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Alemania contra todos

Fuentes: carmillaonline.com

Traduce konkreto para Asamblea Local de IU de Jaén


1.- Si vuelve la Gran Alemania.

Cuando los diarios hablan de la especulación actual como un ataque de los «mercados» contra Europa, no dicen la verdad. Ante todo ¿quiénes son estos «mercados»? «¿Tienen forma jurídica, un portavoz, un responsable, un representante legal, hay alguien, con nombre y apellidos, que se responsabilice y ante el que se pueda reclamar? ¿Ha votado alguien por ellos? ¿Dimiten si se equivocan? ¿Cuándo y dónde se ha decidido que su opinión (el famoso «criterio de los mercados») sea más importante que toda la clase política mundial?» (M. Serra, «La Repubblica, 19.6.2012). ¿Estamos seguros, así, que ellos se mueven contra Europa o su homólogo monetario, el euro, y no sobre todo contra algo más específico y nacional como Alemania? Para entenderlo, es necesario partir de muy atrás.

Hace ya tiempo se constituyó a nivel planetario un verdadero y propio partido de las finanzas que integra a todos aquellos que se benefician los movimientos del capital especulativo. Se estima que comprende a 90 millones de personas, un verdadero «bloque social» que opera en los mercados bursátiles «como un partido informal pero muy sólido , en condiciones de determinar el curso de la economía y de condicionar de forma determinante la política» (A. Giannuli, Salir de la crisis es posible, Milán 2012, p. 43). Es éste «partido de las finanzas» el que agita los «mercados», declinados en plural porque no se comportan de forma unívoca sino en función de las tensiones existentes entre las dos divisas monetarias en las que se hacen los intercambios internacionales: el dólar y el euro. Así, dos son los polos geográficos de referencia: por una lado los Estados Unidos de Norteamérica y de otro Alemania, que es el verdadero guardián de la solidez de la moneda única europea en competencia con el dólar.

Esta es una confrontación reciente. Los acuerdos de Bretton Woods de 1944 asignaron a EE.UU el monopolio de la emisión de la moneda mundial y ni tan siquiera cuando, en 1971, el dólar dejó de ser convertible al oro, se erosionó su supremacía monetaria. Sólo con la reunificación de las dos Alemanias en 1990 las cosas cambiaron. La división de Alemania en dos unidades separadas y contrapuestas fue la consecuencia/sanción por los dos desastrosos «asaltos al poder mundial» que intentaron manu militari en 1914-1918 y en 1939-1945. Para evitar, por tanto, un tercer asalto, los aliados vencedores la desmilitarizaron y la dividieron en dos como un lenguado. Pero con la reunificación posterior a la implosión de la URSS, surgió el problema geopolítico: ¿qué posición se le asigna, conforme a su fuerza no ya militar sino económica, a la renacida Gran Alemania?

2.- Dos visiones geopolíticas

Según la doctrina geopolítica anglosajona, elaborada por Halford Mackinder y Nicholas Spykman, habría en el mundo un lugar privilegiado, denominado el «corazón de la Tierra» (Heartland), cuyo control político aseguraría el gobierno del planeta. Éste centro estratégico de la Historia se encuentra en las grandes estepas euroasiáticas, de tal forma que solo Rusia puede apropiárselo. Con una limitación, sin embargo: que para ejercer realmente la supremacía geopolítica tiene que desbordarse en alguna de las «tierras de alrededor» (Rimlands) que la circundan y con vistas a los mares cálidos de los océanos Atlántico, Índico y Pacífico. Por ello el objetivo permanente de Rusia (zarista, soviética o de otro tipo) de moverse hacia Europa, Oriente Medio, Afganistán o Corea, pero contrarrestada por Gran Bretaña, primero, y los Estados Unidos de Norteamérica, después, con una hábil y eficaz (hasta ahora) acción de «contención-rechazo».

