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Actualidad de ‘El imperialismo, fase superior del capitalismo’, de Vladimir I. Lenin

Fuentes: Argenpress

Lenin escribió «El Imperialismo…» en Zurich entre enero y julio de 1916, es decir hace 90 años, aunque se publicó por primera vez en Petrogrado recién en abril de 1917. El trabajo de Lenin sigue siendo un instrumento indispensable para el análisis de la sociedad capitalista contemporánea. Aunque muchos se obstinan en llamar «mundialización neoliberal» […]

Lenin escribió «El Imperialismo…» en Zurich entre enero y julio de 1916, es decir hace 90 años, aunque se publicó por primera vez en Petrogrado recién en abril de 1917. El trabajo de Lenin sigue siendo un instrumento indispensable para el análisis de la sociedad capitalista contemporánea.

Aunque muchos se obstinan en llamar «mundialización neoliberal» al sistema socioeconómico actualmente dominante, como si se tratara de una enfermedad pasajera y curable del capitalismo, dicha «mundialización neoliberal» no es otra cosa que el sistema capitalista real, es decir el resultado de la evolución del capitalismo hasta su etapa actual, imperialista y guerrerista.

La actual guerra de agresión emprendida por Israel contra Palestina y El Líbano con el apoyo político y logístico (bombas de enorme poder destructivo) que le proporciona Estados Unidos, no es una «reacción desproporcionada de Israel»: es la quinta guerra imperialista (si no contamos la invasión a Panamá en 1989) en sólo 15 años: guerra del Golfo, guerra contra Yugoslavia, guerra de Afganistán y guerra contra Irak. Esta agresión ha sido cuidadosamente planificada con el mentor estadounidense, su objetivo es el control de toda la región y tiene en la línea de mira Siria e Irán.

El capitalismo en su etapa imperialista necesita guerras a repetición con fines geoeconómicos y geopolíticos expansionistas y para dar salida a sus crisis periódicas, que tienden a hacerse permanentes, mediante la producción de armamentos y la reconstrucción de cada posguerra. Es la «destrucción creativa» de que hablaba Schumpeter.

El sistema actual no es simplemente una etapa indiferenciada de un «sistema-mundo moderno» que existiría desde hace 500 años (Wallerstein). Es la expresión contemporánea, cualitativamente diferente, del capitalismo. Es una falacia la idea de Wallerstein (La Jornada, México 01/06/2003) de que Bush es un accidente «militarista macho» y que el gran capital (por lo menos aquel representado por gente como Bill Gates y Soros) quiere un sistema capitalista estable que Bush no les brinda, que puede ejercer su hegemonía con eficiencia económica y ser capaz de crear un orden mundial que garantice un «sistema-mundo» que funcione con fluidez, así sea para permitir una desproporcionada tajada de acumulación de capital.

No hay un capitalismo enfermo de la mundialización neoliberal y de guerrerismo y otro capitalismo «posible» o utópico, estable y eficiente que pueda funcionar con fluidez, libre de las crisis, del militarismo y la guerra y de brotes neofascistas.

Escribía Lenin en 1916: «El capitalismo se ha transformado en un sistema universal de opresión colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países «avanzados». Este «botín» se reparte entre dos o tres potencias rapaces de poderío mundial, armadas hasta los dientes (Estados Unidos, Inglaterra, Japón) que, por el reparto de su botín arrastran a su guerra a todo el mundo» (El imperialismo…Prólogo a las ediciones francesa y alemana de julio de 1920, párrafo II).

En la frase plena de ambigüedad «otro mundo es posible» que se ha hecho tan popular, está latente la idea de que «otro capitalismo es posible», si se contienen los «excesos» del «neoliberalismo» y se introducen algunas reformas para lograr «un mundo mejor».

