e) la cobertura de los servicios de salud y f) la investigación biomédica.
De acuerdo con diversos estudios, Internet se ha convertido en uno de los medios más importantes para obtener información médica por los profesionales y los usuarios de los servicios de salud (Wang y Cols. J. Med. Internet. Res. 14(3): e74, 2012). Su empleo ha dado lugar a un nuevo campo de la medicina: la telemedicina. En la educación se emplea en la formación de nuevos profesionales y especialistas, mediante la consulta de libros y revistas especializadas, y mediante cursos, conferencias y demostraciones, por ejemplo en el área de la endoscopía (Sang y Cols. Clin. Endosc. 45(1): 73-77, 2012). Esta herramienta ha permitido transformar la práctica médica, pues la información puede ser transferida en tiempo real para realizar consultas, exámenes médicos y analizar pruebas de laboratorio y gabinete (como muestras de tejidos, radiografías y otras técnicas de imagenología). Permite la realización de interconsultas y es una guía para las decisiones sobre tratamientos médicos, que se han puesto en práctica desde los inicios de este siglo (Shabot, M.M. Proc. Bayl Univ. Med. Cent. 14(1): 27-31, 2001). Un aspecto importante es que han intensificado y modificado las relaciones entre médicos y pacientes, aspecto que merece ser estudiado en detalle.
Una de las áreas más prometedoras es la telecirugía, en la que se han probado dos modalidades: la asistida, en la que un experto participa a distancia en la realización de un procedimiento quirúrgico, y la telerrobótica, en la que un cirujano situado a miles de kilómetros puede aplicar directamente en pacientes una técnica quirúrgica especializada. Sobre este tema ya existen experiencias exitosas (Marescaux y Cols. Nature 413: 379-380, 2001). Además, los alcances de la telemedicina mediante el empleo de Internet son probados para alcanzar la cobertura universal de servicios de salud en naciones como Etiopía (Shiferaw, F. y Solfo, M. Glob. Health Action. 5: 10.3402/gha.v5i0.15638, 2012). Un capítulo aparte es el de la investigación biomédica, que en la actualidad es impensable sin el empleo de esta herramienta que permite el acceso a información especializada, a los detalles de diversas metodologías, la contrastación de resultados, la elaboración y debate de conceptos, el establecimiento de redes de expertos, etcétera.
Desde luego, puede argumentarse que con el ACTA no se busca frenar los avances en la educación y la ciencia. Sin embargo, la oscuridad con la que está redactado este acuerdo no establece excepciones; por ello debe ser tajantemente rechazada en sus términos actuales. Las corporaciones editoriales, de equipos médicos y productos farmacéuticos, pueden reclamar la intervención de las autoridades para vigilar, entorpecer e incluso imponer sanciones a los usuarios de Internet en todos los aspectos descritos. Todo lo anterior no es exclusivo del área médica, sino abarca todos los campos del conocimiento.
Es importante no olvidar que una de las principales víctimas de las dictaduras a lo largo de la historia ha sido precisamente el conocimiento.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2012/07/17/opinion/a03a1cie