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El caso del magnate suizo S. Schmidheiny

Ante la justicia

Fuentes: Rebelión

El motivo de la resistencia   es la indignación   Stéphane Hessel                 La impunidad hace a los crímenes doblemente execrables. Por eso las víctimas no solo piden resarcimientos de los daños recibidos sino, sobre todo, justicia. No quieren venganza que no tendría ninguna función social ejemplarizante.   La […]

El motivo de la resistencia

 

es la indignación

 

Stéphane Hessel 

 

 

 

 

 

 

 

 La impunidad hace a los crímenes doblemente execrables.

Por eso las víctimas no solo piden resarcimientos de los daños recibidos sino, sobre todo, justicia.

No quieren venganza que no tendría ninguna función social ejemplarizante.

 

La sociedad tiene dos vías de ver satisfecha sus ansias de justicia:

Una pasiva: ha de esperar que la administración actúe en consonancia con los derechos fundamentales y de acuerdo al ordenamiento positivo, en un estado que se diga de «derecho». Esta vía tiene unas dosis de discrecionalidad, que en contextos capitalistas, es tendencial hacia los «derechos» de los más ricos. Entre otras razones porque tienen muchas más formas de defenderse que los demás. Aún así, no pueden eludir la existencia de derechos esenciales universales y la honesta profesionalidad de muchos juristas.

 

La otra es activa: la justicia popular. Que no es nada parecido a un juicio paralelo, sino la mirada penetrante de las víctimas sobre sus agresores, la sanción social del daño verificado. No es un sucedáneo de la administración judicial (por si ésta nos falla, que también), es una difusión social de rechazo a los comportamientos criminales, que trata de evitar futuras actuaciones similares.

 

Stephan Schmidheiny es un presunto delincuente (por el daño sistemático infligido se podría calificar como presunto genocida [i] ) que está compareciendo ante la justicia, ante las dos justicias: la administrativa y la popular.

 

Se le acusa en Turín de catástrofe ambiental y de omisión de las reglas de seguridad laboral de manera intencionada (delito doloso), en una fábrica de amianto que poseía en Casale-Monferrato (Italia), denominada Eternit, de cuyas actuaciones han muerto dos mil personas y han enfermado unas novecientas, en una población de 33.000 habitantes. Por estos delitos el fiscal pide 13 años de prisión e indemnizaciones que pueden llegar a ¡cinco mil millones de euros!, una cifra fabulosa. Este juicio que es una primicia en el mundo porque nunca se había juzgado a los propietarios, eran los altos ejecutivos los que pagaban los platos rotos.

 

Este sometimiento a la administración de la justicia no será el único que le espera pues sus presuntos delitos se cuentan por decenas de miles, no en vano la familia y él mismo han sido los magnates del amianto en el mundo y su inmensa fortuna está cosechada por el manejo de este mineral letal.

 

Pero se enfrenta también a la justicia popular, la que más teme, la que no puede mirar a la cara.

 

Una de las maneras como se está llevando este juicio popular queda bien reflejada en la siguiente misiva que, con motivo del juicio formal de Turín, el pasado verano del 2010 se repartía como carta abierta al Sr. Schmidheiny, y que dice así:

«Carta abierta a Stephan Schmidheiny

 

 

Stephan Schmidheiny

Hurdnerstrasse 10

8640 Hurden /SZ

Tel. 055 415 11 11 Fax : 055 415 11 50

 

 

Suiza, 4 de Julio de 2010

 

 

A la atención del señor Stephan Schmidheiny, antiguo director de Eternit:

Querrá usted saber, en primer lugar, quién le escribe. No se lo diré, ya que no quiero ser la única viuda que se beneficie de sus disculpas y de las migajas de sus millones, que de todas formas no resucitarían a mi marido. La vida que usted le ha quitado, por negligencia, no tiene precio. Lo más que usted podría haber hecho es ayudarme a cuidarlo en su enfermedad y después compensarme moralmente. Pero usted probablemente no sabe que ha muerto, después de diez años de sufrimiento. Su desaparición la pago con dolor, con un duelo interminable, como lo fue su agonía.

 

Mantengo el anonimato, además, porque me dirijo a usted en nombre de mis semejantes, en nombre de todas esas mujeres que, como yo, han perdido a uno, dos o tres de sus seres queridos -las conozco- que trabajaron para usted y su padre. Aunque ellas quisieran expresarle su dolor, no sabrían cómo llegar a usted, cómo escribirle o hablarle. Usted ha desaparecido dejándonos montañas de amianto-cemento en las construcciones y en el medio ambiente. Pero lo más grave son las fibras mortales que permanecen en los pulmones de quienes trabajaron para usted antes de 1994. Usted siempre fue conocedor de todo esto, pero ha abandonado a aquellos y aquellas que resultaron afectados, a quienes están condenados/as y a quienes han muerto a causa del amianto. Y también ha ignorado a los familiares de las víctimas, entre quienes me encuentro.

