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Jenny, Iraq y la próxima guerra

¿Adiós a las armas?

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Llamémosla Jenny. Jenny estaba sola y su expresión exteriorizaba una clara confusión. Su cara estaba sembrada de acné y su pelo, rubio y corto, se tensaba en las puntas. Cuando el tren Skyline aceleró hacia su próximo destino, se «cuadró» con toda su fatiga militar y sus botas mirando fijamente al infinito en la inmensidad del Aeropuerto Internacional de Dallas/Fort Worth.

Jenny no era la única soldado que regresaba de Iraq. El aeropuerto bullía de hombres y mujeres de uniforme. No parecía que allí hubiera muchos festejos esperándoles. Deslucían la escena la misma confusión e incertidumbre que han acompañado esa guerra desde el principio: confusos objetivos que iban cambiando mientras sus propios defensores -en los medios de comunicación, en el gobierno, en los think tanks de derechas- empezaban a desengancharse de ellos lenta y desvergonzadamente. Todos ellos fueron cambiando de tono y muchos empezaron a dirigir su ponzoña hacia Irán. Mientras tanto, los soldados continuaron combatiendo, matando y cayendo a montones. Tras la reciente reducción de tropas en Iraq, se esperaba que miles de soldados volvieran a casa mientras otros se encaminaban hacia Afganistán para seguir batallando, llevando con ellos sus inconcebiblemente pesados bártulos y su perenne desconcierto.

Los pobres de Estados Unidos han llevado siempre la carga de las guerras emprendidas por los ricos estadounidenses, quienes de forma descarada salen a escape para echarle el guante al botín mientras los soldados se dejan la vida, o bien se quedan con alguna que otra medalla e incontables cicatrices físicas y psicológicas.

«Hasta el 22 de septiembre de 2010, al menos 4.421 miembros del ejército estadounidense han muerto en la guerra de Iraq desde su comienzo en marzo de 2003», informaba Associated Press. «Desde que las operaciones militares estadounidenses se iniciaron en Iraq, 31.951 integrantes del ejército de EEUU han resultado heridos en acciones hostiles, según el recuento semanal del Departamento de Defensa». En cuanto al recuento de las víctimas iraquíes, el número fluctúa desde varios cientos de miles a bastantes más del récord de un millón. Esta cifra no incluye a todos los que perecieron en la primera guerra de Iraq (1990-1991) o como consecuencia de las sanciones a largo plazo que la siguieron y prolongaron. Pero uno no puede culpar a Associated Press por no recoger cifras exactas. El índice de mortalidad entre los habitantes de la destrozada nación creció a tan inimaginable velocidad que las víctimas eran afortunadas si podían siquiera recibir un enterramiento adecuado.

El tren Skyline de alta velocidad se paró en la terminal A y velozmente reinició su trayecto circular. Los pasajeros bajaban y de inmediato se incorporaban nuevos usuarios. Jenny seguía en su sitio. Me recordaba a Lynndie England, la reservista del ejército que se hizo famosa por llevar a un pobre y torturado prisionero iraquí arrastrando de una cuerda. El rostro del prisionero era un testamento que expresaba todo el dolor que un ser humano podía comunicar. La cara de England era glacial mientras miraba a su cautivo con una expresión indescifrable. Más tarde se la condenó en conexión con las torturas.

Abu Ghraib era sólo un microcosmos de Iraq. Y no se ha condenado a nadie por el inmenso crimen que ha diezmado la civilización que sirvió como cuna de todas las civilizaciones. Cheney, Rumsfeld y Bush disfrutan a tope de su retiro. Quienes se inventaron las «razones para la guerra» contra Iraq siguen tan ocupados como siempre en sus think tanks, universidades y cadenas de los medios, dedicados ahora a tramar «razones para la guerra» contra Irán.

Pero puede que Jenny no responda en absoluto al tipo de Lynndie England. Quizá hizo algo de trabajo de oficina en la Zona Verde. Quizá acertó a desarrollar alguna afinidad con Iraq. Quizá incluso hizo amistad con una o dos familias iraquíes. Quizá lleva ahora en su bolso algunas fotos de un niño iraquí que se llama Hiyyat, que significa «vida».

Puede que Jenny no haya cometido siquiera el más mínimo de los delitos. Puede que pensara sinceramente que su despliegue en Iraq tenía el propósito de mejorar el mundo, de proteger a EEUU de los terroristas, puede que estuviera confundida y que hubiera creído que esos ataques contra EEUU estaban vinculados con Sadam Husein. Tenía cara de adolescente, que es lo que realmente era. Le dieron un arma y le enseñaron a disparar. Le contaron no sé qué sobre democracia y sobre cómo piensan los árabes. Le prometieron que le facilitarían formación y toda una serie de ventajas. ¿Es Jenny responsable de algo de lo ocurrido en Iraq?

Ahora en las terminales B y C, Jenny no parece prestar ni la menor atención a la robotizada voz que en inglés y en español informa a los pasajeros de la próxima parada y de cuándo deben apearse del tren.

¿Cuándo fue que enviaron a Jenny a Iraq? ¿Estaban tan claros como ahora los desastres creados por la guerra? Quienes dirigen las guerras prometen siempre que el mundo va a ser un lugar mejor una vez que las armas se silencien, se entierren los muertos y los «daños colaterales» sean convenientemente justificados y olvidados. Pero, al menos en lo que a esta guerra se refiere, el mundo no se convertido en absoluto en un lugar mejor. Ni la región del Oriente Medio ni EEUU son en modo alguno escenarios más seguros. En realidad, el mundo entero es mucho más peligroso ahora. La guerra se provocó a partir de falsas promesas, pruebas tramadas y todo un sinfín de falsedades. Se creó caos, se tramaron y fomentaron divisiones sectarias, se lanzó a gobiernos y pueblo unos contra otros. Por supuesto aunque son los iraquíes quienes han pagado, y de lejos, el precio más descarnado, la guerra es también un importante componente en la actual crisis que sepulta a Estados Unidos: división política interna, perdida de dirección de la política exterior en el extranjero, recesión económica, que golpeó primero a nivel nacional y después internacionalmente, entre otras muchas manifestaciones.

La guerra no ha acabado, y una guerra aún más antigua se está atizando convenientemente. A Jenny, ahora en casa, se le dirá que las cosas están muy mal. Que es muy difícil encontrar un empleo. Que las posibilidades de tener una vida digna en EEUU han disminuido notablemente desde que ella se unió al ejército, sin que importe el momento en que lo hizo. El ejército, después de todo, podría ser su mejor posibilidad de hacerse una vida.

¿Dónde estará ahora Jenny? ¿Habrá regresado a Iraq, quizá, bajo una misión con un título diferente? ¿Operación Nuevo Amanecer?

En la última terminal, la D, Jenny sigue en el mismo sitio. Ahora, hasta el último pasajero deberá desembarcar, porque el tren Skyline de alta velocidad está a punto de reiniciar su trayecto circular. ¿Adónde irás, Jenny? Después de todo, esa es tu elección.

Ramzy Baroud (www.ramzybaroud.net) es un columnista internacionalmente reconocido y editor de PalestineChronicle.com. Su libro más reciente es «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Store» (Pluto Press, London), disponible ya en Amazon.com.

Fuente: http://www.counterpunch.org/baroud10012010.html

rCR