Pero Alemania aportó a la geopolítica una propia y original contribución por obra de Karl Haushofer (1869-1946). Según esta distinta «visión» del mundo no se trata ya del «Corazón de la tierra» y «Tierras de alrededor» concéntricas a aquel punto, sino de Pan- Regiones que se extienden en el sentido de los meridianos, de polo a polo, con un estado-guía dominante cada una. Son cuatro, Pan-América encabezada por los EE.UU, Pan-Asia guiada por Japón (pero hoy se debería decir mejor por China), Pan-Eurasia dominada por Rusia y Pan-Europa dirigida por Alemania. Y como cada Pan-Región debería gozar de su propio «espacio vital geopolítico» en recíproco respeto con de las otras, a Alemania, en buena relación de cercanía con Rusia (la obra maestra de Haushofer fue el pacto Ribbentrop-Molotov de 1939), Japón y también los EE.UU, debería esperar gobernar las penínsulas mediterráneas que en aquella época facilitaba la semejanza del régimen fascista presente en Portugal (Salazar), Italia (Mussolini), Grecia (Metaxas) y España (Franco): cuatro países que en conjunto formaban la sigla PIGS=»cerdos».

Solamente las democracias de Francia y Gran Bretaña quedaban fuera de este Nuevo Orden Europeo con miras expansionistas sobre Medio Oriente y el continente africano, que serían forzadas a obedecer mediante la fuerza. Es sabido que Francia fue sometida, cosa que no ocurrió con la más hostil Gran Bretaña, a pesar del vuelo conciliador intentado en 1941 por Rudolph Hess (el segundo en la jerarquía nazi y también el mejor alumno de Haushofer) para encontrar un acuerdo con el gobierno británico sobre el reparto. Pero en ese mismo año, Hitler, desmintiendo las buenas normas de la geopolítica alemana, declaraba la guerra a la Unión Soviética y a los Estados Unidos (fue en ese momento en el que la guerra «europea» se convierte en «mundial»), dedicándose a aquella clamorosa derrota de la que nacerían las dos Alemanias separadas por una «cortina de hierro», después materializada físicamente en el Muro de Berlín, que debía sancionar el final de una Pan-Europa autónoma de las otras Pan-Regiones.

3.- «Framania» y sus «cerdos»

Con la reunificación en 1990, el juego geopolítico alemán se reabrió y encontró una explícita manifestación de voluntad en el documento elaborado en 1994 por la CDU/CSU de Wolfgang Schäuble (cfr. Bonn avanza con pocos patrocinadores, «Il Sole-24 Ore», 12.9.1994). Se había teorizado que sin una consolidación interna la Unión Europea corría el riesgo «de quebrar para volver a ser un débil reagrupamiento de Estados incapaces de satisfacer la necesidad de estabilidad de Alemania…en línea de principios idénticos a los de Europa considerada en su conjunto…en cuanto a los EE.UU no pueden ya desempeñar su papel tradicional ahora que el conflicto Este-Oeste es un recuerdo del pasado». Pero esta vez como «núcleo duro» de la renaciente Pan-Europa debía situarse una alianza orgánica con Francia, que desde De Gaulle se había mostrado impaciente de la estrecha tutela norteamericana de los asuntos europeos. En torno a esta Framania habrían gravitado obviamente naciones «satélites» como Holanda, mientras que países «cerdos» del Mediterráneo, como por ejemplo España y Italia, e incluso la Gran Bretaña, deberían ser «convencidos» para que se adhirieran al Nuevo-Nuevo Orden Europeo cuando hubieran «resuelto algunos de sus habituales problemas». ¿Pero cuáles eran esos problemas?

En su nueva ofensiva geopolítica la Gran Alemania no ponía el acento en la supremacía militar (dejando a Francia la tarea de asegurar a la Europa unida la disuasión nuclear) sino solamente su hegemonía financiera, a la que se sustraían los países mediterráneos y Gran Bretaña, como se vería en los años siguientes, por otras razones. Mientras tanto, Gran Bretaña, que luchaba con una moneda propia como la libra esterlina, no renunciaba a ella cuando nació el euro, la moneda única europea que tomaba al marco alemán como ejemplo. A su vez, los países «cerdos» se adhirieron al estar obligados por enormes deudas soberanas que los conocidos «parámetros de Maastricht» no tuvieron en cuenta.

