Recomiendo:
0

¿Alto al decrecimiento?

Fuentes: Rebelión

Traducción : Asociación Cultural Jaime Lago

 

El decrecimiento es una teoría nueva, o más bien de reciente popularidad entre los intelectuales, para hacer frente a los desafíos que enfrenta la humanidad en la actualidad. Por lo general, se refiere al primer estudio real que denunció el obcecamiento de las empresas a desarrollarse en términos económicos, es decir, el informe de Roma en 1972: ¡Alto al crecimiento! A partir de ahí, una serie de autores como Serge Latouche y otros, recogen esta idea central y critican los modelos de producción y consumo en marcha en todos los países del planeta prácticamente.

El debate se centra en la cuestión del crecimiento: ¿es necesario o no? Unos, la gran mayoría de gobiernos, repiten machaconamente que sin el crecimiento no se puede crear riqueza suficiente para satisfacer tanto las necesidades de las poblaciones en constante cambio como asegurar el empleo. Otros creen que es una ilusión y lleva al mundo a la ruina.

Si nos detenemos a este nivel, tendríamos que dar la razón a los «objetores del crecimiento»: el crecimiento no garantiza el empleo, el reparto de la riqueza y el suministro de bienes y servicios necesarios para todos, y de manera similar, se basa en un esquema social muy cuestionable en que se privilegia el consumismo. Pero si el modo actual de producción y consumo es altamente cuestionable, nuestra pregunta es si, en definitiva, es apropiada la forma en que plantean los problemas quienes apoyan el «decrecimiento». Es el objeto de nuestro desacuerdo que se abordará en siete preguntas [1].

 

1. Una teor ía borrosa, mal definida, con expectativas contradictorias

Una de las principales controversias sobre las teorías del decrecimiento es que son promovidas por diversos autores que vienen de diversos orígenes, con diferentes perspectivas. Por lo tanto, no hay un cuerpo coherente en la teoría del «decrecimiento». A veces hay opiniones divergentes dentro del mismo movimiento. Obviamente, se dirá, sucede lo mismo con los marxistas, los keynesianos, los liberales… excepto que aquí sí tenemos una referencia, susceptible de interpretaciones más o menos única: Karl Marx (y Engels), John Maynard Keynes, Adam Smith y David Ricardo. No existe una referencia semejante en el decrecimiento.

Reginald Savage [2], que actualmente lleva a cabo un estudio sobre esta teoría y las perspectivas que ofrece, dice que hay tres corrientes diferentes, con puntos de vista y soluciones algo diferentes: la primera piensa que se debería «volver» en cierto modo a las situaciones económicas menos complejas y modelos de desarrollo menos avanzados; la segunda, con la que identifica a Tim Jackson [ 3 ], es más bien tecnocrática: necesitamos soluciones técnicas para evitar el colapso del planeta y la tercera es la tendencia más bien neomarxista: hace hincapié en la necesidad de un cambio radical en la sociedad.

Obviamente nuestra actitud se adapta totalmente a esta corriente. No compartimos la orientación de las dos primeras aproximaciones. Queremos discutir con la tercera, para tener la mejor posición posible y para saber sobre qué temas hay acuerdo, sobre cuales existe una convergencia y en los que hay realmente una opinión diferente.

Sin embargo, la diversidad genera dos problemas. El primero es que no siempre es fácil conocer las propuestas concretas y detalladas del «decrecimiento». Hay, en este aspecto, una falta de claridad en la que algunos autores parecen bañarse o incluso prosperar. La segunda dificultad es que siempre es posible – y, en mi opinión, los «decrecentistas» a veces abusan – de evitar los desafíos potenciales, diciendo: «Oh, no es eso lo que yo quería o yo defiendo» o, «pero el decrecimiento no es eso.»

Es lo que ha llevado a Jean-Marie Harribey, economista francés, ex presidente de Attac Francia y miembro de su Consejo Asesor Científico, a ser muy cauteloso sobre este movimiento. Jean-Marie Harribey, sin embargo, hizo su tesis doctoral sobre el tema. Pero acabó preguntándose qué se debe disminuir a ojos de los «decrecientistas»: el PIB , la producción, el consumo, el progreso tecnológico, la huella ecológica … Sin llegar a obtener una respuesta unificada del movimiento. Esto es preocupante. Al mismo tiempo, para el movimiento del decrecimiento, sin duda supone un reto e hipoteca el futuro si se corrige este punto.

