La lucha de masas ha sido tematizada por diferentes vertientes de la izquierda revolucionaria. Se piensa en una lucha que compromete a un pueblo, en un espacio público copado por las grandes mayorías, en una batalla que emprende casi toda una población. Se entiende por lo general que el objetivo de este tipo de lucha es hacer la revolución, desatar una insurrección, etc.
Sin negar esta visión acerca de la lucha de masas, quiero referirme aquí a otro elemento que no ha sido lo suficientemente tematizado. Me refiero a la parte menos vivible, a una especie de corriente subterránea que la vitaliza e incluso la hace posible. Se trata del aspecto -para utilizar una terminología deleuziana- molecular, para distinguirlo de lo que puede ser su lado molar al que nos referíamos al principio. La lucha molar tiene que ver, por ejemplo, con un pliego reivindicativo, un programa, con las demandas visibles y representables, con las razones que llevan a un pueblo a expresar su descontento, con el sentido de tal o cual lucha.
Pero lo que queremos afirmar aquí es que puede haber lucha de masas sin que se vea a todo un pueblo en la calle, manifestándose. Puede haberla sin que exista la intención de derrocar a un régimen, o tomar el poder del Estado o de los medios de producción. Se puede dar dentro de cualquier institución: en un sindicato, en una institución del Estado, en una empresa. La característica de este tipo de lucha es su dispersión, su carácter fluido, inapresable, que todo lo invade, que rodea los elementos sólidos de las instituciones y los va horadando. Estos flujos pueden desembocar en el torrente de un río en común, pero eso no siempre ocurre. Mientras que se presente esparcido en lagunas, o canalizados, el Capital puede capturarlos, apropiárselos, y hacerlos funcionar en su beneficio.
Sin bien tienen un centro, no se trata de un centro jerárquico, en el que se privilegia o prevalece un determinado espacio material en el que se realiza. Estamos hablando de una lucha que tiene innumerables frentes. Si esta lucha, de carácter fluido, se extiende, atravesando los cuerpos, desarmándolos, conectándolos, e impactando en todas las instituciones, en sintonía con la manifestación molar de la misma, podría -intuimos- ser riesgosa para el capital.
Pero en general es difícil asígnale un sentido, una razón trascendente que pueda inspirarla. La lucha de masas molecular escapa al sentido. Uno de sus motores es la explosión de un inconsciente, que estaba adormecido -anestesiado por la mercantilización de la subjetividad- que no se deja atrapar por las significaciones dominantes. Un inconsciente explosivo, que no da más, y que reclama a los sujetos, o los obliga, a desarmarse, y dejar de obedecer a una conciencia que los somete, que los repliega sobre sí mismos, que fragmenta los cuerpos, que forma en serie individuos como unidades atomizadas.
Estamos hablando de flujos que se derraman y chorrean sobre el cuerpo social, y han constituido el terror de diferentes regímenes. Tienen que ver con el deseo que inviste a las masas. Ese deseo produce partículas semióticas, bajo la sombra de un deliro colectivo, resignificando el orden social, desestructurando a los sujetos, operando una profunda despersonalización. En este tipo de líneas de fuga nadie sabe ya quién es. Es la pérdida del yo.
El marxismo postuló que una de las condiciones para la revolución era que la clase obrera tomara conciencia de su situación. Aquí se trataría de otra cosa: la inconciencia revolucionaria de las masas. Multiplicidades que avanzan como una marea arrollando todo a su paso, que no entienden razones, que necesitan desatarse de las significaciones que las anclan sobre un territorio. Avanzan hacia todas direcciones, se podría decir incluso que desafían la fuerza de gravedad.
Hay quienes intentan codificar estos flujos, anclarlos en alguna significación, sellarles un sentido, dirigirlos hacia uno u otro lugar, establecer claramente las causas y buscarles algún final. Pero la lucha molecular de masas no es representable, escapa al discurso. Se produce cuando los cuerpos ya no soportan su privatización, el ensimismamiento que los mantiene fragmentados, y entonces la corriente de esta lucha estalla y se difumina en el aire, impregna la atmósfera, se viraliza.
La lucha molecular de masas se engendra en territorios imperceptibles, convive en los cuerpos de manera embrionaria, evoluciona sin que nadie la perciba, hasta que un día aparece, en donde se forma la lucha molar: reivindicaciones, banderas, partidos, consignas revolucionarias. Pero ¿Quiénes son, o podrán ser, los que puedan visualizarla en su estado embrionario, seguir su evolución, y sacar provecho oportunamente, cuando es el momento de actuar?. Los necesitamos, hace mucho que no podemos respirar tanto aire viciado.
Mauro Paradiso, Escritor y licenciado en Ciencia Política