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Las voces a favor y en contra de la presidenta electa

Ahora Dilma

Fuentes: Debate

Mal que les pese a los voceros del mediático conglomerado antilulista, en los días que sobrevinieron a los comicios, varios de ellos se vieron obligados a hacerse eco de dos hechos históricos, remarcados por las voces oficialistas. Primero, el triunfo con holgura de Dilma Rousseff en el ballottage presidencial entronó, por primera vez, a una […]

Mal que les pese a los voceros del mediático conglomerado antilulista, en los días que sobrevinieron a los comicios, varios de ellos se vieron obligados a hacerse eco de dos hechos históricos, remarcados por las voces oficialistas. Primero, el triunfo con holgura de Dilma Rousseff en el ballottage presidencial entronó, por primera vez, a una mujer en la jefatura del Estado de una potencia emergente de la talla de Brasil. En segundo lugar, esa victoria del gobernante Partido de los Trabajadores (PT) expresó el éxito de las dos gestiones anteriores, comandadas por Luiz Inácio Lula da Silva, el primer «presidente operario» del país.

Antes, un ex tornero mecánico y, «agora, uma mulher», se enorgullecían en el PT. Sin duda, un antes y un después para la historia política brasileña, a partir del cual detractores y defensores comenzaron a cruzar sus análisis poselectorales. Así, mientras los aliados del lulismo hicieron un llamado a la profundización del modelo para seguir acortando la brecha de la desigualdad social, con redistribución del ingreso mediante, los opositores mediáticos y políticos advirtieron sobre las vulnerabilidades de «la subalterna» de Lula.

En Brasil no cabe duda de que el presidente eligió a su sucesora guiado por su propio instinto, con la libertad que le otorgó tener una popularidad cercana al ochenta por ciento.

El mandatario depositó en Rousseff -una brillante pero desconocida economista- toda su fuerza, su carisma y su olfato político. Ella, a fuerza de dedicación, capacidad y temperamento, escaló hasta la jefatura de la Casa Civil (jefa de Gabinete), aunque la funcionaria no gozara de una tradición histórica dentro de la coalición gobernante, puesto que se había afiliado al PT en el año 2000.

Por todo eso, en momentos en que se comienza a hablar sobre los cuadros que integrarán el gabinete ministerial, a partir del  1 de enero próximo, los analistas opositores discuten acerca del peso propio que eventualmente podría adquirir el liderazgo de Rousseff. Para la propia tropa lulista se trata de una discusión que cae en el vacío: Rousseff ya aclaró que tendrá a Lula como su principal consejero y aliado.

Sin embargo, en un paralelismo notable con los análisis políticos que muchas veces se escuchan en nuestro país, especialistas de renombre de los medios más importantes de Brasil pusieron en tela de juicio el criterio de la mandataria; se preguntaron qué clase de «autonomía» podrá tener con respecto a Lula y, sobre todo, la exhortaron a que deje de lado y «modere el nivel de crispación» que le imprimió su jefe político a la campaña electoral.

«Dilma precisará desenvolver un perfil más conciliador», tituló el diario opositor O Globo, un día después de las elecciones. El matutino, en la voz de una serie de analistas, subrayó la inexperiencia de Rousseff para lidiar con políticos y partidos, así como también el desafío que constituye para ella desarrollar un perfil de negociación con la oposición.

«La presidenta electa tendrá que construir un ambiente de tregua, después de una campaña tensa. La mandataria debe actuar en tres frentes prioritarios: crear un ambiente de unidad nacional, pacificar los ánimos con la oposición, curar heridas de aliados y ocuparse de las denuncias de irregularidades de su gobierno, que surgieron durante la campaña», marcó la agenda, desde O Globo, el periodista Gerson Camarotti.

Cierto es que, en buena medida, Dilma constituye un gran interrogante político para propios y ajenos. Lula, desde que ocupó el centro del escenario político, comandó una coalición de partidos muy heterogénea. Y los medios opositores, precisamente, cuestionan la capacidad de operatoria política que pueda llegar a tener la presidenta electa. «Rousseff tiene que enfrentarse al reto de equilibrar su fuerza política», alertó Leila Suwwan, desde su columna de O Globo.

Sin embargo, la lectura de algunos medios afines al gobierno, de poca audiencia local pero de gran referencia internacional, como Carta Maior o Carta Capital, hace aflorar el optimismo frente al futuro gobierno de Dilma. Por caso, el politólogo Emir Sader remarcó: «Al contrario de lo que recibió Lula, Dilma recibe una herencia virtuosa: una economía en desarrollo acelerado, un cuadro social mucho más favorable, un Estado más capacitado para poder impulsar el desarrollo y garantizar los derechos sociales, una alianza política bastante más favorable que lo que tenía Lula y una política internacional de éxito que privilegia la integración sudamericana y privilegia la alianzas con el sur del mundo. Dilma tiene toda la posibilidad de hacer el mejor gobierno que Brasil jamás tuvo.