Se puede comparar con otras corrientes. Todos los marxistas dirán, por ejemplo, que su solución es colectivizar los medios de producción, es decir, las grandes empresas, y gestionar las necesidades básicas mediante la planificación. Todos los keynesianos promoverán la intervención activa del Estado para regular el mercado y evitar se deje llevar y cree burbujas. Todos los liberales confían en un mercado básicamente auto-regulado, aunque algunos quieren eliminar totalmente el Estado (los liberales) y otros aceptan una intervención en mayor o menor medida del estado.

¿Pero qué quieren los «decrecentistas»?

 

2. Se pasa fácilmente de la crítica a una posición a la posición diametralmente opuesta

Una segunda crítica se refiere a los argumentos de los objetores del decrecimiento. A menudo critican una posición para justificar inmediatamente la opuesta. Significa reducir la realidad a dos posibilidades: o apoyas algo, o su contrario. La posición intermedia está prácticamente prohibida. Esto se hace evidente en la cuestión del crecimiento. Se critica, por lo tanto se es favorable al decrecimiento. El hecho de criticar la idea del crecimiento – que es, creo, más que legítimo – no justifica comprometerse a adherirse al decrecimiento.

Así, en el texto de J. Alexis Passadakis y Matthias Schmelzer, dos miembros de Attac en favor de la tesis del decrecimiento, encontramos estos giros bruscos. En la Sección 2, «la naturaleza tiene sus limitaciones y fortalezas», se condensa lo que describo. El punto central es el siguiente: «Un crecimiento ilimitado en un planeta finito es imposible.» Está bien, pero si queremos un análisis más detallado, debemos preguntarnos si es posible un crecimiento (y otra vez, debemos estar de acuerdo en esta palabra) limitado. ¿Por qué se elimina esta última opción, como si no hubiera alternativa entre el crecimiento ilimitado y el decrecimiento?

Alexis J. Passadakis y Matthias Schmelzer [ 4 ] parten del ejemplo de las abejas para concluir que cuando se acaban los recursos aparecen los problemas. Y de la misma manera que se reproducen las abejas, lo hacen los animales, las plantas, incluso los recursos naturales. Por eso utilizan términos tales como «crecimiento ilimitado», «explotación» para decir que exigir y justificar el decrecimiento. Pero, lo que habría que tener en cuenta son las condiciones de reproducción, de crecimiento, de explotación y qué es necesario para garantizarlas. Precisamente elementos que no discuten. O cambiamos todo, o vamos directos al precipicio: ese no es un análisis detallado de qué está mal y qué debemos cambiar relamente.

La evolución planetaria y humana también demuestra que todo se mueve todo el tiempo. El principal combustible utilizado antes era la madera. Luego el carbón. Desde 1945, el petróleo fue cada vez más importante. Ahora hablamos de gas, de energía nuclear (a pesar de los graves problemas sin resolver en la actualidad, como muestra el desastre de Fukushima). Hay planes para regresar a la hidráulica, la eólica o el desarrollo de células fotovoltaicas. Este ejemplo de un tema crítico de nuestro desarrollo, la energía, no prueba el carácter ilimitado de los recursos naturales y por tanto la posibilidad de un desarrollo sin fin. Pero es menos limitada que la defendida por el «decrecimiento» (o el de algunos «decrecientistas»). Porque el conocimiento científico evoluciona y resuelve viejos problemas (aunque crea otros como muestra la energía nuclear).

El punto 6 del artículo está en la misma línea. Argumenta que el crecimiento no proporciona mejores condiciones de vida, de empleo, etc. Es totalmente cierto en el contexto capitalista, ya que el objetivo de la empresa es el beneficio, no el empleo o la satisfacción de las personas. Pero ¿es una justificación para el decrecimiento o incluso un argumento a su favor?

Haciéndose eco de las palabras lanzadas por Serge Latouche, el texto prosigue de nuevo: «Se trata de descolonizar la imaginación, desmitificar conceptos fetiches como el crecimiento económico, el progreso, el trabajo asalariado, la eficiencia y el PIB». Una vez más, no hay problema con la desmitificación. Pero no pasamos de la crítica a un concepto básico para justificar la defensa de su contrario.

 

3. Un diagnóstico erróneo de los contenidos del crecimiento y del PIB

La confusión llega a su apogeo cuando asociamos el crecimiento, el PIB y el agotamiento de los recursos naturales. Por tanto, debemos volver a lo más básico de la economía.

