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América Latina: cuatro bloques de poder

Fuentes: La Jornada

En América Latina hay cuatro bloques de naciones que contienden, contrariamente al dualismo simplista con que la Casa Blanca y la mayoría de la izquierda describen el proceso. Cada uno de ellos representa diferentes grados de acomodo u oposición a las políticas e intereses estadunidenses, que dependerán de cómo defina o redefina Estados Unidos sus […]

En América Latina hay cuatro bloques de naciones que contienden, contrariamente al dualismo simplista con que la Casa Blanca y la mayoría de la izquierda describen el proceso. Cada uno de ellos representa diferentes grados de acomodo u oposición a las políticas e intereses estadunidenses, que dependerán de cómo defina o redefina Estados Unidos sus intereses según las nuevas realidades.

La izquierda radical incluye a las FARC en Colombia, sectores de los sindicatos y los movimientos campesinos y barriales en Venezuela; la confederación obrera Conlutas y sectores del Movimiento sin Tierra en Brasil; sectores de la Confederación Obrera Boliviana, los movimientos campesinos y las organizaciones barriales en El Alto; sectores del movimiento campesino-indígena de la Conaie en Ecuador; los movimientos magisteriales e indígena-campesinos en Oaxaca, Guerrero y Chiapas, México; sectores de la izquierda campesino-nacionalista en Perú; sectores de los sindicatos y desempleados en Argentina. Es un bloque político heterodoxo, disperso, fundamentalmente antimperialista, que rechaza cualquier concesión a las políticas socioeconómicas neoliberales, se opone al pago de la deuda externa y en general respalda un programa socialista o nacionalista radical.

La izquierda pragmática incluye al presidente Hugo Chávez en Venezuela, a Evo Morales en Bolivia y a Fidel Castro en Cuba. A una multiplicidad de grandes partidos electorales y a los principales sindicatos y uniones campesinas en Centro y Sudamérica: los partidos electorales de izquierda, el PRD en México, el FMLN en El Salvador, la izquierda electoral y la confederación obrera en Colombia, el Partido Comunista chileno, la mayoría en el partido parlamentario nacionalista peruano Humala, sectores de los líderes del MST en Brasil, el MAS en Bolivia, la CTA en Argentina y una minoría del Frente Amplio y la confederación obrera en Uruguay. Incluida está la gran mayoría de los intelectuales latinoamericanos de izquierda. Este bloque es «pragmático» porque no hace un llamado a la expropiación del capitalismo ni al rechazo de la deuda ni a ruptura alguna de relaciones con Estados Unidos.

En Venezuela los bancos privados, nacionales y extranjeros, ganaron una tasa de más de 30 por ciento entre 2005 y 2007. Menos de uno por ciento de las más enormes propiedades de tierra fue expropiado para otorgarle títulos a los campesinos desposeídos. Las relaciones del capital con la mano de obra siguen inclinando la balanza en favor de las empresas y los contratistas. Venezuela y el presidente Alvaro Uribe de Colombia han firmado varios acuerdos de cooperación económica y de seguridad de alto nivel. Mientras promueve una mayor integración latinoamericana, Chávez busca una «integración» con Brasil y Argentina, cuya producción y distribución de crudo son controladas por corporaciones multinacionales europeas e inversionistas estadunidenses. Aunque Chávez reprocha el intento estadunidense de subvertir el proceso democrático en Venezuela, el país provee 12 por ciento de las importaciones totales de crudo a Estados Unidos, es dueño de 12 mil gasolineras Citgo en Estados Unidos y de varias refinerías. El sistema político de Venezuela es muy abierto a la influencia de los medios masivos privados, apabullantemente hostiles al presidente electo y al Congreso. Hay organizaciones no gubernamentales financiadas por Estados Unidos, una docena de partidos y una confederación de sindicatos actuando en pro de los planificadores estadunidenses. Casi todos los funcionarios y miembros del Congreso que están en favor de Chávez se montaron en su carroza política más por intereses personales que por lealtad populista. El pragmatismo de Venezuela es un campo muy lucrativo para los inversionistas estadunidenses, suministra energía de modo confiable y crea alianzas con Colombia, principal cliente de Estados Unidos en América Latina.

