Cuando a través de los medios me enteré de que George Bush padre y George Bush hijo habían mantenido una reunión amistosa, no le di importancia. Nada más natural que padre e hijo lo hagan, así sea de vez en cuando. Al margen del parentesco, para nadie es un secreto sus muchas coincidencias que, además […]
Cuando a través de los medios me enteré de que George Bush padre y George Bush hijo habían mantenido una reunión amistosa, no le di importancia. Nada más natural que padre e hijo lo hagan, así sea de vez en cuando. Al margen del parentesco, para nadie es un secreto sus muchas coincidencias que, además de fortalecer sus vínculos familiares, han hecho de padre e hijo dos entrañables amigos. Como dijera Aristóteles, «la amistad es un alma que habita dos cuerpos y un corazón que habita dos almas».
Cuando un párrafo más abajo leí que estaban reunidos con Martín Torrijos, aquel que fuera presidente panameño sólo porque ya la Casa Blanca estaba ocupada, que vocación tenía, tampoco me llamó la atención. Decía Solón «no contraigas amistades a la ligera y conserva siempre las que hiciste».
Cuando más adelante supe que, además, participaba en el encuentro el ex primer ministro canallense Brian Mulroney, por un momento pensé que, tal vez, dada la catadura del personaje, afín a la ralea convocada, algo se estaba urdiendo pero, tampoco me preocupó. Al fin y al cabo eran todos amigos. Pitágoras decía «tarda en hacer una amistad y más aún en deshacerla».
Cuando unas líneas después me enteré de que, incluso, estaba Uribe, la verdad es que ya me alarmé un poco. No es todos los días que uno asiste a un cónclave tan siniestro por más amistad que se comparta y recuerdos que deban evocar las partes, pero ahora que todos ellos, sin oficio conocido, disponen del tiempo del que antes carecieran para ejercer anónimas labores, tampoco es de extrañar que insistan en reunirse. Decía Bacon que «el que es incapaz de la amistad más tiene de bestia que de hombre».
Cuando acabé sabiendo que también estaba Aznar, las suspicacias comenzaron a demandar respuestas a las que ya no conformaba la amistad. Cierto que eran amigos, pero no más que socios, cómplices, sicarios, secuaces… por más verdad que encierre aquella máxima que apuntara Salustio de que «en la conformidad de las voluntades consiste la verdadera amistad».
Cuando terminé por saber que estaban todos invitados por el mafioso venezolano Gustavo Cisneros, se confirmaron mis peores temores, y renegué de Aristóteles, maldije a Solón, me cagué en Pitágoras, le menté la madre a Bacon y mandé a la mierda a Salustio.
Lo peor, en cualquier caso, vino después, cuando supe que se habían reunido en Casa de Campo y, desolado, alcé los brazos al cielo preguntando: ¿Y por qué en mi República Dominicana? ¿Por qué? ¿Por qué no en el Infierno? Y una voz amiga, acaso la de Dios, me respondió: ¡Porque al Diablo no le gusta salir de casa!
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