Lenin ya respondió en 1916 a este pseudo reformismo inofensivo en el libro que comentamos, cuando escribió en el Capítulo IX (La crítica del imperialismo): «Las cuestiones esenciales en la crítica del imperialismo son las de saber si es posible modificar con reformas las bases del imperialismo, la de saber si hay que seguir adelante desarrollando la exacerbación y el ahondamiento de las contradicciones engendradas por el mismo o hay que retroceder, atenuando dichas contradicciones. Como las particularidades políticas del imperialismo son la reacción en toda la línea y la intensificación del yugo nacional como consecuencia del yugo de la oligarquía financiera y la supresión de la libre concurrencia a principios del siglo XX, en casi todos los países imperialistas aparece una oposición democrática pequeñoburguesa al imperialismo…En los Estados Unidos, la guerra imperialista de 1898 contra España provocó una oposición de los «antiimperialistas», los últimos mohicanos de la democracia burguesa, los cuales calificaban de «criminal» dicha guerra y consideraban como una violación de la Constitución la anexión de tierras ajenas…Pero mientras toda esa crítica tenía miedo de reconocer el lazo indisoluble existente entre el imperialismo y los fundamentos del capitalismo, mientras temía unirse a las fuerzas engendradas por el gran capital y su desarrollo, no pasaba de ser una «aspiración inofensiva».

Como resultado de la concentración y acumulación del capital se formaron los grandes oligopolios y monopolios cuya base financiera se consolidó desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX con la fusión del capital industrial y el capital bancario.

Lenin escribió en «El Imperialismo…» : «Traducido al lenguaje común esto significa: el desarrollo del capital ha llegado a un punto tal que, aunque la producción de mercancías siga «reinando» como antes y siga siendo considerada como la base de toda la economía, en realidad se halla ya quebrantada, y las ganancias principales están destinadas a los «genios» de las combinaciones financieras» (Capítulo I, La concentración de la producción y los monopolios). Y más adelante comienza citando a Marx: «Los bancos crean en escala social la forma, y nada más que la forma, de la contabilidad general y de la distribución general de los medios de producción», escribía Marx hace medio siglo en El Capital. Los datos que hemos reproducido referentes al incremento del capital bancario, al aumento del número de oficinas de cambio y sucursales de los bancos más importantes, de sus cuentas corrientes, etc., nos muestran concretamente esa «contabilidad general» de toda la clase de los capitalistas y aún no sólo de los capitalistas, pues los bancos recogen, aunque no sea más que temporalmente, toda clase de ingresos monetarios de los pequeños propietarios, de los funcionarios, de la reducida capa superior de los obreros, etc.». (Capítulo II, Los bancos y su nuevo papel).

En el Capítulo III (El Capital financiero y la oligarquía financiera) Lenin agregaba: «El capital financiero, concentrado en pocas manos y que goza del monopolio efectivo, obtiene un beneficio enorme, que se acrece sin cesar, de la constitución de sociedades, de la emisión de valores, de los empréstitos del Estado, etc.».

Esta descripción que hizo Lenin en 1916 tiene ahora plena vigencia.

En efecto, a partir del decenio de 1970 se produjo un cambio profundo en la economía mundial, momento que marca el fin del Estado de bienestar (y también el fin de las ilusiones reformistas que engendró dicho «Estado de bienestar»).

El Estado de bienestar estuvo caracterizado por la producción en masa y el consumo de masas, impulsado este último por el aumento tendencial del salario real, de la seguridad social y de otros beneficios sociales. Es lo que los economistas llaman el modelo «fordista», de inspiración keynesiana, caracterizado por las cadenas «tayloristas» de producción (una especie de stajanovismo capitalista) iniciado en Estados Unidos, que se extendió a Europa sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. y se aplicó con limitaciones y suerte variada en algunos países de la periferia.

El agotamiento del modelo del Estado de bienestar obedeció a varios factores entre los que cabe destacar los siguientes: la expansión económica iniciada con la reconstrucción de la posguerra encontró sus límites, el consumo de masas tendió a estancarse o a disminuir lo mismo que los beneficios del capital al tiempo que entraban en escena las innovaciones tecnológicas (robotización, microelectrónica, etc.). Se hizo necesario entonces incorporar la nueva tecnología a la industria para dar un nuevo impulso a la economía y eso requirió grandes inversiones de capital.

