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Algún día no bastará la anestesia

Fuentes: Rebelión

Si nos atuviéramos al socorrido axioma jurídico que reza: a confesión de parte, relevo de pruebas, las recientes declaraciones de Klaus Schwab, en Davos (Suiza) -sitio antaño conocido como escenario de La Montaña Mágica, de Thomas Mann, hoy mayormente publicitado como acorazado refugio anual de los más poderosos-, nos eximirían de extendernos sobre el fracaso […]

Si nos atuviéramos al socorrido axioma jurídico que reza: a confesión de parte, relevo de pruebas, las recientes declaraciones de Klaus Schwab, en Davos (Suiza) -sitio antaño conocido como escenario de La Montaña Mágica, de Thomas Mann, hoy mayormente publicitado como acorazado refugio anual de los más poderosos-, nos eximirían de extendernos sobre el fracaso del capitalismo, evitándonos la mirada torva de los empecinados en lo contrario, o la condescendiente de los desavisados.

Para el fundador y presidente del Foro Económico Mundial, el orbe corre el riesgo de un crack descomunal. Asimismo, estima que el alto nivel de desempleo constituye un fenómeno estructural, agravado por el desarrollo de nuevas tecnologías. Pero resultaría, cuando menos, un acto de suma idiotez concluir que el hombre despotrica contra el sistema que lo vio nacer, lo amamantó y lo encumbró. Si comparte hasta cierto punto el pronóstico del enterrado y desenterrado Carlos Marx, se opone con fuerza al radicalismo en el diagnóstico, y aún más en la terapia, del genio de Tréveris. «Desde mi punto de vista, es indispensable que los líderes mundiales, políticos y representantes de las grandes empresas […] se concentren no solo en los resultados que mostrarán sus compañías en el próximo trimestre o cómo efectuar las próximas elecciones. Hace falta un enfoque a largo plazo y una evaluación sobre la situación actual, [si no] estamos condenados a nuevas crisis».

Según el economista germano, la situación por la que atraviesa Europa deriva de la disparidad en la competitividad entre los países del norte y los periféricos. «Estos problemas comenzaron a surgir hace 20 años, cuando, por ejemplo, Alemania ya mostraba su mejor dinámica de crecimiento, mientras que los países del sur se rezagaban», argumentó con suficiencia impar.

Claro que semejaría recabar peras del olmo pedir esencias a quien se queda en epifenómenos tales el hecho de que «a este dilema se suma ahora el desarrollo tecnológico, que con su consecutivo progreso destruirá muchos puestos de trabajo». Panorama ante el que aconseja la compensación con más fuentes de ocupación. Es decir, algo así como exigir buena salud al individuo que la tiene precaria. Sin remedio alopático ni homeopático alguno. Ordeno y mando, en su lugar.

Razones

En refutación de los klausianos «descubrimientos» podríamos auxiliarnos de análisis como el de Alejandro Nadal, quien en artículo publicado en La Jornada nos recuerda que «hace aproximadamente 30 años la economía mundial abandonó el esquema del Estado de bienestar y lo remplazó con el capitalismo de mercado libre. La historia de las fuerzas que motivaron esa transición es compleja, pero para 1984 la decisión ya había sido tomada y el viraje estratégico ya había comenzado. Los poderes establecidos justificaron esta transformación con una promesa de prosperidad y eso suponía dos cosas: una adecuada creación de empleos de buena calidad y una reducción sistemática de la desigualdad. Ninguno de estos objetivos ha sido alcanzado».

¿Se irán a conseguir en el sistema explayado, y descalabrado? No, dada su lógica instrumental, la de la maximización de las ganancias, a la que el cortoplacismo inherente no parece (no puede) dispuesto a renunciar. Ni siquiera a ralentizar. Cómo acudir, en calidad de tratamiento, a la creación de puestos con el calcificado antecedente de que, «a pesar del aumento en la productividad, las remuneraciones de la clase trabajadora se han mantenido estancadas. En muchos países, las remuneraciones que reciben los empleos de menor calificación se mantienen en los niveles que tenían en 1970. La participación de los salarios en el producto nacional se ha desplomado en todos los países y, por lo tanto, la desigualdad se ha intensificado».