Pero hay que señalar que este endeudamiento soberano no es tanto el efecto de gobiernos excesivamente gastosos (como normalmente se dice), sino más bien de la inadecuada amalgama creada dentro de la Unión MonetariaEuropea, con economías nacionales orgánicamente deformadas desde el punto de vista productivo y, sobre todo, de la capacidad de exportación -y esto precisamente cuando la moneda única impedía a los países con déficit comercial poder adoptar «devaluaciones competitivas» de su propia moneda para equilibrar los balances con el exterior, como ocurrió con la devaluación de la lira en 1992. A la sombra del euro se ha hecho «crónico» el desequilibrio entre países exportadores netos de mercancías (el «núcleo duro» con mayores exportaciones que importaciones) y los que, por el contrario, importan más que lo que exportan (que es la verdadera causa de su condición de «cerdos»). Pero esto no es suficiente porque si el desajuste de la balanza comercial lo pagaron los «cerdos» en moneda corriente el «núcleo duro» la pagó con títulos de su endeudamiento soberano lucrándose con los intereses hasta su reembolso. Por tanto, el «núcleo duro» ha acabado siendo exportador neto de mercancías y acreedor de capital y los países «cerdos» como importadores netos y deudores, estimándose que la asimetría se sanaría cuando aquel capital recibido como préstamo se orientara a la producción de mercancías para la exportación, consiguiendo progresivamente equilibrar el balance comercial. Europa se situaba a la espera del resultado hasta que a mediados de 2011 ocurrió algo que precipitó la situación.

4.- Los «mercados» entre el dólar y el euro.

En pleno verano de 2011 el gobierno de Washington se vio obligado a superar el límite legal de endeudamiento presionado férreamente por los «mercados», pero las agencias de calificación de riesgos (longa manus de los «mercados») castigaron a la deuda pública soberana norteamericana impidiendo la calificación máxima de triple A (cfr. G. Gattei, La gran guerra del rating (2011), Bolonia, 2012). Sin embargo, puesto que la deuda soberana alemana mantenía la calificación AAA, se creó una molesta disparidad de calificación que podría llevar a los ahorradores internacionales, en sus inversiones, a preferir los bonos de Berlin a los de Washington. ¿Los «mercados» jugaban a favor de los intereses de Alemania? A esto había que poner urgentemente remedio, pero sin renegar de la sanción infligida al gobierno de Obama.

Los títulos públicos alemanes con triple A se expresan en euros. Y es paradójico que en euros se expresen también las deudas soberanas de los países «cerdos» que constituyen el anillo débil de la Unión Monetaria Europea y que gozan (por así decirlo…) de una baja o pésima calificación. ¿Por qué entonces no aprovechar el difícil momento coyuntural para depreciar su calificación, para alejar a los ahorradores de la adquisición de títulos cada vez más «cerdos» o devaluando la cartera de valores de los que (sean Estados, bancos o empresas) los detentan? Así se activó el arma mortífera del spread (2) que compara el precio de adquisición de títulos en euros de los países «cerdos» con los mejores en el mercado que son, precisamente, los bonos alemanes. Si los ahorradores rechazan la compra de los títulos peor calificados, hay que inducirlos a subscribirlos ofreciéndoles las mejores condiciones de rentabilidad, a costa del aumento del spread. Pero a tasas de interés más altas empeoran los balances públicos de los países «cerdos» que podrían terminar viéndose obligados a rechazar aquellas deudas tan onerosas para sus finanzas (¿algo parecido no ocurrió quizás en Argentina hace tiempo y después en Islandia en 2010?). En caso del default (3)   de Grecia, Portugal, España o Italia los poseedores de sus títulos públicos se encontrarían con aquella parte de la cartera de valores incobrable y las agencias de calificación tendrían las mejores razones para rebajar las calificaciones de las empresas privadas y de los Estados «bloqueados» con aquellos créditos en riesgo. Sea o no Alemania uno de estos Estados: ¿no merecería entonces perder la triple A al igual que la calificación norteamericana?

5.- «El pacto fiscal»

Ante tal amenaza, Alemania se puso rápidamente al abrigo. ¿Pero cómo defender la cotización más alta de su deuda soberana? Imponiendo a los países «cerdos» que se dejaran de tonterías y se comprometieran a pagar sus créditos «sin excusas ni condiciones». El instrumento fue el pacto fiscal suscrito por los gobiernos europeos en marzo de 2012 (Gran Bretaña y la República Checa fueron los únicos países que no lo firmaron), ratificado después por los parlamentos nacionales. La «filosofía» del pacto fiscal se puede resumir rápidamente: si el spread empeora la situación financiera de los presupuestos públicos de los países «cerdos» con la amenaza del default, el remedio está en reembolsar la mayor parte de la deuda soberana existente, comprometiéndose a la vez a no incrementarla. Por lo tanto, dos son los elementos del pacto a los que los gobiernos se han comprometido a llevar a cabo a partir de 2013.