La heredera y discípula de Lula recibió, desde el comienzo de su candidatura y desde diversos flancos, ataques de munición pesada. Cabe destacar a dos de sus enemigos más acérrimos y de fuerte poder e influencia en el electorado: por un lado, el ala más conservadora de la Iglesia, cuyos representantes tuvieron la bendición del Sumo Pontífice Benedicto XVI, y, por el otro, los «barones de la prensa», como algunos llaman a los empresarios mediáticos. Las fuerzas para frenar el «fenómeno lulista» e impedir la mentada transferencia de popularidad hacia su candidata, avivaron el lado más oscuro de la idiosincrasia tropical; Rousseff recibió el calificativo de «diabólica» por su supuesta postura a favor del aborto»

Poco fue lo que se discutió sobre las bases del modelo debido a la gran aceptación que recibe por parte de la sociedad. En cambio, durante la campaña, se puso énfasis en el pasado de Dilma, quien fue tildada de terrorista a raíz de su participación en la guerrilla armada que luchó contra la dictadura militar del país, lo que le deparó la cárcel y la tortura.

El fuerte de Dilma, aseguran, está en el diseño, implementación y coordinación de la gestión gubernamental. Pero nadie tiene la última palabra acerca del modo en que actuará esta mujer que ha demostrado hacerle frente a los panoramas más adversos.

Por su parte, la prensa destacó lo sorpresivo de que la presidenta electa hiciera mención a su condición de género apenas tuvo a mano un micrófono luego de conocida la victoria electoral. La lucha por la igualdad de género estuvo lejos de ser un tópico de campaña. Frente a la avalancha de argumentos conservadores, casi ni se mencionó. La imagen de Rousseff, al contrario, fue construida lejos de todo tinte feminista. Se la erigió como «la mujer de Lula» o «la madre del PAC» (el principal programa de desarrollo del gobierno). Quienes la conocen auguran que se despegará de esa imagen, sin traicionar a su benefactor.

Por otro lado, algunas voces, muchas defensoras del lulismo, reniegan de esta lectura que individualiza a Dilma y a Lula. Es el caso del periodista José Roberto de Toledo, quien desde el diario O Estado de São Paulo advierte de que «La elección de Dilma Rousseff expresa el deseo del elector de la continuidad del actual gobierno. Con una economía de consumo en alza, la mayoría de los electores votó para no cambiar». Toledo, en coincidencia con muchos otros analistas, destaca que la victoria de Dilma constituye, en definitiva, una «victoria extraña» para la política brasileña, ya que -asegura- ganó un proyecto político y no una persona física. Poco habitual en tiempos de personalismos político-mediáticos.

Un largo camino

Desde abajo. Bien abajo. Cuando en febrero de 2009 el Partido de los Trabajadores respaldó, de forma unánime y a instancias de Lula, la candidatura presidencial de Dilma Rousseff, los números eran desalentadores. Entonces, la actual presidenta electa contaba con un magro trece por ciento de intención de voto, muy por detrás del 42 del opositor José Serra. Pese a ser jefa de ministros, su nombre era prácticamente desconocido para una opinión pública sometida al dictado de los medios opositores. Su falta de carisma y su inexperiencia -nunca había participado por un cargo electivo- eran otros escollos a sortear.

Unos meses antes, cuando comenzó a perfilarse como candidata de Lula, los sondeos auguraban un cuarto puesto. Sin embargo, el mandatario no desistió. Envuelto en una popularidad sin precedentes, pujó por instalar a su delfín, por transmitirle algo de su fuerza. Participó en actos de campaña anticipados y debió pagar multas por incumplir las normas electorales. Reforzó la difusión de sus medidas de gobierno más populares e hizo cargo a Dilma de muchas de ellas. El ascenso de la llamada «Dama de hierro» fue muy paulatino. En la carrera, surgió un cáncer linfático que la prensa se ocupó de agravar y que amenazó con dejarla fuera de la contienda. Un problema para Lula, que no puede optar a una tercera elección.

A principios de 2010, ya recuperada, la diferencia se había acortado a diez puntos. Aunque Serra se había estancado en el 35 por ciento, todavía se hablaba del «efecto Piñera», en alusión a la elección chilena.

Serra soñaba con repetir esa experiencia. Pero el lento ascenso de Dilma fue amilanando sus deseos. En abril, empate técnico. A fines de mayo, por primera vez Dilma superó a su rival, 35,7 a 33,2. Y la curva se aceleró.

El 3 de octubre fueron las elecciones. Aunque se preveía una segunda vuelta, el 47 por ciento obtenido -frente al 32 de Serra- no alcanzó para dar el batacazo aunque sí garantizó la mayoría de Senadores y Diputados para la coalición de partidos oficialista. La sorpresa: Marina Silva, del Partido Verde, con veinte millones de votos.

Ya de cara al ballottage, con la decisión Verde de no pronunciarse a favor de ningún candidato, Dilma fue tomando impulso en los días previos, pese a la enorme campaña que intentó posicionarla como una fanática del aborto, en un país fuertemente religioso.

El 31 de octubre, en una jornada electoral tranquila y con una abstención del 21,5 por ciento, Serra revivió el fantasma de 2002 cuando Lula, ex tornero mecánico y de origen sindical, arrasó en la segunda vuelta -61,4 frente al 38,6 por ciento- y se convirtió en el primer obrero en llegar al Palacio de Planalto. Esta vez, con doce millones de votos de diferencia -56 contra 44 por ciento-, muchos provenientes de las zonas más pobres, fue derrotado por una mujer. La primera de los cuarenta presidentes de la historia de Brasil que llega al poder.

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar/2010/11/05/3331.php

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