Siglos de explotación colonial y neocolonial han provocado grandes penurias en Africa y para que sus naciones puedan deshacerse del subdesarrollo impuesto resulta imprescindible que los organismos financieros internacionales y los países desarrollados con las poderosas compañías transnacionales cambien sus concepciones de entes explotadores en detrimento de los pueblos de ese continente. Un informe de […]
Siglos de explotación colonial y neocolonial han provocado grandes penurias en Africa y para que sus naciones puedan deshacerse del subdesarrollo impuesto resulta imprescindible que los organismos financieros internacionales y los países desarrollados con las poderosas compañías transnacionales cambien sus concepciones de entes explotadores en detrimento de los pueblos de ese continente.
Un informe de Naciones Unidas asegura que Africa creció en 2005 en un 5,1% pero como es lógico, ese resultado no esta acorde con políticas sociales necesarias. Estas no pueden ponerse en marcha debido a las trabas impuestas para otorgar nuevos créditos por los organismos financieros y por la extracción constante de capitales que realizan las empresas transnacionales por los negocios que ostentan en esa rica región.
El pago de la deuda externa contraída por esos países resultado de transacciones hechas en años anteriores y que muchas de ellas no benefician a la población nativa y sí para los monopolios extranjeros, constituye una constante espada de Damocles para las economías africanas.
Por citar un solo caso, Nigeria paga anualmente la cantidad de 1 700 millones de dólares solo por el servicio de la deuda lo cual significa cinco veces más de lo que invirtió en Educación y 13 veces más de los que gastó en salud en el año 2004.
Muchas promesas se han realizado por de los países ricos para eliminar las deudas externas de los más pobres, pero son mínimas las soluciones alcanzadas y en la mayoría de los casos las naciones continúan endeudándose debido a las diferencias establecidas por el injusto intercambio mercantil internacional, las subvenciones que ofrecen los estados desarrollados a sus agricultores y los acuerdos leoninos que imponen las transnacionales como premisa para invertir en Africa.
En 1974, los países ricos decidieron invertir el 0,7% de su Producto Interno Bruto (PIB) en la ayuda directa al desarrollo endógeno de las naciones en desarrollo, pero el país líder, Estados Unidos, solo aporta actualmente a Africa el 0,16% de su PIB, que representa una de las menores contribuciones internacionales.
Mientras el Banco Mundial y el FMI exigen y presionan a los diferentes Estados del continente comprimir sus nóminas en entidades públicas, reducir sus programas de apoyo a la Educación y la Salud o disminuir la construcción de obras sociales para poder alcanzar nuevos empréstitos, las multinacionales explotan los yacimientos petroleros, diamantíferos, cupríferos y los cultivos sin ninguna regulación. Si algún gobierno osara cortar una mínima parte de las ganancias obtenidas por esas compañías, inmediatamente sufrirían «sanciones» por parte de los organismos financieros y de los Estados desarrollados.
En línea directa con lo explicado anteriormente, resulta sintomático que la casi totalidad de los flujos de inversiones privadas al igual que las realizadas por los países ricos, se hayan dirigido hacia sectores y naciones donde se conoce la existencia de yacimientos minerales y petroleros y en los que ya se explotan los hidrocarburos. Los flujos financieros privados en inversiones extranjeras directas fueron en 2003 de 15 000 millones de dólares y en 2005 de 19 000 millones.
El injusto sistema de relaciones económicas internacionales se comprende mejor cuando se conoce que en ese mismo período los países africanos transfirieron al exterior por concepto de servicio y pagos de la deuda 32 400 millones en 2004 y 55 700 en 2005.
La Unión Europea (UE) y Estados Unidos junto con las multinacionales dirigen su las inversiones no necesariamente hacia los países africanos más necesitados sino hacia los que cuentan con recursos minerales y naturales susceptibles de explotación.
Un programa de la UE indica que se brindará ayuda por 166 millones de euros a las diez naciones más pobres de ese continente pero muy pocos de los seleccionados aparecen en la listas elaboradas por organismos de la ONU donde se incluyen a los de menor desarrollo humano, mayor pobreza o más vulnerables de catástrofes naturales.
Entre estos aparecen Somalia, Liberia, Sierra Leona, Burkina-Faso, Níger, Mali, Burundi, Guinea Bissau, Mozambique, Etiopía, Mauritania, Djibouti, Uganda, Gambia, Congo, Sudán.
La oferta de la Unión Europea se ha dividido de la forma siguiente: Sudán, 48 millones de euros; República Democrática del Congo (RDC) 38 millones; Burundi, 17 millones; Liberia, 16,4; Uganda, 15; Chad, 13,5; Tanzania, 11,5, y Costa de Marfil, Madagascar e Islas Comores con el resto.
Como se conoce, tanto Chad como Sudán cuentan con grandes reservas de petróleo, combustible altamente estratégico y no renovable. En la RDC, considerado entre los más ricos en recursos naturales, se hallan los bosques más grandes de Africa, proliferas minas de diamantes, cobalto, cobre, uranio y hasta coltán, un material que se utiliza para la confección de teléfonos móviles, computadoras y otros aparatos de telecomunicación.
Burundi tiene en sus suelos níquel, uranio, turba, cobalto, platino y hierro, y Uganda abundantes bosques y agua dulce.
Tanzania, considerada otra nación rica en recursos minerales, naturales e hídricos, posee además uno de los más eficientes y rentables sectores turísticos del continente.
Se estima que a Liberia la desean recompensar, no por su pobreza, sino por la elección de la ex funcionaria de Naciones Unidas y del Banco Mundial, Ellen Johnson Sirleaf al frente del gobierno quien podrá aplicar las normas diseñadas por el BM y el FMI.
En la práctica son las mismas políticas aplicadas desde los tiempos coloniales que ahora son disfrazadas con leyes neoliberales encaminadas a mantener el control de las riquezas naturales y minerales del continente africano en beneficio de las naciones poderosas. Es, en definitiva, la ley del embudo.