En primer lugar, hay que distinguir entre flujo y stock. Un stock es el conjunto de activos en un momento dado (por ejemplo, a 31 de diciembre de 2010) que tenemos (activo) o que debemos (pasivo). Un flujo se compone de las entradas (o salidas) de activos entre dos períodos de tiempo (por ejemplo, entre el 31 de diciembre de 2009 y el 31 de diciembre de 2010). Es obvio que el stock se «llena» o se «vacía» y en función de los flujos. Llegados a este punto, cabe destacar que los recursos naturales son un stock y el PIB un flujo.

Además, en el capitalismo sólo cuentan las relaciones de mercado, es decir, las que son objeto de una compra o una venta de algo. Incluso en la administración o el sector sin ánimo de lucro, lo que se contabiliza es el pago de los salarios. Pero esta contabilización, especialmente en el PIB, se basa exclusivamente en la actividad humana. En otras palabras, el PIB refleja la valorización monetaria del trabajo humano.

¿Y los recursos naturales? No tienen ningún valor de mercado. No están contabilizados en la sociedad capitalista. Sin duda es algo absurdo, pero es así. Lo que interesa a los capitalistas, son las oportunidades de obtener ganancias. Y sólo lo permiten las actividades de mercado. Es la tendencia de la sociedad capitalista.

Podemos y debemos criticarlo. Pero ese no es el punto de vista de los «decrecientistas». Asocian el uso de los recursos naturales al PIB. Y de nuevo, en el texto de Alexis J. Passadakis y Matthias Schmelzer, por ejemplo, se utiliza el método consistente en pasar directamente desde una posición crítica a afirmar la posición diametralmente opuesta. En efecto, sostienen que es imposible la desvinculación absoluta (Sección 3). De hecho, no se puede producir sin usar los recursos naturales. Pero, ¿qué conclusión extraen? El vínculo necesario entre el PIB y los recursos naturales y por lo tanto la necesidad de reducir el PIB.

Varios estudios han establecido una relación directa entre el crecimiento del PIB y la emisión de CO2 a la atmósfera [ 5 ]. Así que si se desea reducir lo segundo hay que reducir lo primero. En la situación actual, a corto plazo, es cierto. Esto es cierto en las condiciones del capitalismo actual. Pero no lo es necesariamente en términos absolutos.

En efecto, consideremos el ejemplo de Francia. Las estimaciones de emisiones de gases de efecto invernadero muestran que provienen en un 26% del transporte, de la industria el 22%, el 19% de la agricultura, el 13% de la producción energética y el 3 % del tratamiento de los residuos. Además, el transporte y la calefacción residencial son los sectores de más rápido crecimiento en los últimos años. Lo mismo ocurre en muchos países desarrollados.

Pero lo que depende directamente del PIB, es la industria y la agricultura. Puede haber otras formas de uso del transporte o que no tengan necesariamente un efecto negativo en el PIB. Por ejemplo, fomentar el transporte eficiente (colectivo) y la mejora de las estructuras de aislamiento de las casas.

En segundo lugar, puede haber otras maneras de producir que las del capitalismo contemporáneo. En las condiciones actuales, se utiliza la menor cantidad de mano de obra posible y la mayor de recursos (en relación con el empleo). Lo que agota toda la cadena: a los hombres porque tienen que trabajar duro para mantener la velocidad requerida por los empresarios, y la naturaleza, ya que debe suministrar bienes a una velocidad cada vez mayor. Pero estas son condiciones del capitalismo, no de la producción técnica.

Si se cambiaran las condiciones técnicas para producir de otro modo una serie de productos, podría existir otro efecto económico. Si, como sugieren algunos, se sustituye la producción agrícola actual en masa, altamente mecanizada, por una más biológica, utilizaría más mano de obra, más trabajo humano. Lo que en vez de disminuir el PIB lo aumentaría.

En resumen, se carece de un indicador de stock, incluso en el capitalismo más «salvaje». Dicho indicador podría mostrar el agotamiento de los recursos. No el PIB. Que los indicadores sean imperfectos, tiene sentido. Ningún indicador puede ser la medida de todo. Por tanto, en general se necesitan una serie de estadísticas para mostrar una realidad global.