Para mayor inri de la formación socio-económica de marras, y de su benemérito representante el señor Schwab, «la tesis de que las remuneraciones se mantienen deprimidas en los empleos de menor calificación porque las nuevas tecnologías conllevan un sesgo en contra de esa clase de empleos es falsa. En realidad, en la mayoría de las economías capitalistas los salarios dejaron de aumentar en la década de los años setenta, mucho antes de que se iniciara el proceso de cambio tecnológico que caracterizó los años noventa. Así que la verdadera explicación de este estancamiento en los salarios radica en una transformación radical de la estructura institucional del régimen de acumulación de capital a escala mundial. Es decir, el estancamiento salarial está más vinculado a la lucha de clases que a cualquier otro factor.»

Carencias

He aquí lo que falta en las aproximaciones (seudo)teóricas de los apologistas del Sistema: la concepción clasista, de la que huyen como almas que lleva el diablo, tan raudas que, en su calidoscópico fluir, a veces confunden a alguno, que llega a obviar verdades tan nítidas como las oreadas por Nadal: «La llamada globalización (de corte neoliberal) es el resultado de colocar a las masas trabajadoras en un plano de competencia a escala mundial. La deslocalización de instalaciones industriales, la fragmentación de procesos productivos para crear maquiladoras y el castigo aplicado a los sindicatos en el plano institucional (y judicial) marcaron la evolución del mal llamado ‘mercado de trabajo’. La contrapartida de todo este proceso de degradación del trabajo y de destrucción de formas de vida alternativas es la expansión y dominio del capital financiero. De ahora en adelante la lucha a muerte será entre estos dos polos, trabajo y capital financiero.»

Y el primero no está precisamente triunfando. «La cacareada disminución del paro en los Estados Unidos, de siete a 6.7 por ciento entre noviembre y diciembre del año pasado, no contradice el pronóstico sobre el largo periodo de estancamiento, porque mayormente significa que un número elevado de desempleados abandonó o no inició la búsqueda de empleo. Por definición, el desistimiento implica una reducción en el número de desempleados. La reducción del desempleo se explica por la desesperanza de los desempleados y no por una economía en expansión.»

Así que el lobo -el problema clasista- continúa exhibiendo su velluda oreja, a pesar de clonados eufemismos y perífrasis: Larry Summers (exjefe de asesores de la Casa Blanca con Obama) y Paul Krugman (premio Nobel de Economía) «consideran que el estancamiento secular en Estados Unidos puede deberse a factores demográficos (envejecimiento de la población), a un ritmo más lento de cambio tecnológico (lo que es una circularidad), a un dólar sobrevaluado o al déficit comercial (y a la manipulación cambiaria de China). Pero nunca mencionan la brutal desigualdad del ingreso y el estancamiento en los salarios (Krugman se acerca al mencionar tímidamente la necesidad de contar con más redes sociales, pero no le alcanza el aliento para hablar de salarios)».

Sin embargo, acota el observador mexicano, lo que requiere una economía capitalista madura para crecer «es un proceso redistributivo que reduzca drásticamente la desigualdad y un programa de largo plazo de gasto público que modernice la infraestructura y conserve el medio ambiente. Por ende, la palabra «salarios está fuera del alcance de Summers y Krugman.»

De equívocos y sofismas

¿Qué quedaría, pues, del llamado a flamantes plazas de labor como exorcismo del fantasma de la crisis? Meras paparruchadas. Obviando la irreverencia, sofismas, equívocos. Equívocos en que, por demás, no se abisman todos los representantes de los grupos enseñoreados, porque no resulta imprescindible una visión marxista para converger, verbigracia, en el riesgo de una recesión universal en 2014, merced a los hinchados déficits públicos en ambos lados del Atlántico, como advierte Eugene Fama, uno de los tres últimos ganadores del premio Nobel de Economía.

Conforme a este, que compartió el lauro con los también norteamericanos Robert Shiller y Lars Peter Hansen, el significativo endeudamiento de los gobiernos en EE.UU. y Europa representa una constante amenaza. «Podría llegar un punto en el que los mercados financieros digan que ninguna de sus deudas mantiene su credibilidad y que no se pueden autofinanciar […] Si se produce otra recesión, va a ser mundial».

