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Anatomía de una guerra imperial

Fuentes: La Jornada

Imagínese que usted pudiera emitir los cheques que quisiera y con ellos pagar sus compras. Podría comprar bienes de consumo, maquinaria y materias primas. ¿Le gustaría? Ya lo creo. Y si las tiendas en las que comprara productos básicos no aceptaran pagos más que en sus cheques, usted sería una especie de banquero del barrio. […]

Imagínese que usted pudiera emitir los cheques que quisiera y con ellos pagar sus compras. Podría comprar bienes de consumo, maquinaria y materias primas. ¿Le gustaría? Ya lo creo. Y si las tiendas en las que comprara productos básicos no aceptaran pagos más que en sus cheques, usted sería una especie de banquero del barrio. Si alguien desafiara su posición, pretendiendo ocupar su lugar, reaccionaría violentamente.

Algo parecido sucede con la economía de Estados Unidos. En 1974 se estableció la Comisión Estados Unidos-Arabia Saudita de cooperación económica. A través de ella, el Departamento del Tesoro y la Reserva Federal de Nueva York «permitirían» al banco central de Arabia Saudita comprar bonos del Tesoro con dólares obtenidos de la venta de petróleo. Esta generosidad tenía como contraparte el compromiso del reino saudita de que su petróleo sólo se vendería en los mercados mundiales a cambio de dólares. El año siguiente, los países de la OPEP siguieron el mismo camino.

Dos años antes, Richard Nixon había desconectado al dólar del oro, convirtiendo a la divisa estadunidense en la moneda fiduciaria del mundo. El arreglo con Arabia Saudita inauguró el sistema de petrodólares que ha sido el fundamento del sistema monetario y financiero del mundo. Pero este pilar del dólar es también el punto más frágil del sistema. Y cualquier intento de los países exportadores de petróleo por salirse de esta camisa de fuerza es visto por Estados Unidos como una declaración de guerra.

El 30 de octubre de 2000, el Comité de Sanciones de Naciones Unidas autorizó a Irak denominar en euros sus ventas de petróleo (del programa «petróleo por alimentos»). Estados Unidos se opuso. Pero los banqueros franceses negociaron desbloquear la cuenta de Irak de 10 mil millones de dólares en el banco BNP Paribas a cambio de que se convirtiera el saldo a euros. Todos ganaron, pues el euro ganó 17 por ciento frente al dólar durante 2002.

Estados Unidos temía que el ejemplo cundiera en la OPEP. Después de todo, los países exportadores de petróleo habían perdido 100 mil millones de dólares (mmdd) en 2002 debido a la depreciación del dólar. Además, 45 por ciento de las importaciones de los miembros de la OPEP provienen de la Unión Europea. Por eso el Banco central de Irán inició ese año el uso de la moneda europea en las transacciones petroleras y como unidad de reserva. Corea del Norte decidió en diciembre de 2002 que el euro sería su referente en todas las transacciones internacionales. Rusia y China comenzaron también la conversión de sus activos al euro con el objetivo de distribuirlos entre las dos divisas de referencia. Venezuela siguió el ejemplo y por ello, un año después se desarrolló el golpe de Estado abortado contra Hugo Chávez.

La guerra contra la hegemonía del dólar había entrado en una nueva fase. La economía de Estados Unidos sigue siendo fuerte y tiene una base diversificada de recursos naturales. Pero ya no tiene el margen de maniobra de antes, en buena medida por el regreso de los déficit gemelos, comercial y fiscal.

Los pasivos acumulados de Estados Unidos ya superan 25 por ciento del PIB y las perspectivas para el dólar no son buenas. Si un día hay dudas sobre la capacidad de Estados Unidos para financiar su posición deficitaria, la Reserva Federal tendrá que incrementar significativamente la tasa de interés. Los activos sufrirían una pérdida de valor significativa, precipitando una grave recesión, con todas sus implicaciones para los estadunidenses y el resto del mundo. Una de las consecuencias de esta crisis del dólar sería el traslado de la actividad bancaria mundial hacia Europa.

Para contrarrestar esa pesadilla, Estados Unidos ha reaccionado aumentando su gasto militar hasta hacerlo tres veces superior al de la Unión Europea. Hoy ese gasto es incluso superior al de las siguientes 15 economías más grandes. Como otros imperios en la fase declinante, Estados Unidos busca suplir su vulnerabilidad con la fuerza militar.

Detrás de la guerra en Irak se desenvuelve la lucha geopolítica más importante desde que Estados Unidos emergió como la potencia capitalista dominante en 1945. Lo que está en juego es la continuación de la hegemonía de Estados Unidos y su esfera del dólar.

La guerra en Irak es, ante todo, una guerra preventiva y una advertencia a Europa y los países de la OPEP. No sólo sabotea la posibilidad de que surja una moneda de referencia que compita con el dólar. También busca impedir que la Unión Europea pueda lanzar algún día un proyecto social distinto, basado en el pleno empleo y la cohesión social. Ese modelo alternativo podría inaugurar esquemas de relaciones económicas internacionales distintos del arquetipo impuesto por Estados Unidos durante los últimos 50 años. Por el momento, Europa no parece demasiado interesada en ese cambio. Pero sí cuenta con una moneda de referencia a nivel mundial, se abriría la posibilidad de jugar un papel importante en los cambios del sistema monetario, financiero y comercial mundial. La elite de Estados Unidos está decidida a impedirlo.