Por otra parte, no se deben crear ilusiones sobre estos cambios o estas propuestas de indicadores. No se puede cambiar una sociedad con ellos. A lo sumo, puede dar argumentos para transformarla. El indicador debe estar en relación con la sociedad en que vivimos. Y, desde este punto de vista, el PIB es generalmente el que mejor muestra cómo se crea la riqueza en un contexto capitalista, ya que se centra principalmente en las mercancías. Implícitamente, es lo que se le dice a las personas: producir bienes y os enriqueceréis, si cultiváis para vosotros mismos los productos (tomates, zanahorias, ensaladas, etc.), seréis pobres. Es, sin duda, algo absurdo y tonto. Pero son los principios en que se basa la sociedad occidental. De ahí el PIB como medidor de la riqueza capitalista.

 

4. El crecimiento no está en el centro de los objetivos capitalistas

Una cuestión fundamental frente a las tesis sobre el decrecimiento es ¿por qué atacar el crecimiento? Nadie fija objetivos de crecimiento. Es verdad, en las constituciones de algunos estados, está escrito que la política económica de los gobiernos deberían tener por objetivo el crecimiento. La Estrategia de Lisboa (ahora Europa 2020), política central de los organismos europeos, se ha modificado con el lema «El crecimiento y el empleo».

Pero las autoridades comunitarias no tienen metas numéricas. No dicen: fijamos una meta del 3% de crecimiento anual. La Comisión hace cálculos para predecir cuál será el crecimiento del PIB. Pero eso no cambia los objetivos, ya sea del 2, el 3 o el 4%. El único país que tiene una visión con perspectivas algo cuantificadas es China que debe tener un crecimiento de al menos un 6% anual, para permitir la transferencia de 200 millones de campesinos a las ciudades en una generación. No discutiremos aquí si este estado es capitalista o no. En todo caso, el objetivo no lo es. Además, es un mínimo. El crecimiento puede ser del 7, 8, 9 o 10%. Al respecto, no hay objetivos claros y específicos.

Sin embargo, aunque los países y los gobiernos no establecen objetivos cuantitativos para la economía nacional, las empresas privadas (y públicas, al menos aquellas que se gestionan como si fuesen privadas) sí los establecen. Pueden ser: el aumento de la producción (de 3 a 5 millones de automóviles, por ejemplo), un aumento de la cuota de mercado (pasar del 9 al 12%) o de la rentabilidad (pasar a una tasa de ganancia sobre inversión del 12% al 15%). La prensa económica está llena de esos objetivos. Este es el mecanismo que impulsa al crecimiento generalizado. Así que afirmar ir contra el crecimiento, sin tocar a esta capacidad de decisión considerada como algo sagrado por casi todo el personal político susceptible de tener un peso en los países capitalistas es un disparate total.

Parecería más lógico poner el acento más que en el crecimiento, en el motor real del capitalismo, es decir, en la rentabilidad y la competitividad. Hay un desplazamiento adverso en el análisis que no puede ser inocente, porque justifica los puntos siguientes (5, 6 y 7), igualmente criticables y cuestionables.

 

5. La crítica ya no se centra en las relaciones sociales, si no en las técnicas

Al denunciar el crecimiento, se pone de relieve una crítica técnica: se produce demasiado y se pone en peligro el equilibrio del planeta. Al final, todos estamos en el mismo barco y estamos cavando un agujero en el casco, mientras navegamos en el mar (en medio de una tormenta). Con el tiempo todo el mundo, independientemente de su condición social, patrimonio o ingresos se ve afectado, por lo que debería ayudar a resolver los problemas. En pocas palabras: «¡Todos juntos!»

Es verdad que hay visiones del decrecimiento que son más «sociales» y menos «técnicas». Que no se han reflejado en la exposición más arriba. Al menos es lo que piensan sus partidarios. Sin embargo, fundamentalmente, estos enfoques más matizados, menos «interclasistas» mantienen una base y un punto de partida principalmente técnico.

Nuevamente hay un error de análisis no carente de consecuencias en las alternativas que se promueven. Error en primer lugar porque la realidad muestra una gran diferencia entre las élites que deciden, escogen, dirigen y en última instancia tienen la mayor responsabilidad del sistema de producción y consumo en el que vivimos y el resto de la población. Son los líderes que se enriquecen, que acumulan, que consumen desproporcionadamente… La otra gran mayoría, incluso aunque quisiera, no podrían hacerlo mucho (al menos a nivel individual) y lo que hiciesen sería insignificante en comparación con los problemas ecológicos globales.

Un segundo problema en éste enfoque «técnico» es que asume que es posible (en algunos casos, en algunas corrientes, deseable) convencer a los miembros de esta élite para llevar a cabo una iniciativa respecto al clima y por qué no, que asuman la idea del decremiento. Sin duda, esta se hace de una manera indirecta y edulcorada. Esta es una completa ilusión.

