La revolución no es un lecho de rosasErnesto «Che» Guevara Se ha declarado el «fin de los gobiernos progresistas» en la región[1]. A nivel nacional, también se ha declarado «el fin» del chavismo o «su crisis» casi terminal. Respecto a la primera discusión, ya elaboré en una primera ronda varias consideraciones[2]. Respecto a la segunda, […]
La revolución no es un lecho de rosas
Ernesto «Che» Guevara
Se ha declarado el «fin de los gobiernos progresistas» en la región[1]. A nivel nacional, también se ha declarado «el fin» del chavismo o «su crisis» casi terminal. Respecto a la primera discusión, ya elaboré en una primera ronda varias consideraciones[2]. Respecto a la segunda, más allá de las discusiones coyunturales que van formando matrices de opinión que a la vuelta de poco tiempo quedarán en el olvido, vale la pena hacer varias observaciones puntuales, no para concluir, sino para barrer el terreno sobre el cual se camina.
La identidad del chavismo, ¿sin Chávez?
Quiero reproducir una caracterización sobre el chavismo que ya he expresado en otras oportunidades[3]. En la construcción de los bloques de poder, tanto los de las clases dominantes como los de las oprimidas, son fundamentales las narraciones e imágenes que permiten articular -como algo que compacta y unifica- las diversas subjetividades en torno a un mismo sentido común, podríamos decir, en torno a un mismo sentir y una misma razón de ser. Para la sociedad venezolana, desde el punto de vista de su formación socioeconómica, pero también se su configuración geocultural, el principal factor -si bien no el único- que históricamente ha logrado unificar un mayor grado de voluntades bajo un proyecto político común han sido los líderes políticos. Sin entrar en la discusión de los «beneficios» o «dificultades» que ésta situación ha generado en la historia política de nuestro país, hay claras evidencias históricas que confirman esta situación; el último y más importante de estos liderazgos es el de Hugo Chávez Frías, a partir de cuya praxis política se construyó una identidad chavista.
La narrativa construida por el Comandante Chávez (principalmente a partir de sus intervenciones públicas y discursos políticos) tiene una complejidad que se remonta históricamente hasta el ideario de los héroes de la independencia (en especial Simón Bolívar, aunque no se restringe a él), pasando por las tradiciones más críticas de Nuestra América (por ej. la que representa José Martí), recuperando el ideario heterodoxo del marxismo continental y mundial (como José Carlos Mariátegui o Itsván Mészáros) hasta llegar a un diálogo permanente con las más prominentes corrientes actuales del pensamiento crítico (por ej. Enrique Dussel o Franz Hinkelammert).
Asimismo, Chávez logró expresar espiritual, simbólica, racional y mediáticamente la confluencia histórica de la Revolución Bolivariana con los procesos emancipatorios que se han sucedido en Nuestra América, articulando una praxis de alcance continental (y mundial). Además, Chávez logró integrar el lenguaje de la cultura popular venezolana, sus símbolos, valores, usos y giros particulares, al discurso político -sin caer en el populismo histórico-, creando así un mundo de sentido (razón y sentimiento común) de unificación en el bloque de las clases populares. Ello le permitió orientar la efervescencia social acumulada durante décadas de lucha y resistencia, al plantear un proyecto político de unión en la diversidad que aún hoy se mantiene. Dicha narrativa se sustenta sobre el fondo de una base material de explotación y exclusión vivida en carne propia por Chávez (en tanto él mismo formó parte de las clases oprimidas), la cual, lo proyecta como líder en el que convergen las diversas necesidades de transformación y liberación.
Luego de la muerte del Comandante Chávez, la narrativa por él construida -y cuando decimos «él» tenemos en cuenta al proceso social que le dio nacimiento-, perdió uno de sus principales dinamizadores. El otro dinamizador, el pueblo venezolano, se encuentra en una construcción ardua que pasa por el estremecimiento político de la pérdida física de su principal líder, hasta las actuales coyunturas económicas a las que se está enfrentando la Revolución Bolivariana -tanto en el plano nacional como el internacional-. Este proceso de reconfiguración de las fuerzas políticas y las continuas y cada vez más fuertes embestidas de las clases dominantes han situado la identidad chavista en el centro de la lucha y las discusiones.
