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Agua fresca

Fuentes: Cubadebate

«El valle de Caracas es como el cuenco de dos manos reunidas amorosamente para retener el agua de gracia», comienza Arturo Uslar Pietri una crónica de viaje de 1953, cuando el autor de Las lanzas coloradas caminaba hacia el palco de los más grandes escritores hispanoamericanos del Siglo XX. Quizás la Caracas de Uslar Pietri […]

«El valle de Caracas es como el cuenco de dos manos reunidas amorosamente para retener el agua de gracia», comienza Arturo Uslar Pietri una crónica de viaje de 1953, cuando el autor de Las lanzas coloradas caminaba hacia el palco de los más grandes escritores hispanoamericanos del Siglo XX.

Quizás la Caracas de Uslar Pietri está matizada por la melancólica percepción de un hombre que regresaba a su patria después de varios años de exilio. Quizás la imagen sea bucólica para una ciudad anárquica y precaria que tiende a doblarse en población cada década en ese precioso y estrechísimo valle. Pero algo así, un cuenco de agua fresca, ha caído no solo sobre la capital, sino sobre Venezuela, con la victoria del Movimiento Bolivariano en las elecciones regionales.

El octavo escrutinio ganado por Hugo Chávez el 15 de agosto pasado estuvo precedido por tensiones y peligros frente a una oposición sin liderazgo, pero hábil en el juego de la política sucia y la maniobra mediática. Entonces se sabía qué iba a ocurrir, pero no qué cartas se jugaría al final. Ahora, el camino estaba mucho más despejado. La oposición asistió este domingo con horror a su caída final y el pueblo venezolano ha disfrutado el triunfo como un baño de agua fresca después de atravesar un tórrido y peligroso camino.

Con excepción de Zulia y Nueva Esparta, los demás Estados han quedado en poder de los auténticos seguidores de Chávez, y la tradición de alternancia en el poder de adecos y copeyanos vive el momento más trágico de su historia. Por primera vez desde el surgimiento del Partido de Chávez en la contienda electoral, en noviembre de 1998, los adversarios de la Revolución bolivariana se han reconocido a sotto voce derrotados y, como ha dicho un agudo analista, han tenido que aceptar tácitamente que «ellos mismos sembraron la semilla de su propia autodestrucción».

La arrogancia nubló la visión objetiva de la realidad y los llevó a menospreciar al adversario, y luego, tampoco funcionaron los patéticos gritos de «fraude», las falsas promesas, el secuestro de la opinión pública, el contubernio con el yanqui. No lograban aceptar la verdad: Venezuela ha reaccionado contra el determinismo histórico y el sino trágico de la abundancia petrolera. Se rebeló contra la intromisión norteamericana y el lacayismo de los partidos tradicionales, cuya índole democrática nadie ha discutido en décadas, a pesar de que permitieron que se desarrollara en ese país una de las sociedades más corruptas y desiguales del mundo.

La voluntad de cambiarlo todo que ha manifestado el pueblo venezolano en las urnas este año, traduce la exasperación de una mayoría de ciudadanos ante el engaño y la corrupción que reinaron durante casi medio siglo.

¿Qué pasará con la oposición a partir de este día? No es difícil especular, pero ya no queda espacio en esta columna más que para invitarlo a usted, querido destinatario de esta carta, a poner el cuenco de sus manos y recibir también ese aguacero de gracia que se merece Venezuela y los que estamos a su lado.