Sólo seremos capaces de resolver algunos de los problemas ecológicos actuales cuando eliminemos los elementos claves que asfixian tanto a los hombres como al planeta. Y esto sólo será posible si la elite no dirige de los países o las grandes empresas y no se coloca otra élite en su lugar. Por lo tanto, es ante todo un problema social, e incluso de clase social (noción que, desgraciadamente, desaparece en la tesis del decrecimiento).

Necesitamos que las decisiones en las cuestiones importantes – que comienzan en la economía, ya que determinan la producción y el consumo de una sociedad – sean tomadas por el conjunto de la comunidad. Por lo tanto, la propiedad de las grandes empresas debe ser retirada del sector privado y de una eventual élite. Se debe atribuir a la colectividad. Pero si no se cumple esta condición, no habrá ningún progreso duradero. Nos quedaremos en una lógica capitalista privada de hacer beneficios y de competitividad. Se producirá más y más y los empleados y la naturaleza sufrirán las consecuencias. Con efectos globales desastrosos, incluso en materia de medio ambiente: desiertos que se multiplican y se extienden en partes del Tercer Mundo, Bangladesh e Islas Mauricio amenazadas por el aumento del nivel del mar (mientras Flandes y los Países Bajos tienen los medios para protegerse)…

6. ¿Una lucha en contra de los modelos «productivistas»?

En términos de alternativa, las tesis del decremiento pone en pie de igualdad y critican con la misma violencia al capitalismo y al socialismo. Para ellos, son modelos fundamentalmente productivistas, por lo tanto, los rechazan por igual. Una vez más, hay variaciones entre los decrecientistas entre las versiones más tecnicistas y versiones marxistas.

Sin embargo, poner en pie de igualdad el capitalismo y el socialismo es un dogma de fé que no se basa en un análisis científico de las lógicas que llevan a cabo. El capitalismo no puede resolver los problemas ambientales de una manera estructural, ya que se basa en el afán de lucro. En este sentido, el socialismo no debería sufrir la misma crítica. No hay ninguna razón para construir un socialismo necesariamente productivista. En ninguno de los escritos fundamentales de Marx y Engels (y de muchos otros), existe un motor semejante al beneficio para iniciar una espiral de agotamiento del planeta.

Recojamos por un momento los análisis de Marx y Engels, que son generalmente para los partidarios del socialismo una fuente poco cuestionada. Marx proclama como alternativa una sociedad de abundancia, lo que podría sugerir el deseo de producir toneladas de productos para satisfacer a todo el mundo. Esta es la definición del comunismo: «a cada cual según su capacidad, de cada quien según sus necesidades» [6]. Estamos en 1875. En ese momento, las preguntas sobre los límites del planeta no se plantean, ya que estos límites todavía no se conocen. No han sido conquistadas todas las regiones del mundo por los colonizadores. No están agotadas todas las posibilidades y, sobretodo, no se ve el final.

Frente a la miseria que existe entre los obreros ingleses (y antes alemanes, belgas y franceses), Marx concibe una sociedad en la que las fuerzas del capitalismo, que potencialmente pueden eliminar el hambre y otras lacras, sean dirigidas por la colectividad y puestas a su servicio. Cuando vislumbra lo que podría ser una sociedad comunista, agrega que permitiría a todos a ir a pescar y relajarse (en este caso, la pesca no tiene un carácter productivo). Es la antítesis de una sociedad productivista.

Mejor aún, Engels, en un pequeño texto sobre el papel del trabajo en el desarrollo del ser humano, escribe un análisis muy consciente de los problemas de los recursos naturales (1876): » Resumiendo: lo único que pueden hacer los animales es utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. (…) Sin embargo, no nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es verdad que las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas, totalmente imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. Los hombres que en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otras regiones talaban los bosques para obtener tierra de labor, ni siquiera podían imaginarse que, al eliminar con los bosques los centros de acumulación y reserva de humedad, estaban sentando las bases de la actual aridez de esas tierras. Los italianos de los Alpes, que talaron en las laderas meridionales los bosques de pinos, conservados con tanto celo en las laderas septentrionales, no tenía idea de que con ello destruían las raíces de la industria lechera en su región; y mucho menos podían prever que, al proceder así, dejaban la mayor parte del año sin agua sus fuentes de montaña, con lo que les permitían, al llegar el período de las lluvias, vomitar con tanta mayor furia sus torrentes sobre la planicie. Los que difundieron el cultivo de la patata en Europa no sabían que con este tubérculo farináceo difundían a la vez la escrofulosis. Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.