Como globales son otros síntomas del desastre. Una reseña de Marc Vandepitte nos impone de que, en el orbe, entre 842 millones y mil 300 millones de personas sufren desnutrición, y aproximadamente mil millones carecen crónicamente de vitaminas y minerales (micronutrientes) esenciales. «Por último, también hay mil 500 millones de personas que padecen sobrepeso (obesidad). Así, la mitad de la población come o bien demasiado, o demasiado poco, o mal. A escala [planetaria] la proporción de personas que padecen hambre ha descendido 17 por ciento desde la década de 1990 y ni siquiera la crisis financiera ha dificultado este descenso […] desde 2007 se conoce un descenso de nueve por ciento. Pero esta media […] no es válida en todas partes. África y los países ricos han visto aumentar la cantidad de sus ciudadanos que padecen hambre en 10 millones (+5 por ciento) y dos millones (+15) de personas respectivamente.

«El país donde más se padece hambre es India: afecta a 213 millones de personas. África es el continente en el que el porcentaje es más elevado, con Burundi a la cabeza, con el 67 por ciento de sus habitantes que padecen desnutrición. Probablemente las cifras concernientes al Congo y Sudán del Sur son más altas, pero no existen estadísticas fiables para estos países […] Es inadmisible que todavía haya personas que sufran hambre. […] a escala mundial hoy somos capaces de producir suficiente comida para alimentar a 12 mil millones de personas».

En efecto, tal denuncia Vandepitte, traducido para la digital Rebelión, «hoy en día se desperdicia una tercera parte de lo que se produce. Y a esto hay que añadir que solamente se utilizan una tercera parte de las tierras cultivables. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), erradicar el hambre en el mundo costaría 30 mil millones de dólares al año, una nimiedad. Para que nos hagamos una idea, representa el 0,004 por ciento del volumen de negocios realizado en el mercado de productos derivados, el 0,6 por ciento del mercado alimentario, una décima parte de lo que consumimos en Europa en bebidas con gas o incluso una séptima parte de los subsidios a la agricultura en los países ‘desarrollados’.

«Se podría afirmar que estos subsidios son los que contribuyen a crear el hambre en el mundo. Así, estos subsidios contribuyen a que se venda a unos precios irrisorios en el Sur, con lo que se crea una competencia desleal a los productores de estos países. El absurdo llega a su paroxismo sabiendo que esta inversión anual reportaría 120 mil millones de producto mundial bruto gracias a la espiral positiva que provocaría un aumento de la duración y de la calidad de vida. Todo ello sin hablar de los 7,5 millones de vidas humanas que se podrían salvar cada año».

¿Entonces?

Definitivamente, la mal nombrada «sociedad de mercado» -este no le es privativo, aunque sí su absolutización- ha fracasado en la práctica, aunque no en el acuse subjetivo de la realidad, en el imaginario de una parte de la humanidad. No en balde, como aclara igualmente en Rebelión Fernando Buen Abad Domínguez, suman muchos los métodos y los intereses que las burguesías han desarrollado para «anestesiar» la fuerza movilizadora y revolucionaria de los pueblos. «Se gastan millonadas demenciales y eso constituye uno de los frentes más despiadados de la guerra de clase desplegada por el capitalismo…»

En tan agudo como vehemente texto, Abad argumenta su aserto: la ideología de la clase dominante sostiene «que tiene toda la razón para mentirnos, desorientarnos, embriagarnos, narcotizarnos, acomplejarnos y humillarnos de mil maneras. Dicen que lo hacen por nuestro ‘bien’, que somos como animalitos que necesitan la mano del amo para que sepan seguir el camino del ‘bien’, que es decir el camino que multiplica los bienes de la burguesía. En el orden de sus prioridades supremas, defensoras de la propiedad privada y de los valores hegemónicos de clase, la burguesía recluta herramientas y mercenarios expertos en taladrar cabezas en las que infiltran, día y noche, sin parar un minuto, todo el arco de los antivalores que han depredado economías, ecosistemas, culturas y generaciones enteras de personas victimadas con todas las formas de la plusvalía. Incluida la ‘plusvalía ideológica’, como la define Ludovico Silva. La realidad no es como ellos la pintan».