De un lado, tenemos a quienes pretenden desmarcarse de toda identidad con el «chavismo», identificando con éste únicamente a los sectores gubernamentales y algunas capas de las clases trabajadoras que no tendrían más conciencia que la inmediatez de satisfacción de sus dinámicas de consumo. De otro lado, encontramos posturas que quieren ver en el chavismo un todo homogéneo cuyo valor primordial es la lealtad, primero, con el Comandante Chávez aún luego de su muerte física, y segundo, con los sectores en el gobierno encargados de «continuar» -al menos a ese nivel- su obra política. Otras posturas proponen una visión más amplia de la diversidad de lo que constituye el chavismo, principalmente en las bases, para apostar por una práctica que desde abajo y con el apoyo del Estado (entre muchas contradicciones) continúe en la construcción de espacios de poder -fundamentalmente comunitarios-. Entre una y otra se distinguen matices y grises de quienes en un momento pertenecieron -al menos de verbo- al bloque del chavismo y una vez agudizadas ciertas contradicciones, han optado -desde la crítica «radical» o el descontento- a la retirada, a veces abierta o a veces en silencio. También tenemos las posturas de las clases dominantes, quienes desde el comienzo despreciaron la creación de dicha identidad chavista; así como aquellas personas que se identifican de manera retórica con el chavismo pero mantienen una práctica anti-revolucionaria (incluyendo personas en cargos medios y altos en el Estado, así como de las mismas bases sociales organizadas, ¡y no son pocas!).
Si bien éstas no son las únicas posturas y no siempre aclaran sus definiciones sobre «el chavismo», son de las principales y cada una utiliza los medios a su alcance para generar las condiciones necesarias que le permitan hacer valer ante las demás su visión sobre lo que es el chavismo, buscando diversos objetivos políticos no siempre claros y explícitos, pero tratando en todo momento de obtener el mayor apoyo posible para sus fines particulares. Esto lo podemos calificar como ideología, entendida ésta como encubrimiento de la realidad. Además, el uso de esta identidad para fines coyunturales (uso ideológico) amenaza con desplazar el proyecto de transformación propuesto y determinado por el mismo Chávez como bolivariano y socialista; con lo cual, se confunde y solapa la identificación del bloque popular y su líder con el proyecto de transformación de la sociedad que, por razones históricas, Chávez asumió en la vanguardia.
Pero ¿Qué es el chavismo? He ahí una pregunta clave que nadie, hasta ahora, ha logrado responder; y muchos ni la formulan, por comodidad o falta de rigurosidad, y a veces por conveniencia.
La Revolución Bolivariana como procesos histórico
La Revolución Bolivariana ha sido historiada de diversas formas y su inicio es «fechado» en distintos puntos de la línea temporal, de acuerdo a los intereses o recursos retóricos del momento. Resuenan así fechas como el «Caracazo» de 1989, el Golpe de Estado fallido de 1994 y las elecciones de 1998 donde triunfa por vez primera el Comandante Chávez. Algunas personas destacan la continuidad histórica de la misma con las diversas luchas de resistencia de la izquierda venezolana, observando acertadamente que la Revolución Bolivariana no «cayó del cielo», sino que forma parte de un proceso político de resistencia y lucha que vendría, al menos, desde la época «democrática» en el país. Sin embargo, esta postura olvida la desarticulación estructural y desvinculación con el pueblo en que se encontraba la izquierda a finales de la década de los ochenta, en parte por las embestidas neoliberales (de represión política, militar y económica), pero también a falta de un proyecto real de nación y un liderazgo que pudiese unificar la diversas vertientes.
