Una cuarta parte del maíz que se consume en México viene de Estados Unidos, donde la superficie labrada con semillas modificadas genéticamente representa 40 por ciento del total. Desde principios de los años 1990 se ha privilegiado una política de mayores importaciones a costa de la producción interna, al mismo tiempo que la política de precios y subsidios ha modificado la organización de la industria.
Se han encontrado aquí fósiles de maíz que datan de 5 mil a 7 mil años, y hay quienes ubican su existencia hace más de 10 mil años. Es el logro agronómico más espectacular de la historia de la agricultura, ya que de casi un pasto –el teocintle, pariente silvestre aún presente en México, Guatemala y Nicaragua–, los campesinos crearon un cultivo comestible con muchos elementos nutritivos, de gran rendimiento y versatilidad, adaptado a ecosistemas muy diferentes. Se reconocen en México más de 40 razas de maíz y miles de variedades. Como todos los cultivos alimentarios disponibles hoy, el maíz es una planta creada por los campesinos, fundamentalmente por las mujeres. México es reconocido como su centro de origen.
Actualmente el cultivo de maíz ocupa 8.5 millones de hectáreas, equivalente a 50.3 por ciento de la superficie agrícola sembrada en México. Del total de los productores de maíz, aproximadamente 90 por ciento tienen parcelas menores de cinco hectáreas y más de 80 por ciento utilizan semilla propia, adaptada a una enorme diversidad de situaciones geo climáticas. Pese a cincuenta años de revolución verde en México, las semillas híbridas y comerciales solamente son empleadas por 15 por ciento de los productores; el resto utiliza maíz nativo y sigue manteniendo y reproduciendo su diversidad.
El maíz es uno de los cuatro cereales que constituyen más de la mitad de la alimentación del mundo, habitual en una cuarta parte de la población, y principal en 12 países de América Latina y seis de Africa. El patrón de consumo en México indica que 68 por ciento se usa directamente en la alimentación humana, en otros países gran parte es usada como forraje. El mayor productor y exportador de maíz es Estados Unidos, allí el cultivo es principalmente industrial, con semillas híbridas y más de 40 por ciento transgénicas.
Esto último es un factor de alto riesgo para México, que importa de aquel país cerca de la cuarta parte del grano para consumo interno. Esto resulta de políticas agrícolas que favorecen las importaciones en lugar de la producción nacional. En 1993, México era autosuficiente en la producción de maíz, pero desde que opera el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se han ido desmantelando las estructuras de apoyo a la producción nacional, y en 1996, con la desaparición de la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), se entregó el mercado interno a empresas privadas. Trasnacionales como Cargill y Archer Daniel Midland (ADM), que controlan gran parte del comercio mundial de maíz, irrumpieron en el mercado mexicano. Para tener mayor control actúan en conjunto con semilleras, distribuidoras y procesadoras, formando dos cárteles principales: Cargill-Monsanto y ADM-Novartis-Maseca. Monsanto y Novartis son dos de las cinco empresas que controlan el total de las semillas transgénicas en el mundo, Monsanto con más de 90 por ciento.
Aunque el TLCAN fijó originalmente cuotas de importación de maíz y aranceles para proteger la producción nacional, las importaciones de maíz subsidiado de Estados Unidos fueron favorecidas luego de la eliminación de esas restricciones, incluso antes de los plazos establecidos. Entre 1994 y 2002, se importaron a México más de 15 millones de toneladas de maíz por arriba de las cuotas. La pérdida fiscal por la exención de aranceles en ese periodo sumó 2 mil 790 millones de dólares, equivalente a más del doble de los subsidios de Procampo para 2002.
Esta política de subsidio a las multinacionales, no solo representa un grave problema y una competencia desleal a la producción nacional y las economías campesinas. Además, es el principal causante de la contaminación transgénica del maíz campesino en México. Pese a que ellos usan semilla propia para sembrar, no pueden guardar su cosecha todo el año, sino que deben venderla para luego volver a comprar maíz. Se abastecen entonces en las tiendas rurales de Diconsa que hasta 2003 tenía mezclado maíz importado de Estados Unidos, con un alto porcentaje de transgénicos, siendo ésta la mayor causa de la contaminación.
La contaminación transgénica presenta muchos aspectos preocupantes: ambientales, de salud, económicos y culturales. Aquí sólo una pequeña parte de éstos: uno de los efectos probables es que la construcción transgénica, al ser totalmente artificial e incorporar genes de otras especies, produzca una desestabilización genómica en los maíces nativos con los que se cruza y cause deformaciones, esterilidad u otros síntomas. Esto podría manifestarse en generaciones posteriores, acumulando efectos que permanezcan inadvertidos mientras se multiplican, generando una importante erosión genética en los maíces nativos.
Son escasísimos los estudios de los impactos de las construcciones transgénicas sobre la biodiversidad, y de todas maneras, no aplican a México, porque al ser un país megadiverso, las interacciones se multiplican, así como sus impactos potenciales. Por ejemplo, los transgénicos que tienen genes insecticidas, podrían afectar a muchos otros insectos que aquellos para los que fueron diseñados. Y a su vez, a su misma cadena alimentaria. Tampoco se ha estudiado el efecto de las toxinas en estas plantas sobre los humanos. Pero ya se han comprobado alergias en campesinos en Filipinas durante la época de polinización.
Además de la dependencia que generan los transgénicos, por la gran concentración corporativa que los caracteriza, todos están patentados y varias empresas han iniciado cientos de juicios contra agricultores en Canadá y Estados Unidos por «uso indebido de patente». Percy Schmeiser, agricultor canadiense de 75 años, enfrentó durante ocho años una demanda de cientos de miles de dólares de Monsanto, exigiéndole pago de regalías porque su campo se contaminó con canola transgénica. Dos jueces dieron la razón a la empresa, sentenciando a Schmeiser a pagar regalías y los gastos de juicio de Monsanto. Finalmente, la Corte Suprema, aunque eximió a Schmeiser del pago, volvió a dar la razón a Monsanto, sentando un precedente para los casos pendientes y futuros. ¿Qué pasará en México con la contaminación de genes patentados en los campos?
México es la mayor reserva genética mundial de diversidad de maíz y no necesita cultivos transgénicos para satisfacer sus necesidades. No tiene sentido arriesgar esta enorme diversidad y la riqueza económica y cultural que representa, por la rentabilidad de un puñado de trasnacionales y de quienes legislan en su favor.
Investigadora de Grupo ETC