En efecto, cada día aprendemos a comprender mejor las leyes de la naturaleza y a conocer tanto los efectos inmediatos como las consecuencias remotas de nuestra intromisión en el curso natural de su desarrollo. Sobre todo después de los grandes progresos logrados en este siglo por las Ciencias Naturales, nos hallamos en condiciones de prever, y, por tanto, de controlar cada vez mejor las remotas consecuencias naturales de nuestros actos en la producción, por lo menos de los más corrientes. Y cuanto más sea esto una realidad, más sentirán y comprenderán los hombres su unidad con la naturaleza, y más inconcebible será esa idea absurda y antinatural de la antítesis entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el cuerpo, idea que empieza a difundirse por Europa a raíz de la decadencia de la antigüedad clásica y que adquiere su máximo desenvolvimiento en el cristianismo». [ 7 ] Un discurso que muchos ambientalistas podrían hacer suyo.

Las experiencias que se han generado a partir del análisis marxista, es decir, principalmente la Unión Soviética y China (y otras), se encontraron en circunstancias distintas de las previstas por Marx. Eran países económicamente retrasados. El hambre estaba a menudo muy extendida. Era necesario, en primer lugar, garantizar un desarrollo económico considerable para que todos tuviesen un mínimo para vivir.

Luego, por desgracia, estas experiencias no tienen lugar en un contexto internacional neutral en el que los otros estados permitan que el país se desarrolle pacíficamente, mediante sus propias fuerzas. Por el contrario, vemos como los Estados Unidos hoy en día (y antes los países europeos) atacan a todas las naciones que no siguen estrictamente su modelo. Desde el principio, la intervención de estos estados (con razón llamados imperialistas) fue importante.

En 1918, los alemanes pidieron un armisticio. No están derrotados militarmente. Todavía ocupan Francia ampliamente. ¿Por qué? Porque una revuelta y pronto una tentativa revolucionaria iban a estallar en el país. Son los espartaquistas. Serán golpeados e incluso asesinados. El final de la guerra permite a los rusos blancos, es decir, a los partidarios del zar, llevar a cabo un gran ataque contra el nuevo gobierno bolchevique. Conquistan muchas ciudades en 1918. Cuentan con el apoyo logístico y financiero de los estados aliados (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos). Se espera que las fuerzas aliadas invadan el país. Japón adopta esta estrategia, avanza en profundidad en Siberia, muy alejada de los combates reales y permanecerá allí hasta 1923-1924. Se retira por voluntad propia, porque ya no sirve para nada. Los bolcheviques ganaron. Pero por los pelos.

Posteriormente, las intervenciones son numerosas. En China, los Estados Unidos apoyan al general Chiang Kai-shek. Hasta 1947, definen su estrategia apoyando a China como una cabeza de puente y transformando al derrotado Japón en un país agrícola. Pero Mao gana y Washington se ve obligado a cambiar su política, basándose esta vez en Japón.

Y ¿qué decir de la guerra en Vietnam, donde franceses y estadounidenses se niegan a reconocer los resultados de las elecciones celebradas inmediatamente después de la guerra? ¿O de la intervención estadounidense en la Bahía de Cochinos para derrocar a Fidel Castro y reemplazarlo por un gobierno en deuda con la Casa Blanca?. Y podríamos añadir las intervenciones de Irak, las amenazas contra Irán, Siria o Corea del Norte.

En pocas palabras, el estado que quiera construir una sociedad alternativa, precisa, imperativamente, aunque no esté entre sus opciones iniciales, ser capaz de defender el país contra las intervenciones militares. Esto explica en parte los esfuerzos para aumentar la producción en los países socialistas. No se puede poner en el mismo plano que la disposición de capitalismo a producir más y más. Obviamente, podemos discutir (probablemente largo y tendido) si los experimentos socialistas que surgieron merecen este nombre. Pero ese no es el problema, porque lo sean o no, se enfrentarían a estos problemas.

Es cierto que la URSS desarrolló más que otros sitios una concepción del aumento de la producción material. Se intentó introducir una alternativa al PIB llamado producto material bruto. Y la idea de la riqueza estaba asociada con la producción de bienes materiales. Era más bien un error (lo que sucede cuando se crea una nueva sociedad), que una verdadera lógica productivista. ¿Y dónde la encontramos? En que se acabó introduciendo una lógica productivista en la URSS, lo que, en última instancia condujo al capitalismo, donde nisiquiera la producción es lo que prima, sino el beneficio.