Se inició así la época de la austeridad y de los sacrificios (congelación de los salarios y aumento de la desocupación) que acompañaron a la reconversión industrial. La revolución tecnológica en los países más desarrollados impulsó el crecimiento del sector servicios y se produjo el desplazamiento de una parte de la industria tradicional a los países periféricos, donde los salarios eran -y son- mucho más bajos.

Se acentuó entonces el pasaje de un sistema de economías nacionales a una economía dominada por tres centros mundiales: Estados Unidos, Europa y Japón y un grupo constituido por los ‘cuatro tigres de Asia’: Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur. Las ‘ventajas comparativas’ de los Estados pasaron a ser ‘ventajas comparativas’ de las sociedades transnacionales con diversa implantación territorial.

Con la incorporación de las nuevas tecnologías la productividad aumentó enormemente, es decir que con el mismo trabajo humano la producción pasó a ser mucho mayor.

Se abrieron entonces dos posibilidades:

O se incitaba al consumo de masa de los bienes tradicionales y de los nuevos bienes a escala planetaria con una política salarial expansiva, una política social al estilo del Estado de bienestar, se reducía la jornada de trabajo en función del aumento de la productividad para tender a una situación de pleno empleo y se reconocían precios internacionales equitativos a las materias primas y productos de los países pobres, o se tendía a mantener y a aumentar los márgenes de beneficio conservando bajos los salarios, el nivel de ocupación y los precios de los productos de los países del Tercer Mundo.

La primera opción hubiera sido factible en un sistema de economías nacionales, en las que la producción y el consumo se realiza fundamentalmente dentro del territorio y es posible coyunturalmente un pacto social de hecho entre los capitalistas y los asalariados en tanto consumidores. Pero en el nuevo sistema mundializado, la producción se destina a un mercado mundial de ‘clientes solventes’ y a los capitalistas ya no les interesa el poder adquisitivo de la población del lugar de producción.

Decimos coyunturalmente, porque, como explica Lenin, no puede haber un pacto social permanente entre los capitalistas y los trabajadores, porque «entonces el capitalismo dejaría de ser capitalismo, pues el desarrollo desigual y el nivel de vida de las masas semihambrientas son las condiciones y las premisas básicas, inevitables de este modo de producción. Mientras el capitalismo es capitalismo, el exceso de capital no se consagra a la elevación del nivel de vida de las masas en cada país, ya que esto significaría la disminución de las ganancias de los capitalistas, sino al acrecentamiento de estos beneficios mediante la exportación de capital al extranjero, a los países atrasados» (El Imperialismo…, Capítulo IV, La exportación de capital).

En efecto, en las condiciones de la mundialización acelerada, los detentores del poder económico y político a escala mundial con su visión de ‘economía-mundo’ y de ‘mercado global’ apostaron a la segunda alternativa para elevar su tasa de beneficios (bajos salarios, bajos niveles de ocupación, liquidación de la seguridad social, precios bajos para las materias primas, etc.).

Esta opción tuvo como consecuencia acentuar las desigualdades sociales en el interior de cada país y en el plano internacional, con lo que se creó una neta diferenciación en la oferta y la demanda de bienes y servicios. La producción y oferta de bienes se orientó no a la gente en general sino a los llamados «clientes solventes». Fue así como la oferta de bienes de lujo aumentó enormemente y la oferta de nuevos productos como ordenadores y teléfonos portátiles encontró una gran masa de clientes en los países ricos y muchos clientes en la primera periferia no demasiado pobre. Como contrapartida, los bienes esenciales para la supervivencia (alimentos, salud, medicamentos) quedaron prácticamente fuera del alcance del sector más pobre de la población mundial. La idea de servicio público y de un derecho irrevocable a los bienes esenciales para vivir con un mínimo de dignidad, fue reemplazada por la afirmación de que todo debe estar sometido a las leyes del mercado.

Las clases dominantes optaron entonces por ritmos de crecimiento económicos bajos, a causa de que un mercado relativamente estrecho imponía límites a la producción y surgió el fenómeno de las grandes masas de capitales ociosos (incluidos los petrodólares), puesto que no podían ser invertidos productivamente.

