A casi cinco años del derrocamiento del régimen Talibán por la invasión y ocupación norteamericana de Afganistán, los cultivos de amapola proliferan en ese territorio cuyo país ha vuelto a resurgir como líder indiscutible de la producción y exportación de opio. Las tropas estadounidenses y las de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad […]
A casi cinco años del derrocamiento del régimen Talibán por la invasión y ocupación norteamericana de Afganistán, los cultivos de amapola proliferan en ese territorio cuyo país ha vuelto a resurgir como líder indiscutible de la producción y exportación de opio.
Las tropas estadounidenses y las de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), dirigidas por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), pese a contar con decenas de miles de militares que arrasan aldeas y pueblos en sus ofensivas, no han sido capaces hasta el momento de controlar los prolíferos ataques de los insurgentes ni eliminar los cultivos de amapolas.
La maltrecha economía afgana se sustenta con el opio (se extrae de la amapola) y la fabricación ilícita de heroína, lo cual representa el 39% del Producto Interno Bruto, según un reciente estudio de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), en Viena.
Ese organismo de las Naciones Unidas indicó que la elaboración de drogas ilícitas y las actividades conexas han ido incrementándose progresivamente en los últimos años en esa nación asiática: en 2003 fue de 3,600 toneladas; en 2004 pasó a 4 100 y en 2005 a 4 200.
Pero según Antonio Costa, jefe del Departamento Antidrogas de la ONU, en 2006 todos esos números quedarán atrás porque se calcula que llegarán a las 6 100 toneladas de opio, base para la fabricación de heroína y morfina.
Costa aseveró que el cultivo de esa planta esta fuera de control y que el país asiático cosecha el 92% de la producción de opio mundial.
Otra opinión especializada es la del nuevo enviado de la OTAN en esa nación, el holandés Daan Everts quien manifestó al diario Volkskrant que «además de la desconfianza mutua, existe un inmenso negocio de drogas. Los magnates de las drogas, inmensamente ricos, son un enemigo más terrible que el Talibán, pero tampoco se ha logrado progreso para cumplir las enormes expectativas de los afganos después de la caída del régimen. Eso ha provocado impaciencia, frustración y desilusión».
No deja de tener razón Everts pues según datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) Afganistán tiene una de las tasas de mortalidad infantil más grande del mundo con 170 por cada mil nacidos vivos; la esperanza de vida para sus 27 millones de habitantes es de 43 años; el 87 % de la población no tiene acceso al agua potable y 92 % no utiliza instalaciones adecuadas de saneamiento; El analfabetismo alcanza el 70% y su población infantil carece de las necesarias campañas de vacunación.
Esas precarias condiciones de vida o de sobrevivencia se agudizan cada día debido a la ocupación extranjera que ha tratado de controlar y desestabilizar a los grupos insurgentes y no ha llevado adelante una política social en beneficio de la población.
Con todos los defectos que se le achacan al Talibán, ese régimen logró en un año reducir al máximo las cosechas de amapolas, (solo 185 toneladas) pues antes de su llegada al poder, Afganistán suministraba las tres cuartas partes del opio y de heroína que llegaba a Europa. Las Naciones Unidas reconocieron en 2001 ese esfuerzo y hasta el entonces secretario de Estado estadounidense Colin Powell felicitó a los talibanes.
Con la presencia de las tropas de ocupación, los cultivos de amapolas se extendieron y en 2002 abarcaban las 30 750 hectáreas. Hoy se calculan en 165 000 hectáreas. El precio promedio del opio en bruto es de 200 dólares el kilo y el rendimiento es superior a los 40 kg por hectárea, de ahí que el cultivo de esa planta sea mucho más rentable para los campesinos que la siembra de otros productos básicos.
La heroína se produce mediante el tratamiento de la goma del opio cruda, extraída de la amapola, la que se procesa con sustancias químicas, principalmente anhídrido acético que se introduce en Afganistán desde varios países de Asia y de Europa.
Pero lo que más llama la atención es que con tantas tropas desplegadas por todo el territorio de esa nación asiática, los militares extranjeros y el gobierno impuesto por Washington no hayan podido detener la proliferación de los cultivos.
Una de las respuestas la ofreció James Dobbins, enviado especial del presidente George W. Bush a Afganistán tras el derrocamiento del talibán: Las drogas son la principal fuente de dinero para financiar la futura reconstrucción, y esta ampliamente por encima del monto total de las ayudas internacionales.
La otra respuesta la expuso la ministra francesa de Defensa, Michele Alliot Marie cuando en entrevista con el diario The Washington Post criticó que los soldados estadounidenses no se den cuenta de ese tráfico y permitan que este se desarrolle ante sus ojos.
Al parecer, muchos se están beneficiando con este negocio pero no el pueblo afgano ni los millones de personas en el mundo que más tarde tienen acceso a esa droga. Mientras exista pobreza, desempleo y negocio malsano, nunca se erradicarán esos cultivos.