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Ante la crisis financiera

Fuentes: Rebelión

Ha llegado. Está aquí para quedarse. Es la crisis financiera, básicamente porque se ha creado y prestado dinero a partir de garantías de pago basadas en créditos que no se están pagando. No es dinero real, físico, como el que piensa la mayoría que existe, sino ese otro – que es la práctica totalidad – […]

Ha llegado. Está aquí para quedarse. Es la crisis financiera, básicamente porque se ha creado y prestado dinero a partir de garantías de pago basadas en créditos que no se están pagando. No es dinero real, físico, como el que piensa la mayoría que existe, sino ese otro – que es la práctica totalidad – basado en el crédito y la deuda, en un juego de prestatarios que la cotización electrónica bursátil ha convertido en transcontinental. Algunos consideraban que ese internacionalismo fiduciario nos libraba del riesgo, porque lo diversificaba, pero se olvidaban de que, si funciona para el crecimiento, para la expansión del crédito fácil, también funciona para encadenar los impagos y a los impagados. Como dice el economista Xavier Sala, nadie sabe cuánto ni el alcance de lo prestado e impagado. E incluso el prestigioso The Independent se permite hablar ya abiertamente de que Wall Street se prepara para una segunda gran depresión, todo un símbolo de que ya pocos esconden la debilidad del montaje financiero.

 

La globalización financiera es el culmen de la globalización física en el intercambio de recursos naturales y productos transformados. Parece ya claro hoy, como nos recuerda Marcos Martínez, que la masa monetaria ha crecido – en virtud de los intercambios financieros virtuales – mucho más que la realidad tangible, lo que hace inevitable dos cosas: primero, como sucede desde hace tiempo con la economía capitalista, el surgimiento de ciclos de crédito fácil y burbuja – la depresión del 29 también fue precedida de una burbuja inmobiliaria en los EE.UU. y de los felices años 20, que hoy podríamos llamar los dorados 90 – y, segundo, su inevitable estallido posterior. En este caso, el refugio ha sido también la construcción, y ha logrado convertir, de forma insólita, deudas impagables «subprime» en activos negociables en forma de «paquetes de hipotecas» que nada menos que servían de inversión rentable para fondos de medio Mundo.

 

El alcance real de esta tremenda operación de deuda global nos deja a las puertas del ajuste en forma de castillo de naipes. Aquellas sociedades o cartas de la baraja más endeudadas o marcadas son las que más sufrirán la insolvencia, la contracción, y los inevitables problemas de funcionar con crédito restringido o sin crédito, o ver esfumarse activos financieros o, en el peor de los casos, depósitos sin más, como ya nos ha advertido alguna asociación empresarial.

 

Este escenario, por lo demás, y esto es aún más preocupante, se presenta en una era de creciente estrechez en la abundancia de materias primas, y de ahí la incomparable atención que están recibiendo por parte de los que disponen de recursos financieros para volcarlos en su compra: se sabe que el petróleo será cada vez más escaso, que los granos – base alimentaria mundial – se encuentran en unas ratios de suministro por habitante de las más bajas en las últimas décadas, y que la oferta de muchos recursos minerales y energéticos, bases de la economía mundial, en poco tiempo puede vérselas para abastecer la demanda. Es posible que, ni aún entrando en grave crisis económica, se frene lo suficiente la demanda tan importante de recursos naturales existente, porque la globalización ha encontrado consumidores en todas las partes del Mundo, y algunos de ellos no tan endeudados como los estadounidenses y los españoles: habrá, pues, encarecimiento global de lo básico.

 

Como dice el banquero Matt Simmons, que afirma que el comienzo del declive petrolero aconteció en el año 2006, «tendremos que crear economías mucho más locales». Será imprescindible ponerse a ello. Pero, ¿Cómo reaccionará la economía crediticia ante este límite físico al crecimiento, acompañado de la crisis de confianza en la expansión de la economía? ¿Cuántos empleos dependen de esas deudas impagadas? Parece ser que pronto la sabremos. Y es que nunca como antes tuvo tanto vigor aquello que dice el dicho de que «de aquellos barros vienen estos lodos».