Todo es posible en La Habana, incluso que un afamado director cinematográfico estudie parte de su carrera en la no menos reconocida Escuela de San Antonio de los Baños, y que unos años más tarde declare que su película «Habana Blues«, rodada casi íntegramente en la ciudad de las columnas (Alejo Carpentier, dixit), es su […]
Todo es posible en La Habana, incluso que un afamado director cinematográfico estudie parte de su carrera en la no menos reconocida Escuela de San Antonio de los Baños, y que unos años más tarde declare que su película «Habana Blues«, rodada casi íntegramente en la ciudad de las columnas (Alejo Carpentier, dixit), es su declaración de amor a la villa, un homenaje a la capital de Cuba, que trata de contarnos una historia de rockeros tan patética como nada creíble, excepto para aquellos tuertos voluntarios que opinan que en la mayor de las Antillas sólo existen dos tipos de juventud: la que quiere poner mar de por el medio como sea, y los que se niegan a abandonarlo todo pero, como en el film, estos últimos no tienen oportunidad (el realizador se niega a ello) de explicar las razones que les impulsan a permanecer en su país natal.
Como afirma un colega del Mincult (Ministerio de Cultura cubano): «Ese tipo hace hablar a los muchachos habaneros como si fueran madrileños o sevillanos«. Ni que decir tiene que él ya había visto la cinta. Zambrano dice que la historia de los dos protagonistas es un drama. Yo lo corroboro. Un verdadero drama.
Hace unos días, mi estimada amiga Mary, telefoneó para invitarme a disfrutar del filme de Benito (un día hablaremos de su incomprensible desdén hacia el autor de la música, el compositor y cantante X Alfonso), en compañía de unos cuantos jóvenes de la familia, cuyas edades estaban entre los 18 y 25 años. Tras la proyección, que siguieron con mucha curiosidad y gestos de sorpresa en determinadas escenas, los comentarios fueron para todos los gustos; pero hubo una línea común en la mayor parte de quienes allí estábamos: esas imágenes no eran, ni remotamente, un fiel reflejo de la juventud habanera. Y, mal que le pese al realizador sevillano, el lenguaje utilizado, la jerga puesto en boca de los protagonistas, no parece escrito por alguien que conoce las claves de los jóvenes capitalinos, sino de aquel que está pensando en «el público de fuera«, prostituyendo así no sólo el desarrollo de la artera trama, sino hasta la mínima credibilidad que debe tener un diálogo entre muchachos que hacen rock, hip-hop, hardcore, fusion, blues, reggaeton, o lo que sea, que luchan por la fama y viven en esta maravillosa ciudad.
Zambrano pisa y resbala en la yema de huevo, sabiendo que a pesar del batacazo artístico (el económico, por supuesto, está salvado por la norteamericana Warner Bros, que es quien anda protegiendo al enamorado), eso no parece quitarle el sueño ante las perspectivas de distribución del filme en las tierras de La Florida, donde hay hambre de historias que «aplasten» cualquier idea en torno a una plácida existencia en la Cuba revolucionaria. El señorito Zambrano (que en 1999 demostró genio y figura en «Solas» y en el 2001 con la televisiva «Padre Coraje«), que ha pasado algún tiempo en las cercanías de La Habana, no ha querido, acaso involuntariamente, hacerle caso al corazón, sino a las voces que, desde la productora, reclamaban una historia «realista» (a la española) sobre un colectivo tan variopinto como numeroso: los jóvenes músicos cubanos residentes en La Habana. Y en el fallido empeño le han salido críticas bastante duras:
«Decepcionante quizá la última película de Zambrano, no porque sea mala, sino porque después de Solas se esperaba algo mejor. La película por momentos te aburre, no te engancha y deja de interesarte casi a los 15 minutos. Es cierto que luego, llegando al final se despierta un poco, pero no justifica la hora y cuarto que llevas sentado en la butaca del cine.». (Supercastells, Torrent. España).
«Algunos de los conflictos son dibujados con excesiva simpleza, aunque la mayoría tienden a estar muy bien resueltos. Sin embargo, los mayores peros de la película se encuentran en la misma base. Los actores, sobre todo el protagonista, son desacertados; la música parece más cercana a operación triunfo que a los barrios de la Habana, y en ningún momento tenemos la sensación de estar aprendiendo nada sobre la maraña musical de la isla». (Sergio, Zaragoza. España).