La retórica y el discurso radical de Chávez no corresponden con las realidades políticas. Si no fuera por la intransigente hostilidad de Washington y sus tácticas de continua confrontación y desestabilización, Chávez parecería moderado. Es obvio que sectores de las grandes empresas se quejen del incremento en pagos por regalías, dividendos de ganancias e impuestos. Washington pinta a Chávez cual si fuera un «peligroso radical» porque compara su política con la de los previos regímenes clientelares de Venezuela en los años 90. Pero si tomamos los pronunciamientos de política exterior de Chávez con una pizca de sal, asumimos el cambio en el ambiente internacional acaecido entre 2000 y 2007 y sus limitadas reformas en asistencia social, impuestos y otras, de hecho Estados Unidos está ante un radical pragmático que puede acomodar.

Lo mismo se aplica a la política hacia Cuba y Bolivia. Cuba ha establecido lazos diplomáticos con casi todos los clientes y aliados de Estados Unidos en América Latina. Explícitamente le tendió la mano diplomática a Uribe, rechaza la izquierda revolucionaria de las FARC en Colombia y respalda en público a neoliberales como Lula da Silva de Brasil, Néstor Kirchner de Argentina y Tabaré Vázquez en Uruguay, además de firmar un amplio espectro de acuerdos de adquisición con grandes exportadores estadunidenses de alimentos. Cuba brinda servicios de salud gratis (y entrenamiento a miles de médicos y educadores) en un gran número de regímenes clientes de Estados Unidos, de Honduras a Haití y Pakistán. Abrió la puerta a inversionistas extranjeros de cuatro continentes en todos sus principales sectores de crecimiento. La paradoja es que mientras Cuba profundiza su integración al mercado capitalista mundial en la emergencia de una nueva clase de elites orientadas al mercado, la Casa Blanca incrementa su hostilidad ideológica. Esta postura extremista se emprende también con el régimen de izquierda pragmática de Morales en Bolivia, cuya «nacionalización» no ha expropiado ni expropiará ninguna empresa extranjera. Uno de sus principales propósitos es estimular los acuerdos comerciales entre la elite de las agroempresas de Bolivia con Estados Unidos.

El tercero y más numeroso de los bloques políticos en América Latina lo constituyen los neoliberales pragmáticos: el Brasil de Lula y la Argentina de Kirchner. Muchos son los imitadores de estos regímenes entre las filas de la oposición liberal de izquierda en Ecuador, Nicaragua, Paraguay y otros lados. Kirchner y Lula defienden su paquete completo de privatizaciones legales, semilegales e ilegales. Ambos prepagaron sus obligaciones oficiales de deuda y buscan estrategias de crecimiento mediante la exportación de minerales y productos agrícolas, e incrementaron las ganancias empresariales y financieras restringiendo sueldos y salario.

Hay también diferencias. La estrategia en favor de la industria de Kirchner condujo a una tasa de crecimiento que duplica la lograda por Lula; redujo el desempleo en 50 por ciento, lo cual contrasta con el fracaso de las políticas de empleo de Lula. En Argentina, el ambiente de inversión para empresarios y banqueros es favorable para la consecución de ganancias. Sus principales diferencias con Washington derivan de las negociaciones en torno a un acuerdo de libre comercio. Mayores oportunidades de comercio global y una posición mercantil más fuerte les otorga una posición más fuerte al negociar. Ni Lula ni Kirchner respaldarán el intento militar estadunidense de derrocar o boicotear a Chávez, porque trabajan conjuntamente aumentando lucrativas inversiones y proyectos de petróleo y gas. Reconocen la naturaleza básicamente capitalista del régimen de Chávez aun cuando rechacen la mayor parte de su radical discurso antimperialista. Ambos presidentes diversifican sus socios comerciales y buscan acceder a mercados en China y Asia.

Washington no es hostil con Argentina y tiene una relación amistosa de trabajo con Brasil, pero no logró extender su influencia a ellos por su renuencia a entender estos regímenes de libre comercio «nacionalista». Que Kirchner se empeñe en lograr acuerdos negociados, inversiones reguladas, recolección de impuestos y renegociaciones de la deuda es visto como «nacionalista», «izquierdista» y casi intolerable. Washington se preocupa de que las políticas de libre comercio de Lula exijan que Estados Unidos ponga fin a sus subsidios y cuotas agrícolas, como lo hace Brasil. Pero con tal de defender a sus empresas agrícolas no competitivas, Washington sacrifica en su extremismo la posibilidad de entrar a gran escala y largo plazo al sector industrial y de servicios de Brasil.