Pero para los dueños de dichos capitales (personas, bancos, instituciones financieras) no era concebible dejarlos arrinconados sin hacerlos fructificar.

Es así como el papel tradicional de las finanzas al servicio de la economía, interviniendo en el proceso de producción y del consumo (con créditos, préstamos, etc.) quedó relegado por el nuevo papel del capital financiero: producir beneficios sin participar en el proceso productivo.

Este último aspecto se concreta de diversas maneras: con la compra de acciones de las empresas industriales por los inversores institucionales gestores de fondos de pensiones, por las compañías de seguros, por los organismos de inversión colectiva, etc., quienes así pasan a intervenir en las decisiones de política de las empresas industriales con el objeto de que su inversión produzca la alta renta esperada, imponiéndoles estrategias microeconómicas y a corto plazo. Y la otra manera en que el capital industrial ha ingresado en el ámbito del capital financiero especulativo es simplemente invirtiendo parte de sus beneficios en la especulación (por ejemplo con los llamados productos financieros derivados (1)), en lugar de hacerlo en la inversión productiva (2).

El profesor Michel Drouin (3) dice:

‘El desarrollo de los flujos de capitales internacionales, impulsado por la desregulación y la descompartimentación casi general de los mercados financieros, hizo de los años 80 el decenio de la mundialización financiera… Las operaciones financieras, cuyo volumen estaba ya desconectado del volumen de las transacciones en bienes y servicios, se hicieron autónomas, es decir movidas no por la lógica de las transacciones corrientes sino por la de los movimientos de capitales. La esfera financiera basó su desarrollo sobre ella misma a partir de la búsqueda de un beneficio surgido de la variación de los precios de sus propios instrumentos. El carácter especulativo de esta lógica de crecimiento permite hablar del surgimiento de una economía internacional de la especulación’.

Los Estados Unidos y una parte de la población de dicho país son los primeros beneficiarios del proceso de mundialización financiera, la que les permite apropiarse del producto del trabajo y de los ahorros de los pueblos de todo el planeta. Ronald Mc Kinnon, profesor titular del Departamento de Ciencias Económicas de la Universidad de Stanford, en un artículo publicado en el Boletín del Fondo Monetario Internacional (4) escribe:

«Durante el último decenio, el ahorro de las familias (en los Estados Unidos) ha disminuido más de lo que el ahorro público (expresado por los excedentes presupuestarios) ha aumentado en el mismo período. El enorme déficit de la balanza de pagos (exportaciones versus importaciones) de las transacciones corrientes de Estados Unidos, de alrededor de 4,5% del producto nacional bruto de 2000, refleja ese desequilibrio del ahorro. Para financiar un nivel normal de inversión interior -históricamente alrededor del 17% del producto nacional bruto- Estados Unidos ha debido utilizar ampliamente el ahorro del resto del mundo. «Malas» reducciones de impuestos -las que reducen el ahorro público sin estimular el ahorro privado- podrían incrementar esa deuda con el extranjero. Desde hace más de veinte años (es decir desde antes de 1980), Estados Unidos recurre ampliamente a las reservas limitadas del ahorro mundial para sostener su alto nivel de consumo- el de la administración federal en los años 80 y el de las familias en los años 90. Las entradas netas de capitales son actualmente más importantes que en el conjunto de los países en desarrollo. Es así como Estados Unidos, que era acreedor del resto del mundo a comienzos de 1980, se ha convertido en el más grande deudor mundial: unos 2 billones 300 mil millones de dólares en 2000. Los balances de las familias y de las empresas en Estados Unidos muestran el efecto acumulado de los préstamos privados obtenidos en el exterior desde hace diez años. La deuda de las empresas es también muy elevada con relación a su flujo de caja. Sin embargo, no tienen por qué inquietarse. Estados Unidos se encuentra en una situación única y es que disponen de una línea de crédito prácticamente ilimitada, en gran parte en dólares, frente al resto del mundo. Los bancos y otras instituciones financieras de Estados Unidos están relativamente al abrigo de las tasas de cambio: sus activos […] y sus pasivos son en dólares. En cambio, otros países deudores deben acomodarse a las disparidades de las monedas: los pasivos internacionales de sus bancos y de otras empresas son en dólares y sus activos en moneda nacional».

