Recomiendo:
0

Ani DiFranco, contadora de historias, bicho raro

Fuentes: Rebelión

Desde la portada de su primer disco, grabado en 1990, una mujer de veinte años, con el pelo rapado al uno, miraba de soslayo a la cámara con unos ojazos hermosos y profundos, rebosantes de inteligencia y humanidad. Esa mujer, que respondía al nombre artístico de Ani DiFranco, pero cuyo nombre real era Angela María […]

Desde la portada de su primer disco, grabado en 1990, una mujer de veinte años, con el pelo rapado al uno, miraba de soslayo a la cámara con unos ojazos hermosos y profundos, rebosantes de inteligencia y humanidad. Esa mujer, que respondía al nombre artístico de Ani DiFranco, pero cuyo nombre real era Angela María DiFranco, ha compuesto, desde entonces, cientos de canciones, ha tocado en miles de ciudades y ha grabado más de veinte -¡se dice pronto!- discos, además de unos cuantos tocando sus canciones en directo.

En su día a día, palabras como feminismo, autogestión, resistencia, anarquismo, compromiso o libertad son términos absolutamente coherentes con su manera de ser, estar y moverse en este mundo absurdo y corrompido hasta las raíces por esa enfermedad mortal llamada capitalismo.

Esta mujer, para muchas chicas y chicos jóvenes de todo el mundo que quieren dedicarse a la música, a la literatura o a cualquier otra manifestación artística, es un faro, una maestra, un ejemplo a seguir, de la misma manera que para ella lo fueron otros referentes anteriores, como el gran Woody Guthrie o el no menos grande Phil Ochs.

Pablo Gil, en su libro El pop después del fin del pop, la definió como «bestialmente prolífica» y añadía que la cantautora americana nos recordó que «la música puede ser hecha como si nunca hubiera existido antes, descubriendo por sí misma y con mirada inocente los procesos clásicos de creación y distribución hasta poder decir que su estilo es enteramente suyo.» Por su parte, Anabel Vélez, en la revista musical Ruta 66, decía de ella que había «sabido crearse desde la nada» y la revista Mondo Sonoro, la definía como «una mujer de unas dimensiones sobrenaturales». Imaginación, actitud y honestidad parecen ser las palabras clave en todo cuanto rodea a esta valiente cantautora.

Ani DiFranco nació en la ciudad de Buffalo, en el estado de Nueva York, al este de los Estados Unidos, en 1970. Su padre era de origen italiano y su madre canadiense. Desde muy pequeña, Ani se mostró sensible e inteligente, desarrollando una gran capacidad para empatizar con los débiles, con los que nunca llegan los primeros a la meta, con los que se van quedando tirados por el camino. Al mismo tiempo, sorprende su capacidad desde niña para entrar en contacto con el arte: empieza a tocar la guitarra, a pintar, a escribir sus propios poemas. Con quince años, se va de la casa en la que vive con su padre en su ciudad natal, buscando, como si fuese uno de los personajes míticos de la novela En el camino, de Jack Kerouac, la libertad en el sentido más amplio del término. Se instala en la vecina Nueva York, viviendo a salto de mata, en casas de amigas y amigos que va encontrando aquí y allá, ávida de experiencias que la enriquezcan y que le permitan escribir sobre la gente real que habita el mundo real. Son tiempos para aprender y compartir, aunque la mayoría de las veces, lo que haya para compartir sean unos versos, unos acordes de guitarra y unos bocadillos.