La primera exigencia es la obligación de establecer un presupuesto público equilibrado, de modo que el gasto público se cubra con los ingresos fiscales. Pero como en el gasto público están incluidos los intereses que hay que pagar de la deuda existente, los gobiernos firmantes se comprometen en verdad a configurar inicialmente un presupuesto con superávit, que es el saldo positivo de impuestos y tasas sobre el gasto público. Aunque no se contraigan nuevas deudas ¿qué se hace con las anteriores? Aquí interviene la segunda exigencia que establece la devolución en veinte años de la parte de la deuda que exceda del 60% del PIB, que es el porcentaje inicialmente previsto en los acuerdos de Maastricht. Para hacerse una idea del volumen del esfuerzo económico exigido a los países «cerdos», se puede considerar el caso de Italia: ante una deuda pública que alcanza los dos billones de euros (120% del PIB), en veinte años se debe reducir a la mitad a golpes de 50.000 millones de euros al año (50.000×20=1000000). Pero teniendo en cuenta que hay que pagar también los intereses de la deuda existente (si bien de forma decreciente al disminuir el montante final), ¡se estima que es necesario un saldo inicial de 65.000 millones de euros anuales que ha de cubrirse mediante la imposición fiscal sin gasto público alguno!

De todos modos, un ajuste tan riguroso se justificaba con la idea de la austeridad expansiva : si las inversiones privadas hoy desertan porque el ahorro es «desplazado» por el Estado al retenerlo para sus propios fines improductivos, con el presupuesto equilibrado y el reintegro (parcial al menos) de la deuda soberana se volvería a inyectar capital circulante que afluiría espontáneamente hacia los mejores yacimientos de empleo. Por ello (como explicó Wolfgang Schäuble, autor del programa geopolítico de 1994 que ahora es Ministro de finanzas) «los planes de austeridad no generan recesión» («La Repubblica», 1.3.2012), sino desarrollo. ¿Pero quién garantiza que, restituido por el Estado a los acreedores lo » robado», ellos lo dediquen a inversiones productivas y no a especulaciones financieras sin que se genere una recaída en términos productivos y de empleo? Y por tanto, específicamente para los países «cerdos», siendo buena parte de los acreedores extranjeros (casi el 50% para el caso de Italia), al reembolsar el ahorro nacional ¿no acabaría relanzando fuera, por ejemplo en Alemania, la producción para la exportación? Pero, se contesta, ¿a dónde sino precisamente hacia los países «cerdos» penalizados por la huida de sus propios capitales? Por tanto a Alemania no le conviene un programa de austeridad, salvo que no encontrara otros mercados en lugar de estos, ya en vías de extinción, de la Europa mediterránea. Justamente, pero no es casual que la Canciller Merkel haya ido varias veces a Pekin para establecer acuerdos de exportación con China, ayudando en ello el transiberiano.

6.- Los «mercados» contra Alemania.

La perspectiva de una alianza, aunque sea logística, entre Alemania y Rusia (que en la geopolítica anglosajona sigue siendo el «Corazón de la Tierra») preocupa al gobierno de Washington, formado en la visión de Spykman-Mackinder. Por ello, al otro lado del Atlántico se considera peligrosa una coacción financiera que termine marginando al Mediterráneo y desplazando los intereses comerciales de Alemania hacia Eurasia. De aquí nace el apoyo a un tratamiento distinto de las deudas soberanas «cerdas» que no pase por su pago obligatorio impuesto por las reglas del pacto fiscal.

El sujeto de la alternativa debería ser el Banco Central Europeo, renunciando a su único «principio inicial» de defensa de las estabilidad de precios, que debería acordar un nivel tolerable del spread y, si acaso lo superan los «mercados», intervenir adquiriendo títulos soberanos de los países en dificultades, hasta llevarlo a un nivel adecuado. Con un peso financiero reducido, los países «cerdos» no deberían buscar ya grandes excedentes presupuestarios y podrían dedicar los grandes recursos a su disposición a aumentar el gasto público (mal visto en estos tiempos) y a reducir al menos la presión fiscal que alcanza ya niveles insoportables. Con más recursos disponibles, los ciudadanos podrían incrementar la demanda arrastrando a su paso la producción y la ocupación. Y, así, habría crecimiento en vez de austeridad.