Denigrar el socialismo y ponerlo al mismo nivel que el capitalismo sólo puede debilitar los movimientos alternativos, ya que excluye una de las mayores formas de sociedad alternativa. Además, la sociedad socialista se basa precisamente en lo contrario de lo que conduce al crecimiento ilimitado: en la propiedad colectiva, que debe impedir la búsqueda de beneficios cada vez mayores.

 

7. ¿ Un retorno a pequeña producción de mercancías?

Aunque hay diferencias entre las corrientes que reclaman el decrecimiento, hay un pequeño punto de convergencia en la alternativa. Lo que se propone es una economía descentralizada, pequeña, basada en el intercambio de productos, que asegure la satisfacción mutua de las necesidades, sobre la base de la economía solidaria actual. Una economía desmonetarizada y descentralizada, escriben Alexis J. Passadakis y Matthias Schmelzer.

En realidad, se necesita un principio para hacer funcionar el intercambio entre las pequeñas unidades de producción (ya sean de bienes o servicios). Y este principio es la moneda. Sin duda, para sus promotores, una moneda sólo para el intercambio y no de acumulación. Un poco como funcionan los SEL, el sistema de cambio loca l. Por tanto, esta alternativa es comercial y por tanto monetaria, aunque lo sea a una escala limitada.

El problema es que esta solución o es totalmente utópica, irrealizable, o, necesariamente, generará capitalismo. Es utópica si se cree que puede restringirse a un estado limitado. Actualmente existen experiencias, pero a un nivel totalmente insignificante. Existen porque el resto trabaja en la lógica del capitalismo y ese resto proporciona la mayor parte de los bienes y servicios vitales. Una «economía solidaria» no es posible a una escala planetaria.

Y ¿si fuese posible como alternativa real sería deseable? De hecho, una serie de importantes problemas son de orden mundial, ¿están por tanto fuera del alcance de las pequeñas unidades de producción? De alguna manera, esta alternativa reproduce la ilusión anarquista o libertaria de los hombres libres preferentemente sin Estado o con un Estado mínimo. En cambio, los problemas de hoy, sobre todo los medioambientales, son globales: el calentamiento global que afecta a una subida del agua puede llegar a inundar Bangladesh y Mauricio, que no se encuentran entre los mayores contaminantes de la Tierra; el uso racional de la energía requiere de la cooperación internacional para utilizar mejor el sol allí donde incide con sus rayos más abundantemente, el viento allí donde existe, el agua donde esté, etc.

Por otra parte, si no es una utopía, si efectivamente se construye una producción a pequeña escala, con el tiempo se reproducen los mecanismos que llevaron al capitalismo actual. ¿Por qué? Porque la moneda servirá como capital, porque algunos proporcionarán más bienes y servicios, y querrán sacar tajada. Y los mecanismos de regulación, posiblemente introducidos, no serán lo suficientemente potentes para detenerlos. Es lo que sucedió en los siglos XVIII y XIX.

¿Por qué imaginar o creer que sería diferente hoy en día? Lo que falta en el proyecto es pasar por alto el mecanismo principal para cambiar verdaderamente de sociedad y de lógica, es decir, la propiedad de las empresas y firmas. Si se mantienen a nivel privado, los «dueños» pueden decidir de manera independiente y «soberana» contaminar, causar problemas a sus «competidores» para que, para seguir poder compitiendo, tengan que contaminar o explotar el trabajo… El hecho de que esta propiedad esté en manos de una cooperativa apenas cambia la situación. United Airlines, por ejemplo, es una compañía propiedad de los empleados. ¿Qué cambia a nivel de competencia en las aerolíneas?

De hecho, la única alternativa real para satisfacer tanto los problemas ecológicos y como los humanos es la transición a una propiedad colectiva, pero pública, para estar lo suficientemente centralizada y para responder a las necesidades mundiales. La manera de hacer funcionar la economía debe pasar por el estado en el marco actual. Esto permite un poder suficiente para imponer a todos la misma lógica de la producción, incluyendo a aquellos que quieren seguir enriqueciéndose. Además es un órgano que puede decidir sobre la situación política y económica. No son dos autoridades distintas. Y el Estado o los Estados son instituciones que pueden hacer frente a los desafíos globales. Efectivamente, es socialismo. Pero hay que distinguir estas alternativas de las experiencias que tomaron el nombre de socialismo y que o bien no deberían tener la pretensión de llevar ese nombre, o se encuentran en situaciones que les impiden fuertemente llevar a cabo los principios fundamentales.