Por esta misma época empiezan a surgir los primeros versos dignos de ser llamados así, y estos acabarán dando paso a las primeras canciones. La precoz Ani siente la necesidad imperiosa de contar lo que ve a su alrededor, lo que siente y lo que anhela. La joven, que desde niña ha asistido a clases de danza y cuyo destino parecía estar ligado a esta actividad artística, decide cambiar las zapatillas de ballet por la guitarra acústica. Y la suerte hace que se cruce en su camino Michael Meldrum, un cantante folk que se convierte en su amigo, maestro y mentor, la persona que la lleva a los lugares donde está la acción: pequeños cafés donde poetas y músicos se mezclan, compartiendo inquietudes, sueños, arte e incluso el (poco) dinero que aquella actividad genera. Algo similar a lo que había vivido un jovencísimo Robert Zimmerman antes de convertirse en el mundialmente aclamado Bob Dylan, tres décadas antes. Una historia tan vieja como la humanidad.

Recién cumplidos los dieciocho, después de tres años pateándose los bares y los lugares donde se puede tocar en la ciudad de Nueva York, Ani sabe que tiene material suficiente para grabar en serio. Se mete en un estudio y hace su primera maqueta. Además se compra un destartalado coche de segunda mano y se lanza a la carretera, a tocar en cualquier lugar donde haya un pequeño escenario y la dejen subir a él con su guitarra acústica. En los Estados Unidos el circuito universitario juega un papel primordial en el mundo de la música, sobre todo, en el de la escena independiente, esa que vive ajena a las grandes multinacionales, y de ese circuito han salido grupos tan importantes como los mismísimos REM.

Ani, que es más lista que el hambre, se lanza a la conquista de estos espacios. Algún tiempo después, nos lo contará en una de las mejores canciones de toda su carrera, la confesional «Going Once», de su álbum de 1999 To The Teeth:

 

Hizo su equipaje

Tenía una maleta

Cargada de buenas intenciones

Tenía un mapa

Y un rostro honesto.

 

En los dos años que están por venir, se va a patear completamente ese mapa del que hablaba en la canción, de norte a sur y de este a oeste, hacia arriba y hacia abajo, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Su vida se vuelve una gira constante. Ella, su coche, su maleta, sus guitarras, su amplificador, sus buenas intenciones. Ahora sí que es la protagonista de su propia novela beatnick. Un personaje que se gana la vida tocando ante pequeños auditorios, y que después de esos conciertos, vende sus casetes grabadas casi artesanalmente, entre la gente que se acerca a saludarla, mientras toman una cerveza y charlan amigablemente.

Y se empieza a hablar de ella. Y las multinacionales del negocio empiezan a tirarle los tejos: es joven, canta y compone de maravilla, y sobre todo, tiene estilo, clase, duende, llámalo como más te guste, pero todos sabemos lo que es: esa cosa personal e intransferible que en el mundo del arte es imprescindible para destacar. Pero Ani lo tiene claro. No quiere saber nada de grandes corporaciones económicas. Si el sistema capitalista es el enemigo, ¿cómo se va a aliar con él para trabajar y vivir? Se lo contaba a Pablo Gil, de esta manera:

Yo quiero vivir en un mundo donde la diversidad pueda sobrevivir en la música y en el arte, y donde las corporaciones no posean la cultura y a la gente, que puedan salir y robar el alma de la gente cuando se lo propongan. Creí que merecía la pena hacer las cosas a mi modo, lentamente, aunque me llevara mucho más tiempo y esfuerzo, porque eso era mucho más fiel a mi ideología.

De esta manera, cuando llega el momento de entrar en el estudio para grabar su primer cd, con la ayuda de su amigo y mánager, Scot Fisher, crea su propia compañía discográfica, Righteous Babe Records -algo así como Discos Chica íntegra-, la herramienta ideal para recorrer el camino de autogestión con el que quiere dirigir su vida y su obra.