El cuarto bloque político son los regímenes, partidos y asociaciones de elite neoliberales doctrinarios, que siguen al pie de la letra los dictados de Washington. Es el régimen de Felipe Calderón en México, que se prepara para privatizar las lucrativas empresas petrolera y eléctrica. Es el régimen de Michelle Bachelet en Chile, perenne exportador de minerales y productos agrícolas, la Centroamérica exportadora de fruta tropical y plena de maquiladoras. Colombia, que recibe 5 mil millones de dólares en ayuda militar estadunidense desde finales de los 90. Perú que por más de 20 años ha privatizado toda su riqueza mineral, gobernado ahora por Alan García, otro cliente de Estados Unidos.

Según Washington y los ideólogos de derecha un «populismo radical» barre la región, simplificando una compleja realidad para servir a sus propios intereses. Lo que hay es un cuadrángulo de fuerzas que compiten y se confrontan en América Latina.

Washington insiste que la influencia subversiva de Venezuela y Cuba debilita su posición en América Latina. Un factor mucho más importante es el aumento generalizado de los precios de bienes de consumo, lo que significa mayores entradas por exportación a la región. Entonces, los países latinoamericanos dependen menos de las «condiciones» del FMI para allegarse préstamos, lo que limita aún más la influencia estadunidense. Mayor liquidez significa poder contar con préstamos comerciales sin recurrir al Banco Mundial. Los expansivos mercados de Asia, en particular el aumento de la inversión asiática en las industrias extractivas latinoamericanas, erosiona aún más el apalancamiento mercantil estadunidense en la región. Ante la caída de su propia economía en 2007, es probable que Estados Unidos reduzca sus inversiones y comercio con América Latina. En otras palabras, tiene menos margen de maniobra sobre izquierdistas y neoliberales pragmáticos que en los 90. Mal etiquetar a lo regímenes y exagerar grado y clase de la oposición conduce a la exacerbar los conflictos. Persistir en la actitud de lograr acuerdos de libre comercio a escala continental mediante concesiones no recíprocas es perder la oportunidad de lograr tratos comerciales.

Esto es efecto de una configuración ultraconservadora por parte de los planificadores estadunidenses y sus principales asesores.

Washington describe burda y malamente la realidad latinoamericana, lee incorrectamente el contexto regional e internacional actual, pero los intelectuales de izquierda exageran el radicalismo o la realidad revolucionaria de Cuba y Venezuela. Pasan por alto la contradictoria realidad y sus acomodos pragmáticos con los regímenes neoliberales. Con muy poca perspicacia histórica, continúan creyendo que neoliberales pragmáticos como Lula, Kirchner y Vázquez son «progresistas», y los agrupan junto con izquierdistas pragmáticos como Chávez, Castro y Morales. En ocasiones caracterizan a los partidos y a los regímenes según sus pasadas identidades políticas izquierdistas y no según sus actuales políticas elitistas de libre comercio y exportación de agrominerales.

La izquierda debe encarar el hecho de que pese a que el poder estadunidense declinó, se recupera y avanza desde que las rebeliones de masas derrocaron a sus clientes en 2000-2002. Quedaron en la nada las esperanzas de la izquierda en que la victoria de antiguos partidos políticos electorales de centroizquierda revirtiera las políticas neoliberales de sus predecesores. Redefinir la conversión de izquierdistas en neoliberales pragmáticos cual si fuera algo progresista o creara un contrapeso al poderío estadunidense, es ingenuo y confunde aún más.

El declive de la influencia estadunidense en América Latina no es lineal: una abrupta caída fue seguida de un repunte parcial. Ningún ascenso sostenido de la izquierda radical sale al paso de este descenso en influencia. Los ganadores reales son los izquierdistas y neoliberales pragmáticos, que llegaron el poder ante la retirada de los neoliberales doctrinarios y la favorable coyuntura expansiva de las condiciones del mercado mundial.

Traducción: Ramón Vera Herrera