A pesar del aparente éxito del neoliberalismo en América Latina entre 1973 y 1990, expresado en la expansión de este modelo y la ausencia, debilidad o intermitencia del pensamiento crítico-propositivo en ese período, las cosas han estado cambiando sensiblemente en este continente desde que tuvo lugar el alzamiento cívico militar de Venezuela conocido como «el […]
A pesar del aparente éxito del neoliberalismo en América Latina entre 1973 y 1990, expresado en la expansión de este modelo y la ausencia, debilidad o intermitencia del pensamiento crítico-propositivo en ese período, las cosas han estado cambiando sensiblemente en este continente desde que tuvo lugar el alzamiento cívico militar de Venezuela conocido como «el caracazo».
Pero mas allá de alzamiento venezolano, el decenio de los años 90 fue testigo de otros acontecimientos políticos que fueron ratificando que el modelo neoliberal no sólo estaba en crisis económica y social, sino también en crisis ideológica y política.
En el año 1994, tuvo lugar el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México, y tres años después (1997) el movimiento indígena y popular en Ecuador derrocó al gobierno neoliberal del presidente Abdalá Bucaram.
Aún cuando la propuesta del EZLN no era acceder al gobierno, sino llamar la atención sobre el abandono de la población indígena de uno de los estados más pobres de la nación mexicana (Chiapas), ni el movimiento indígena y popular ecuatoriano llegó al gobierno en ese momento, ambos acontecimientos dejaron claro la importancia de la protesta en la lucha contra el neoliberalismo. Caliente aún estaba el escenario latinoamericano, cuando se produce el triunfo arrollador de la candidatura de Hugo Chávez en Venezuela en las elecciones del año 1998.
Venezuela, que había sido hasta ese momento paradigma de la democracia burguesa representativa; ejemplo de la funcionalidad de la rotación bipartidista (Adecos y Copeyanos) y asiento del sistema de punto fijo, una especie de candado político de la burguesía contra el movimiento popular y la izquierda, era escenario de una revolución devenida referente en el Tercer Mundo.
De esta manera, el siglo XX americano terminó con una efervescencia social que continuó indetenible en el siglo XXI, cuando el Partido del Trabajo ganó las elecciones pare elegir presidente en Brasil en el año 2002; dos años después, Uruguay repitió un acontecimiento similar, o sea, la victoria de la coalición de izquierda integrada por el Frente Amplio, el Encuentro Progresista y la Nueva Mayoría y el 18 de diciembre del 2005 el candidato indígena y popular boliviano Evo Morales Ayma ganó las elecciones para presidente en ese país del altiplano con el 54.1% de los votos.
Si bien estos son acontecimientos de una importancia capital, por que llevaron a la nueva izquierda al gobierno, no menos importantes son la continuidad del movimiento indígena y popular de Ecuador que echó del gobierno al presidente Jamil Mabuad en el año 2000 y a Lucio Gutiérrez en el año 2004, la batalla electoral del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional de El Salvador (FMLN) y del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua en el año 2004.
Igualmente, resulta importante la posición del gobierno del presidente Néstor Kirchner en Argentina por que rompió con la ortodoxia neoliberal menemista y encaminó a esta nación austral hacia la recuperación económica y hacia una posición más independiente en la arena internacional.
Al margen de las particularidades históricas de cada país, lo cierto es que en América Latina ya no estamos en la fase crítico interpretativa de las políticas neoliberales, sino que se está pasando de la protesta a la propuesta, y de ahí a la conformación de alternativas.
Lo primero que se observó fue que algunos líderes contestatarios al sistema como cuadros sindicales, religiosos de base, líderes comunales, algunos académicos y algunos políticos advirtieron que el modelo neoliberal iba a ser nefasto para nuestros países, para el Estado-Nación y sobre todo para los pueblos.
Esta fase que identifico como crítico-interpretativa es necesaria pero no es suficiente para la derrota del modelo, por que no pasa de la interpretación del problema y de lo que se trata es de transformar la realidad.
La fase de la protesta, que en Latinoamérica se expresa en las manifestaciones populares, en algunos países en el abstencionismo electoral o en el voto de castigo, pero fundamentalmente en los estallidos sociales, significa un nivel superior de lucha, pero tampoco es suficiente, sino viene acompañada de una actitud propositiva, o sea, de una propuesta alternativa.
Ciertamente, en Latinoamérica tenemos ya algunas expresiones de esa proyección alternativa. El camino lo abrió Cuba desde 1961 con la declaración del carácter socialista de la revolución y lo continuó Venezuela desde 1999 cuando el gobierno del presidente Chávez llamó a una nueva constituyente, a redactar una nueva Constitución que le diera legitimidad a las medidas revolucionarias, refrendarla por voto popular y a refundar el Estado venezolano.
La proyección alternativa de Venezuela se constata en las transformaciones que impulsa el gobierno bolivariano, tanto al interior de la nación como en la política exterior de ese país. Algunos de los ejemplos más claros de estas transformaciones son el abanico de leyes revolucionarias, el complejo de misiones y el ALBA.
Se reconoce que erigirse en alternativa al modelo neoliberal es una tarea difícil, y más difícil aún levantar una alternativa al sistema, pero la situación a la que ha conducido el modelo a Latinoamérica indica a cada paso que no sólo es necesario, sino imprescindible para la sobrevivencia y el desarrollo.
Si bien es cierto que la experiencia de ir conformando un modelo de desarrollo alternativo al neoliberalismo -y al capitalismo- implica el acceso de las fuerzas políticas emergentes (nueva izquierda, movimientos sociales, movimiento indígena etc.) a los distintos niveles de gobierno (central, regional, local), nada indica que pierda importancia la acción de protestar, debido a que la conformación de cualquier alternativa tiene lugar en medio de la confrontación de intereses y la lucha de clases a lo interno y a nivel internacional.
Esto genera una especie de dialéctica entre la protesta y la propuesta alternativa, que no debe perderse de vista en la porfía antineoliberal. Una prueba del acierto de esta dialéctica protesta-alternativa-protesta es la revolución bolivariana y cubana. Tanto en Venezuela como en Cuba, la izquierda es gobierno y sin embargo, en ninguno de los dos países cesa la protesta contra el imperialismo, contra el terrorismo, contra la guerra, contra la explotación y la injusticia.
Si bien todos los países latinoamericanos no están en condiciones de estructurar políticas alternativas con la misma profundidad y velocidad que Venezuela o Cuba, en otros países se están produciendo cambios desde la izquierda. Tales son de Brasil, Uruguay y más recientemente Bolivia.
Esto indica que la crisis del neoliberalismo es irreversible y que el corolario de esa crisis es la apertura de un ciclo político en esta región caracterizado por la pérdida del monopolio de la derecha ortodoxa proneoliberal, la crisis de los postulados del Consenso de Washington y el protagonismo de una nueva izquierda, que ha ido madurando en la lucha antineoliberal y tiene en este proceso su lugar en la historia reciente de América Latina.