¿Pero como debería financiarse el BCE? Incluso con la emisión de más moneda, de modo que los precios internos de la zona-euro en aumento incentivasen a producir a las empresas. ¿Pero a dónde trasladar la mayor parte de las mercancías producidas? Mientras tanto al mercado europeo donde la demanda aumentaría sólo con el crecimiento del empleo; pero, después, hacia los mercados externos porque el incremento de moneda en circulación llevaría a una devaluación del euro en el mercado de cambio favoreciendo las exportaciones, también de los países «cerdos», fuera de la zona euro. Y alguno ha intentado cuantificar la devaluación necesaria para recuperar la competencia en Europa: según Nouriel Roubini el BCE debería «poner en circulación más moneda y bajar los tipos de interés, para devaluar el euro hasta la paridad con el dólar» («La Repubblica», 2.4.2012).

¿Pero Alemania aceptaría espontáneamente que el BCE fuera artífice de una inflación que en el imaginario alemán es una palabra (y algo) tabú? Alemania no se ha recuperado del shock de la Gran inflación de los años 1919-1923, a la que se debió el ascenso al poder de Hitler. Pensando de este modo se obvia el hecho inequívoco que de aquella hiperinflación se salió con la estabilización del marco de la socialdemocrática República de Weimar (1923-1932) y que la catástrofe electoral de 1933 fue sobre todo provocada por la miserable política de austeridad deflacionista adoptada por el gobierno Brüning (se recurre históricamente a señalar que las dictaduras surgen políticamente de las deflaciones monetarias, mientras que la inflación desplaza el electorado a la izquierda). Pero da igual. Y entonces, para superar la resistencia alemana no queda más que hacer que intervengan los «mercados» que darían el ultimátum a Berlín: comprometer al BCE en la salvación de los países «cerdos» asumiendo parte de las deudas soberanas también al precio de debilitar el euro o bien forzar a los «cerdos» hacia el default, de modo que las agencias de calificación puedan justificar la bajada en la calificación de todas las instituciones (estatales o no) poseedoras de los títulos. En definitiva, una de dos: o el euro se devalúa respecto al dólar o bien Alemania perderá la triple A.

7.- «Las finanzas son un arma y la política es saber cuándo hay que apretar el gatillo» (F.F.Coppola, El padrino, parte III).

A mitad del 2011 el eje «framánico» entre Angela Merkel y Nicholas Sarkozy realmente parecía inoxidable. El desgaste lo sufre Silvio Berlusconi, una vasija de barro entre dos copas de hierro, cuando en los primeros días del mes de agosto el BCE de Jean Claude Trichet y de su sucesor Mario Draghi le dan los primeros avisos para que «refuerce la reputación de su firma soberana» adoptando medidas de austeridad extrema (¡leer para creer!) y hacerlo «lo antes posible por decreto-ley, tras la ratificación parlamentaria a finales del mes de septiembre de 2011» (cfr. «Corriere della Sera», 29.9.2011), pero que tergiversa y dejar pasar el mes de septiembre. ¿Pero se puede confiar en un gobierno de un país tan «cerdo»? Entre bastidores periodísticos se dijo que fue la Canciller alemana, el 20 de octubre, la que exigió la cabeza de Berlusconi (cfr. «La Repubblica», 31.12.2011), aunque transcurren aún tres semanas de presiones directas para que aquellas «dimisiones voluntarias» se llevaran a cabo el 12 de noviembre, dejando el puesto a un más maleable (así se esperaba) Mario Monti, que acababa de ser nombrado senador vitalicio para que la sustitución no parezca extra-parlamentaria. Y Monti, aunque era «un hombre de Goldman Sachs», sirve a sus patrocinadores europeos consiguiendo una alianza parlamentaria tripartita (PD-UDC-Pdl) que sería el paso previo para aprobar un presupuesto equilibrado para 2013, una maniobra de salvación de Italia de inusitada dureza: los partidos, llega a decir Monti, «no hubieran podido permitirse correr el riesgo de hacerse tan impopulares. Nosotros no tenemos este problema, no tenemos que presentarnos a las próximas elecciones» (cit. In C. Bastasin, Entre Atenas y Berlin, Milán, 2012, p. 45). Pero Monti es como Badoglio: proclama que la guerra sigue, mientras ya está negociando el armisticio con los aliados. Le basta, apenas, con hacer un viaje a Washington en febrero de 2012 para revelarse como «el mejor amigo de los norteamericanos», como demuestra el 20 de febrero firmando, junto a otros 11 jefes de gobierno europeos (con el inglés a la cabeza), una carta de «medidas valientes» para repensar «el crecimiento más allá de la austeridad». Pero fue un esfuerzo inútil porque Merkel y Sarkozy lo rechazan. A pesar de ello, en abril lo vuelve a intentar, en compañía del presidente la Comisión Europea, para solicitar al menos un replanteamiento de las reglas del pacto fiscal, pero Merkel les contesta que «el pacto fiscal no se toca» («La Repubblica», 28.4.2012).

