Brasil es un palco de incontables casos de adoctrinamiento al azar. Ya que en este país no se definió una ruta coherente por la cual debe pasar la educación de su gente, métodos discordantes encadenan a sus medio-ciudadanos. No faltan ejemplos que suman experiencias en las formas de consumo, en los libros «didácticos» y en […]
Brasil es un palco de incontables casos de adoctrinamiento al azar. Ya que en este país no se definió una ruta coherente por la cual debe pasar la educación de su gente, métodos discordantes encadenan a sus medio-ciudadanos. No faltan ejemplos que suman experiencias en las formas de consumo, en los libros «didácticos» y en las sociedades religiosas.
No llego a esta conclusión solamente porque Brasil es un paroxismo de prácticas espiritualistas. Aquí cualquier personaje mínimamente convincente que hable sobre el destino de la humanidad y los misterios de la psique gana adeptos. Mientras Brasil enaltece a los espiritualismos, los Estados Unidos son criticados por su exceso de materialismo, tal como lo denunciara hace más de un siglo el escritor uruguayo José Enrique Rodó en su libro Ariel (1900).
Es de ese materialismo que emana el deseo irrefrenable que los brasileros tienen de comprar y ser parte de este mundo high-tech, ultramoderno, agitado y un tanto sin rumbo. Sin importar los medios requeridos para alcanzar los fines deseados, los brasileros se envidian por hablar a través del IPhone 5, que se convirtió en símbolo de status social entre los adolescentes, y hacen triquiñuelas en los receptores para tener acceso a centenas de canales de televisión.
Falta por eso vergüenza en la cara, cuando queremos presidentes absueltos y diputados que hagan más ejercicios que Tiririca en el Mamódromo Nacional (Congreso).
¿Y qué decir de los reales, dólares y euros que fluyen de dentro hacia fuera de Brasil y dejan al país en carestía y a sus medio-ciudadanos sin recursos para el sueño consumista?
En seguida, hagamos una reflexión sobre los hábitos de lectura de los jóvenes, ya que este texto enfoca cuestiones doctrinarias y educativas. Constatamos que no se lee menos, como algunos creen. Hoy se pasan muchas horas frente a programas electrónicos y telas de varios tamaños con leyendas. Por eso las escuelas adoptan equipos de informática con la esperanza de que sólo ellos impulsarán la eficiencia en la enseñanza, mientras que la Rede Globo denuncia casos de eliminación de libros didácticos nuevos como residuos orgánicos, por «fallas administrativas» señaladas por un gobierno local.
Esta y otras experiencias problemáticas comprueban que Brasil sufre de complicaciones de adoctrinamiento. Cuando se creía en la capacidad del país en relación a sus hijos y de los abuelos a sus nietos, se descubre que a menudo los más viejos deberían frecuentar escuelas junto con sus hijos. Muchos de ellos tienen mucho que aprender en amar la vida y valorizar el papel ciudadano.
Brasil tiene muchos laboratorios sociales, que rinden por lo menos algunos resultados positivos en las cuentas del gobierno, por lo menos aquellos que se mantienen en funcionamiento. Cuando una serie de resultados son negativos es preciso cambiar la fórmula para evitar tragedias mayores. En Brasil, solo una reforma política profunda e inclusiva derrocaría los negociados que se alternan en el poder. Luego, es preciso cambiar los deditos que controlan a los títeres presidenciables.
Pero este escenario de cambios sólo se tornaría realidad a través de la instrucción popular (que se pregona por lo menos desde las pedagogías olvidadas del sergipano Manoel Bomfim) de la valorización de la ciudadanía y del reconocimiento del espacio público como un lugar de todos. En vez de eso, vemos a las vías de convivencia como no pertenecientes a nadie, así por ejemplo tiramos descaradamente desechos en áreas públicas y somos displicentes con las calles rotas.
Por lo tanto, la espiritualidad que tanto se atribuyó a Brasil en su papel moralizador y civilizador de la «nueva era» debe pasar por profundas reformas tardías pero perentorias de sus medio-ciudadanos. Tenemos que colocar los conflictos doctrinarios de lado -o abolirlos de una vez- porque éstos dividen al país por la fe, en vez de integrarlo para el bien común. No es por casualidad que muchos charlatanes abusan de la credulidad de sus seguidores para arrebatarles dinero, confianza y tiempo. Construyen templos suntuosos que concentran esfuerzos desmedidos de adoctrinamiento.
Los espiritualismos existen en Brasil para que sus medio-ciudadanos se conviertan en sus fieles. Se culpan a los dioses por los trastornos humanos. La política se convierte en mesianismo. Sin embargo, al mismo tiempo que las sociedades religiosas consiguen adeptos, el Estado titubea en formar ciudadanos.
Muchas veces me preguntan de quién es la culpa de los errores del Brasil. Inmediatamente replico que no se distraigan con el Presidente de la República.
Blog del autor: http://www.brunoperon.com.br
Fuente: http://barometrointernacional.bligoo.com.ve/bruno-peron-loureiro-brasil-adoctrinamiento-al-azar