Otras, por el contrario, quieren ver en el proceso bolivariano una ruptura en la historia venezolana, apuntando con cierta validez el reimpulso que toman las luchas en el país luego de la insurgencia del liderazgo del Comandante Chávez. Aquí se olvida que las luchas populares siempre son parte de un movimiento histórico y que sin su vinculación a dicha historia no se puede comprender a cabalidad el significado del liderazgo de Chávez y el proyecto que el encarna en la vanguardia. Desde ciertos ángulos, por el contrario, se observa a la Revolución Bolivariana como un simple estadio pasajero que habría culminado con la muerte de su líder, y de lo cual quedaría sólo una estructura de poder que pretende mantener cierto control político, pero ahora sin una dirección clara.
Lo cierto es que la Revolución Bolivariana configura un proceso histórico y no un «momento» coyuntural; éstos últimos son episodios esporádicos cuyo alcance sobre las sociedades son constantemente relativizados según la lectura que se haga a posteriori de los mismos, obteniendo siempre una influencia local y localizable en el corto tiempo. Los procesos históricos permanecen en movimiento constante y son resultado de la síntesis consciente entre lo particular de un pueblo y lo universal de la humanidad; expresan, así, el movimiento de lo real y, en cuanto tal, mantiene una complejidad que no puede ser conocida en su totalidad.
En cuanto proceso histórico, se debe comprender que la Revolución Bolivariana es resultado de una larga disputa entre fuerzas societales que se han configurado y reconfigurado en torno a determinados ejes de confrontación y con diversos objetivos dicotómicos y excluyentes entre sí. Esta disputa habría comenzado con la entrada del continente al sistema mundo capitalista, momento en que se subsume los procesos territoriales de los pueblos originarios bajo el patrón moderno-colonial de acumulación de capital, y se comienza a configurar como espacio geohistórico dependiente del centro de la economía mundial. La base socioeconómica que adquiere Venezuela en el siglo XX desarrollada a partir de la extracción y comercialización del petroleo, no hizo sino reemplazar la base de acumulación rentista de agraria a petrolera, afianzando un patrón que venía consolidándose, al menos, desde el siglo XVIII, pero ahora de acuerdo a las exigencias energéticas del sistema-mundo.
La estructuración de clases al rededor de este primer eje tuvieron diversas expresiones políticas que dieron resultado a la actual configuración de relaciones de poder en el país. La instauración dominante de la burguesía dependiente impuso no sólo un modo de acumulación basada en la monoexportación y la importación masiva de prácticamente todo lo consumido en el país (con excepción de algunos monopolios, como por ej. la harina de maíz en manos de Alimentos Polar), con gran preferencia en bienes suntuarios; sino también impuso un modo de vida (un cultura) basado en dicho patrón de consumo, y un modo de controlar los valores de cambio (ejercicio del poder) en base a dicho modo de vida. Con ello, el control de la industria petrolera significó un paso esencial a cualquier proceso político en Venezuela, incluyendo, claro está, tanto procesos de liberación como procesos de mayor subordinación a los centros de acumulación.
La resistencia de las clases populares trabajadoras y el auge de sus luchas a lo largo de la historia nacional configuran un segundo eje a tener en cuenta. Si se comprende que las clases están conformadas no sólo por su base económica (dueños de fuerza de trabajo-dueños de medios de producción), sino también por una cultura: modo de organizar los valores de uso; y una política: modo de controlar las mediaciones para organizar y producir los valores de uso; se comprende que la resistencia de las clases populares trabajadoras pasa también por el desarrollo de un modo propio de ser y vivir que tiene que resistir las imposiciones de las clases dominantes y las fuerzas de subordinación y dominación que impone el capital a nivel mundial (incluyendo sus expresiones bélicas e imperialistas). Esta resistencia nunca es homogénea y se crean, así, diversas expresiones culturales que pueden en ciertos elementos y bajo circunstancias determinadas mantenerse bajo los procesos a alienación capitalista, como otras que reproducen realmente la identidad histórica de las clases populares en su núcleo más dinámico. Esta confrontación histórica va adquiriendo diversas expresiones a lo largo de la historia y suponen un punto de apoyo que permite tanto mantener y reforzar la dominación, como avanzar hacia procesos de liberación y autodeterminación frente a las fuerzas de dominación nacionales e internacionales. Las disputas entre organización-desarticulación, represión-cooptación, forclusión-subordinación, del pueblo son, así, un eje que imprime uno de los principales motores en la configuración social venezolana, por depender de éste la posibilidad de configurar un verdadero polo de poder contrahegemónico, si avanza su organización consciente, o de mantener la dominación si se sostiene su desarticulación y alienación.