Se sigue en el tablero y solo las elecciones francesas, que sustituyen a Sarkozy con el «socialista» Hollande, pueden marcar la diferencia. Se aclara el 30 de mayo cuando, en una teleconferencia, Obama, Monti y Hollande critican en tres ocasiones el rigor de Berlin y «tres veces Angela Merkel dice que no. En inglés y, para más seguridad, también en alemán» («La Repubblica», 1.6.2012). Pero la rendición de cuentas no puede dilatarse más porque, como Obama sugirió a Monti, «si Merkel no cede estará con las espaldas contra la pared» («La Repubblica», 7.6.2012). Y es el 28 de junio, en la cumbre europea de Bruxelas, cuando se escenifica el psicodrama: a las 7.30 horas de la tarde, coincidiendo con el partido de fútbol entre Italia y Alemania, Monti anuncia el veto de Italia a cualquier decisión comunitaria si antes no se constituye un Fondo de rescate de los países «cerdos». Lo apoya rápidamente Rajoy, el presidente del gobierno español y «en la sala cae el hielo». Se suspende la reunión momentáneamente y se va a la cena, también para poder ver el partido de fútbol que acaba con la victoria de Italia, que pasa a la final…¡con España! «Congratulations, Italy played very well», admite a las 22.30 Angela Merkel, pero

más explícito es el comentario del primer Ministro irlandés Enda Kenny porque (dice) ahora el veto de Italia y España «hay que respetarlo porque juegan la final». Si bien eso no sería suficiente si no se añadiese, de forma sorpresiva, el más importante de Francia. Alemania está aislada y «a las 4.20 horas de la madrugada, tras 15 horas de negociación, Merkel capitula» («La Repubblica», 30.6.2012). El escudo anti-spread se constituirá y «Vaffanmerkel» (4) es el títular liberador, aunque poco elegante, de un periódico italiano de aquel día (pero Italia deberá pagarlo caro perdiendo la final de fútbol en agradecimiento de aquella ayuda española recibida en Bruselas…).

8.- Prórrogas

La respuesta de Berlin a la derrota fue rabiosa. Al día siguiente se presentó un recurso ante el Tribunal Constitucional para verificar si Alemania podía firmar una participación en el Fondo de rescate sin autorización previa del Parlamento nacional. Al mismo tiempo otro recurso llega a la mesa del Tribunal. Simultáneamente a la cumbre de Bruselas el Parlamento alemán aprobó, con el voto bipartito de CDU/CSU y el SPD, el pacto fiscal. Esta vez die Linke vota en contra, promoviendo la inconstitucionalidad sobre una medida que desde el exterior condicionaría la libertad de decidir la política de presupuesto público. Pero el Tribunal se toma su tiempo, anunciando el 17 de julio que dará su parecer sólo el 12 de septiembre y que mientras tanto hay que esperar que haya buena suerte. Rápidamente, el 24 de julio, la agencia Moody’s advierte que Alemania mantiene aún la triple A, pero que su outlook (la previsión) pasa de positivo a negativo dependiendo de lo que la sentencia dicte sobre el pacto fiscal y el escudo anti-spread.

Durante más de un mes la Bolsa y el spread suben y bajan como en una montaña rusa y solamente el 6 de septiembre el presidente del BCE Mario Draghi consigue arrancar de su Consejo Directivo, con el único voto en contra del Bundesbank, la autorización principal de adquirir cantidades «ilimitadas» de títulos de los países atacados por la especulación, si lo solicitan expresamente. Pero hay una pequeña condición. La intervención del BCE no deberá favorecer la inflación porque deberán retirar del mercado tantos títulos como los que de forma equivalente requiera la intervención. Técnicamente funcionaría así: el BCE emite moneda para adquirir los títulos «cerdos» con validez residual de 1 a 3 años (la autorización concedida permite solo esto), pero en contrapartida venderá títulos que ya posee, no necesariamente «cerdos» y también con plazos superiores, para recuperar el incremento de liquidez que ha puesto en circulación. En definitiva, no se incrementarán los precios, el euro no se devaluará y el BCE abonará su intervención empeorando la calidad y la cadencia de la propia cartera de valores.

