Traducción de Faustino Eguberri
Stephen Roach, presidente de la Morgan Stanley Asia y profesor en Yale (Estados Unidos), confía al periódico madrileño El País del 8 de mayo de 2011: ‘China no tiene otra opción (consumir más); especialmente en esta coyuntura poscrisis, sin demanda creciente proveniente de los Estados Unidos, de Europa y del Japón. Y el gobierno va en esa dirección: ha puesto en marcha un plan para desarrollar nuevos empleos, elevar los salarios y reducir la tasa de ahorro construyendo un embrión de red de seguridad social. Son las bases de una sociedad de consumo. Esto es absolutamente necesario. Pero, a la vez, es un riesgo enorme. China es el principal ahorrador del mundo. Elevar el nivel de consumo (de los hogares que tienen un ahorro de precaución para hacer frente a los costes de la educación, la enfermedad, la vejez, etc) reducirá la tasa de ahorro y, con ella, el nivel de acumulación de las reservas en divisas, de la demanda en bonos del tesoro americano, de dólares estadounidenses. Ahí se encuentra el problema. Puede haber un choque si el principal ahorrador comienza a consumir, pero el principal consumidor no comienza a ahorrar. ¿Cómo se van a financiar los Estados Unidos?’
El gobierno chino se fija, oficialmente, diversos objetivos. El primero: aumentar la parte del consumo en el Producto Interior Bruto (PIB). Para esto, intenta actuar sobre los salarios, en particular impulsando al alza los salarios mínimos, que son bastante diferentes según las regiones. Los salarios mínimos deberían pasar (en dólares), por ejemplo, de 167 a 196 por mes en Shanghai entre 2010 y 2011; de 164 a 202 en la importante zona industrial de Shenzen. La subida en porcentaje es importante; el salario mínimo sigue siendo modesto, pero su subida tiene un impacto en toda la escala. La parte del consumo en el PIB no ha dejado de bajar de 2002 a 2010; un enderezamiento se muestra como una necesidad económica y política para las autoridades.
Las inversiones, por el contrario, han aumentado; pero las exportaciones netas han sido frenadas desde 2009. Sin embargo, la parte en la inversión de las operaciones especulativas (en la construcción, entre otras, y en fábricas ‘exigidas’ por los poderes provinciales) no debe ser ignorada; lo que el gobierno intenta corregir. Aumentar el consumo haría a la economía menos dependiente del comercio mundial, que tiene componentes regionales importantes. Sin embargo, la subida de los salarios mínimos va a poner en cuestión la ‘competitividad’ de los sectores industriales que utilizan una masa de trabajadores y trabajadoras de bajo salario; esto producirá pérdidas de empleo.
¿Cuál será la reacción de las trabajadoras y trabajadores de estos sectores? Y, ¿cuál será la reacción de los capitalistas que quieren mantener su margen de ganancia, incluso en los sectores claramente más de alta gama? Esto en el momento en que el gobierno tiene como segundo y tercer objetivos declarados rebajar la inflación -que era oficialmente del 2,9% en el 2º trimestre de 2010 y de 5,1% en el 1º trimestre de 2011- y limitar la subida del paro? Los interrogantes se podrían multiplicar. Pero una cosa está clara: un factor clave de la evolución reside en las reacciones de los asalariados y asalariadas y de los campesinos pobres durante esta fase en la que el cambio de paradigma económico está al orden del día y en la que el poder no deja de afirmar su «autoritarismo». Michael Krätke, en el artículo que publicamos a continuación, describe las nuevas orientaciones en marcha. Un tema que deberá ser seguido con más atención en esta página web. (Redacción de La Breche]
Mientras los norteamericanos y los europeos se ven estrangulados por sus planes de austeridad, la exportación alemana deja caer su mirada sobre el Este: allí, en efecto, continúa prosperando una necesidad ciclópea. Los países emergentes (China, Brasil e India) son los que han escapado más rápidamente a la crisis financiera mundial de 2008-2009, no sin arañazos a pesar de todo. En el curso del año 2009, en China, el hundimiento de las exportaciones ha conllevado el de la producción, que ha caído cerca de un 21% y ha provocado el cierre de numerosas empresas; otras 670.000, aproximadamente, han sido arrastradas en este movimiento por un efecto cascada. Esto ha llevado a un paro masivo, en particular en las provincias costeras. Más de 11 millones de trabajadores emigrantes han perdido su empleo y la tasa de paro oficial alcanza el 9%.
Nada que ver con medidas a medias
Pero a pesar de todo, China habría podido salir en peor estado de la crisis, puesto que casi ningún banco ha tenido que cerrar. Cuando las turbulencias proseguían en los mercados financieros, el gobierno del primer ministro Wen Jiabao decidió reconfigurar Shanghai como centro financiero internacional y promover Hong Kong como centro financiero offshore para sus propias obligaciones de Estado. En paralelo ha sido aprobado un paquete de ayudas fiscales de un montante de alrededor de 590.000 millones de dólares. Las provincias no se han quedado atrás, puesto que a su vez han inyectado miles de millones de yuanes en sus ciclos económicos regionales respectivos para un valor, al cambio, de 13.000 millones de dólares. No son medidas a medias: solo el relanzamiento coyuntural de Barack Obama puede, en dimensiones, ser comparado a esto.
