Amuay pudo ser el evento catastrófico y extraordinario que esperaban la Embajada de Estados Unidos y la oposición venezolana. Amuay hubiera podido convertirse en el talón de Aquiles de la campaña chavista. Amuay tenía todo para ser la bandera, signo y símbolo de la derecha. Amuay hubiera sido todo eso y más, solamente si el […]
Amuay pudo ser el evento catastrófico y extraordinario que esperaban la Embajada de Estados Unidos y la oposición venezolana. Amuay hubiera podido convertirse en el talón de Aquiles de la campaña chavista. Amuay tenía todo para ser la bandera, signo y símbolo de la derecha. Amuay hubiera sido todo eso y más, solamente si el gobierno no hubiese actuado como lo hizo.
Me explico: más allá del resultado que arrojen las investigaciones sobre lo ocurrido, el Estado venezolano, habitado por el gobierno bolivariano y liderado por el presidente Hugo Chávez, dio muestra de ser fuerte y eficaz. En menos de cien horas, logró detener lo que hubiera podido convertirse en la tragedia industrial más grande de este siglo XXI. El Estado fue capaz no sólo de confinar el fuego y limitar su expansión, sino que además respondió a los sobrevivientes y familiares de víctimas con la entrega de pensiones y viviendas en tiempo récord.
Amuay, además, fue sólo uno de los eslabones de una trágica semana para las venezolanas y venezolanos. Eventos naturales ocurrían en el mismo instante en Cumanacoa, estado Sucre. También en ese caso fue efectiva la respuesta del gobierno, para bien de las víctimas y mal de la oposición.
El presidente Chávez tenía todos los elementos parar desatar una polémica interminable sobre el caso. Pudo hablar de sabotaje, fustigar a la oposición necrofílica, culpar sin más a Estados Unidos por la explosión. Pero, contrario a todo esto, escogió hablar con acciones efectivas para aliviar los daños humanos y materiales.
No podemos decir lo mismo de una oposición venezolana que, justo instantes después del incidente, comenzó a esgrimir las más alocadas hipótesis que iban desde un supuesto olor a gas hasta que la culpa era de Chávez por «despido» de quienes pararon Petróleos de Venezuela en el año 2002.
Las encuestadoras dirán la última palabra, pero en lo que a mí concierne y desde una perspectiva politológica, no tengo duda en afirmar que una vez más la oposición quedó como la mejor amiga de catástrofes y muertes y Hugo Chávez como quien asume su responsabilidad y encara las dificultades. Ello, evidentemente, tendrá un inminente efecto electoral.
Los venezolanos ven muy mal a quienes celebran las tragedias y en este caso vimos cómo se festejó hasta más no poder lo ocurrido, a través de una infeliz rueda de prensa de Capriles Radonski, quien interpretó el caso como una fuente inagotable de votos a su favor: la avaricia le brotó por los ojos, pero también a través de la alcaldesa de Maracaibo, quien, sin tapujos, expresó a los medios: «les tengo una buena noticia, explotó el tercer tanque en Amuay». Tampoco se quedó atrás Enrique Mendoza, quien, cual pitoniso, a través de su cuenta en Twitter, vaticinó que «vendrán nuevos accidentes».
Amuay le enfrió la campaña a Henrique Capriles y lo colocó como un muchacho criticón y pasivo, al tiempo que posicionó a Chávez como un líder que resuelve y sabe cómo y cuándo dejar la campaña de un lado y centrarse en lo esencial: las víctimas de la tragedia.
Amuay no fue, pues, el evento extraordinario que revertiría el triunfo de Chávez. Todo lo contrario. Amuay le enfrió la campaña a Capriles y esto el candidato opositor no lo podrá revertir ni siquiera porque llame «jalabolas» a los trabajadores venezolanos.
@maperezpirela