Después, finalmente, se hace pública, el 12 de septiembre, la sentencia del Tribunal Constitucional alemán. El Fondo de rescate de los Estados es declarado legítimo (y por ello el presidente del BCE podrá ejecutar efectivamente la decisión principal del 6 de septiembre), pero Alemania sólo participará un con máximo de 190.000 millones de euros, de forma que aquella intervención «ilimitada» se convierte, al menos para los alemanes, en limitado. Pero sin embargo el pacto fiscal es declarado constitucional y su aprobación por parte de Berlín es ley para todos los otros Parlamentos de los gobiernos firmantes (en Italia se había previsto ya y fue aprobado en primeros del mes de julio). Como ya he explicado, los Estados adheridos se comprometen a disminuir hasta el 60% del PIB su deuda soberana. Pero naturalmente no serán los gobiernos los que paguen a los acreedores sino los ciudadanos a base de golpes de superavits presupuestarios por efecto de menos gasto público y más impuestos.

Así, para los próximos veinte años, que es el tiempo establecido para devolver el exceso de deuda soberana, no habrá recursos para el crecimiento económico en Europa. Es como ocurría en el Nuevo Orden Europeo de la época de los nazis: entonces el Tercer

Reich absorbió, como una enorme bomba extractora, en sus propias fábricas (también de muerte) la mano de obra de los países vecinos, aliados o sometidos; ahora, en el Nuevo- Nuevo Orden Europeo la Gran Alemania lo vuelve a intentar, pero esta vez más pacíficamente drenando el dinero de los otros.

Notas del traductor

(1) Giorgio Gattei (Bentivoglio, 1944) es un economista y enseñante italiano, profesor de Historia del pensamiento económico en la Facultad de Economía de Bolonia. Entre sus obras principales está «Historia del valor-trabajo», «El difícil equilibrio» o «Karl Marx y la transformación de la plusvalía en beneficio», en las editoriales Giappichelli y Mediaprint. Antes había trabajado en la filmoteca de Bolonia, cultivando el interés por el cine de autor. También cuidó la edición del libro «La Trilogía de la Vida de Pier Paolo Pasolini» (Bolonia, Capelli Ed, 1975). Su principal contribución al análisis económico está referida a la teoría del valor-trabajo, con especial referencia al problema de la «transformación de los valores en precios de producción», acercándose progresivamente a las posiciones de la denominada «New Interpretation o Single-System Labour Theory of Value» (SSLTV), según la cual el valor monetario de la producción es la expresión de la concentración del conjunto del trabajo vivo distribuido en la producción de la fuerza de trabajo. Gattei llega a esa conclusión a través de una lectura original de la obra de Piero Sraffa.

(2) El «Spread» trata de la diferencia entre tipos de interés de referencia acordados en un mercado (por ejemplo, el euribor en el mercado de préstamos entre bancos) y los intereses pagados por una persona o una sociedad cuando solicita un préstamo. A mayor riesgo, mayor ·»spread». También se denomina así a la diferencia entre el precio de adquisición y de venta de un bien en un mercado organizado. Preocupa el crecimiento del «spread» entre los bonos públicos españoles, por ejemplo, y los alemanes.

(3) El «paquete Fiscal» es una expresión acuñada por Mario Draghi que hace referencia a aquel sistema de normas, exigidas por Alemania, preparadas por la Unión Europea en diciembre de 2011 y ultimadas en las primeras semanas del 2012 sobre un mayor control de las finanzas públicas en los países del área. Entre ellas destaca la «Golden rule», una regla que exige que los presupuestos generales públicos de los países de la UE deben estar equilibrados y fuertes sanciones en caso contrario.

(4) «Vaffanmerkel» símil con la expresión ‘Vaffan culo’ ( tomar por culo) que «Libero» tituló el final de aquella sesión.

http://www.carmillaonline.com/2012/09/20/la-germania-contro-tutti/