8. Conclusiones

Yo no creo en los méritos de los argumentos sobre el decrecimiento.

1. No se basan en conocimientos científicos sólidos, en una base analítica, sino más bien borrosa, vaga y por lo ta nto a veces inconsistente.

2. A Incluso aunque pretenden enfrentar los problemas ambientales actuales de una manera radical, no ofrecen una alternativa verdaderamente nueva. Estas comunidades de pequeños agricultores ya habían sido planteadas por varios socialistas utópicos del siglo XIX. Son traídas de nuevo a la actualidad. Pero o bien tienen un contenido irrealizable, como vimos en aquella época, o son reaccionarias en el sentido de que miramos hacia atrás en la dirección de la historia, en lugar de proporcionar una solución hacia delante.

3. Una serie de cuestiones planteadas por las teorías del decrecimiento son reales y debe discutirse. Hay un agotamiento de los recursos naturales. Existe un mito sobre el crecimiento entre los capitalistas (pero no es el único). La sociedad de consumo actual es perversa. Pero ¿por qué la solución a esto sería el «decrecimiento»? Al contrario, con un poder estatal de carácter socialista se podrían resolver. Porque al privar a los capitalistas de su propiedad privada, se les quita el poder de decidir e influir desfavorablemente sobre curso de la economía. Aunque esto no es una garantía absoluta. Se requiere igualmente que la gente pueda desempeñar un papel activo en el desarrollo de los principios de ese estado, sin el que el estado socialista se desvía de su misión principal.

4. Las soluciones deben lo más completas y centralizadas posibles, ya que los problemas que enfrentamos hoy son de la misma magnitud. Las alternativas amigables pueden ser agradables, pero no responden a estos desafíos. Esto no impide que haya un enfoque subsidiario, usando la terminología de la Unión Europea: las decisiones deben tomarse al nivel adecuado. El gobierno central no debe establecer el color de los puños de la camisa. Pero sí podría corresponderle, por ejemplo, precisar las directrices en materia de energía, transporte, educación, salud, necesidades básicas a satisfacer, etc.

Henri Houben

Febrero de 2011

Original : GRESEA

Traducción : Asociación Cultural Jaime Lago

[ 1 ] Retomada en GRESEA , esta comunicación sirvió discusión dentro de Attac Valonia-Bruselas. Por lo tanto, hemos descuidado tres elementos también cuestionables, pero que son problemas que puedan surgir en los sindicatos: ¿el decrecimiento es un buen lema para los trabajadores que pierden sus puestos de trabajo? ¿si la sociedad de consumo es insostenible a largo plazo, dados los recursos naturales del planeta, qué puede significar el decrecimiento específicamente para personas que ganan poco y viven en condiciones precarias? Por último, incluso si el patrón de consumo es altamente cuestionable y sin duda se debe extender el análisis en este punto, las fuerzas que están en producción, es decir, un bloque de empleados más o menos organizado ¿están en mejores condiciones para derrocar este sistema, frente a fuerzas a menudo aisladas y desorganizadas como los consumidores? en otras palabras, ¿la palanca de cambios no ya no está en la producción si no en el consumo?, ¿una acción sindical sigue siendo más eficaz hoy que la acción de los consumidores (lo que no significa excluir necesariamente a estas últimas)?

[ 2 ] Economista belga, autor de una historia económica de Bélgica después de la Segunda Guerra Mundial.

[ 3 ] Economista británico, autor del libro «Prosperidad sin crecimiento»

[ 4 ] J. Alexis Passadakis y Matthias Schmelzer, «Decay – 12 pistas para una economía de la solidaridad más allá del crecimiento», julio de 2010.

[ 5 ] Por ejemplo, Michel Husson, «Crecimiento sin CO2» Hussonet Nota N º 24, octubre de 2010.

[ 6 ] Karl Marx, Crítica del Programa de Gotha: … http://www.marxists.org/francais/ma .

[ 7 ] Friedrich Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre: http://www.marxists.org/francais/ma

El texto fue publicado en el sitio como el comienzo del movimiento político de los objetores de crecimiento (EPOC), http://objecteursdecroissance.be/spip.php?article168