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Reseña de El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas. Eva Illouz

Amor y sexualidad en el capitalismo escópico

Fuentes: Rebelión

Eva Illouz es una socióloga muy interesante, a la que conocí a través de la lectura de un ensayo que me pareció revelador: “La salvación del alma moderna. Terapias, emociones y cultura de la autoayuda”. Continué leyéndola con “Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo” y hace poco con otro libro imprescindible, escrito con Edgard Cabanas y titulado “Happycracia. Como la ciencia y la industria controlan nuestras vidas”. Sus trabajos forman parte de un conglomerado de estudios mucho más amplio, del que tampoco puede faltar “La mercantilización de la vida íntima. Apuntes de la casa y del trabajo” de Arlie Russell Hochschild. Se trata de ensayos sociológicos muy críticos, pero también muy rigurosos metodológicamente, que pretenden describir, entre otras cosas, cómo funciona la mercantilización de las emociones en la fase actual del capitalismo. Planteamientos que tienen que ver, por supuesto, con la conceptualización de Zygmund Baumann de que vivimos en una sociedad líquida. Pero también con los trabajos de Richard Sennett, del que diría que uno de sus primeros libros, “El declive del hombre público”, es un innegable referente para este ensayo.

 El libro de Eva Illouz está inscrito en un trabajo de largo recorrido, que la autora empezó hace ya dos décadas ( y en el que se sitúan los libros anteriormente citados) sobre la manera como la cultura del tardocapitalismo en el que estamos inmersos ha transformado nuestra subjetividad y nuestras prácticas e ideas relacionadas con nuestra vida emocional, sexual y romántica. Lo que llama el capitalismo escópico, entendido como centrado en la pantalla y en la imagen. Su idea de relación negativa es la de una relación que empieza con fecha de caducidad, sea porque tiene desde el inicio la marca de lo efímero o la de lo incierto. La autora va analizando y ejemplificando con fragmentos de entrevistas, lo que son las dinámicas de unas relaciones amorosas sin cortejo ni ritual, de la sexualidad causal, de la presencia del fantasma del desamor acompañando siempre ala del amor. Temas muy complejos, que llevan finalmente a la problemática de libertad y, más específicamente, a la de la libertad sexual. Idea liberal de libertad, entendida de manera unilateral como capacidad de elegir y, en el marco de una sociedad capitalista, condicionada por el mercado y por sus medios de formación y de manipulación de los deseos. Lo que se plantea Eva Illouz, radicalmente, es el precio que estamos pagando por esta idea de libertad sexual, lo que estamos dejando en el camino. Y sobre todo hay en ella una reivindicación de la dignidad de lo humano que me parece muy interesante. Las relaciones, la sexualidad, el amor parecen haber traspasado una medida, haber caído en lo que los griegos antiguos llamaban la Hybris. La falta de normas reguladoras de las relaciones da lugar, no a una mayor espontaneidad en las relaciones, sino a un aumento de la incertidumbre. Las relaciones están marcadas por la confusión, no hay rituales ni de inicio ni de final, el compromiso y la fidelidad se consideran obstáculos a la libertad. Pero la alternativa es que la libertad sea menos individualista y más social (“la libertad social” que reivindica Axel Honneth ), y quizás este tipo de libertad líquida, inconsistente, conduzca, como decía Richard Sennett, a la “corrosión del carácter”. Podemos pensar una manera interna de entender la libertad, vinculada al compromiso y a los vínculos, y que justamente necesita un carácter sólido y consistente, no “un hombre sin gravedad” según la expresión del psicoanalista Charles Telman.

 Estoy completamente de acuerdo con el planteamiento de Eva Illouz: no se trata de defender  un retorno a los valores conservadores sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia, pero sí a una reflexión crítica sobre la deriva a la que conduce la creencia y las prácticas asociadas a considerar que la libertad (sobre todo la sexual) no es simplemente capacidad de elegir. Porque este planteamiento supuestamente abstracto, lo que hace es eludir el contexto en el que se inserta, que es el capitalismo y las fuerzas que lo mueven, totalmente devastadoras. Hay que pensar también si es una buena opción entender todas las relaciones humanas, en sus variados registros, como relaciones contractuales.  El libro de Eva Illouz, como ella misma dice, no es un libro normativo. No es esta la función del sociólogo. Aunque tampoco lo es mantener una aséptica “objetividad” basada en las estadísticas y que pasa por “imparcial” cuando es una aceptación de las premisas ideológicas hegemónicas, es decir del statu quo. Porque el científico social debe mantener siempre, como hace la autora del libro, la tensión entre la parcialidad de una actitud crítica que problematiza y el ideal de objetividad de quién quiere describir y explicar los procesos sociales. La autora apuesta por una sociología cualitativa y comprometida que cuestione lo que se nos quiere hacer pasar por normal cuando es totalmente contingente y sometido a intereses que no se quieren mostrar. Cierto es que las entrevistas seleccionan un grupo social muy específico, el de la clase media de las sociedades liberal. Pero seguramente es el colectivo donde todo lo que plantea el libro resulta más evidente.

 Un ensayo, en definitiva, muy interesante. Que abre un horizonte muy sugerente que vale la pena profundizar con los libros anteriores de la autora y con otros que resultan complementarios. Me parece importante entrar en temas por los que Eva Illouz pasa de puntillas como el de la crisis del patriarcado y de la figura del padre y las reacciones defensivas que provoca en los hombres.  También sería importante entrar en el tema, bien trabajado por el psicoanálisis de orientación lacaniana, sobre la manera de abordar la temática del libro desde la diferencia entre placer y goce; entre lo simbólico, lo imaginario y lo real; desde el narcisismo y la diferencia entre necesidad, demanda. En todo caso este libro nos ofrece un buen material para lo que Michel Foucault llamaba una ontología de la actualidad.