El Estado-Nación, aún no modernizado en su completitud como consecuencia de la dependencia estructural de la sociedad venezolana al centro capitalista, representa en sus relaciones de poder un tercer eje de disputa y, quizás, uno de los que representa mayor controversia. En principio, la conformación del Estado-Nación venezolano ha pasado por distintas etapas y periodos de crisis ligados a los regímenes políticos instaurados desde su secesión de la Gran Colombia. Las dictaduras militares y la instauración de la democracia representativa son ejemplos de dichas etapas, donde una clase política determinada a hegemonizado el acceso a las instituciones concentradas en el Estado y ha ocupado buena parte de las mismas para los fines de sus proyectos particulares, desplegando con dicha hegemonización relaciones particulares con los poderes económicos y militares del momento. La disputa a lo interno del Estado no siempre ha sido homogénea, aunque se haya avanzado en su cristalización clientelar durante los cuarenta años de democracia representativa. Esta disputa pasa también por el control de los procesos económicos en el país, la vinculación que establezca con la base socioeconómica, así como las relaciones de apoyo o rechazo que se establezcan con los diversos sectores de la sociedad, organizados como pueblo o no.
Finalmente, podemos observar que un cuarto eje de disputa lo representan los procesos de regionalización y articulación continental y la dirección que a ellos se le imprima desde los distintos gobiernos, con mayor o menor grado de continuidad. La fragmentación del proceso civilizatorio latinoamericano y caribeño se consolidó con la instauración de los Estados-Nación y los diversos mecanismos de dominación colonial instrumentados por las potencias mundiales, principalmente por Estados Unidos. La articulación intra-continental mediante diversos procesos de regionalización configuran una mediación directa de los procesos particulares (nacionales) con los mecanismos globales de acumulación, con lo cual, son producto de las fuerzas que motorizan al sistema mundo y van estructurando la división internacional del trabajo, determinando la polarización del sistema y el topos que le corresponde a cada sociedad. Por ello, también representa un eje de disputa según las relaciones y contenidos que desde el mismo se puedan desarrollar en dirección a mantener la estabilidad del sistema y, por consiguiente, sus mecanismos de acumulación (con sujeción o independencia del imperialismo); o ensayar diversos caminos de vinculación autónoma, con variados niveles de alteridad sistémica según las condiciones objetivas históricamente construidas.
La insurgencia de la Revolución Bolivariana como producto de las fuerzas que van reconfigurando estos ejes en su estructuración histórica, permite comprenderla también como un proceso histórico en constante disputa, cuyo desarrollo no puede desvincularse de las confrontaciones que se producen a lo interno de dichos ejes, los procesos políticos que se despliegan a partir de los mismos y los actores que entran en escena con diversos grados de poder y capacidad de acción. Esto supone una complejidad muchas veces dejada de lado por los analistas, que se contentan con absolutizar una parte del todo para sostener sus argumentos y tesis, sea de apoyo o rechazo a la Revolución Bolivariana y a los integrantes (temporales) del Gobierno. ¿Cuál es el estado de estas disputas en la actualidad?
Notas:
[1] Véase el Dossier sobre la discusión: http://goo.gl/dpzyvs
[2] Véase la reflexión en tres partes en: http://www.humanidadenred.org.ve/?cat=23
[3] Véase la introducción del ensayo La filosofía del lobo. Ensayo sobre alienación, plusvalía ideológica y contracultura en el pensamiento de Ludovico Silva, disponible en: http://goo.gl/KvY3Ox
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