No pongo en duda el loable esfuerzo por poner las cosas claras y la seriedad que preside el trabajo de Eduardo Gudynas y Carolina Villalba Medero titulado Crecimiento económico y desarrollo: una persistente confusión, publicado en Rebelión el día 30 de mayo. No obstante, encuentro a faltar un ángulo de enfoque que, a mi parecer, […]
No pongo en duda el loable esfuerzo por poner las cosas claras y la seriedad que preside el trabajo de Eduardo Gudynas y Carolina Villalba Medero titulado Crecimiento económico y desarrollo: una persistente confusión, publicado en Rebelión el día 30 de mayo. No obstante, encuentro a faltar un ángulo de enfoque que, a mi parecer, además de desenmascarar el verdadero origen de esa «confusión», sirve para abrir otro campo del análisis que puede enriquecer el necesario debate que requiere esta tan importante cuestión.
Se trata de lo siguiente, que ha sido obviado por los autores: Lo que todas estas instancias que cita (Banco Mundial, CEPAL, FMI y diversos economistas) denominan «crecimiento económico» no es otra cosa que «acumulación de capital». En efecto: Una vez que ninguno de los citados pone en cuestión el capitalismo, solo pueden entender el crecimiento dentro de la lógica inherente al proceso de acumulación. Crecimiento requiere inversiones y estas solo se producen cuando el inversor busca una rentabilidad a su inversión.
Sentado esto, no puede decirse que hay confusión en torno a los términos «crecimiento económico» y «desarrollo». Lo que hay eso sí, son intentos de confundir. Para los que no entienden otro «desarrollo» que no sea dentro del respeto a las «leyes del mercado», como les gusta decir, les interesa sobremanera confundir, o mejor dicho, fundir esos términos. Si nosotros ponemos las cosas en su sitio y trasmutamos el «crecimiento económico» en «acumulación de capital» es este segundo el que debe centrar nuestra atención.
Estudiando la acumulación y las contradicciones que encierra, queda más que claro que dentro de sus parámetros, de nada sirven propuestas ni consejos. La investigación empírica de los resultados negativos de la acumulación capitalista en las poblaciones o ecosistemas en este y el otro país aparece entonces tal como una insistente y repetitiva medición de triángulos rectángulos de diferentes tamaños para certificar una y otra vez la validez de la relación descubierta por Pitágoras, ignorando la existencia del teorema, que elimina de un plumazo la «investigación» basada en la medición de triángulos concretos. Aparte de que esa actitud de rechazo al teorema sirve para dejar en el aire la probabilidad de que aparezca un triangulo en el que no se cumpla.
Pero las leyes que rigen la acumulación de capital ya fueron expuestas exhaustivamente por Marx en «El capital» y la investigación empírica de sus consecuencias puede servir a lo sumo para corroborar la ley. Mirándolo así, se desvanecen todas las especulaciones y «análisis» de economistas e instituciones y el estudio de los resultados en este o aquel país de adoptar estas o aquellas políticas económicas. Conociendo la ley y las contradicciones inherentes a ella, las consecuencias de su dictado son más que previsibles.
En vista de que se excluye de ese análisis cualquier referencia a los trabajos de Marx cabe plantearse como problema inicial a resolver si esas enunciadas leyes son verdaderas o un fruto de la imaginación de Marx. Más concretamente la cuestión sería la siguiente: ¿Cuál es el procedimiento seguido por Marx para llegar a enunciarlas?
En el Prólogo a la primera edición de El capital hay varias afirmaciones de Marx que pueden servirnos para introducirnos en su método. Veámoslas: «En el análisis de las formas económicas de nada sirven el microscopio ni los reactivos químicos. El único medio de que disponemos en este terreno es la capacidad de abstracción.» …»El físico observa los procesos naturales allí donde estos se presentan en la forma más ostensible y menos velados por influencias perturbadoras, o procura realizar, en lo posible, sus experimentos en condiciones que garanticen el desarrollo del proceso investigado en toda su pureza. En la presente obra nos proponemos investigar el régimen capitalista de producción y las relaciones de producción y distribución que a él corresponden. El hogar clásico de este régimen es, hasta ahora, Inglaterra. Por eso tomamos a este país como principal ejemplo de nuestras investigaciones teóricas.»…»Lo que de por sí nos interesa, aquí, no es precisamente el grado más o menos alto de desarrollo de las contradicciones sociales que brotan de las leyes naturales de la producción capitalista. Nos interesan más bien estas leyes de por sí, estas tendencias, que actúan y se imponen con férrea necesidad.»..»En economía política, la libre investigación científica tiene que luchar con enemigos que otras ciencias no conocen. El carácter especial de la materia investigada levanta contra ella las pasiones más violentas, más mezquinas y más repugnantes que anidan en el pecho humano: las furias del interés privado».
Nos conformamos con esto. Y añadamos algo de nuestro coleto: La electricidad, por ejemplo, solo se conoce por sus efectos, pero eso no obsta para que se hayan establecido unas leyes y se hayan desarrollado unas determinadas ecuaciones matemáticas que nos permiten dominarla y utilizarla en una ingente cantidad de aplicaciones. En un principio era un fenómeno, hoy sabemos que se rige por leyes, reconocidas universalmente como tales.