«La película de Zambrano tiene buenos momentos, aunque el epicentro de la misma no sea la batalla que entablan los músicos cubanos para grabar, sino una pretendida denuncia de las multinacionales disqueras, verdaderos vampiros del rock, así como la dicotomía entre el chaval que quiere irse y el que se queda. Patético por simplista. No existe el ritmo y deja de interesar al cuarto de hora de exhibición. Muchos afirmamos que «Solas» era una muy buena película, mas de «Habana Blues» no se acordará mucha gente en el futuro. Sorry Benito, pero La Habana y su gente dan para muchísimo más, brother.» (José Luis, Málaga. España)
Zambrano ha hecho una película engañosa, superficial e infantil, para un público desinformado, o mejor dicho, mal informado por las multinacionales «independientes«, para un potencial espectador que pone por delante la previa condena a la sociedad cubana, antes que la curiosidad y el criterio, el rigor y la información objetiva. El buen profesional que es Benito, cayó en las redes de los compradores de conciencia con la misma facilidad con la que un gacetillero español, experto en música, se estrella en el intento cuando quiere «cazar» a un artista antillano, planteándole cuestiones sobre política, y no acerca de sus canciones. Coño, no sé por qué los periodistas españoles casi nunca inquieren sobre temas artísticos a los políticos cubanos. Será, me digo, porque tienen orden de no entrevistarles nunca. Que yo sepa, en treinta y cinco años que he pasado entre cámaras y micrófonos, JAMÁS se ha invitado a un programa, a un debate, a representantes oficiales del gobierno cubano, o a los miles de profesionales que defendemos las conquistas de la Revolución. Y no sólo la originada tras el triunfo de Fidel, sino aquella primera en la que Carlos Manuel de Céspedes, en 1868, se alzó en armas contra el imperio español y su monarquía absolutista. Esa es la famosa «objetividad y rigor informativo» de la mayor parte de los medios de comunicación europeos que, como analizaba hace unos días Ignacio Ramonet («Le Monde Diplomatique»), están siendo monopolizados peligrosamente por tres o cuatro archimillonarios de la globalización, que compran sin decoro ni recato todo tipo de plataformas de expresión para encadenar la libertad. Y es que el dinero paga bien los silencios.
En el caso de Zambrano, las anécdotas que plantea el filme «Habana Blues» no pueden sustituir a la realidad de una juventud como la cubana, en la que existen, cómo no, todo tipo de actitudes: la de los que quieren conocer el «paraíso primer mundista» para permanecer en él; la de los curiosos que desean ir pero no quedarse de forma definitiva; la de quienes aunque puedan viajar no están entusiasmados con la idea; la de quienes viajan y siempre vuelven; la de los que huyen, no regresan en unos años pero al cabo de poco tiempo retornan cabizbajos; la de quienes ni siquiera tienen deseos de abandonar su familia y su entorno; la de los que logran, tras ímprobos esfuerzos ante el consulado de España, Italia, Alemania, Francia o Canadá, que les dejen ir a visitar a familiares. Y no es el gobierno cubano quien pone las trabas. Acabemos de una vez con esta falacia.
Mi película tiene un sólido, real y verdadero argumento: una muchacha cubana logra una beca en una Universidad española. Las autoridades de la isla le otorgan todos los permisos correspondientes. Con el billete y el pasaporte en la mano, el drama de mi protagonista comienza en la flamante embajada española, donde se le exige la presentación de distintos documentos, como un certificado en la que una autoridad u organismo, españoles claro, se responsabilice de su asistencia médica en la península, otro sobre la residencia habitual, otro sobre quién sufraga su alimentación, otro sobre los impuestos fiscales, amén de obligarle a presentar una cuenta corriente en algún banco cubano por valor de 500 cuc (pesos convertibles equivalentes al dólar), etc. Lo mejor (y más increíble) es cuando, una vez cumplidos los engorrosos trámites, el consulado de Juan Carlos de Borbón riza el rizo de los desmanes al plantear: «Y ahora, querida Agnés, sólo te falta una «cosilla» de nada: una cuenta corriente en alguna entidad bancaria española con un saldo de 1.000 euros». La pobre becada estalló en llanto. El sadismo es juego de niños al lado de lo que se le exigía para seguir su curso en la universidad.
¿Existe voluntad por parte de las autoridades europeas para recibir ciudadanos cubanos, bajo las mismas condiciones que otros de EEUU o Polonia, por ejemplo?. En absoluto. Esta película, que nunca podré dirigir, es una pequeña pero durísima muestra del comportamiento «democrático» de los gobiernos de esa falsa comunidad europea, que únicamente es común cuando se trata de expulsar africanos, o de hacer negocios con las penurias de los emigrantes ya existentes. Y en el consulado español de La Habana se han matado sueños, proyectos, ilusiones, encuentros, simplemente porque la CE ha dictado una sentencia: Al cubano, ni agua, a menos que sea anticastrista. Nada de esto se plantea en el filme. Cuando uno de los protagonistas grita: «¡¡Me quiero ir de esta puta isla¡¡», se conoce que nadie le había informado de lo que le aguardaba en el consulado de cualquiera de las «democracias europeas» existentes en La Habana. Pudiera ser, entonces, que la puta fuera otra, y no la isla, precisamente.
El filme «Habana Blues» no habla de eso, no cita, ni de lejos, los problemas por los que atraviesa un joven músico cubano si desea ir a España en un simple viaje profesional. No refleja las miles de trampas que le tiende la burrocracia española a la hora de conceder la visa. El filme oculta, manipula y juega con el espectador, bajo la sarcástica afirmación del propio Zambrano: «Mi película es una declaración de amor». Para colmo, existe un slogan, pretendidamente inteligente, que trata de sintetizar la historia: Vivir es elegir.
Lo malo es cuando tienes que elegir entre Aznar o Zapatero, Tele-5 o Antena-3, TVE o Canal Plus, Localia o Telemadrid, Canal Sur o ETB. Entonces, lo mejor es huir para seguir viviendo. Hay amores que matan: los del director lebrijano. Hay mentiras que no se soportan: «Habana Blues», es una de las más aburridas.
PD.- El firmante declara solemnemente que este artículo es una declaración de amor y cariño hacia Benito Zambrano.