Por ahora la memoria carece de anatomía. La expresión por ahora tiene fecha de caducidad: es muy probable que en el futuro los científicos describan con exactitud los circuitos celulares, subcelulares y bioquímicos de la memoria. Sin duda, se desmenuzarán las características de las personas dotadas de buena memoria y los entresijos de quienes no […]
Por ahora la memoria carece de anatomía. La expresión por ahora
tiene fecha de caducidad: es muy probable que en el futuro los científicos describan con exactitud los circuitos celulares, subcelulares y bioquímicos de la memoria. Sin duda, se desmenuzarán las características de las personas dotadas de buena memoria y los entresijos de quienes no cuentan con esa cualidad. Es probable que cuando eso suceda el destino de la humanidad será distinto. No habrá cómo escudarse en el reino del olvido. No será tampoco factible esconder el rostro detrás de esa máscara tan detestable con la que cubren sus rostros algunos sátrapas muertos y no pocos de sus colegas vivos bajo el execrable argumento: no sabíamos
.
Memoria es tiempo y tiempo es memoria. Las interconexiones entre ambos definen muchas características del ser humano. El tiempo de Haití es parte de la desmemoria de la humanidad. La realidad de la devastación que asuela a Haití suma el poder de la catástrofe y la vileza de la calamidad. Aunque no es correcto hablar de responsabilidad de la naturaleza, su ocasional capacidad destructiva es una de las razones de las muertes producidas por desastres como los tsunamis o los terremotos. La otra razón, en muchas ocasiones, es la miseria generada por el ser humano. Pobreza y desastres son sinónimos.
A diferencia de las turbulencias de la naturaleza, los seres humanos sí somos culpables de las calamidades de otros seres humanos. La pobreza, el abandono, la desmemoria y la explotación sin fin son el sustrato de la desgracia de Haití, de la devastación en África por el sida y de la miseria de las comunidades indígenas en México y el resto del continente. Lo sucedido en Haití suma la saña humana y la violencia de la naturaleza. Representa también el peso de la desmemoria y la furia del tiempo que destroza cuando no se recuerda que todo, incluyendo el mismo tiempo, se agota. Regreso: memoria es tiempo y tiempo es memoria. Y agrego: la desmemoria no perdona y el tiempo no aguarda. Kafka lo dice bien.
Al reflexionar sobre Babel, Kafka explica que es falsa la idea de que la historia de Babel no pudo terminarse por la confusión de las lenguas. De acuerdo con sus lecturas, lo que sucedió fue otra cosa: la gente nunca se animó a poner la primera piedra porque pensaba que tenía tiempo. Sabemos la lección: cuando se tiene tiempo no hay razón para actuar. El corolario, de acuerdo con la visión kafkiana, probablemente cierta, es obvia: el ser humano sólo se mueve cuando el tiempo se agota. En Haití el tiempo se consumió. La memoria de la humanidad, aunque se activó por medio de la Organización de Naciones Unidas, fue parca y tardía. El tiempo de la naturaleza, aunado a la desmemoria de la condición humana devino catástrofe. Sólo la memoria vigorosa y ética puede domeñar el tiempo, el tiempo que se va, que se pierde, que destruye cuando se le ignora.
La memoria connota muchos tiempos. Cuando la tragedia se conjuga en presente, como hoy es el caso de Haití, el dolor y las muertes de los otros son fundamentales para retrotraer al escenario de la vida, a las vidas de quienes ostentan el poder omnímodo, los reclamos de los vencidos y los alegatos de la desmemoria. Es en el presente de las tragedias cuando se debe actuar sobre el tiempo que corre sin que nadie lo toque. Es en ese tiempo cuando se debe incidir sobre la desmemoria que dicta sus sentencias ante el silencio de quienes deben hacer algo para fortalecer la voz de los vencidos.
Recordar el pasado, instalarse en él y glosarlo es la única forma de impedir que las destrucciones previsibles se repitan. Es también la única vía para desdecir a quienes ostentan el poder. Es, asimismo, la mejor arma para rebatir la visión de los vencedores, que no es otra cosa sino la visión de la desmemoria.
Tragedias conjugadas en presente como la de Haití o la de Darfur representan la enfermedad del olvido. Ante tantos muertos y tanta desolación queda claro que la vieja pregunta teológica ¿dónde está Dios?
se convierte en otra: ¿dónde está el ser humano?
La cuestión teológica pierde fuerza frente a la cuestión terrenal: ¿dónde está el ser humano?
La pregunta carece de respuestas precisas. La enfermedad del olvido busca borrar todo. Ante las trampas de la barbarie, frente a las catástrofes producidas por la naturaleza y por las calamidades generadas por el ser humano es imperativo reconstruir el tejido humano. Tejer las redes anatómicas y éticas de la memoria y diseminarlas, atrapar el tiempo antes de que Babel y la metáfora kafkiana se apersonen con más fuerza parecen ser la única vía para contrarrestar la enfermedad del olvido.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/02/09/index.php?section=opinion&article=018a1pol