 

Usted ha escapado de sus responsabilidades y, lo que es peor aún, se oculta cobardemente ahora que éstas están en vías de ser reconocidas por el Tribunal de Turín, dejando que sean sus abogados quienes se encarguen de protegerle, de proteger su nombre, el de Eternit, y sus jugosos negocios en el paraíso tropical en el que continúa acrecentando su fortuna.

 

Le hablo en nombre de quienes no tienen voz, le escribo por todas aquellas que no osan o no saben hacerlo, por quienes se sienten paralizadas frente a su silencio, su poder, su riqueza, su autoridad. Usted se ha convertido en uno de esos superhombres a los que nadie se atreve a enfrentarse. Y luego está la omnipresencia de su marca de fábrica «Eternit», que nos recuerda constantemente el cruel nombre de quien nos ha convertido en viudas o huérfanas. ¿Por qué no ha enterrado usted ya esa pavorosa marca de fábrica -para la eternidad- igual que nosotras hemos enterrado a cientos de miles de sus víctimas por todo el mundo?

 

Señor Stephan Schmidheiny, imagino que recibe muchas cartas como la mía. Y temo que mi carta sea clasificada por sus secretarios del mismo modo que han sido clasificados los miles de informes médicos acerca de sus empleados aún vivos. Pese a las informaciones que posee, usted mantiene a dichos empleados deliberadamente en la ignorancia de los males que les amenazan, privándoles así de los cuidados médicos que prolongarían en algunos años sus vidas tras la jubilación. ¿Por qué no les informa antes de que sea demasiado tarde?

 

Después de su padre, Max Schmidheiny, fue usted quien reinó en el negocio familiar del amianto-cemento desde 1975 a 1990, y las personas contaminadas en ese periodo corren el riesgo de morir de mesotelioma, entre otras enfermedades causadas por el amianto, de aquí a 2030. ¡Dese prisa y protéjalos! Basta con que publique un anuncio en los periódicos del centenar de países donde implantó el amianto-cemento para informar a las víctimas que aún viven. Aquí tiene un ejemplo de lo que debería escribir: «Toda persona que haya trabajado en una de nuestras fábricas Eternit manipulando nuestros productos o que haya estado expuesta al amianto que de ellos se desprendía debe contactar inmediatamente con nuestro Servicio Internacional de Prevención contra los Riesgos del Amianto-Cemento «, firmado: Stephan Schmidheiny. Escrito en los idiomas de sus empleados y seguido de números de teléfono, direcciones postales y correos electrónicos de contacto.

 

En lugar de hacer esto, usted está dejando que las aseguradoras profesionales -la SUVA en Suiza, por ejemplo- disuadan a los escasos familiares de víctimas que reclaman las indemnizaciones a las que tienen derecho y, en el caso de que insistan, usted confía a su legión de abogados la vana tarea de que le preserven de la indignidad, a usted que es conocido como el «gurú del medio ambiente». Las consecuencias de tal degradación serían ciertamente temibles para los envenenadores, contaminadores, explotadores y cobardes de su calaña, ¡pero cuán saludables para la humanidad que sufre y para el planeta!

 

Sabemos que su fortuna (al igual que ocurre con otros señores como usted) le otorga un poder que nosotras no tenemos. Los salarios que usted se dignó a asignar a sus empleados en el pasado no nos permiten contratar los servicios de abogados. Además, nuestros escasos ahorros se han agotado cuando, enfermos, nuestros maridos, hermanos o hijos han tenido que dejar de trabajar; cuando hemos tenido que cuidarlos, llevarlos al hospital, proporcionarles algunos placeres en sus últimos días…

 

Le pedimos que reaparezca, señor Schmidheiny, que nos mire a la cara, que nos escuche, no será más que un día, un momento. ¿Y por qué no en Turín, donde usted debería presentarse pero donde siempre ha evitado enfrentarse a sus víctimas italianas y a sus familiares?

 

Nosotras, las viudas del amianto, le pedimos que nos permita albergar la esperanza de una humanidad en la que los asesinos, enriquecidos gracias a sus crímenes y eximidos de tener que ofrecer la menor disculpa por la muerte de sus empleados, no sean más que un mal recuerdo. Pedimos, como todas las víctimas del mundo, reparación y justicia. Tan solo así podremos, quizás, olvidarle.

 

Una viuda de Eternit que vive en Suiza»

 

 

En cualquier caso la historia no lo absolverá

 



[i] Como mantiene Alejandro Teitelbaum (La armadura del capitalismo, 2010: 290) «es posible invocar ante los tribunales como derecho vigente el artículo 7 (crímenes contra la humanidad) del Estatuto de la Corte Penal Internacional (Roma 1998) contra dirigentes de sociedades transnacionales, en particular el inciso 1 aparatado k): ´otros actos inhumanos que causen grandes sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad física o la salud mental o física´…o el artículo II, inciso c) de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio: ´sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial´».

 

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.