Desde entonces, Ani DiFranco ha grabado veinte álbumes de estudio, prácticamente uno cada año. Entre los más importantes, están: Like I said(1993), Dilate (1996), Up Up Up Up Up Up (1999), Little Plastic Castle (1998) To The Teeth (1999), Evolve (2003), Red Letter Year (2008) o Binary (2017), su último disco hasta la fecha, aunque cada fan podría elegir sus favoritos, dada la cantidad de discos y canciones grabados y publicados. DiFranco es una de las artistas más prolíficas que existen. Ella lo tiene claro y así lo explicaba a la revista Mondo Sonoro en una entrevista del año 2001:

Para mí, toda la vida es tiempo libre. Hago lo que más me gusta y no me supone ningún esfuerzo dedicarme a ello. Siempre tengo algo en la cabeza, sea una colaboración, un proyecto propio, una idea. El aburrimiento no entra en mi concepto de la vida, además me siento privilegiada. ¿Debo quejarme? No creo que fuera justo.»  

Righteous Babe Records, la compañía que creó para autoeditarse su música, ha publicado también a otros artistas, y ha crecido convirtiéndose en una de las disqueras independientes más importantes de su país. Su estilo, que empezó siendo folk más o menos tradicional, ha evolucionado considerablemente hasta convertirse en una mezcla difícil de etiquetar. En la actualidad en un disco de Ani, hay folk, pero también encontramos hip-hop, trip-hop, punk, country, jazz, clásica, blues, rock, funk, góspel, soul, electrónica, y cualquier otra cosa que a la autora le sirva para llevar a cabo su propuesta. Y todo ello combinado de una manera tan natural que es como si lo hubiésemos estado escuchando toda nuestra vida.

Las letras de sus canciones, uno de los platos fuertes de su propuesta musical, siguen conteniendo grandes dosis de poesía, pero sin olvidar su fuerte carga ideológica, aunque como ella misma señala, no se pueden considerar políticas: «Me gusta hablar de política en mis canciones pero no hacer canciones políticas», decía en una entrevista para la revista Efeeme hace unos años. En los últimos tiempos, su activismo, que siempre ha sido una de sus bazas más importantes, se ha recrudecido, convirtiéndose en una de las figuras más críticas y belicosas contra Donald Trump y su fascismo del siglo XXI. Ani no tiene miedo de tratar en sus canciones temas controvertidos para la sociedad de su país, como el control de armas, el derecho al aborto, el racismo, la violencia policial y un larguísimo etcétera.

Por otra parte, la cantante siempre se ha mostrado abiertamente bisexual y ha hablado con absoluta naturalidad de sus relaciones tanto con hombres como con mujeres. Así lo expresaba en el tema «In or Out», incluido en su disco de debut:

 

Algunos días la frontera que cruzo parece ser recta

otros días la frontera tiende

a desviarse

No tengo criterios para el sexo o las razas

Sólo quiero oír tu voz

Sólo quiero ver tu rostro.  

 

Del mismo modo, siempre ha hecho gala de su feminismo militante, que la ha llevado, por ejemplo, a organizar el festival Babefest en su ciudad natal, Buffalo. Sobre el feminismo, declaraba en una entrevista publicada por El Periódico en octubre de 2008 que,

Es la salvación, y no sólo para las mujeres; también para los hombres. Es la manera de contrarrestar el desequilibrio, los problemas y las enfermedades sociales que provoca el patriarcado. La propia naturaleza nos enseña que para alcanzar la paz hace falta el equilibrio.  

Mientras escribo esto, la combativa cantautora está a punto de terminar un libro de memorias que será publicado en mayo de 2019, cuyo título será No walls and the Recurring Dream, donde a buen seguro, hablará de todo lo interesante que la vida le ha deparado. Además de escribir sus memorias, seguirá componiendo, escribiendo versos que acabarán convirtiéndose en nuevas canciones, que acabarán formando parte de nuevos discos, y sonarán en los conciertos que están por venir. Porque está claro que Ani DiFranco seguirá haciendo lo que más le gusta: dedicarse a la música.

En un texto que escribió en 1999, pedía que cuando muera no le gustaría ser recordada por el número de discos vendidos, ni por el dinero ganado a lo largo de su carrera artística. Ella simplemente quiere ser recordada como «compositora, músico, contadora de historias, bicho raro.» Queda prometido, querida Ani: así te recordaremos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.