En el Capítulo VIII (El parasitismo y la descomposición del capitalismo) de El Imperialismo…escribió Lenin: «El imperialismo es la enorme acumulación en unos pocos países del capital monetario…De aquí el incremento extraordinario de la clase, o mejor dicho, del sector rentista, esto es, de individuos que viven del «corte del cupón» completamente alejados de la participación en las empresas y cuya profesión es el ocio. La exportación de capital, una de las bases económicas más esenciales del imperialismo, acentúa todavía más este divorcio completo del sector rentista respecto de la producción, imprime un sello de parasitismo a todo país que vive de la explotación del trabajo de algunos países ultraoceánicos y de las colonias»…Por este motivo, la noción de «Estado rentista» o Estado-usurero ha pasado a ser de uso general en la literatura económica sobre el imperialismo. El mundo ha quedado dividido en un puñado de Estados- usureros y una mayoría gigantesca de Estados deudores».

Con esta ‘economía internacional de la especulación’ se aceleró la acumulación de grandes capitales en pocas manos (a expensas sobre todo de los trabajadores, de los jubilados y de los pequeños ahorristas) y se creó la ilusión de que el dinero podía reproducirse por si sólo, sin ayudar a crear valor.

En el caso de las participaciones del capital financiero (fondos de pensiones, compañías de seguros, etc.) en industrias y servicios, la elevada renta que exigen y obtienen dichos capitales está fundada en la degradación de las condiciones de trabajo en esas industrias y servicios. Es bien conocido el fenómeno de que cuando una empresa anuncia despidos sus acciones suben.

También se suceden los escándalos que afectan a los grupos financieros (fondos de pensiones, etc.) e industriales y cuyas víctimas de predilección son los pequeños y medianos ahorristas. Lenin escribía en 1916: …»Este ejemplo típico de «equilibrismo» en los balances, el más común en las sociedades anónimas, nos explica por qué las direcciones de éstas emprenden negocios arriesgados con mucha más facilidad que los negociantes particulares. La técnica moderna de elaboración de los balances no sólo les da posibilidades de ocultar al accionista medio la operación arriesgada, sino que incluso permite a los individuos principalmente interesados descargarse de responsabilidad por medio de la venta oportuna de las acciones en el caso de que fracase el experimento, mientras que el negociante particular responde con su piel de todo lo que hace» ( El Imperialismo…, Capítulo III. El capital financiero y la oligarquía financiera)

Estas son las formas en que el capital transnacional mantuvo y mantiene una alta tasa de beneficios y un acelerado ritmo de acumulación y concentración a pesar del crecimiento económico lento y de la existencia de un mercado restringido.

Este proceso de concentración del capital monopolista a escala mundial, la llamada «mundialización», tiene consecuencias bien precisas.

David Korten (5), citando a alguien que viene, como diría Martí, de las «entrañas del monstruo», escribe:

‘Robert Reich, secretario americano del Trabajo en la administración Clinton, explicaba en su libro The Work of Nations (1991) que la mundialización económica promovida con tanto éxito por las instituciones de Bretton Woods llevó a las clases más ricas a separar su interés del de la nación y, por eso mismo, a no sentirse interesados por sus vecinos menos favorecidos ni obligados en forma alguna hacia ellos. La ínfima minoría de los muy ricos ha formado una alianza apátrida en virtud de la cual el interés general se confunde con los intereses financieros de sus miembros. Esta separación se ha producido casi en todos lados con tal amplitud que la distinción entre países del Sur y del Norte ya no tiene mayor significación. La división no es más entre países sino entre clases. Cualquiera haya sido la intención, las políticas propiciadas por las instituciones de Bretton Woods que tuvieron éxito permitieron inexorablemente a los muy ricos reivindicar las riquezas del mundo entero a expensas de sus semejantes, de las otras especies y de la viabilidad de los ecosistemas del planeta’

