Como el histórico y famoso Caballo de Troya, Washington ha logrado formar la llamada Alianza Pacifico con la intención de destruir la integración latinoamericana que ha tomado fuerza en los últimos años. Estados Unidos que durante más de un siglo ha tenido a la América Latina como su patrio trasero al imponer gobiernos dóciles […]
Como el histórico y famoso Caballo de Troya, Washington ha logrado formar la llamada Alianza Pacifico con la intención de destruir la integración latinoamericana que ha tomado fuerza en los últimos años.
Estados Unidos que durante más de un siglo ha tenido a la América Latina como su patrio trasero al imponer gobiernos dóciles y extraer para su beneficio las grandes riquezas de la región, trata de impedir que esos países se unan con el objetivo de defender riquezas naturales, soberanías, e independencias económicas y políticas.
La Alianza Pacífico es un bloque político-comercial, integrado por gobiernos de derecha, cuya fundación tuvo lugar en abril de 2011 en Lima, Perú cuando era presidente Alan García, y se consolidó en la reunión de Chile en junio de 2012.
A partir de ese momento, l os gobiernos neoliberales de la región, bajo la orientación de Estados Unidos se han agrupando con el objetivo de debilitar la unión e integración real de Latinoamérica.
Durante la VIII Cumbre del grupo, efectuada el 11 de febrero pasado en Cartagena de Indias, los mandatarios Juan M. Santos, (Colombia); Ollanta Humala (Perú), Sebastián Piñera (Chile) y Enrique Peña Nieto (México), firmaron el Protocolo Adicional al Acuerdo Marco, que baja a cero los aranceles del comercio entre los socios, al 92 % de productos y servicios.
El 8 % restante, referido a productos agropecuarios, se bajaran progresivamente hasta cero en 17 años, entre ellos el maíz, mientras el único producto que de común acuerdo quedó fuera del trato fue el azúcar, como material sensible.
En esa reunión quedó oficializada la entrada al grupo de Costa Rica, nación que paradójicamente acaba de ser nombrada presidenta Pro Tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), cuya última cumbre tuvo lugar, con gran éxito, en La Habana, Cuba.
Se estima que en un futuro cercano, el también gobierno neoliberal del presidente panameño Ricardo Martinelli, pase a formar parte de la agrupación.
Todos los analistas concuerdan en que desde la derrota sufrida por Estados Unidos durante la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, Argentina, donde los presidentes Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Luiz Inacio Lula da Silva, impidieron la creación del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), Washington ha buscado desesperadamente hallar otras vías para volver a dominar económica y políticamente a la región.
De esa forma, aceleró los Tratados de Libre Comercio (TLC) con gobiernos afines de derecha y orientó crear la Alianza Pacífico en la que Washington aparece como «observador permanente». Como afirma el refrán, el ojo del amo, engorda al caballo.
Bajo esa circunstancia, la Alianza Pacífico es la versión más refinada, y finamente pensada, para resucitar el ALCA sin la participación directa de Estados Unidos, pues sus fieles aliados, con el apoyo de los medios de comunicación occidentales, se encargan de impulsarla.
El empujón va más allá de las fronteras. Durante la reunión, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, llamó por teléfono al anfitrión Juan Manuel Santos para agradecerle la invitación como observador en el grupo y comunicarle que próximamente realizará visitas oficiales a Colombia y México. El círculo derechista se fortalece.
Todo esta ofensiva neoliberal ocurre cuando los países del sur del hemisferio americano han despertado de un largo letargo de sumisión a Estados Unidos y los vientos de integración e independencia genuina recorren la región.
En los últimos 12 años, surgieron organizaciones como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), PETROCARIBE, la Unión de Naciones del Sur (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y se reforzó el Mercado del Sur (MERCOSUR).
En el pensamiento y accionar de la Casa Blanca y de las compañías transnacionales, esos cambios no se pueden permitir.
Recordemos palabras del ex secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, en 2005, y del actual jefe de ese Departamento, John Ferry, en 2013.
El primero dijo en la Cumbre de las Américas en Argentina: «nuestro objetivo con el ALCA es garantizar a las empresas norteamericanas el control de un territorio que va del polo Ártico hasta la Antártica, libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, para nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio».
Por su parte, Kerry expresó a los medios de prensa, hace solo unos meses, que Estados Unidos veía a Latinoamérica como su traspatio.
Bajo ese derrotero, los peligros de desestabilización provenientes desde Estados Unidos, se ciernen sobre los gobiernos progresistas y nacionalistas de la región como esta ocurriendo actualmente en Venezuela, principal impulsora de la integración latinoamericana.
Mientras los participantes en la Cumbre de Cartagena acordaron impulsar el intercambio de bienes y servicios y el libre comercio como metas prioritarias, no hablaron de la satisfacción de las necesidades básicas de sus pobladores ni la disminución de la pobreza que padecen muchos de sus ciudadanos.
Pese a los cantos de sirena que se oyen en los medios de comunicación occidentales a favor de la Alianza, el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera, la definió perfectamente: «parece estar puesta para bloquear esta mirada hermanada del continente, al haber nacido muy fuertemente vinculada a los intereses de Estados Unidos».
Esperemos que gobiernos y pueblos progresistas de la región no se dejen arrebatar los logros obtenidos en la última década.
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