Pero, como dice Marx: «En economía política, la libre investigación científica tiene que luchar con enemigos que otras ciencias no conocen». El dilema en que nos encontramos es el siguiente: O aceptamos que su «capacidad de abstracción» le condujo a enunciar, entre otras, la ley que preside la acumulación de capital, y aceptamos que se corresponde con la realidad, es decir, que se impone a la voluntad y deseos de las personas, que aparecen dentro de esa ley como «personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y relaciones de clase» (como afirma en ese prólogo citado), con lo que les negamos el llamado «libre albedrío» puesto que actúan forzados por esa ley, o negamos su validez, con lo que no nos queda otro recurso que centrarnos en la naturaleza humana, en su diversidad, y por lo tanto en sus miserias tanto como en sus grandezas. No existe una tercera opción.
La primera opción nos lleva a postular la necesidad de participar en una lucha, necesariamente revolucionaria, para eliminar el capitalismo y con él todas las leyes que imperan en la producción y distribución de bienes, la segunda, en el mejor de los casos, a dedicarnos a la tarea de denunciar a los «malos» y ensalzar a los «buenos», intentando que sean estos últimos los que dirigen esos procesos. Pero resulta que este empeño (lastrado por su inevitable ambigüedad) es precisamente el más poderoso argumento que usan los adalides del capitalismo para legitimar el tributo de sangre y muerte que exige hoy, enfrentado a crecientes dificultades, el proceso de acumulación de capital.
También se me puede argüir que el capitalismo en 1856 no es el mismo que en 2006. Pero ¿Qué es lo que ha cambiado?
Se puede hablar de la globalización, de la enorme concentración del capital, del crecimiento «desmesurado» del capital financiero, imponiendo sus intereses al industrial, de la división del mundo en países industrializados y países atrasados, etc. Pero ninguna de estas transformaciones, por grandes que parezcan ha cambiado lo más mínimo la naturaleza del capitalismo. Hoy como hace 150 años, el ciclo del capital productivo sigue siendo el mismo de entonces: Se inicia con un capital en dinero (D), con el cual se compran las mercancías (M), los medios necesarios para producir (Mp) y se paga la fuerza de trabajo (T). Con esto se pone en marcha el proceso de producción (P) de una nueva mercancía (M’) que si se consigue vender proporcionará una cantidad de dinero (D’) mayor que la que se invirtió al principio.
Como este proceso de creación de valor, fundamento de la acumulación de capital, no está sujeto a ninguna consideración ética o moral, (si alguien lo pone en duda, ahí está la producción de drogas, la de armas, la de barcos para traficar con emigrantes funcionando a todo vapor en 2006) ni está en relación directa con las necesidades humanas, sino solamente con la existencia de una demanda que garantiza la venta de lo que se produce, todos los horrores en los que se revuelca el capitalismo desde su nacimiento hasta hoy están latentes en ese frío y descarnado proceso.
Finalmente reproduzco un par de párrafos de El Capital donde Marx expone la génesis de lo que hoy se llama «desigualdades sociales» como consecuencia de las leyes que rigen la acumulación de capital.
«La gran industria y la gran agricultura explotada industrialmente actúan de modo conjunto y forman una unidad. Si bien en un principio se separan por el hecho de que la devasta y arruina más bien la fuerza de trabajo y, por tanto, la fuerza natural el hombre y la segunda más directamente la fuerza natural de la tierra, más tarde tienden cada vez más a darse la mano, pues el sistema industrial acaba robando también las energías de los trabajadores del campo, a la par que la industria y el comercio suministran a la agricultura los medios para el agotamiento de la tierra». (El capital. Tomo III. Capítulo 48/5)
«La ley según la cual, gracias a los progresos hechos por la productividad del trabajo social, puede ponerse en movimiento una masa cada vez mayor de medios de producción con un desgaste cada vez menor de fuerza humana es una ley que, dentro del régimen capitalista, en el que los obreros no emplean los instrumentos de trabajo, sino que son estos los que emplean a los obreros, se trueca en esta otra: la de que, cuanto mayor es la fuerza productiva del trabajo y mayor por tanto la presión ejercida por el obrero sobre los instrumentos que maneja, más precaria es su condición de vida: la venta de la propia fuerza para incrementar la riqueza de otro o alimentar el incremento del capital. Es decir, que el rápido desarrollo de los medios de producción y de la productividad del trabajo, así como de la población productiva, se trueca, capitalisticamente, en lo contrario: en que la población obrera crece siempre más rápidamente que la necesidad de explotación del capital.»
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«Finalmente, la ley que mantiene siempre la superproducción relativa o ejército industrial de reserva en equilibrio con el volumen y la intensidad de la acumulación mantiene al obrero encadenado al capital con grilletes más firmes que las cuñas de Vulcano con que Prometeo fue clavado a la roca. Esta ley determina una acumulación de miseria equivalente a la acumulación de capital. Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza es, en el polo contrario, es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, acumulación de miseria, de tormentos de trabajo, de esclavitud, de despotismo y de ignorancia y degradación moral.» (El capital, Tomo I. Capitulo 23/4)
Este proceso es lo que hoy se llama «crecimiento económico». Si además lo confundimos con «desarrollo» estamos pidiendo a gritos un psiquiatra.
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Crecimiento económico y desarrollo: una persistente confusión
Eduardo Gudynas y Carolina Villalba Medero (30-05-2006