Vale la pena citar también un párrafo de un libro escrito por un grupo de economistas franceses en 1983, porque es una previsión bastante exacta de la sociedad actual:

‘La culminación de la regulación monopolista privada a escala mundial conducirá a una reestructuración drástica y, sin duda, irreversible, de los Estados- naciones. Estos se convertirán en territorios amorfos cuyas funciones económicas estarán determinadas desde el exterior por oligopolios internacionales. Esos territorios serán a la vez grandes espacios abiertos y fragmentados. Se impondrá una estructura dualista, hecha de un sector ‘moderno’ y otro ‘tradicional’. En el primero, ampliamente internacionalizado, estarán concentradas las sedes de los grandes grupos, las industrias de alta tecnología, las grandes instituciones de enseñanza, los dirigentes y los ingenieros mejor formados, ellos mismos muy movibles y hablando el mismo idioma, los laboratorios y todo el complejo de medios de comunicación internacionales. El sector ‘tradicional ‘ agrupará la masa de la población, con baja remuneración y calificación, dedicada a las tareas subcontratadas por el sector moderno en las que, quizás, un tiempo de trabajo más corto será compensado por la reducción de la cubertura de las necesidades sociales, la que será preferida al desempleo, cuya tasa será elevada’ (6).

En esas condiciones, las posibilidades de un desarrollo nacional autocentrado, basado en un pacto social de hecho entre los capitalistas y los trabajadores, que preconizaban, con distintos matices o enfoques diferentes, los teóricos latinoamericanos de la dependencia (7), es actualmente irrealizable.

Ese «pacto social de hecho» entre capitalistas y trabajadores, estos últimos en tanto consumidores, fue factible en un sistema de economías nacionales, en las que la producción y el consumo se realizaba fundamentalmente dentro del territorio. Pero en el sistema mundializado actual, como se ha señalado más arriba, la producción se destina a un mercado mundial de ‘clientes solventes’ y a los grandes capitalistas «nacionales» ya no les interesa que aumente el poder adquisitivo de la población del lugar de producción.

Algunos intentos de llevar a la práctica en América Latina y el Caribe, con diferentes modalidades, ciertas ideas de los teóricos de la dependencia, cuando las condiciones económicas mundiales podían permitir suponer que dichas ideas eran viables, no terminaron de someterse a la prueba de los hechos porque finalizaron abruptamente con intervenciones militares, golpes de Estado y dictaduras promovidos por Estados Unidos, como fueron los casos de Guatemala, con Arévalo y Arbenz, de Brasil con Goulart, de Chile con Allende, etc.

En Argentina el peronismo como proyecto nacional (si se puede hablar en América Latina de proyecto nacional cuando no se toca la propiedad terrateniente) comenzó a agotarse de 1950 en adelante con la redistribución negativa de los ingresos para los asalariados, la misión Cereijo a los Estados Unidos, la ley de inversiones extranjeras de 1953, el contrato con la Standard Oil California, etc. hasta que el 1955 la oligarquía y el gran capital -fuerzas armadas mediante- le dieron el puntapié final. El ensayo camporista de 1973 de «volver a las fuentes» sólo duró 49 días.

Los años de gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua fueron un intento de aplicar un modelo propio de desarrollo, con cierto número de realizaciones en su activo (reforma agraria, educación, alimentación, etc.), pero la guerra económica, militar y paramilitar que libró Estados Unidos contra los sandinistas, a la que se sumaron, hacia el final de su mandato, las concesiones del Gobierno sandinista a las políticas fondomonetaristas, condujeron a la derrota electoral de 1990.

Cuba es un caso aparte porque de entrada rompió con el capitalismo tal como existe actualmente en su fase imperialista. Eso le ha permitido el «milagro» de ser un modelo para los países pobres (y ricos) en materia de educación, salud, vivienda, etc., y de resistir al mismo tiempo durante casi medio siglo al bloqueo y a los atentados terroristas promovidos y organizados por los Estados Unidos. Al precio de tensiones internas permanentes que dieron lugar a serias distorsiones políticas. Pero este es otro tema, aunque de rigurosa actualidad a la hora de la «transición», de la que todos hablan, tanto dentro como fuera de la isla.