Por ende, por más afinado que devenga el diagnóstico de la apropiación monopolista de las armas de guerra ideológica; por más que detallemos las regiones y los territorios controlados por las empresas multinacionales comerciantes de información y entretenimiento; por más que colmemos el panorama con el esquema completo de la propiedad privada en materia de comunicación; no obstante todo ello, «de nada servirá si no completamos ese paisaje con el plan de las tareas que nos permitan desintoxicarnos del magma alienante para despertar de la anestesia ideológica burguesa, que tantas adicciones ha venido inoculando en su enemigo de clase. Derrotándolo en lo cotidiano.

«Y ya sabemos que la fábrica de anestésicos ideológicos, financiada meticulosamente por la burguesía, abarca universidades, instituciones gubernamentales, iglesias, sectas, partidos políticos, agencias de publicidad y bunkers de «think tanks»… intelectuales, periodistas, artistas y vedettes de toda especie. Fauna y flora que constituyen un crimen organizado de lesa humanidad que ha golpeado […] desde que el capitalismo es lo que es. Y lo dicho, de nada sirve saber todo eso, o ensayar todos los tonos plañideros que se nos ocurran, si no desarrollamos un programa de unidad y lucha que contemple acciones efectivas de denuncia y de sustitución que extinga, sistemática y definitivamente, al capitalismo y a todas su máquinas de guerra ideológica contra los pueblos…»

Convengamos con el impugnador, asimismo, en que «el antídoto es un sistema democrático y dinámico de información crítica y de interpretación organizativa. El antídoto es, también, una red mundial de combatientes contra la ideología dominante entrenados en no dejarse dormir por los efluvios anestésicos que saltan de los aparatos de dominación ideológica y que se han enquistado como ‘costumbres’ o ‘tradiciones’ de los pueblos. Eso incluye derrotar al alcoholismo y al individualismo, al sectarismo y al burocratismo. Derrotar al idealismo y a todos sus espejismos. Derrotar al exitismo y al legalismo… derrotar a todos los ‘ismos’ y todas las modas escapistas».

Como parte de la respuesta, se precisaría desplegar la autocrítica dialéctica, indisolublemente atada a un programa de acción que corrija deficiencias de corto, mediano y largo plazo. Y a ese alerta de no adormilarse al influjo de los bemoles de sirena, nos atreveríamos a convocar una vez más a Frei Betto. El teólogo de la liberación subraya lo difícil de desasirse de las influencias nocivas que satisfacen nuestro ego y tienden a inmovilizarnos cuando se trata de correr riesgos y poner en jaque el prestigio, el dinero y el poder. «La corrupción es una hierba dañina inherente al capitalismo y al socialismo. Nunca habrá un sistema social en el que la ética destaque como virtud inherente a todos cuantos viven y trabajan en él.» De ahí la importancia de crear una institucionalidad que nos impida «caer en la tentación», exhortación que, afortunadamente, en Cuba se erige en voluntad estatal y partidista.

Sí, el anhelo solo cristalizará en una sociedad que no ofrezca margen a la impunidad, donde se coarte el deseo de corromper o ser corrompido. «Tal objetivo no se alcanza por medio de represión y castigos, aunque a veces sean necesarios. Lo más importante es el trabajo pedagógico, la emulación moral, tarea en la cual los profesores desempeñan un papel preponderante por estar lidiando con la formación de la conciencia de las nuevas generaciones».

Y quien se refiere a los educadores profesionales alude en sentido general a los revolucionarios, a aquellos cuya prioridad, continuamos en sintonía con Betto, no debe ser la formación de mano de obra especializada, o cualificada, para el mercado de trabajo, sino esculpir seres humanos felices, dignos, dotados de conciencia «respondona», y participantes activos en el desafío permanente del universo que nos cobija. En fin, el reto de salirnos de la anestesia. O mejor: de no adentrarnos nunca en ella.