Con estos programas, serán financiadas una serie de medidas que sugieren una reorientación del modelo de exportación chino y teniendo por objetivo una transformación completa de la economía. Este plan quinquenal, el duodécimo, cuyas lineas principales ya habían sido esbozadas el año pasado y que ha sido aprobado en marzo de 2011 en Pekin por la Asamblea Popular Nacional (parlamento) de China, es muy claro. El gobierno ha comprendido las lecciones de la crisis y quiere el cambio. Saludado como «el primer plan quinquenal verde de toda la historia de China «, éste debería dejar tras él en 2015 un país más verde, más social, más igualitario, más urbano y más formado. Los fetichistas del crecimiento no han logrado hacer que el Partido Comunista Chino eche el freno del crecimiento: el crecimiento económico, ahora se encuentra por debajo de la media del período 2005-2010, en la que los objetivos de crecimiento eran ya más bajos que al comienzo del período llamado reformista. Un crecimiento ralentizado (sigue alrededor del 9% en 2011), una clara reducción del consumo de energía y de materias primas, salarios reales más elevados, un aumento del consumo privado, una expansión del sector de los servicios, un Estado social más generoso y mejor equipado: todo esto tiene consecuencias sobre la economía mundial.
Lo que se propone aquí es nada menos que el adiós a una «Chinamérica «, la de la asombrosa interdependencia económica entre China y los Estados Unidos. Los chinos quieren, en un futuro próximo, exportar mejores productos e incluso productos de alta calidad, y para ello apoyan masivamente la investigación tecnológica en las industrias clave y la importación de tecnología. En última instancia, China va a disminuir el saldo positivo de la balanza comercial y a reducir la cantidad de deuda estadounidense en dólares que posee aún. Lo que plantea la cuestión de saber quien el futuro próximo refinanciará el déficit estatal estadounidense si los chinos prefieren invertir su dinero en materias primas y en empresas extranjeras, más que en bonos el tesoro americano.
Inversión en la educación
China quiere acelerar el cambio estructural apostando por las nuevas industrias estratégicas tales como las tecnologías de la información, las biotecnologías, los combustibles no fósiles, las tecnologías medioambientales, las nuevas materias primas, los medios de transporte alternativos (coches híbridos y eléctricos) y la tecnología punta (trenes de alta velocidad, satélites, ‘fábricas inteligentes’). Su volumen en el Producto Interior Bruto (PIB) del país debería aumentar hasta alrededor de un tres por ciento de aquí a 2015. El sector moderno de los servicios debería conocer una expansión que le permitiera domar el tigre del paro -que constituye hasta ahora el principal argumento contra el freno a la economía exportadora- así como el tigre de la inflación (actualmente alrededor del 4%).
El duodécimo plan quinquenal parece haber sido pensado de forma concienzuda: en el plano macroeconómico, éste se concentra en el mercado interno, a través de los proyectos macroeconómicos exclusivamente, es decir creando redes de transporte y de energía que cubran el conjunto del gigante asiático. Para poner en pie este cambio, habrá que aumentar el potencial intelectual del país: se invertirá así masivamente (a diferencia de Alemania) en la educación y la investigación. De aquí a 2015, la media del gasto en investigación y en desarrollo en el PIB debe pasar del 1,75% actual al 4%.
Por primera vez, este plan quinquenal contiene un largo capítulo sobre el cambio climático. China continúa siendo el mayor consumidor de energía del mundo y preocupa por sus emisiones elevadas de dióxido de carbono. Pero la República Popular de China quiere ahora dejar detrás el carbono reemplazándole por energías limpias y reducir de aquí a 2015 sus emisiones contaminantes un 17% (40-45% de aquí a 2020). Para ello se pretende invertir en energías renovables, un tercio de lo que será colectado a través de los impuestos se destinará al desarrollo de éstas y, por le momento, las empresas chinas estarán obligadas por la ley a consumir una electricidad proveniente de fuentes de energía alternativas, lo que conducirá a China a generar la misma cantidad de electricidad eólica y solar que los Estados Unidos hoy. Sin embargo el programa atómico se mantiene y nadie habla de abandonarlo. Además, en relación a la capacidad de 10,8 gigawatios de los trece reactores atómicos que existen actualmente, las nuevas centrales atómicas construidas de aquí a 2015 deberán alcanzar una capacidad de 40 gigawatios. Esto gustará a los constructores de reactores atómicos alemanes y francesas que se ufanan de tener las instalaciones más seguras del planeta.
* Michael R. Krätke es profesor de política económica y de derecho fiscal en la Universidad de Amsterdam, investigador asociado en el Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y profesor de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.