Todo el mundo, amigos y enemigos, tienen la mirada puesta en Venezuela y en su Presidente Chávez, en su audaz política exterior y en su desafío permanente al imperialismo estadounidense. Pero por ahora hay un evidente desfasaje entre esa política exterior y una verdadera política interior de ruptura con el capitalismo en su fase imperialista.

Los hechos (Lenin repetía con frecuencia el proverbio «los hechos son testarudos») indican que, en cuanto a la integración regional, actualmente hay que ser extremadamente cauteloso y que nada justifica el entusiasmo que ha suscitado en algunos sectores la reciente Cumbre de Presidentes celebrada en Córdoba.

Porque se puede afirmar que no es posible concretar actualmente una auténtica integración subregional sudamericana ni regional latinoamericana y caribeña al servicio de los intereses nacionales y populares que haga realmente frente al gran capital transnacional y a sus personeros políticos porque salvo, en un grado diferente y en cierta medida, las excepciones de Cuba y Venezuela, no existen en los gobiernos, ni en cada país, ni regionalmente, la voluntad, los proyectos políticos, económicos y sociales ni los instrumentos jurídicos necesarios para concretar tal tipo de integración.

Se suele poner de relieve el fracaso del intento estadounidense de imponer el ALCA.

Pero algunos olvidan la existencia de numerosos tratados bilaterales de libre comercio, de protección de las inversiones y otros similares. Esos tratados, como consecuencia de la aplicación de las cláusulas de «trato más favorable», de » trato nacional » y de «nación más favorecida», que figuran en casi todos ellos, funcionan como un sistema de vasos comunicantes, que permite a las políticas imperialistas circular libremente a escala regional y planetaria y penetrar en los Estados, donde desintegran las economías nacionales y generan graves daños sociales.

Dicho en otros términos, un país o una subregión signataria de tratados bilaterales con Estados Unidos pueden funcionar como «caballo de Troya» del poder transnacional en otro país o subregión.

Para evitar, solo en parte, el efecto «caballo de Troya», los Estados Parte en el MERCOSUR firmaron en Buenos Aires el 5 de agosto de 1994 el Protocolo sobre Promoción y Protección de Inversiones Provenientes de Estados No Partes del MERCOSUR. En su artículo 1º el Protocolo dice que los Estados Partes se comprometen a no otorgar a las inversiones realizadas por inversores de Terceros Estados un tratamiento más favorable que el que allí se establece. Pero por falta de ratificaciones este Protocolo no ha entrado en vigor. De modo que el efecto «caballo de Troya» puede seguir funcionando en el MERCOSUR.

Para decirlo en lenguaje informático, por esta red mundial de tratados bilaterales, regionales e internacionales circula libremente el virus del imperialismo que, cuando penetra en un país, destruye las economías nacionales y las conquistas sociales, así sean mínimas.

El «antivirus» para evitar la contaminación consiste en establecer normas protectoras del desarrollo armónico de la economía nacional complementadas con una justicia distributiva de los resultados, tener la voluntad política de aplicar ambas y sobre esas bases plantearse una política de integración regional.

Tal cosa existió en cierta medida en algunos países de nuestro continente hace varios decenios, lo que se reflejó en algunas políticas nacionales, en varias leyes nacionales sobre inversiones extranjeras, en la legislación social y, en el plano regional, en la Decisión Nº 24 del 31 de diciembre de 1970 del Acuerdo de Cartagena (8). Todo lo cual desapareció después.

Y ahora, tanto las normas protectoras de la economía nacional como la voluntad política de rescatarlas o crearlas son inexistentes.

Todo esto comporta, como dice Lander, (9) «el establecimiento de la plena prioridad de los derechos del capital, o derecho mercantil, sobre los derechos democráticos o derechos de la gente, movimiento que se expresa en varias tendencias que se han venido dando en el sistema internacional durante las últimas décadas. Entre éstas, ha sido particularmente significativo el progresivo desplazamiento de las Naciones Unidas y de sus organizaciones asociadas por las instituciones de Bretton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional), como centros del sistema institucional multilateral…

…Como resultado de la hegemonía del neoliberalismo que acompaña el nuevo orden unipolar, cada uno de los principales asuntos de la vida colectiva pasa a ser pensado y decidido desde una óptica cada vez más estrechamente mercantil…

…Se consolidan -como régimen jurídico de obligatorio cumplimiento- las políticas de liberalización y privatización que se habían impuesto a prácticamente todos los países del Sur. Esto es, mediante acuerdos internacionales, se busca hacer que estas políticas no puedan ser revertidas.

A 90 años de haberlo escrito, el trabajo de Lenin analizando el imperialismo conserva plena actualidad, con los obvios ajustes que requieren los cambios políticos, sociales, económicos y tecnológicos ocurridos desde entonces.

Pero sobre todo, hay que rescatar y utilizar su método de análisis, el mismo que empleó Marx para radiografiar el capitalismo, consistente en un examen riguroso y profundo de los hechos, partiendo del estado real de desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción en un momento y un lugar dados, de las fuerzas económico-sociales en presencia, de las relaciones entre ellas en función de sus respectivos intereses y de su respectivo peso económico-social y de las tendencias realmente dominantes.

Lo que implica abandonar la tendencia a confundir situaciones coyunturales con fenómenos estructurales y dejar la costumbre de creer que la realidad consiste en los mitos, los símbolos y los discursos y no en los hechos. Es decir acostumbrarse a ver al mundo sobre sus pies como hizo Marx y no cabeza abajo, como pretendía Hegel.

Notas:

1) Los productos derivados son contratos cuyo valor depende o’deriva’ de un activo subyacente que es tratado en un mercado. Ese activo puede ser un bien (materia prima), un activo financiero (una moneda) o incluso una canasta de activos financieros (índice bursátil). (Drouin, pág. 125, véase nota 3.).

2) François Chesnais, Tobin or not Tobin , ed. L’Esprit frappeur, Paris, 1998. Del mismo autor, Le capital rentier aux commandes , en Les Temps Modernes nº 607, Paris, janvier-février 2000. Véase también de F. Chesnais La mondialisation du capital y, bajo la dirección del mismo autor, La mondialisation financiére , ed. Syros, Paris, 1996.

3) Michel Drouin, Le systéme financier international, Edit. Armand Colin, Paris, enero 2001, Cap. V.

4) Fondo Monetario Internacional, Finances et Developpement junio 2001.

5) David C. Korten, L’échec des institutions de Bretton Woods, en Le procés de la mondialisation, bajo la dirección de Edward Goldsmith y Jerry Mander, ediciones Fayard, París, marzo 2001, pág. 91. (edición original en inglés: The Case again the globalisation).

6) Michalet, Delapierre, Madeuf y Ominami, Nationalisations et Internationalisation….Ed. La Découverte/Maspero, París, 1983, p. 147.

7) Cabe mencionar entre ellos a Gunder Frank, Furtado, Faletto, Cardoso, Mauro Marini, Prebisch, Theotonio dos Santos, etc. Para una crítica de algunas de sus formulaciones puede leerse ‘Siete tesis equivocadas sobre América Latina’ (1965), de Rodolfo Stavenhagen. Pero algunos de ellos, como Gunder Frank, tuvieron razón en afirmar que el subdesarrollo formó y forma parte del mismo proceso histórico que generó el desarrollo capitalista (‘América Latina: subdesarrollo o revolución’, 1963). O el mismo Stavenhagen, que en su trabajo ‘Siete tesis…’ dice certeramente que las sociedades latinoamericanas no son duales y que existe una relación de complementaridad entre los ‘polos de desarrollo’ y las zonas subdesarrolladas.

8) Acuerdo celebrado entre un grupo de países andinos el 26 de mayo de 1969. La Decisión Nº 24 se refería al régimen común de tratamiento a los capitales extranjeros y sobre marcas, patentes, licencias y regalías.

9) Edgardo Lander, El ALCA y los derechos humanos. www.ceim.uquam.ca/textes/construire_lander.pdf